Las cifras bailan, como era de esperar. El Gobierno habla de unos 27.000 muertos, mientras que hay estudios que aseguran que son más de 50.000 las vidas segadas por el coronavirus. El gasto en pensiones bajó en abril por primera vez desde que hay registros. España lleva varios meses con cifras de defunciones propias de un conflicto bélico. Detrás de cada cifra hay una vida que se va y, por tanto, una lápida que llega. Por eso los marmolistas y fabricantes de arte funerario no dan abasto.

Francisco Saban es dueño de una pequeña empresa de arte funerario. Esto son lápidas, sepulturas, nichos, inscripciones, fotoceramicas… todo lo que acompaña a los restos mortales de un fallecido. Si en un mes normal tenía unos 30 encargos, ahora son el triple. “Los muertos están enterrados pero mucha gente está esperando para hacerles la sepultura porque muchos cementerios han estado cerrados también. Han podido acceder al cementerio para enterrar al familiar pero no han podido contratar servicios funerarios”, explica Francisco a EL ESPAÑOL.

Su empresa, Memorial Spain, cerró durante el estado de alarma, “por responsabilidad”, asegura. Durante ese tiempo, curiosamente, apenas recibió encargos. “Yo estaba un poquito asombrado, era extraño. Yo pensaba que iba a haber un boom, pero eso ha sido ahora, desde la fase 1 más o menos. Hace 15 o 20 días ha sido cuando hemos tenido todo el aluvión”.

La empresa de Francisco no está asociada a ninguna aseguradora y por eso su volumen de negocio es relativamente bajo. Las empresas que sí lo están, han visto un aumento aún mayor. “Ahora se están enterrando los incinerados del mes de marzo”, afirman en la empresa NSC Piedra y Mármol, una de las más importantes de Madrid. “Han sido meses de mucho trabajo”. Esta empresa se resiste a dar cifras y se limita apuntar que los muertos son muchos más que los que dice el Gobierno.

“Llevamos mucho trabajo acumulado de los meses que hemos estado cerrados”, explican en Mármoles Pajares, que también cesó su actividad durante el estado de alarma. “Pero sí ha habido bastante demanda. Ahora están empezando a enterrar”.

Cuatro generaciones haciendo lápidas

El sol invade el cementerio viejo de Fuenlabrada mientras Francisco busca la última sepultura que ha construido. El camposanto está desierto, a los muertos solo los acompañan varios cipreses y las flores que hayan dejado sus familiares. La tumba en cuestión luce dos jarrones con rosas artificiales y está aún sin rotular. Tiene la forma de un ángel abrazando un corazón, todo en granito.

-¿Esta persona falleció por coronavirus?

-Yo no suelo preguntar.

Francisco pertenece a una larga saga de marmolistas. Es la cuarta generación de su familia dedicada a este negocio y en su juventud pasó dos años extrayendo granito de una cantera. La empresa actual, Memorial Spain, nació en 2004, pero su familia lleva más de un siglo construyendo tumbas. “El trabajo nuestro más antiguo que tengo fichado es de 1917 y está en el cementerio sacramental de Santa María”, asegura. Como prueba, muestra una factura fechada en octubre de 1920.

La última lápida colocada por Francisco en el cementerio viejo de Fuenlabrada. J.S.

Actualmente, tiene pedidos de todo el mundo, sobre todo de hispanoamérica y Europa. De hecho el primer encargo que recibió con la empresa recién fundada fue de Chile. “Nos quedamos alucinados”.

La clave de su supervivencia, asegura, es haber llevado un negocio muy antiguo al siglo XXI. “Buscábamos lanzar una empresa tradicional al mundo digital, que de otra manera habríamos desaparecido”. Entre sus proyectos pioneros está haberle puesto códigos QR a algunas tumbas. “Si lo escaneas salen fotos del difunto o alguna música”, lo que quiera el cliente, en definitiva.

Su forma de trabajar es peculiar: “Antes de concretar ningún trabajo lo que hago es un montaje por Photoshop aproximado de cómo va a quedar y a partir de ahí el cliente decide”. Lo que cree que le diferencia es el trato al cliente y la variedad de diseños que puede ofrecer. Sin ir más lejos, antes de esta entrevista ha desembalado una lápida grabada en láser con un retrato del fallecido y un avión de Iberia. El muerto debe ser piloto.

Una lápida hecha por la empresa de Francisco.

Sin embargo, el grueso de su negocio está fuera del arte funerario y mucho más en la construcción y las reformas. “Ahora se le da poca importancia a los muertos. Antes, el día de todos los santos se ponían los cementerios de Madrid con unas caravanas larguísimas. Ahora hay algunas visitas más que un domingo que haga bueno”.

La hiperinflación de la muerte

El negocio funerario ha sido duramente criticado por inflar tremendamente los precios por enterrar a una persona, especialmente, lo ataúdes. “Un ataúd que nosotros comprábamos a 80 euros, lo vendíamos a 2.800. El más caro nos costaba 295 euros y lo vendíamos en 4.200”, contó en una ocasión un trabajador de una funeraria al programa de Julia Otero en Onda Cero.

Esto ha hecho que las empresas funerarias hayan tratado por todos los medios de impedir la entrada al mercado de cualquier iniciativa destinada a abaratar los costes de la sepultura, como ya mostró este periódico hace unos meses.

Francisco, que conoce de cerca el negocio de la muerte, considera que hay una hiperinflación “descarada”. ¿Por qué en este negocio y en otro no? “porque la gente está desprotegida”, asegura. “Tú cuando te vas a comprar un coche vas a 40 concesionarios y ves 40 modelos hasta que te decides por uno. Cuando muere un persona que quieres vas a lo que te digan. Tú llegas a un tanatorio, te sientan en una silla y te comen la cabeza. Luego, los precios que llevan son exagerados. Un ataúd básico a lo mejor lo compran por 100 euros y tú llegas y te lo venden por 700 u 800”.

Nichos en el cementerio viejo de Fuenlabrada. J.S.