"A los manes ecuatorianos de La Mancha que ponen a nuestro cargo les da mucho la risa cuando una cuadrilla de compatriotas hondureños hace un corrillo y alguien saca el culo de aluminio de una lata de cerveza para cocinar basuco (la pasta base de cocaína habitualmente conocida como crack) entre los surcos de la plantación de ajos”, asegura Felipe.
"Esa mierda está muy dura y ayuda a resistir. Cada vez que prenden esa vaina se reúnen como nueve delante del encargado. Hay también colombianos. Aquí hay mucha gente que consume alguna porquería para soportar el dolor de espalda. Yo diría que casi todo el mundo. Y en verano aún es peor. Se ponen pálidos, blanquísimos, pero se concentran más en el trabajo. Como a la hora del almuerzo ya se les pasó el efecto, vuelven a consumir y, a eso de las tres, se ponen todos a fumar maría. Los ecuatorianos que nos pastorean no dicen nada cuando paramos porque luego la cuadrilla rinde más y se queja mucho menos", prosigue.
"Otros beben alcohol y algunos, como yo, me atiborro de Lírica (un medicamento habitualmente usado para tratar el dolor neuropático crónico y la ansiedad generalizada", continúa el jornalero centroamericano. "Hace ya cuatro años que me diagnosticaron la malformación de Chiari, que es una enfermedad muy rara que hace que me duelan hasta las uñas y que a veces me provoca diarrea. Se supone que el máximo diario de pregabalina son 450 miligramos pero yo me tomo más del doble para aguantar ocho horas cada día sin levantar la cabeza del suelo. Ustedes no saben qué es aquello. Uno de estos días va a ser noticia que uno de mi país tumba a un ecuatoriano", dice.
Felipe es hondureño, tiene 37 años y lleva en España desde el verano de 2024. Durante los últimos tres meses, ha trabajado para un grupo de mafiosos ecuatorianos que ejercen como intermediarios entre agricultores de Ciudad Real, Albacete y Jaén y los desesperados inmigrantes indocumentados. Son, por así decirlo, los matones a sueldo de las ETT piratas en manos de ecuatorianos que proveen de mano de obra a algunos agricultores de La Mancha, perfectamente conocedores de las condiciones en que se desarrolla este trabajo.
A lo largo de las últimas semanas, mientras realizábamos pesquisas sobre el horror en esos campos españoles, Felipe se mantenía en contacto casi diario con EL ESPAÑOL, dando cuenta minuciosa de esta abominación esclavista a la que se enfrentan africanos, romaníes e hispanoamericanos.
Casi toda la investigación se ha documentado gráficamente mediante vídeos y fotografías tomadas a hurtadillas que muestran, por ejemplo, cómo son trasladados como ganado desde Tomelloso u otras localidades a fincas situadas a más de dos horas de viaje en flotillas de furgonetas con los cristales ahumados conducidas por borrachos o cómo son obligados a trabajar sin máscaras bajo las pestilentes emanaciones de las fumigadoras.
Felipe comparte habitación con otro compatriota oriundo, como él, del departamento hondureño de Choluteca en un piso de Bolaños de Calatrava (Ciudad Real). A menudo repite que está traumatizado por toda esta experiencia, a punto de quebrarse, al borde de agotar su capacidad de resistencia.
La caravana de furgonetas fotografiada por uno de los migrantes.
Al principio dudaba sobre si dar a conocer lo que está sucediendo allá en La Mancha, a dos palmos de la Benemérita, pero al cabo de unas semanas, pudo más el coraje de estar sufriendo esa injusticia que el temor a perder la miseria que le pagan por romperse las espaldas trabajando en las viñas o desyerbando plantaciones de cebollas.
Se sabía que en lugares como Oaxaca o Michoacán (México) o, más cerca de nosotros, en Italia, los jornaleros indocumentados eran alentados a tomar droga para rendir más en el trabajo. Felipe confirma ahora que hace ya tiempo que eso también sucede en nuestro país. No hay pruebas, sin embargo, de que la droga aquí sea proporcionada por los propios contratistas, tal y como sí sucede en Sonora o Sinaloa. "De todos modos, no es preciso porque en las cuadrillas hay también camellos", asegura.
El consumo habitual de cocaína, marihuana o de analgésicos para el dolor severo como la Lírica o el Tramadol es una evidencia transversal de que parte de las cosechas de nuestros campos se obtienen sirviéndose de mano de obra casi esclava con el conocimiento y con la connivencia de los agricultores que recurren a los capos ecuatorianos.
"Sólo les falta el látigo"
"Solo les falta el látigo", asegura Felipe. "Nos tenemos que levantar a las cuatro de la mañana para llegar hasta esa plazita de Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) por la que pasan a las cinco cada día a llenar los colectivos (furgonetas) con latinos, negros, marroquíes y romaníes. Está como cuatro cuadras más arriba de la plaza de toros. La Guardia Civil lo sabe bien porque se dan siempre un par de vueltas. Esto es como en Arizona, California o México".
