Encienda en lector su linterna de petaca porque una tribu de adictos a los faros se aproxima, conectada en la red de redes a la espera de la próxima señal. ¿Por qué los faros nos siguen deslumbrando? La respuesta tiene forma de destello que se pierde en la oscuridad de mares remotos. 

Más pronto que tarde veremos como algún emprendedor se decide por fin a convertirlos en red de hospedajes con encanto, certifica el Relais Chateaux farero y se forra, claro está. 

Hace años que los navego, los leo y releo -hay muchas maneras de leer un faro-, portulano en mano, y me los imagino e invento porque a mí los faros me deslumbran cuando piso tierra firme y cuando navego me guían en la noche. Somos muchos a los que los faros nos siguen deslumbrando. Y esto pinta que va a durar hasta que duren los mares.

El faro de las islas Columbretes ilustrado por González Macías.

Mantengo viva una relación romántica con algunos faros modestos. El de Cabo de Palos, que vio volar un zeppelin alemán sobre su linterna el 2 de junio de 1935 mientras los chiquillos se bañaban en la Playa de Levante, es el faro de mi infancia. “El faro de Cabo de Palos, lo han hecho los catalanes, y dicen que va a durar, hasta que duren los mares”, canturreaban en casa delante del frito de verano. Frente a él, el pequeño faro de las Islas Hormigas, peligrosas como una cuchilla en las manos de un preso viejo. El faro de Palos y el pequeño de las Hormigas se mandan señales de amor las noches de verano. 

Cada amante de los faros tiene su favorito, un buen marino los ama a  todos. Y si nos falta nuestro elegido cuando se menciona la leyenda farera nos cabreamos. Así ando yo esta semana al descubrir que el ilustrador y escritor José Luis González Macías, autor del fantástico Breve Atlas de los Faros del Fin del Mundo, editado por la leonesa Ediciones Menguantes -¡no me dirá el lector que no tiene mérito que una editorial en León se haya fijado en los faros y en su atractivo popular !- no ha incluido Palos en su listín.

González Macías que se declara un impostor en el tema, pero que soluciona bien el libro, solo incluye dos faros españoles, elegidos por su particularidades: el Faro de Buda, del ingeniero Lucio del Valle (1864) en el Delta del Ebro y el Faro de Las Columbretes, encendido por primera vez en 1959, para iluminar las 19 hectáreas emergidas frente a las costas de Castellón. No he navegado ninguno de los dos, pero los acabo de apuntar en mi cuaderno de bitácora para futuras rutas. 

El libro, que ya anda por su tercera edición y que verá más, se terminó de imprimir el mismo día del nacimiento de Albert Einstein, 142 años después, eso sí, en Asturias. De Einstein cuentan que habría sido farero de no haber sido físico. Nunca lo sabremos. El caso de Einstein se repite a menudo. “Yo hubiera sido farero” -técnico de señales marítimas, tiene mucho menos sex appeal- habrás escuchado decir alguna vez, y yo mismo lo mantengo a menudo, pero del dicho al hecho ya sabes que hay mucho trecho. La soledad del farero es tan romántica como dolorosa para él e insoportable para los suyos. 

Entre mis libros favoritos sobre el mundo de los faros, y algunos que recomiendo al lector, navegue o no, apúntese, desde luego, El Faro del Fin del Mundo de Julio Verne para empezar con literatura de aventuras. Si te gusta la literatura te gustará también El Barco Faro de Siegfied Lenz, editado por la fantástica Impedimenta del irreductible Enrique Redel. Interesantes son también los ensayos de Cuaderno de Faros de la mejicana Jazmina Barrera (Editorial Pepitas). Si prefieres las experiencias en primera persona apunta el testimonio del valenciano Julio Vilches, Sálvora. Diario de un farero (Hoja de Lata) que cambia el Mediterráneo por el Atlántico y desembarca en la bocana de la ría de Arosa en 1980. La lista es muy larga: Los Vigilantes del Faro de Camilla Läckberg (Maeva) o el clásico infantil The Little Red Light House de Hildegarde H.Swift y Lynd Ward (que yo sepa sin edición en castellano), entre otros.

Para los más aventureros El Naufragio del Sirio, de Luis Miguel Pérez Adan, cuenta a lo largo de 260 páginas la tragedia de “nuestro Titanic”, el hundimiento del barco de vapor italiano Sirio en 1906, en el bajo de fuera de las Islas Hormigas, frente a Cabo de Palos. También los hay fotográficos, los más populares, como el francés Phares, Monuments Historiques des Cotes de France (Editions Du Patrimoine), normalmente con un uso y abuso de fotografías desde helicópteros con olas gigantescas batiendo las torretas, y poca información técnica. A mi me gusta más Les Phares (2016) una de las guías Gisserot, más técnica (Editions Jean-Paul Gisserot), pero solo incluye faros franceses.

El faro de cabo de palos sobrevolado por un dirigible alemán el 2 de junio de 1935.

Si prefieres los faros para hacerte compañía, Editions Jack edita una colección de postales con algunos de los faros más especiales. Las tengo todas. Como es de rigor en cada postal, cada faro cuenta su posición exacta. Ejemplo: el faro de Les Barges que podrás localizar su navegas o googleas a 46. 29,7 Norte/001. 50,5 Oeste, en Les Sables de Olonne, de donde partió nuestro marino Didac Costapara circunnavegar la tierra en solitario hace unos meses.

Si prefieres los faros desde el punto de vista del invento de los hermanos Lumiere es para mí imprescindible revisar El Faro (2019), la película de Robert Eggers con Williem Dafoe y Robert Pattinson que cuentan la historia de dos fareros en 1890 que acaban locos de atar en una isla de Nueva Inglaterra. El faro es a la fimografía de faros lo que U Boat (El Submarino) a su hermana, la fimografía de sumergibles. 

Amo los faros porque están más arriba, porque los siento al margen de la ley (aunque se que no es verdad), porque sus destellos son siempre distintos, porque nunca duermen, porque la mayoría de ellos emiten un sonido gutural cuando la niebla los rodea, porque conocen las miserias de sus habitantes más míseros, porque sus pobladores deberían tener un país propio, porque me gusta que se vistan de rayas, porque me han ayudado más de una vez a no estrellarme en la noche contra los acantilados, porque dieron nombre a El Faro de Vigo, porque en su casa se fuma en pipa y huele a café de puchero... y así podría escribir y escribir y aumentar la literatura farera que es un subgénero eterno.