Acabo de tomar asiento en el Fred Olsen que viaja de La Palma a Tenerife este lunes. Abandono la ‘Isla Bonita’ sin asimilar lo visto estos días y, al entrar en Twitter, una foto me deja de piedra. Otra vez: es desesperante hasta para los peninsulares. Una casa cubierta por la ceniza del volcán me hace regresar a lo vivido en la última semana. Aquí no sólo sepulta la lava, también lo hace la ceniza. La nueva normalidad en este lugar es el ruido, la sorpresa y la incertidumbre,.

Es lunes, el volcán de Cumbre Vieja lleva activo 9 días, aunque acaba de cesar su actividad. El camarero que me sirve el café en Los Llanos de Aridane no tiene un buen día. Se le olvidó llevarle un ‘solo’ a una señora. Ella, comprensiva: “No se preocupe, son malos días para todos”. El trabajador había contado momentos antes que su casa estaría bajo la lava. Ayer mismo estuvo sacando cosas a la desesperada. Hoy, la vida continúa para todos.

No es el único testimonio desgarrador encontrado en una semana. Las lágrimas son un río habitual en muchos puntos de la isla. Cuando ves llorar a tíos como trinquetes, el miedo te recorre el cuerpo. Ellos nunca fueron educados para eso. Si están así, la situación es harto complicada.

Una mujer, con un paraguas frente al volcán. Reuters

Lo ocurrido ha mermado a todos mentalmente por una u otra razón. Como nos decía en El Time un motero el pasado domingo, “gallo, que aquí somos 80.000 personas, que entramos en el Camp Nou y sobran asientos, que nos conocemos todos”.

Una semana después de la erupción del volcán, sólo hace falta pasear para comprobar la desgracia que se vive en la isla. “¡¡Son unos subnormales!!”, gritaba este lunes un hombre cerca del pabellón Severo Rodríguez. Está fuera de sí y uno de los voluntarios (chaleco amarillo) tenía que calmarle. No es el único.

En el pabellón están mucho más organizados que hace una semana, sin duda. Es el epicentro de la solidaridad en la isla, aunque hay otros puntos. Han montado un dispositivo casi profesional de ayuda en apenas unos días. Incluso hay un cartel para ser voluntarios con los teléfonos de los responsables de cada área. Como un equipo de remo. Para clasificar ropa, para la comida, para el supermercado… Los concejales de Llanos de Aridane también están constantemente echando una mano. La unión hace la fuerza, dicen.

Cada vez hay menos periodistas en la isla, el foco mediático parece desvanecerse por momentos y el reportero que está ante ella se despide. Ahora mismo tienen de todo, pero vienen meses complicados. “Hace falta de todo aquí. Desde ropa a comida, de televisores a cafeteras”. Estamos pidiendo que se haga una donación responsable”, apunta. Es decir, prolongada en el tiempo y, a poder ser, de enseres embalados. “Por favor, no se olviden de nosotros”.

Una señora limpia su casa de cenizas. Reuters

Esa es una de las grandes preocupaciones en la isla, el olvido, quedarse solos. Otra es cómo recuperar la normalidad. Aún queda mucho combate contra el volcán. Aunque dio un respiro este lunes, por la noche volvía a dar guerra. Debería estar activo entre 24 y 84 días según los pronósticos.

La nueva normalidad

Acostumbrarse a vivir con un volcán al lado no es fácil. Tu futuro queda a expensas de lo que decida la naturaleza. Cada mañana es una ruleta: a ver qué pasa. Sí o no hay clases, el aeropuerto -único medio para salir de la isla además del barco- ahora abre y ahora cierra, algunos barrios son desalojados y otros confinados, el viento y la ceniza impiden circular por una carretera de forma segura…

La muestra más clara de esto es el ruido, convertido en norma en casi toda la isla desde la erupción del Cumbre Vieja. ¿A qué suena un volcán? Un volcán suena constantemente a mar embravecido contra las olas. Quizás, a tormenta constante. Excepto cuando sus explosiones son más fuertes. Ahí es inconfundible el petardazo, incluso a kilómetros de distancia.