Y, en efecto, así es. Tal y como sugiere el hondureño, el sistema no difiere en nada del de los empleadores de "frijoleros" de Phoenix o Michoacán. También en Norteamérica se enfrentan los jornaleros a inhumanas jornadas laborales que les empujan a consumir cristal (metanfetanina) a la manera de un vigorizante. Incluso el modo en que se les coacciona está clonado del de los contratistas 'gringos' o mexicanos, que solo ofrecen trabajo temporal por días en unas condiciones inhumanas.
"Te intimidan, te castigan: 'Tú no me trabajaste bien ayer y no te vienes hoy'. Nos aprietan con el miedo a dejarte parquiado. Ahorita estamos desyerbando ajos y nos llevan desde Bolaños hasta Albacete, y de allí luego a la finca. Llevan las furgonetas con las lunas tintadas para que no vea la policía que transportan irregulares. Son dos horas a la ida y otras tantas a la vuelta, más las ocho y media que pasamos con la espalda encorvada. Porque nos dan tan solo para el almuerzo treinta minutos exactos. Hágase usted la suma. Catorce horas y media cada jornada", continúa Felipe.
"No nos dejan ni llevarnos nuestro agua para que no perdamos tiempo", apunta. "Llenan unos galones que no limpian jamás. A veces, le dan el agua de una gasolinera. Otras la toman de una bomba con un aviso gigantesco que dice 'no potable'. En aquellos dos bidones calman la sed, baboseando la botella, cuarenta peones marroquíes, sudamericanos y africanos. Pero el asco se te va cuando el cansancio y el dolor te desesperan. Está muy bien lo de que te den trabajo sin tener papeles pero es odioso que se aprovechen de este modo de los inmigrantes", dice.
Y a cambio de su sobreexplotación perciben unos salarios con los que apenas se sostienen. "Por cada día de esclavitud nos pagan 55 euros", asegura el hondureño. "Y los manes ecuatorianos que nos contratan se quedan con otros tantos o incluso con más. Los que nos llevan a nosotros tienen a más de cien al cargo, así que se están haciendo de oro. Y todo esto que les cuento pasa siempre ante los ojos de los terratenientes. Si es que a veces son los mismos dueños los que incitan al maltrato”.
Jornaleros extranjeros trabajando el campo manchego en condiciones de semiesclavitud.
"Muchos de los que llegan nuevos no resisten ni media hora. Yo no he visto hasta ahora que nadie golpee al encargado. La sangre le hierve a uno y te provoca darles en la cabeza, pero, como dicen los de acá, es mejor tragarse el sapo; el sapo que uno lleva atascado en la garganta", dice.
"Hay días en que no duermo ni cuatro horas porque uno tiene que bañarse y toca además prepararse la comida”, explica. "Hay gente que ni cocina. Como ayer no hubo luz -refiriéndose al lunes 28 de abril, día del gran apagón-, pasamos todo el martes con un emparedado de mortadela", afirma.
"El domingo hay que trabajar obligatoriamente porque, si no lo haces, el lunes ya te han ocupado. A mí ya no me da para hacer los siete días completos pero hay muchos que trabajan todo el mes corrido. Yo no consigo resistir ni dieciséis días. Reventándome este mes no he sacado ni ochocientos euros. Pago 150 por compartir la habitación con dos o tres y luego está el gasto de la comida", lamenta.
En las cuadrillas con las que Felipe ha trabajado hay también mujeres. Aunque según afirma, el consumo de drogas duras es más propio de los varones, lo que es casi generalizado es el uso de marihuana y de alcohol. Otro de los jornaleros nos confirma que incluso los conductores ecuatorianos de las furgonetas les transportan a las fincas tras haber vaciado tres o cuatro litros de cerveza "a la ida y a la vuelta", lo que a veces añade una hora adicional a sus ya de por sí interminables jornadas, la que les toma detenerse a comprar bebida durante el camino.
En Italia conocen este sistema de contratación por días y a mano alzada a través de intermediarios como el caporalato. Allá también se han creado mafias controladas por los propios compatriotas de los explotados, que desde hace algunos años recurren de forma sistemática a analgésicos, antiespasmódicos o heroína para soportar sus jornadas de trabajo.
"Muchos quiebran porque no resisten el dolor de los glúteos, los muslos y la espalda", dice el hondureño. "Los cuidadores ecuatorianos a nuestro cargo tienen como una especie de manual de abusos psicológicos. 'Agacha, Venezuela. Agacha, Honduras, Agacha, Colombia', gritan cada vez que uno levanta la cabeza. 'Si les duele mucho la espalda mejor quédense en casa y allí no les dolerá nada', dicen".
