Campo de Criptana (Ciudad Real)

En lo que, a vista de pájaro, parece un conjunto fortificado inexpugnable, rodeado de grandes muros, vallas y un jardín de pinos y palmeras de gran porte, en Campo de Criptana (Ciudad Real), se encuentra la que podría denominarse como la aldea gala frente al coronavirus invasor: la Residencia de Ancianos Sagrado Corazón de Jesús. 

Y es que en este punto manchego, mientras miles de residencias españolas han librado (y todavía libran) una guerra abierta contra el virus, que ha dejado más de 22.000 muertos desde marzo en estos centros—públicos, concertados y privados—, las seis religiosas que lideran las instalaciones del “Sagrado Corazón de Jesús” han conseguido que el bicho no traspaspase sus murallas ni en la primera ola del coronavirus ni en la segunda. Su balance es cero, tanto en contagios como en fallecidos

Anticiparse al Gobierno y cerrarse a cal y canto días antes que el resto del país, un protocolo sanitario e higiénico estricto, sellar entradas, una reestructuración en tiempo récord de todo el recinto, la responsabilidad de los trabajadores externos, la colaboración desinteresada de la localidad con cientos de medios facilitados y, sobre todo, no confiarse en ningún momento han sido las claves de que en este centro de mayores privado donde viven alrededor de 90 ancianos todos estén sanos y salvos. 

La residencia de ancianos Sagrado Corazón, a vista de pájaro. Javier Carbajal

Un caso insólito y único, posiblemente, en España. En nueve meses, en los que los geriátricos han sido (y siguen siendo) el principal foco del coronavirus, las Hermanas de la Caridad, que llevan más de 110 años en la localidad, han demostrado que su trabajo y entrega ha sido máximo y que las medidas de su plan de acción son efectivas. Un ejemplo de esperanza para nuestros mayores, frente a los datos de mortalidad. Sin ir más lejos, la semana pasada el 60% de los fallecidos totales en España por Covid-19, 760, fueron casos de ancianos en residencias. No solo ocurrió en marzo y en abril, ahora el virus también sigue el mismo patrón: cerca de la mitad de todos los fallecidos (la cifra oficial es 42.291) por en España son ancianos que viven en geriátricos. 

Plan de acción

Acceder al interior de esta fortaleza criptanense, hasta donde se desplaza EL ESPAÑOL, es una tarea prácticamente imposible. Nadie entra ni sale de su perímetro, salvo los médicos, las enfermeras, las auxiliares, el fisioterapeuta, la terapeuta ocupacional, el servicio de mantenimiento y el de cocina. Eso sí, cumpliendo estrictamente con las pautas que las hermanas fijaron antes del comienzo de la pandemia. Como caso excepcional, y cumpliendo con todas las medidas de prevención, este jueves nos atienden desde el exterior para relatar cómo fue y es el día a día en el interior de esta residencia. 

Sor Clara y Sor Luz cerrando la puerta principal de la residencia. Javier Carbajal

La entrada principal, que también da entrada a la iglesia del centro geriátrico, está sellada desde marzo. Hasta entonces, era común que toda la localidad acudiera allí a las misas, así como a otro tipo de eventos con los ancianos, pero todo cambió en cuestión de horas. Así que nos indican que accedamos por la parte izquierda del inmueble, por donde suelen entrar los coches y, en algunas ocasiones, las ambulancias si es que hay algún tipo de urgencia. La puerta mecánica se abre y dos hermanas esperan. Sor Clara, la madre superiora, que llegó hace unos meses al convento, y sor Luz, una hermana colombiana que lleva allí más de 14 años. 

Debidamente distanciados y con mascarilla, las dos religiosas nos indican el camino hacia una mesa y unos bancos de piedra en los jardines. Por el camino hasta allí aparece caminando Don Vicente, el cura de la iglesia y al mismo tiempo residente del centro. "Aquí andamos, dando una vuelta por el jardín, es lo único que podemos hacer. Cuando pienso en lo duro que está siendo esto, pienso en los que no pueden salir de una habitación", cuenta. Gracias a que Vicente vive en el geriátrico tanto las hermanas como los residentes han podido seguir disfrutando de sus misas. "Adiós, cuidaos mucho", dice, despidiéndose. "Ha sido una dicha muy grande, ha sido algo que muchas de nuestras casas no han podido tener", comenta, al instante, sor Luz. 

Las dos hermanas, en los jardines de la residencia de ancianos. Javier Carbajal

P.— Imagino que saben que son posiblemente la única residencia que no ha tenido afectados por el virus en este país. ¿Cómo lo han conseguido?

