En el año 1494, una variante muy grave de la sífilis afectó a Nápoles. Este tipo de sífilis provocaba dolorosas y grandes llagas por todo el cuerpo que, si no se trataban correctamente, comenzaban a oler y a convertirse en úlceras que provocaban que la carne se cayera de la cara, de los labios o de la nariz. Como resultado de este brote, las calles se llenaron de afectados en distintos estados de descomposición, caminando con sus rostros podridos y los huesos expuestos al aire.
A fines del siglo XVI, la imagen de las víctimas de sífilis se volvió un poco más "elegante", ya que se maquillaban cubriendo las llagas y usaban pelucas perfumadas para ocultar su calvicie y el mal olor que despedían sus cuerpos podridos, afectado por una enfermedad de la que se desconoce quién la transportó a Europa. Quizá fueron los italianos, tras volver del Nuevo Mundo, o mercenarios españoles, porque ellos también habían viajado a América para más tarde unirse a Carlos VIII para sitiar Nápoles.
Lo que está claro es que nadie quería tener relación con esta terrible enfermedad, por lo que cada país la bautizó con el nombre de sus enemigos. Los ingleses e italianos la llamaron "enfermedad francesa". Los franceses la bautizaron como "enfermedad de Nápoles". Los persas la llamaron "enfermedad turca". Los turcos "enfermedad cristiana". En la India se la llamó "enfermedad portuguesa". Y en Japón era conocida por "viruela china".
Enfermo de sífilis
En pleno siglo XX, la sífilis seguía vigente, y los países más "desarrollados" mantenían con ella una guerra que pretendían ganar a cualquier precio. Solo así se explica que, entre 1946 y 1948, el Servicio de Salud de los Estados Unidos de América financiase con dinero público la experimentación con esta y otras enfermedades en un país soberano como Guatemala sin el consentimiento de los afectados. Todo dirigido por un médico que, décadas después, sería conocido como el Mengele estadounidense: John Charles Cutler.
La heroína de la historia
En el año 2010, la historiadora Susan Reverby estaba escribiendo un libro sobre el Experimento Tuskegee, un ensayo clínico racista, que duró 40 años, para investigar el tratamiento de la sífilis en la que murieron 128 afroamericanos y que ya te conté aquí.
Durante su investigación en los Archivos Nacionales en la universidad de Pittsburgh, Reverby encontró decenas de cajas con documentación que detallaba la historia de otro experimento médico sobre la sífilis realizado en Guatemala en la década de los 40, dirigido y realizado por profesionales de salud de Estados Unidos con asistencia de ambos gobiernos y administraciones.
Según aquella documentación, John Charles Cutler, uno de los médicos que había participado en el Experimento Tuskegee, había inoculado sífilis, gonorrea y chancros a más de 1.300 personas sin su consentimiento: soldados, prostitutas, niños con discapacidad y presos.
¿Nazis?
Mientras en los juicios de Nuremberg se acusaba a los nazis de realizar experimentos con prisioneros, el gobierno estadounidense empleaba fondos públicos para infectar a los ciudadanos de un país con enfermedades letales.
En aquella época, se sabía que la penicilina era efectiva para el tratamiento de la sífilis y la gonorrea, pero no se sabía muy bien cómo prevenirlas y tratarlas, lo que había provocado que, durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtieran en un problema de salud de primer orden.
El objetivo de esta experimentación era probar la eficacia de una amplia variedad de medidas profilácticas para prevenir la infección. Además, se pretendía entender los cambios en la sangre y en el organismo tras la inoculación de estas enfermedades dependiendo de si el contagio provenía de conejos enfermos o de personas infectadas.
Guatemala
John Charles Cutler sabía que esta experimentación no podía hacerse en su país, así que buscó otro donde hacerlo: Guatemala. ¿Por qué allí? Porque era uno de los pocos países del mundo donde la prostitución se permitía en las cárceles, un punto clave para su plan.
Inicialmente introdujo la sífilis en Guatemala en conejos enviados en un avión fletado por el Servicio Nacional de Salud desde Nueva York, pero la mayoría murieron durante el viaje, así que solicitó autorización a las autoridades guatemaltecas para obtener la enfermedad de pacientes locales.
El doctor John Charles Cutler.
Una vez obtenido el patógeno, Cutler lo introducía en las prostitutas, que eran invitadas a visitar a presos y soldados para ofrecerles sus servicios por cortesía del gobierno de Estados Unidos, para que extendieran la enfermedad, pero no obtuvieron los resultados esperados. Además, los presos se resistían a las extracciones periódicas de sangre, por lo que los científicos cambiaron el enfoque.
Decidieron emplear a niños de un orfanato con problemas mentales, soldados, pacientes de un hospital psiquiátrico... cualquiera era válido con tal de que no hicieran muchas preguntas, ya que tan solo se les informaba de que lo que estaban haciendo con ellos era probar un nuevo suero derivado de la penicilina.
Era lo correcto
Finalmente, en 1948, el estudio concluyó, aunque algunos test de laboratorio continuaron hasta años más tarde, y se ordenó a Cutler salir del país. Preocupaba una posible filtración a la prensa, a pesar de que en ningún momento se ocultaron sus resultados, que fueron presentados en un congreso y publicados en varios ensayos médicos.
Cutler siguió con su vida, llegando a convertirse en un reputado y prestigioso investigador y guardó toda la información que había obtenido en Guatemala en su archivo personal, que se conservaba olvidado en la Universidad de Pittsburgh, hasta que la historiadora Susan Reverby lo rescató.
John Charles Cutler falleció en febrero de 2003. Diez años antes, en un documental que se grabó sobre sus prestigiosas investigaciones, no tuvo problema alguno en decir que era indeseable gastar penicilina para tratar la sífilis en sus cobayas humanos, porque habría interferido en lo más importante: los resultados del estudio. Cutler consideraba a las víctimas de sus experimentos como soldados de una guerra contra la enfermedad cuyas vidas eran prescindibles.
Extracción de sangre para su análisis
Disculpa de Barack Obama
Cuando la noticia del experimento salió a la luz pública, Barack Obana ordenó una investigación a la Comisión Presidencial para el estudio de asuntos de bioética. Las pesquisas demostraron que al menos 5.500 individuos participaron en los experimentos, de ellos, más de 1.300 fueron expuestos a las enfermedades, solo se les ofreció tratamiento a 700 y fallecieron 83.
Estas conclusiones provocaron la insólita decisión de Estados Unidos de disculparse
oficialmente con Guatemala. El 1 de octubre de 2010, la secretaria de Estado Hillary Clinton y la de Salud, Kathleen Sebelius, ofrecieron una disculpa pública en un comunicado conjunto que llegaba, como casi todas las disculpas, tarde.