El último día incluso me sentía raro en Los Llanos. Pensé que la nostalgia me abrazaba por mi marcha, pero no era eso. Todo estaba en silencio. Y yo no sabía lo que era el silencio en este lugar desde que llegué.

Unas manos llenas de ceniza del volcán de cumbre vieja.

Además, los palmeros se tendrán que acostumbrar en esta nueva normalidad a conducir con ceniza en el suelo. El más difícil todavía. Las carreteras de La Palma son en su mayoría serpenteantes y de un único carril por sentido. Las noches de luna, oscuras. Sin luna, muy oscuras. Todavía no sé cómo lo hacen los locales para coger estas curvas a la velocidad indicada en condiciones normales. 

Uno de los días pasé miedo en el asfalto. Será lo habitual hasta que cese la actividad volcánica cuando se mezclen en la cumbre agua y ceniza. Iba de Santa Cruz a Los Llanos a las 11 de la noche. Mi único pensamiento era aguantar despacio, tratar de seguir las líneas e intentar que el coche no se fuera en una curva. La carretera tenía tanta ceniza que parecía recién asfaltada. Ni líneas que delimitaran carriles ni nada por el estilo. A ojo de buen cubero. Luego hubo que utilizar conos de guía.

Hablando de circular, la lava del volcán y el perímetro de seguridad han cortado algunas carreteras de la isla. Ir de Los Llanos a Fuencaliente, en la misma costa de la isla, cuesta más de una hora en carretera. Antes, apenas había que hacer un trayecto de 20 minutos.

Esto, sin duda, modificará el día a día de muchos palmeros los próximos años, hasta que se puedan intervenir las coladas. Lo comprobamos el día que hicimos el reportaje sobre Los últimos días de Todoque antes de ser engullido por la lava: "Solo nos queda rezar"

El problema de la ceniza es que coloniza toda la isla. Da igual que la colada caiga hacia un lado, en Santa Cruz te puede llover ceniza al punto de tener que llevar paraguas. Dentro del coche, se escuchaba la lluvia, aunque no caía del cielo precisamente agua.

Por cierto, hablando de conducción y peligros. Por las noches, muchos curiosos quieren sacar la mejor imagen del volcán. Algunos de ellos se ponen incluso en los estrechos arcenes de la carretera con los trípodes o cruzan con pasmosa tranquilidad por curvas con nula visibilidad. En fin, tiempos y costumbres.

El miedo y la incertidumbre

Dicen que una amenaza duele porque imaginas el dolor que sentirás cuando se complete. Los palmeros viven así su día a día ahora: entre el miedo y la incertidumbre. No saben nada, están a los designios del volcán.

La iglesia de Todoque acabó por caer. Carlos Aciego

Unos se aferran a la fe, como ocurrió con la iglesia de Todoque. Durante un par de días pensé que la lava no la alcanzaría. Creía hasta un agnóstico como yo. Y sobre todo creía en la acción de los bomberos y su muro de 10 metros. Desafortunadamente, ante el volcán hay poco que hacer.

En una 'azotea' montañosa, unos vecinos de La Palma veían el volcán en sus inicios. Una de ellas acabó por irse de casa al no soportar los temblores, pero el resto siguen subiendo al monte a ver lo que hace el volcán. "Si estás dentro, te asustas con las explosiones y quieres ver qué ha pasado. Pues mejor estar aquí", nos decía. Por las noches es casi imposible dormir pensando qué está ocurriendo cuando no miras y sigue sonando.

Eso, cuando hay ruido. Cuando no hay ruido, quizás la incertidumbre es peor. Durante la inactividad del volcán, muchos esperaban acongojados su vuelta, pero temían también algo peor: la ruptura de una boca tres kilómetros más al sur.

Las disyuntivas aquí son muchas. El dolor de unos contrasta con la ilusión de otros por ver un volcán activo. De hecho, una generación de palmeros soñó con verlo, aunque no de esta manera, sino erupcionando más al sur y sin daños personales. Las imágenes que deja el volcán son espectaculares, sobre todo cuando cae la noche y la lava se ve nítida, pero el daño causado es aún mayor.

La respuesta a este entuerto es tan personal que las opiniones de los propios palmeros son dispares: de los que quieren acabar con estos "indeseables" a los que quieren atraerlos porque la ruina que se viene en los próximos meses dejará a muchos en el paro.

