La voz empezó a correr entre los senderistas que transitaban la zona este de Sierra Nevada. La historia del hombre que vivía en un refugio en medio de la montaña se empezó a extender por el norte de la provincia de Almería, hasta que llegó a oídos de la Guardia Civil. La Benemérita decidió adentrarse en el Parque Nacional para llegar hasta el refugio Vivac-Piedra Negra y comprobar si era cierto que había alguien ahí. Y efectivamente, ahí estaban Francisco G. (49 años) y sus dos perras. Llevaban más de tres meses atrapados en esa cabaña de piedra en medio del monte.

Francisco, al que todos llaman Paco, no tiene domicilio ni arraigo familiar: “Soy una persona social y familiarmente excluida”, lamenta al otro lado del teléfono. EL ESPAÑOL le ha localizado en el Centro Municipal de Acogida de Almería, donde le ha llevado la Guardia Civil para su protección. El hombre estaba débil y casi sin víveres. Unos días más y quizás no lo cuenta. 

Hace “tres o cuatro meses” Paco sufrió una operación de tendones. “Le pregunté a la doctora: '¿Puedo ir a la montaña?', y me dijo que sí. Cogí a mis perras y me instalé ahí”, relata. Era el final del otoño y, aunque frío, el tiempo permitía llegar hasta ahí sin problema. Paco hizo del remoto refugio su hogar.

En rojo, lugar donde se encuentra el refugio.

Cuando necesitaba víveres andaba más de 20 kilómetros hasta Ohanes. “Eso fue la primera semana. Luego conocí a una chica que vivía a 10 kilómetros del refugio y ella me llevaba hasta el pueblo”. Así estuvo más de tres meses, solo con Yaiza y Mar, sus leales perras. No recuerda cuánto tiempo pasó exactamente, llegó el momento en que perdió la noción del mismo.

También llegó el temporal, llegó Gloria, la borrasca que se ha cobrado al menos 13 vidas y varias desapariciones. La montaña se volvió un lugar muy peligroso, con Paco dentro. Incomunicado, sin agua ni electricidad. “Había siempre 40 o 50 centímetros de nieve. La Guardia Civil no pudo llegar aquí en coche. Lo tuvieron que dejar muy atrás”, asegura.

Los víveres le empezaban a escasear y no murió deshidratado gracias a la nieve. “Las perras vomitaban el agua, no les sentaba bien. Les di la de hervir la pasta y esa la toleraban mejor”, relata. Los tres, humano y perras, han sobrevivido a la aventura que ni los más valientes intentan. “Una ventisca ahí arriba te puede matar”, cuenta Paco. Los pocos montañeros y esquiadores de travesía que pasaban no daban crédito de lo que veían: un hombre viviendo en ese inhóspito lugar. 

Una cabaña de piedra

El Refugio Vivac-Piedra Negra está situado a 1890 metros sobre el nivel del mar, en la zona este de Sierra Nevada. Es una parada en la senda Sulayr, muy cercana a la Loma de los Limones y al pico Almírez. Está abierto permanentemente para pernoctar sin pedir permiso a la administración. Tiene chimenea y capacidad para 12 personas. En verano puede ser un paraíso; en invierno, un lugar en el que morir congelado.

El refugio Vivac-Piedra Negra. Google Maps

La caseta está rodeada por un pinar y una senda pedregosa. Está a la altura en que la vegetación empieza a ser escasa y los árboles van dejando paso al matorral. Es habitual que en Sierra Nevada se formen suelos de hielo debido a la humedad del día y el frío de la noche. Los avisos de la Junta de Andalucía para las últimas semanas hablaban de caminos completamente bloqueados. El uso de crampones y piolets para moverse por toda la cordillera era "imprescindible", según los comunicados oficiales.  

Paco conoció este lugar años atrás con su mujer, con la que ya no tiene ningún contacto. Le cuesta hablar de su pasado y más aún con un desconocido al teléfono. Este domingo ha llegado al albergue almeriense y ha disfrutado de su primera comida caliente en mucho tiempo. “Creo que fue el miércoles cuando me encontró la Guardia Civil”, cuenta con el calendario aún difuso en su cabeza. El traslado de Paco fue complicado por el estado de la montaña y de él mismo: estaba muy débil, casi al límite. Pero, con la ayuda de la Benemérita, poco a poco, consiguió bajar hasta estar a salvo.  

Ahora se recupera al norte de su ciudad natal, Almería. Junto a él sus inseparables Yaiza y Mar, que viven para ladrarlo. “Sinceramente, hubiese preferido quedarme ahí con víveres, pero bueno, la Guardia Civil ha sido muy amable conmigo. Bien está lo que bien acaba”.

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