R.— (Contesta la hermana Luz) Nosotros seguimos los consejos de los médicos del centro de salud de Campo de Criptana, son los que atienden a los residentes. Y en la semana anterior a la declaración del estado de alarma, nos aconsejaron restringir las visitas porque esta residencia es muy abierta y las visitas entraban y salían continuamente. Los médicos lo sabían, nos dijeron que la cosa se estaba poniendo fea y actuamos. Si nos confinaron el domingo 15 de marzo, aquí lo hicimos el miércoles anterior. 

Los trabajadores

Así, casi sin previo aviso, pusieron la residencia, en el buen sentido de la palabra, del revés. "Lo primero que hicimos fue cerrar la entrada principal, que está sellada totalmente. Desde entonces, no hubo visitas para nadie", señala sor Luz. Acto seguido, la madre superiora y las otras cinco hermanas se reunieron para establecer un plan. Unas líneas rojas que jamás se podrían pisar. 

"El plan consistía en que habría cero visitas para los residentes y si alguno necesitaba con urgencia visita médica, debía hacerse medidas higiénicas y de protección extremas. Y después se pidió a los trabajadores que evitasen llevar cosas metálicas y tuviesen una vida poco sociable, que no se relacionasen con mucha gente. En otras palabras, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Algo que han cumplido, sin duda, con estos resultados", apunta esta religiosa colombiana. "Al principio, todos estábamos muy nerviosos, a ellos se les notaba muy preocupados por si entraba el virus. Si llegaba era por ellos, nosotras no salimos. Han sido y siguen siendo muy conscientes de la situación", añade. 

Las hermanas Clara, Luz, Alberta y el padre Vicente, tras la verja de la residencia. Javier Carbajal

Por otro lado, se habilitó una entrada nueva por el margen izquierdo. Y en el interior se dispusieron alfombras empapadas de lejía y geles hidroalcohólicos antes de cada una de las puertas del centro para no infectar las manivelas. Además, también hubo ciertos cambios para los trabajadores. "Cambiamos los vestuarios. Antes, los empleados se cambiaban en espacios cercanos a las habitaciones de los residentes (tienen 105 plazas), ahora se cambian en habitaciones justo enfrente de la nueva puerta de entrada. Así no se mueven con la ropa de calle por ningún lugar de la residencia", cuenta sor Luz. 

Lo último, no obstante, fue lo más complicado. Mentalizar a los ancianos poco a poco y en la medida de sus posibilidades cognitivas. También a sus familias. "Hay quienes no se lo tomaron muy bien, pero la mayoría lo entendió. Desafortunadamente estábamos así, había que actuar", sostienen las dos religiosas. 

Presupuesto

Sin embargo, un problema que se presentó al principio fue la falta de medios para hacer frente al virus. "Nosotras formamos parte de una congregación y la colaboración interna es mutua. Pero al final aquí trabajamos con los ancianos más desfavorecidos y las ayudas que recibimos son mínimas. Pero gracias a Dios estamos rodeados de bienhechores que se han volcado siempre con nosotros y nunca nos ha faltado nada", apunta la hermana superiora. 

Sor Clara, la madre superiora, muestra su cruz. Javier Carbajal

Sor Clara se refiere, principalmente, a los criptanenses, quienes desde los inicios han ayudado a este centro geriátrico (ayudando a coser, planchar, preparar eventos, etc) y, en gran parte, han logrado sacarlo adelante gracias a sus donaciones económicas y materiales. Su última gran obra fue precisamente durante los primeros meses de la pandemia. "Nosotros normalmente usábamos servilletas de tela, pero cuando todo empezó hablamos con la madre superiora para evitarlas. Así que pusimos en las redes sociales que necesitábamos servilletas, pañuelos de papel y de cocina, y también lejía", relata sor Luz. "El pueblo se volcó. Asociaciones, hermandades y particulares nos trajeron lo que pedimos y lo tiraban por la verja. No hemos vuelto a poner nada, pero si lo pedimos sabemos que el pueblo responderá", cuenta, emocionada. 

A pesar de que el coronavirus no ha pasado los muros de este centro de las Hermanas de la Caridad, sí ha habido momentos en los que ha habido miedo y mucha tensión. "Hemos tenido falsos positivos, al final son personas de mucho riesgo y con muchas enfermedades. Por ejemplo, un abuelito se puso mal y empezó a toser. Y solo por el hecho de toser lo dieron por positivo. Fue un palo para toda la casa, nos tuvimos que aislar en las habitaciones. No podíamos salir, era muy triste. Pero después se hizo PCR a los que estaban más cerca de este señor y dieron todos negativo. Pudimos volver a la normalidad", explican las dos hermanas. 

Familias

Tras ese susto, en el Sagrado Corazón recibieron una visita de la Consejería de Sanidad y siguiendo sus instrucciones, las hermanas decidieron llevar a cabo todavía más medidas: separar los asientos a metro y medio y dividir las mesas del comedor, es decir, llevar a cabo dos turnos de desayuno, comida y cena. Y, tras las vacaciones de verano, pedir a los empleados PCR negativas tres días antes de incorporarse del trabajo. Una orden que les sirvió para librarse de nuevo del virus hace un par de meses. 