Unos turistas miran el volcán desde un aparcamiento en Los Llanos. Carlos Aciego

Y esa es otra de las preguntas que se hacían los que aquí viven. ¿Qué pasará con el trabajo? ¿Qué pasa si la lava alcanza las plataneras? ¿Qué ocurrirá con esas fincas? Por el momento, solucionar el problema del agua puede ser un problema, pero no será el mayor de ellos seguramente en el futuro.

En la zona del puerto de Tazacorte, los pescadores decían días atrás a EL ESPAÑOL: "Aquí vivimos del plátano. Si el del plátano tiene le compra al del pescado y el del pescado al del quiosco. Vamos a ver los próximos meses".

La gente de La Palma

Llegué a La Palma en un vuelo tranquilo hace una semana. A mi lado, un joven periodista palmero en busca de oportunidades. También volaba con la intención de ver a su familia. En estos días, muchos ciudadanos locales regresaban a casa para ver a los suyos. Sin el abrigo de los nuestros es imposible resistir este tipo de situaciones.

Eran días complicados. La incertidumbre era mucha después de la erupción del volcán de manera casi inesperada. En la isla casi no había alojamientos. El mío lo conseguí apenas 12 horas antes de pisar territorio palmero, de madrugada. Una habitación en un AirB&B era lo máximo a lo que aspirábamos.

Una habitación en casa de Ana Sandra, una señora que junto a su hijo alojaban a otro reportero más. Estos días en la isla la mayoría éramos periodistas. Cuando preguntábamos nos hemos llevado más de un "soy compañero".

A lo que iba, Ana casi no encendía la televisión para no enterarse de lo que ocurría. Seguía los pasos del volcán por los ruidos que llegaban a casa. El día de vuelta me abrazó como si no hubiera un mañana: se acababa de enterar de que el volcán había cesado su actividad y aguardaba esperanzas de que fuera el principio del fin, aunque no fuera así. “Ya decía yo que no escuchaba al muchacho”.

Un operario del Ayuntamiento de El Paso ante el volcán. Carlos Aciego

Y es que aquí al volcán se le personaliza. “Se despertó cabreado hoy”, “no veas como está rugiendo, gallo”, o “está medio dormidito ahora”, hemos llegado a escuchar en estos días.

También Pablo, uno de los voluntarios que reparte avituallamiento a través del Ayuntamiento de El Paso, lo personalizaba. Lloraba a lágrima viva cuando veía Todoque comido por la lava y ni un abrazo le consolaba. “Este cabrón…”, sollozaba junto a la colada norte del volcán. Espero que las flores te dieran algo de consuelo, compañero.

Su historia no es la única que demostraba humanidad en estos días, quizás lo más resaltable después de todo. La de Omar Hernández es digna de mención. El concejal del Ayuntamiento de El Paso organiza todos los días el avituallamiento para los puntos de control establecidos en el perímetro del volcán. Está pendiente a todo, mientras conduce incluso responde a una entrevista en Tododeporte. Él es uno de los culpables del renombre que ha alcanzado la carrera transvulcánica. Los miembros de la corporación de Los Llanos de Aridane y El Paso, entre otros, han restaurado parte del prestigio al sector político con lo realizado estos días.

El pabellón Severo Rodríguez es otra muestra más de humanidad. La organización es casi profesional. Cada voluntario tenía una historia detrás. Como María del Carmen o Eugenia, que vinieron para donar y acabaron organizando. En este lugar, jóvenes y niños enmudecen a los críticos de las nuevas generaciones.

Llego al final del viaje. El barco está a punto de atracar en Tenerife, la única manera de salir de La Palma por el momento. Los bomberos del consorcio de Gran Canaria también utilizan esta vía. Son muchos los cuerpos de emergencias que trabajan en La Palma, entre ellos el mencionado, que intentó a la desesperada salvar Todoque. No lo consiguieron, pero lo intentaron, el mayor símbolo de resistencia. Al atracar el barco, los tripulantes le dedican un sonoro aplauso que pondría la piel de gallina a José Mourinho. Toca descansar, pero aún quedan muchos días de trabajo contra el volcán.

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