"O te gritan porque te dejas una rama. He descubierto que da igual que lo hagas perfecto. Lo primordial para ellos es hacerte sentir que no eres necesario y que, en cualquier momento, te envían de vuelta al colectivo. Aguantar en esa posición durante tanto tiempo es una tortura insoportable. Algunos rompen a llorar. No consiguen disimular las lágrimas, que se confunden con el sudor. En cuanto te levantas mucho, acude el supervisor del contratista como el buitre a la carroña. Y si te da por responder acabas en la furgoneta y ya no vuelves más. Es como matar a uno de cuando en cuando para que el resto vea lo que pasa por abrir la boca", relata el hondureño.
¿Y quiénes gobiernan este imperio ilegal de caporolato a la manchega? Según dice el hondureño, solo conocen a los encargados que tratan con ellos, y ni siquiera por sus nombres verdaderos porque se dirigen a ellos por el mote. "Hay uno al que le dicen Paúl. Luego está el Gato y los dos Coletas. Uno de Tomelloso y otro de Bolaños. Los dos son malísimos", recuerda el inmigrante.
"El Coletas de Bolaños de Calatrava carga con la demanda de un colombiano porque tiene la costumbre de poner a trabajar quince días a la gente y despedirlos luego sin pagar el sueldo. Si se quejan, amenaza con denunciarlos. Cuando los echa, los reemplaza. Acá hay otro al que le llaman Bola, que es de la familia de Luis Minta. Minta se fue a Ecuador y dicen que ha dejado al cargo a sus hijos y sus yernos, que hacen lo que les da la gana. Me refiero a Marlon y a la Jenny".
Contratistas en La Mancha
"En un pueblo como Tomelloso puede haber fácilmente hasta cuarenta de estos contratistas y la mayoría son ecuatorianos. Se conocen unos a otros y monopolizan el mercado de la gente sin papeles. Se están haciendo millonarios porque se ahorran la Seguridad Social. Incluso las herramientas que nos dan las descuentan de la primera paga al doble de su precio. Se aprovechan del inmigrante", precisa el jornalero.
"Yo nunca imaginé que pasaría por esto. Tengo estudios y experiencia pero no sirven de nada aquí. Y luego tienes a esos mafiosos, que son ignorantes con dinero. Tienen hasta páginas en el Tik-Tok para atraer a la gente. Otros se van incluso al aeropuerto a buscar a los recién llegados. Y ahí los ves. Manes sin estudios básicos han logrado reunir flotillas de hasta doce furgonetas".
Trabajadores debajo de la maquinaria agrícola.
Y mientras tanto, algunos de los trabajadores de los campos españoles acaban cayendo en el círculo vicioso de la deuda contraída por la necesidad de pagar la propia droga. “La consumen para trabajar y acaban trabajando para pagarla”, ironiza Felipe.
No hay pruebas fehacientes de que se hayan registrado muertes asociadas a su consumo, pero sí sospechas insidiosas. "Aquí me cuenta mi compadre que esta semana se murieron en el campo dos africanos que trabajaban con Coleta”, afirma el jornalero. "De uno dis que le dio un ataque pero nadie sabe bien por qué se ha muerto el otro. Yo no me veo aguantando todo el verano. Con el calor he visto desmayarse a mucha gente. Mi amigo Chimpa casi se queda tieso", asegura.
Es también habitual que haya extranjeros que renuncien finalmente a tratar de ganarse la vida con un trabajo honrado. Son tentados a menudo por los propios traficantes. “No sé qué voy a hacer. Nos han ofrecido vender droga en Tomelloso y en Bolaños”, confiesa el hondureño.
“Hay un parcero venezolano que me ofreció mover un kilo de blanquita, una cosa muy fina. Otro pelao que está en la plantación conmigo dice que la trae uno de Madrid y la vende al separado. Aquí no nos faltarían clientes porque consume todo el mundo. De mañana y al mediodía. Y ni mierdas dice el encargado. Antes se ríe el desgraciado. Con los ecuatorianos eres libre para meterte huevonadas", se queja Felipe.
"Es una cantidad de hierba y piedras las que hay cuando desyerbamos las cebollas que ya no te cabe un callo más en las manos. Está dura esta vaina", concluye el jornalero. "Los españoles que contratan con el dueño de la finca llegan, miran, revisan cómo sacamos el trabajo y si no les gusta lo que ven, aún lo aprietan más a uno. Había uno en Jaén que era como racista y solo quería gente blanca. A otro le dicen don Luis. Mide como uno ochenta, tiene como cincuenta y tantos y es de contextura gruesa. Aunque sellan las ventanillas, yo conozco las ubicaciones de las fincas porque voy mirando por la luna de delante de la buseta".
