Dos caras, la A y la B. Una cinta virgen que giraba dentro de una cajita a 4.76 centímetros por segundo y el mundo también giró. La mirada pilla del simpático Lodewijk Frederik Ottens (Países Bajos 1926-2021) se apagó esta semana a punto de ver el resurgir de la cinta de casete como un renacido formato hipster.

El invento de Lou transformó la civilización en la segunda mitad del siglo XX. No exagero. ¿Cómo? Permitiendo la grabación doméstica y portátil. Sin embargo, no fue el uso doméstico de la música popular lo que cambió la historia, fue la posibilidad de grabar a cualquiera y en cualquier sitio, testimonios y sonidos. Tan simple y tan complejo como esto. Gracias Lou.

Ottens trabajaba de ingeniero jefe de la holandesa Philips. En su trabajo manejaba cintas de grabación, pero eran anchas, pesadas y muy caras. No hay que olvidar que Philips se adjudicó dos de los grandes inventos en la fonografía mundial del siglo XX: las cintas de casete y luego el compact disc.

El primer reproductor de casete portátil de Philips.

Cada vez que un fabricante lograba convencer a los consumidores para que cambiasen de formato el fondo de catálogo de las grabaciones volvía a rentabilizarse sin coste alguno para el editor. ¡Qué listos estos holandeses! El primer reproductor de casete se presentó en la feria IFA de Berlín de 1963 pero no se puso a la venta hasta 1965, el año que nació el cronista (¿sería casualidad?, a mí me hace ilusión pensar que no).

Cómo la vida cambió a partir de entonces merece un libro -alguien debería ya estar pensándolo- más que para un artículo. La editorial Blackie Books, de mi amigo Jan Martí, ha editado Vives en las cintas que me grabaste de Rob Sheffield. ¡Qué paradoja la banda sonora del libro tienes que escucharla en Spotify!

Basta recordar que sin el invento de Lou ni tú ni yo, ni mi viejo, hubiese cantado Libre de Nino Bravo por la Nacional III a la altura del penal de Ocaña. Los vídeos virales de Carpool Karaoke serían ciencia ficción. El Signed, Seal and Delivered de Stevie Wonder/Michele Obama es mi favorito, pero el I'm still standing de Elton John no se queda atrás. Todos disponibles en tu tele de internet.

Y entonces empezamos a caminar escuchando música, en 1979 cuando Morita Aiko (Sony) lanzó el Walkman TPS L2 (33.000 yenes), y a sentir la emoción de la brisa en primavera a la vez que sonaba una canción. Convertimos las cartas de amor en cintas grabadas para ellas.

Sé que muchas personas conservan las cintas de casete que les grabaron/grabamos aquellos chicos; como se guardan las viejas cartas que tras la ruptura suenan ridículas pero con el tiempo enternecen. “¡Te he grabado una cinta!” fue, durante un par de décadas, nuestra manera de decir “Estuve pensando en tí”. Gracias Lou.

"¿Te traigo un par de cintas y me copias Breakfast in America? "Venga, pero sin prisas eh... cuando pueda". Grabábamos poniendo un radio casete frente a otro, en el cuarto, a puerta cerrada, cuando se iban los viejos; hasta que compramos cables para grabar de manera directa, nos compramos micrófonos y empezamos a jugar a periodistas; hasta que la calle del Barquillo se rebautizó como la Calle del Sonido, y llegaron las “pletinas” (aquel palabro). “¿Tú qué prefieres las cintas de 60, de 90 o de 120?” preguntaba estaba semana Javier Pérez de Andújar en Twitter.

“¡Te he grabado una cinta!” fue, durante un par de décadas, nuestra manera de decir “Estuve pensando en tí”

Y a los músicos les vino Dios a ver y les dio por grabar maquetas. Y a los radiofonistas también. Solo conservo en casete algunos programas piloto y mi primer programa, en mis locos veinte, para la radio autonómica de Madrid, el Onda Madrid de Jorge Martínez Reverte, de Miguel Ángel Ortiz y de Ricardo Calderón: La Ventana de Tu Cuarto, antes de que La Ser, Carles Francino y su gran equipo llevasen el nombre y el formato al estrellato.

Y los concursos de maquetas. Aún tengo fresca en mi memoria la primera vez que escuché el pop nasal de José Luis Moro/Un Pingüino en Mi Ascensor cuando me dejó su maqueta en García de Paredes, en aquel Seat 133 color mostaza. Y Jesús Ordovas pinchando Ayatollah no me toques la pirola de Siniestro Total. “Puedes llevarme al Irán/ Y presentarme al Imán/Pasearme por Teherán/ Y mandarme al frente de Iraq/ Puedes colgarme de los pies/ Y fusilarme también/ Cortarme las manos sin piedad/ Y llevarte a mi chica, ye-yé/ Ayatolah, no me toques la pirola (más)”.

Eso sí que es un Carpool Karaoke. ¿Cómo hemos retrocedido tanto en libertades? ¿En qué momento nos permitimos anular el filtro que nos dejaba escuchar textos así sin indignarnos?

En las carreteras la música popular se escuchaba en casete “de hierro y cromo” como canta Kiko Veneno, mucho, mucho antes de que Virginia Díaz nos alegrase las Nocheviejas desempolvando el archivo de RTVE. Gracias Lou.

Antes de las casetes en el coche solo se podía cantar.

En las gasolineras mandaba el gasolinero, Eugenio, Arévalo y Los Chunguitos. En los descampados de Moratalaz las carcasas rotas, con los créditos medio borrados por el sol de la marginalidad, entre jeringuillas y ratas. Los ovillos de cintas de casete eran el enredo popular, como ahora lo es el enredo de los cascos del iPhone. Cada época tiene un enredo. ¡Qué suerte haber vivido los dos!

En 2004 se vendieron en España tan solo 8.000 casetes pero, como le sucedió al vinilo, en 2020 el incremento respecto al año anterior fue del 103%.

Algo había visto hace tres años en la tienda que tiene Rough Trade en Brick Lane, con grabaciones editadas ya solo en casete.

En Madrid La Cassettería, impulsada por Ciudad -Luis González-, Oasis -promotora, distribuidora- fabrica casetes (no encargamos a terceros). “Es la primera vez que edito en Tape” es la frase del momento en las redes. Son también interesantes las cintas de Doomsday Records, que revitalizan el fetichismo del formato (como la transparente TEAC clear o la Neon Acid Strawberry).

Puedes encargarle tus cintas a La Cassettería en hola@ciudadasis.com. Luis, firme defensor de los formatos analógicos, agita un poco al personal: “¿Qué pasaría con tu música si Spotify cierra?”. Gracias Lou.

Estos días se cumplen los 70 años de desde que Marcel Bich inventó el boligrafo de plástico. No creo que Marcel y Lou fuesen amigos, pero sus inventos se llevaban bien. Los chavales cambiamos el giro de la carraca infantil por el giro del boli Bic para rebobinar la cinta de casete y no gastar pilas. Conservar las pilas era el mantra. El truco: girarla con suavidad, como ese hula hoop que en la cintura de aquella chica te hipnotizó mientras en el loro sonaba A Wither Shade Of Pale. Gracias Marcel, Gracias Lou.