"Tuvimos el caso de una trabajadora que tenía la PCR negativa para volver a trabajar. Sin embargo, había tomado las vacaciones con su esposo y él dio positivo. Se la volvió a repetir y dio positivo. Hemos estado varias veces al límite, pero hay algo que nos protege, para nosotras es un misterio de Dios", señalan las religiosas. Aún así, han exigido todavía más responsabilidad a los trabajadores y que, si padecen cualquier tipo de síntoma, avisen de inmediato al centro. 

Las dos hermanas, durante la entrevista. Javier Carbajal

P.— ¿Los ancianos han vuelto a ver a sus familias?

R.— En los meses de junio, cuando parecía que la cosa iba mejor, activamos las visitas. Se podía pedir cita previa por teléfono. Se realizaban en la verja de la entrada y una hermana o un trabajador se encargaba de que no hubiese contacto. Fue difícil para las familias después de tantos meses de miedo y angustia. Después, cuando volvieron a aumentar los casos, eliminamos de nuevo cualquier contacto. Ahora estamos intentando hacerlo por videollamada en la medida de lo posible. Pero muchos de ellos no logran ver por el teléfono. 

Lo que sí han permitido en la residencia es que si uno de los residentes se encuentra en fase terminal, un familiar pueda acompañarle en su habitación hasta el fallecimiento, pero debidamente protegida con bata, mascarilla y guantes. 

P.— ¿Como prevén la Navidad?

R.— Lo comentamos hace poco en la comunidad. Por nuestra parte procuraremos que ellos noten por lo menos que estamos en Navidad. Ambientaremos mucho la casa y pondremos muchos adornos para que les entré por los ojos. Pero lo principal no se lo vamos a poder dar, el afecto familiar. Haremos todo lo que esté en nuestras manos, les daremos amor y cariño pero este año no podrán ver a su familia, ni tampoco recibir a gente del pueblo. Antes de la pandemia, venían grupos con sus guitarras y sus bandurrias a tocar y cantar villancicos por esas fechas, era muy bonito. Ahora se va a notar muchísimo.  

"Han salvado al pueblo"

Las hermanas Clara, Alberta y Luz regresando al interior de la residencia. Javier Carbajal

Pase lo que pase, las Hermanas de la Caridad estarán preparadas. Y si tienen algo seguro es que nadie del exterior volverá a entrar a la residencia en mucho tiempo. Sobre todo, teniendo en cuenta casos tan cercanos como el de Tomelloso, a 34 kilómetros de allí. Este pueblo manchego se convirtió en uno de los principales focos del coronavirus en España e incluso fue denominado como el Wuhan español. Una localidad de 36.000 habitantes donde, en los peores momentos de la primera ola, se llegaron a celebrar hasta 14 entierros diarios. El gran foco fue la residencia de ancianos de la Fundación Elder. Allí fallecieron 50 de los 155 ancianos que vivían en el centro. "Para nosotras lo que ha ocurrido ha sido un misterio de Dios, pero sabemos que el trabajo en equipo y la responsabilidad de los trabajadores nos ha ayudado muchísimo".

El empeño de esta congregación ha favorecido en gran parte a que la localidad de Campo de Criptana haya tenido una baja mortalidad por coronavirus, según detalla el primer edil, Santiago Lazaro, a este diario. "Estuvimos en contacto desde el primer momento con la residencia para tener controlada la situación. Y es cierto que ellas han sido más garantistas incluso de lo que marca la ley aplicando las medidas. Y eso les ha hecho salvarse en la primera y segunda ola. La mortalidad no ha sido alta en Campo de Criptana gracias al trabajo de las Hermanas de la Caridad. Han salvado al pueblo". 

El alcalde de Campo de Criptana, Santiago Lázaro. Javier Carbajal

P.— ¿Y cómo está la situación ahora en Campo de Criptana?

R. Nos encontramos ante una situación controlada, aunque siempre puede cambiar. Tenemos unos 15 casos a la semana y más del 95% lo pasa en casa con síntomas muy leves. 

Está claro que estas seis hermanas se han convertido en unas heroínas no sólo dentro de la residencia, sino en toda la localidad y posiblemente en la comarca, y en Castilla-La Mancha, la Comunidad presidida por el político galo García Page. Y aunque el trabajo que han hecho y hacen ha sido el gran culpable de su éxito, quién sabe, tal vez también hayan recibido alguna ayuda de su jefe; de la cruz gigante que cada noche se ilumina en el jardín del convento y que, según dicen las religiosas, es milagrosa; o de los famosos molinos que caracterizan a Campo de Criptana y contra los que luchó el mismísimo Quijote. 

Vista aérea de tres molinos y de la localidad de Campo de Criptana (Ciudad Real) Javier Carbajal

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