Aldeanueva de Ebro (La Rioja)
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Pedro Sánchez sonríe con chaqueta de cuero y gesto campechano. Saluda a una vecina, se deja querer, parece uno más. Pero la escena interesante ocurre unos pasos a la derecha, donde tres hombres posan con gesto serio y abrigos oscuros, como si esperaran su turno en un casting de The Wire o protagonizaran un álbum perdido de Depeche Mode. José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García. La boy band del escándalo. Un tríptico que el tiempo ha convertido en categoría judicial.

Y en el centro del encuadre —ni oculto ni accidental— aparece Ángel Fernández Calvo, el quinto Beatle. Con las manos cruzadas sobre el abrigo, la expresión de quien no se ha vestido para salir en los periódicos y el gesto sereno del que juega en casa. Tornero fresador de profesión, alcalde desde hace tres décadas, Fernández tiene la estampa de ese primer bajista que nunca llegó a grabar un disco: nadie le cita en las crónicas, ni en los créditos, pero aparece en esa vieja foto despublicada antes de que los otros se hicieran famosos.

Esta en concreto fue tomada en febrero de 2017, cuando Pedro Sánchez emprendió su gira por España a lomos de su Peugeot 407. Aquella fue una campaña en zapatillas y kilometraje, a medio camino entre la redención política y una road movie con parada en todas las agrupaciones socialistas que le debían un café. Aldeanueva de Ebro, La Rioja, 2.600 habitantes, feudo rojo desde antes de que el término se pusiera de moda, era una de ellas.

Llegó como quien pisa tierra santa, saludó a los vecinos, dio la mano a algunas señoras y dejó tres promesas en el aire. Prometió regeneración, prometió ejemplaridad y prometió rodearse de los mejores. Mentira, mentira y mentira. Como Aldeanueva de Ebro, que ni es aldea, ni es nueva, ni está cerca del Ebro.

La foto, por supuesto, no fue portada de nada, pero con los años ha envejecido como esos fotogramas que el documental recupera justo antes del desastre: Ábalos está expulsado del partido, Cerdán está en la cárcel y Koldo da nombre a un caso de corrupción que podría terminar con el Gobierno. En cuanto a Sánchez, Sánchez prefiere no mirar atrás. En cambio, Fernández Calvo sigue igual, arreglando máquinas por la mañana, gobernando el pueblo por la tarde y, muy de vez en cuando, recordando que aquella visita no fue para tanto. Él no posó. Simplemente estaba.

Nació en Aldeanueva en 1964, en un país en blanco y negro, cuando Franco firmaba penas de muerte y el tren de Castejón no paraba ahí ni para repostar. Entró en política en 1987, fue teniente de alcalde ocho años y adquirió la vara de mando en 1995. Lleva toda la vida en el taller y casi toda la democracia en el Ayuntamiento, donde ejerce de regidor, mediador, reparador de caminos, lector de presupuestos y terapeuta vecinal. Siempre con mayoría absoluta

Cobra 1.600 euros por 29 horas semanales, aunque a veces se las rebaja para no faltar al curro. Porque nunca ha dejado el taller. Ni el banco de trabajo, ni la máquina de corte, ni el mono gris. La política, para él, ha sido siempre una obligación asumida, no un ascenso buscado. Un oficio más, entre piezas de aluminio, actas de plenos y presupuestos del camión de la basura.

Detrás de él no hay ni rastro de sobres, contratos ni llamadas. Ni papeles, ni comisiones, ni nombres ni grabaciones. Sólo una foto, un contexto y una casualidad muy incómoda, la de estar en medio de los otros, los de las mordidas y los "se enrolla que te cagas", con la misma chaqueta de entretiempo y ese aire de camaradería de quien no sabe que está compartiendo encuadre con el futuro sumario de un caso de corrupción.

En la memoria de Aldeanueva, esa imagen de 2017 empieza a adquirir categoría de símbolo. No por lo que se ve, sino por lo que se intuye. Un presidente que vendía ética mientras abrazaba a un clan. Un trío de hombres que posaban como si fueran a sacar un disco de sintetizadores tristes. Y un alcalde, el único que sigue en pie, mirando al infinito como si ya supiera lo que venía, pero que sigue en la foto sin moverse del sitio. 

Si uno se asoma hoy al pueblo, a la avenida Juan Carlos I donde se tomó aquella imagen, verá que el escenario apenas ha cambiado: una pared blanca, una acera de hormigón; y dos palabras escritas en el mismo sitio en el que Koldo apoyaba su pie derecho. Para recordar a los turistas quiénes eran esos cuatro que visitaron Aldeanueva hace casi diez años:

Graffiti en una pared de Aldeanueva del Ebro. L.C.