Lupo, una hembra de pastor alemán, olfatea una pila de ladrillos. Se va de un lado al otro de la pared, se mueve hacia arriba y hacia abajo y, en un determinado momento, se para y se sienta, totalmente estática y mirando fijamente. Es la señal de que ha encontrado lo que estaba buscando. Lupo tiene dos años y junto a Kivuli, otra hembra de pastor alemán, han viajado desde la República del Congo hasta Galicia para ser entrenadas por un formador de la unidad cinológica de la Guardia Civil. Seis meses después, las dos regresan este sábado al Congo para integrar la primera unidad canina del país que luchará contra el tráfico ilegal de animales. 

Por su ubicación en la costa oeste de África, el Congo es uno de los puntos calientes en las rutas de tráfico ilegal de animales, una actividad que mueve entre 10.000 y 20.000 millones de euros al año en todo el mundo, según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Se encuentra entre las actividades ilícitas más rentables del mundo junto con el tráfico de drogas. Al año, cerca de 30.000 elefantes, 1.000 rinocerontes, 3.000 grandes simios y casi 100.000 pangolines son víctimas del tráfico ilegal. 

Ahora, Lupo y Kivuli serán parte imprescindible de la estrategia del país africano contra el tráfico ilícito de especies. Las dos están entrenadas para encontrar marfil, pelo de chimpancé, gorila y leopardo y escamas de pangolín y cocodrilo. Con ellas viajará también Pedro Salas Díaz, el entrenador que se ocupó de ellas en estos seis meses y que se quedará 15 días en el Congo para terminar de enseñarles. "La preparación base está hecha, ahora hay que fijarles el olor", explica a EL ESPAÑOL.

El pangolín, el cocodrilo, el gorila, el leopardo, el chimpancé y el elefante son algunos de los animales amenazados.

El entrenamiento se hace según un "encadenado hacia atrás": se empieza enseñando el último segmento de la cadena de comportamiento que se está entrenando. Así, el perro empieza por aprender "el comportamiento de marcaje, es decir, la reacción que nos va a indicar que ha encontrado lo que está localizando".

Según el tipo de trabajo que les sea asignado así será el comportamiento: puede que sea ladrar, tumbarse, sentarse, quedarse estático o, incluso, rascarse. "La tendencia a nivel mundial es que casi todos los perros detectores marquen de manera pasiva, o sea, sin hacer ruido ni aspavientos. A no ser que se trate de un proyecto de rescate de personas o algo así, en el que el perro va a mucha distancia del guía, dónde el ladrido es muy funcional", cuenta. 

Lupo entrenando en Galicia

Una vez afianzada esta parte se empieza a disminuir el tamaño del objeto que debe encontrar y se va escondiendo cada vez mejor, hasta que el perro es capaz de encontrar un trozo de sólo unos milímetros de su juguete.

Para el final se deja la asociación del olor. "Lo hacemos así porque si hay cualquier problema durante el aprendizaje no se está comprometiendo la detección del olor", explica. Además, el entrenador señala que siempre es más efectivo añadir el olor en las condiciones más cercanas posibles a las del trabajo diario, con los matices olfativos característicos del ambiente en el que se van a desenvolver. 

Las técnicas de entrenamiento jamás incluyen herramientas punitivas y todo se hace en base a juegos y al refuerzo positivo. "Estamos hablando de refuerzo social, con caricias y todo lo que tenga que ver con el vínculo afectivo o la comida, sobre todo con alimento fresco como el jamón de pavo, o jamón york". 

Sinergia con España

El proyecto está financiado en parte por el Plan de Acción Español contra el Tráfico Ilegal y el Furtivismo Internacional de Especies Silvestres (TIFIES) del Ministerio de Transición Ecológica Español y el Reto Demográfico (Miteco). La iniciativa integra el Miteco, el Ministerio de la Economía Forestal del Congo y el Instituto de Conservación Jane Goodall en el Congo. 

Lupo en un momento de su entrenamiento.

Dentro del acuerdo, está la creación de unidades caninas, lo cual implica el entrenamiento de los perros, la formación de los guías y la capacitación de cuerpos especialistas. "Es una sinergia que incluye a todas las autoridades competentes: el ministerio, los rangers que vigilan la selva, la policía, el ejército, las ONG que trabajan en el terreno e incluso las empresas y las comunidades que están en los alrededores de las reservas", cuenta Jean Bosco, Director del área de Reservas Protegidas del Ministerio de la Economía Forestal del Congo.

El Instituto Jane Goodall tiene, además, a otros tres perros, cedidos por la organización congoleña PALF, un proyecto local de lucha contra el tráfico de animales, que integrarán, junto a Lupo y Kivuli la primera unidad canina del país. 

Para completar la formación, dos representantes del ministerio congoleño estuvieron en España esta semana para recibir de primera mano, de parte del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA) y de la Unidad Cinológica de la Guardia Civil, algunas pautas clave sobre el mantenimiento de los perros, el funcionamiento operativo de la unidad canina y la importancia de la relación entre el agente y el perro. "Ver de primera mano cómo se implementan estas actividades aquí, y cómo se trabaja con la unidades caninas nos va a ayudar a la implementación de estas medidas en nuestro país", señala Bosco. 

Carreteras y puertos

Una vez incorporada, la unidad canina estará operativa en la Reserva Natural de Tchimpounga, y será utilizada, además de en otras reservas naturales del país, en puestos de carretera y puntos de entrada y salida del país, principalmente en aeropuertos y puertos. 

Kivuli escuchando a su entrenador.

Para la puesta a punto en el terreno, Pedro Salas recomienda que cada perra tenga asociado un sólo guía, o agente humano. "Mi recomendación es que sea siempre un binomio: un perro y una persona. Es vital para que se establezca una relación de confianza, un vínculo, que permite que los animales trabajen mucho mejor". 

El periodo de adaptación suele ser de entre 3 a 4 meses, tiempo en el que no sólo terminan de afianzar el entrenamiento como se adaptan al medio. En este caso, al tratarse de perros autóctonos, que ya han vivido allí parte de su vida, los factores como la climatología y la temperatura pueden tener menos importancia. 

Una vez adaptadas al medio, Lupo y Kivuli serán capaces de detectar olores a muchos metros de distancia. "Es difícil decir a cuántos porque depende mucho del ambiente, de la intensidad. Siempre trabajamos con olores de baja intensidad porque suponemos que los van a enmascarar, pero pueden detectar perfectamente un olor imperceptible para nosotros a una decena de metros", asegura.

Su capacidad olfativa hiperdesarrollada es una de las características que hacen que sean ideales para este tipo de trabajo. Pero hay más: "Son máquinas perfectas de detectar olores y luego son muy adaptativos, dúctiles y siempre dispuestos a hacer cosas por nosotros", destaca su entrenador. "Por eso son tan buenos para este tipo de misión".

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