En la calle de Francia, en Valdemoro, apenas un par de vecinos caminan el domingo. Llueve, hace frío… Para qué salir. Manta, película (o fútbol) y al sofá. Pero, entre los que se atreven, ninguno puede evitar mirar la casa de Leo, como lo conocían en el barrio. Es imposible. Esta semana, entre esas cuatro paredes, se cometió uno de los crímenes más atroces y salvajes que se recuerdan, uno de naturaleza inhumana. El colombiano, de 27 años, asfixió a una joven de 18 años, hija de Guardia Civiles y aspirante a entrar en el Cuerpo, y, después, la descuartizó, redujo su cuerpo cortándolo en trocitos, intentándolo quemar e, incluso, guisando algún trozo. 

Leo, que tenía diagnosticada esquizofrenia aunque no se medicaba, hizo lo que uno de sus personajes favoritos: Hannibal Lecter. Cortó en pedazos a la joven de 18 años y repartió los pedazos de su cuerpo por su casa. Tiró el cráneo cerca de unos matorrales, donde los cubos de basura, y se deshizo de algunas partes después de quemarla entera, pero se quedó con toda la parte central de la joven para experimentar con ella. Absolutamente demencial.

Imposible que la joven imaginara qué tipo de persona vivía en esa casa. Ambos mantenían relaciones esporádicas, según comentan los vecinos en el barrio, pero nada serio. Se habían visto, se conocían, se gustaban… Pero quién le iba a decir a la joven, que tenía pensado seguir los pasos de sus padres y entrar en la Guardia Civil, que el chico que la acompañaba, con el que pasaba algunos ratos, fuera a ser un asesino psicópata.

Leo, el tatuador, preseuntamente asesino de una joven de 18 años.

Nadie, en realidad, lo podía prever. En el barrio no intuían anormalidad en su comportamiento. “Siempre iba con una sonrisa por la calle. A mí, por ejemplo, me tatuó. No sabía que, al parecer, trapicheaba con drogas y todo eso. Si no, no lo hubiera hecho. Pero, ya digo, iba por la calle con su perro (un pitbull) y parecía un chico completamente normal”, reconoce una de las vecinas en conversación con EL ESPAÑOL.

Sin embargo, era todo lo contrario. Leo ocupó la vivienda en 2014. Aprovechó el desahucio de una familia para forzar la puerta, entrar en la casa y hacer los ‘apaños’ necesarios para vivir. Allí, montó su propio estudio para tatuar. Llenó la casa de catanas, cuchillos, payasos macabros (como el de la película It) y carteles de Hannibal Lecter. Pero no sólo eso. En esa casa también acostumbraba a celebrar rituales satánicos de brujería.

En ese mismo 2014, además, la Policía Nacional apuntó su nombre en la cartilla de antecedentes. ¿La razón? Leo, neonazi confeso, había participado en algunas reyertas e incluso había apuñalado a una persona en una de ellas. Su historial, en fin, era para tenerlo lejos. Sin embargo, en Valdemoro, hacía una vida completamente normal: iba al gimnasio, hacía deporte y se tatuaba su cuerpo. En él, comanda un un corazón gigante en el pecho acompañado de estrellas en el cuello y la cara de un diablo en el brazo derecho.

Leo descuartizó a la joven de 18 años.

Pide ayuda a su exnovia

Leo parecía un chico completamente normal. Sin embargo, no lo era. El martes pasado, quedó con la joven de 18 años, hija de Guardia Civil, y la asfixió en su casa. Después, la descuartizó e intentó quemar sus restos. De hecho, los vecinos acudieron a su casa para preguntarle si pasaba algo o si se estaba quemando algo. El hedor era insoportable. Pero él negó cualquier hipótesis. De hecho, llamó a su exnovia para que la ayudara a deshacerse de los restos de la chica. Y ella, atemorizada, hizo lo propio: acudió. No quería correr la misma suerte.

Eso sí, su exnovia, mientras tanto, fotografió todo y, un día después, el miércoles, acudió al cuartel de la Guardia Civil, a 10 minutos en coche de donde vivía Leonardo. Les contó lo que había ocurrido y les instó a acudir a su casa. Dicho y hecho. La Benemérita acudió a la calle Francia y se quedó con la boca abierta: los trozos de la chica descuartizada se encontraban por todas partes, pero, especialmente, en la cocina. Había intentado incluso guisar algunas partes del cuerpo de la joven.

Leo era aficionado al gimnasio y era tatuador.

Inmediatamente, la Guardia Civil procedió a su detención. Leo, en el juzgado de Primera Instancia e Instrucción nª4 de Valdemoro, se acogió a su derecho a no declarar y el juez ordenó prisión provisional comunicada y sin fianza para el por la muerte y descuartizamiento de la joven de 18 años. No fue el único. Su exnovia también fue enviada a la cárcel por los mismos hechos, según solicitó la acusación particular.

Su exnovia, sin embargo, fue enviada a la prisión de Alcalá Meco por un posible delito de encubrimiento, tal y como se recoge en el artículo 451 del Código Penal. La juez también tomó testigo a los padres de la joven fallecida, a la pareja actual de la madre y al hermano del principal acusado, a otra expareja sentimental de Leonardo y a varios vecinos.

Se ha decretado secreto de sumario y la investigación ha llegado a recabar incluso partes del cuerpo de la joven tirados en un contenedor cercano a la casa de Leonardo, precintado durante los últimos días. A la Guardia Civil, según el diario El Mundo, Leonardo le habría confesado que la mató por reírse de su acento.

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