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En 1588, el Duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, comandó la Gran Armada, apodada posteriormente Armada Invencible, contra Inglaterra, una flota de 130 naves que partió de Lisboa con sueños de conquista. Pero tormentas feroces y errores estratégicos la destruyeron, dejando miles de muertos y un imperio humillado

Madrid lo acusó de traición y cobardía, ignorando que, en parte, el fracaso fue por falta de apoyo real y decisiones erróneas de la Corte. Condenado al ostracismo, murió olvidado en sus tierras, un chivo expiatorio de un imperio en declive que prefería culpar a sus leales antes que admitir sus fallos. 

Un siglo después, otro noble español sufrió un destino similar en un enclave estratégico del sur. Acusado de rendir Gibraltar sin lucha, fue tildado de traidor, pero ¿fue cobarde o víctima de la negligencia de la Corte? Así fue como el último gobernador español del Peñón fue abandonado por su rey y condenado por su patria: Diego Gómez de Salinas.

Un noble en las fronteras

Diego Gómez de Salinas y Rodríguez de Villarroel nació en Madrid alrededor de 1640, en una familia noble con raíces en la Corte española. Su padre era un oficial militar que le inculcó el valor del deber y la lealtad, unos valores que definirían su vida. 

Desde joven, Salinas se educó en academias militares, aprendiendo tácticas de guerra y estrategia naval, y a los 20 años se alistó en el ejército, participando en las guerras contra Francia en los Pirineos, donde demostró su valentía. En 1675, combatió en la revuelta de Messina en Sicilia, y en 1683, se distinguió en la defensa de Viena contra los otomanos, ganándose condecoraciones por su coraje.

En 1693, a los 53 años, Salinas fue nombrado gobernador de Gibraltar, un puesto que, aunque prestigioso, era un exilio disfrazado. El Peñón, conquistado por Castilla en 1462, servía como baluarte contra piratas berberiscos y amenazas inglesas, pero su guarnición era escasa, ya que contaba con unos 200 soldados regulares, fortificaciones medievales en ruinas y suministros insuficientes para un asedio prolongado. 

Abandonado por el rey

Salinas llegó con órdenes explícitas de Felipe V para reforzar las defensas, pero la realidad fue desoladora. Según cartas preservadas en el Archivo General de Simancas, Salinas escribió al rey en 1694 solicitando cañones, pólvora y tropas adicionales: "El Peñón es vulnerable a cualquier ataque naval". Pero Madrid, enzarzada en la Guerra de los Nueve Años contra Francia, ignoró sus peticiones. 

Las respuestas burocráticas prometían refuerzos que nunca llegaron, pero Salinas no se rindió. Con fondos propios y contribuciones locales, reparó las baterías de artillería y entrenó a milicianos civiles, transformando a pescadores y mercaderes en defensores.

Proclamación de Felipe V como rey de España en Versalles, el 16 de noviembre de 1700. Wikimedia Commons

Su lealtad era incuestionable. En cartas privadas, expresaba su devoción a Felipe V, el nuevo rey borbón, pero el imperio, agobiado por deudas y guerras, lo dejó solo. En 1702, con la Guerra de Sucesión en pleno auge, Salinas redobló sus súplicas.

"Sin ayuda, Gibraltar caerá", escribió al marqués de Villadarias, gobernador de Andalucía. La respuesta fue el silencio, un presagio de la tragedia inminente.

El asedio que nadie vio venir

La Guerra de Sucesión Española, que estalló en 1701 tras la muerte sin herederos de Carlos II, fue un conflicto global que enfrentó a las potencias europeas por el trono español. Felipe V, nieto de Luis XIV de Francia, se proclamó rey, pero el archiduque Carlos de Austria, respaldado por Inglaterra, Holanda y el Sacro Imperio, lo desafió. 

En 1704, una flota aliada, comandada por el almirante George Rooke y el príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, navegaba por el Mediterráneo con órdenes iniciales de atacar Cádiz o Barcelona.

Tras un fracaso en Cádiz, la flota se dirigía a Barcelona cuando un cambio de viento los llevó a las costas de Gibraltar el 1 de agosto. Rooke, viendo el Peñón como un premio fácil, decidió asaltarlo con 1.800 marines respaldados por 60 cañones navales y 40 naves.

Salinas, con solo 200 soldados regulares, 400 milicianos inexpertos y civiles aterrorizados, se enfrentó a lo imposible. Según el informe de Rooke, preservado en el British National Archives, el gobernador español resistió tres días de bombardeo intenso

Las murallas se derrumbaban bajo el fuego, y los civiles huían a las cuevas del Peñón mientras Salinas, desde la torre del homenaje, dirigía la defensa ordenando responder al fuego enemigo con los pocos cañones operativos que tenía y posicionando arqueros en las alturas. 

Mensajeros partieron urgentemente a Madrid y Málaga pidiendo refuerzos, pero el marqués de Villadarias, con tropas en Cádiz, no dio prioridad a su petición. Cuando por fin reunió 3.000 hombres, llegaron demasiado tarde.

El 3 de agosto, los aliados cortaron el suministro de agua, y el pánico cundió en la guarnición. Salinas motivó a sus hombres con discursos de honor: "Defendemos España, no un peñón".

Pero el 4 de agosto, con el puerto en llamas y las tropas exhaustas, no tuvo otra opción que firmar una honorable rendición que permitía a sus hombres marchar con las banderas desplegadas y sus armas en mano. 

Diego Gómez de Salinas abandonando Gibraltar. Wikimedia Commons

Que los ingleses tomaran Gibraltar fue un golpe que España no esperaba y que Rooke celebró como un "premio divino".

Traidor

La noticia de la caída de Gibraltar llegó a Madrid como un trueno. Felipe V, furioso por la pérdida de un enclave estratégico, ordenó una investigación inmediata y Salinas fue arrestado en Málaga al llegar con los supervivientes, acusado de traición y cobardía.

Según el juicio en el Consejo de Guerra, se le acusaba de rendir el Peñón sin resistencia adecuada y sin esperar refuerzos. Testigos ingleses declararon que Gibraltar estaba mal defendido, con cañones obsoletos y soldados desmoralizados, pero también admitieron que Salinas luchó hasta el límite.

La Corte de Felipe V, influida por sus consejeros franceses, lo tildó de cobarde: "Un traidor que vendió el Peñón por oro inglés", murmuraban, y los rumores comenzaron a circular. Algunos decían que Salinas había negociado en secreto con Rooke, otros que su rendición fue premeditada, pero Salinas se defendió en el juicio con dignidad. 

En su alegato, citó sus cartas ignoradas: "Pedí ayuda durante años, y Madrid me dejó solo" y presentó copias de sus misivas a Villadarias y al rey, demostrando que había advertido del peligro desde 1693. El propio Villadarias, en su testimonio, admitió la negligencia, reconociendo que los refuerzos se demoraron por órdenes superiores.

Pero a pesar de las pruebas, la culpa cayó sobre Salinas, que fue condenado a cadena perpetua en el castillo de Peñafiel, en Valladolid. Su familia quedó arruinada, sus bienes fueron confiscados y sus hijos heredaron su estigma. Además, la historia española lo pintó como un villano y un cobarde que entregó Gibraltar por debilidad, influenciando opiniones durante siglos.

Captura de Gibraltar. Wikimedia Commons

Inglaterra, en el Tratado de Utrecht de 1713, retuvo el Peñón oficialmente, una humillación que España nunca olvidó, pero que se achacó a la "traición" de Salinas.

La injusticia de un imperio

En Peñafiel, Salinas pasó sus últimos años escribiendo apelaciones al rey, mientras su salud se deterioraba por el frío y el aislamiento, lo que le llevó a la muerte en 1716, a los 76 años. 

No hubo funeral público ni honores y su cuerpo fue enterrado en una fosa común, en un final indigno para un noble. Mientras, Gibraltar se había convertido en una base británica, un símbolo de la decadencia española.

La verdad sobre Salinas emergió siglos después. En el siglo XIX, prestigiosos historiadores revisaron el juicio y cuestionaron las acusaciones, destacando la negligencia de Villadarias y Felipe V.

Además, documentos británicos, como las memorias de Rooke, confirmaron que la defensa fue valiente dada la inferioridad numérica, demostrando que Salinas no vendió el Peñón, sino que simplemente no pudo defenderlo solo.

Un legado de negligencia

Diego Gómez de Salinas no fue un traidor, sino una víctima. Su rendición, con solo 500 hombres contra 1.800, fue lógica en un enclave subestimado por Madrid. La verdadera culpa estaba en la Corte, ya que Felipe V priorizó Flandes e Italia, dejando el sur vulnerable. 

¿Por qué un hombre que defendió lo indefendible fue condenado? La respuesta está en un imperio que sacrificaba a sus leales para ocultar sus fallos. En el Peñón, donde ondea la bandera británica, la historia de Salinas nos deja una apreciada lección, que son los héroes olvidados los que pagan el precio de la historia.