Ponferrada (León)

Pocas cosas llaman tanto la atención de alguien como un coche fúnebre. Fíjense. Hay quienes se paran en seco para observar su paso; también los que preguntan "quién es el muerto". Y por último los que, para despistar, fingen seguir su camino, pero tarde o temprano giran la cabeza. Todos lo hacemos, no se engañen. Tal vez sea por costumbre, por respeto o por simple curiosidad, pero lo cierto es que nadie se resiste a mirarlos.

Esa fue precisamente la conclusión a la que llegó Ángel Jiménez (Sevilla, 1971) cuando quiso relanzar su negocio de cobro de deudas, y la que sería poco después la razón de su éxito. Pero, ¿cómo iba a hacerlo? Fácil. Convirtiendo al coche fúnebre en su imagen estrella y también en el medio de trabajo de sus empleados. Así, tres años después, sus 30 trabajadores, incluido él, viajan por todo el país en vehículos mortuorios y turismos rotulados bajo el lema La Funeraria del Cobro y se presentan en los domicilios y en las empresas de los deudores 

Una estrategia que les ha hecho triplicar su facturación y también los problemas, pues imagínense cuál puede ser la reacción de una persona cuando ve llegar a dos hombres dentro de un coche así y que, además, vienen a pedirle dinero por ser un moroso.  

Uno de los coches fúnebres con los que trabaja La Funeraria del Cobro. Silvia P. Cabeza

Con sede central en Santiago de Compostela y oficinas en Madrid, Alicante y Málaga, esta empresa de cobradores funerarios trabaja a un ritmo frenético. Los morosos se extienden a lo largo y ancho de España —tienen 8.000 clientes—, predominando sobre todo en las grandes ciudades. Aunque también hay excepciones como, por ejemplo, Galicia. En esta comunidad, La Funeraria del Cobro tiene a más de 3.000 morosos con deudas de hasta seis millones de euros. 

Cruces y corona de flores

Hoy, en cambio, Fernando y Marín, dos cobradores funerarios, se dirigen a otro punto de España dónde también suelen tener bastante trabajo: Ponferrada (León). Allí se citan con EL ESPAÑOL, que en esta ocasión les acompañará en su periplo por la ciudad al volante del fúnebre advirtiendo a los ponferradinos que no están al corriente pago.   

Antes de entrar en acción, nos reunimos con ellos en la explanada de un supermercado, a cinco kilómetros de los que van a ser nuestro objetivo. Cuando llegamos, los dos cobradores esperan dentro del coche fúnebre. Ciertamente, impresiona. No le falta el más mínimo detalle. El vehículo, de color plateado oscuro y de la marca Ford, tiene rotulado "La Funeraria del Cobro"y "Cobro de Morosos" por todas partes; en las puertas, en los laterales, en la zona frontal e incluso hasta en los cristales.

En el interior del coche fúnebre hay una corona de flores y varios recambios de ruedas. Silvia P. Cabeza

A estas letras se suman también unas cuantas cruces negras distribuidas por todo el coche y el número de la empresa. Y todavía queda el interior, donde para sorpresa de quien se acerque hay incluso una gran corona de flores y varias ruedas de recambio (pronto entenderán el porqué). Féretro, eso sí, no hay. Tal vez era demasiado. 

Fernando y Marín, desde luego, tampoco pasan desapercibidos. Los dos hombres, de gran altura, portan un traje oscuro, zapatos y gafas negras, al más puro estilo Men in Black. Salvo por un detalle: en la solapa del traje llevan una cruz de plata y eso les hace asemejarse más a lo que viene siendo un enterrador. Todo encaja. 

"¿A quién vais a enterrar?"

Fernando lleva 30 años siendo cobrador de deudas, empezó en el Frac y desde hace dos años trabaja en la Funeraria del Cobro. Con voz seria y cara de pocos amigos, a lo que está acostumbrado, cuenta cómo es esto de ir detrás de los morosos en vehículo fúnebre. "Ir en este coche es, sobre todo, un reclamo publicitario para que llamen al teléfono de la empresa. Cuando lo cogemos es sobre todo para notificar al moroso, pero no lo solemos utilizar para ir a cobrar", explica este gallego. 

— ¿Y qué pasa cuando os ven llegar?

— Obviamente si te pones delante de su casa o su empresa, molesta. Les da vergüenza. En los pueblos pequeños nos preguntan que a quién vamos a enterrar, hasta que después se dan cuenta. En general, no nos reciben muy bien y hemos tenido algunos problemas. Si te fijas, aparte de la corona llevamos ruedas de recambio porque ha habido veces que nos las han rajado. Y claro, nosotros nos movemos con este coche, llevar otras dentro es mejor que llamar a la grúa. 

La funeraria del cobro Silvia P. Cabeza

Aunque no es siempre fácil, Fernando insiste en que su trabajo le hace completamente feliz y disfruta cada día con él. "¿Por qué?", le pregunta este periodista. "Porque nosotros resolvemos lo que la Justicia no resuelve; cobramos deudas de personas que la Justicia declara insolventes, pero nosotros demostramos después que son solventes porque lo que hacen es poner sus propiedades a nombre de terceras personas. Ayudamos a la gente y eso es lo bonito de nuestra profesión", responde, sin ápice de duda. 

Su compañero Marín, en cambio, no tiene tanta experiencia. Apenas lleva seis meses dedicándose a esto y, aunque es poco tiempo, admite que ya se ha encontrado con situaciones bastante singulares. "Hace unos días, fuimos a visitar a un deudor y lo que hizo al vernos fue coger la manguera de agua y dirigirla hacia nosotros. Nos mojó enteros, pero eso no fue lo peor. Apuntó hacia el coche fúnebre e inundó el vehículo", cuenta, entre risas, este trabajador. En otras ocasiones, algunos cobradores han acabado incluso en el hospital. 

Él, por lo general, es el encargado de notificar la primera vez al moroso. Mientras que Fernando, con curtida experiencia, es el que se encarga de lo que viene después, el diálogo y la negociación, si es que se puede llevar a cabo

Siguiendo al coche fúnebre

Nuestro objetivo de hoy es una empresa con sede en un polígono industrial en Ponferrada. Tras coordinarnos con Fernando y Marín, ellos se montan en el coche fúnebre y nosotros, el periodista y la cámara, les seguimos por carretera. En el recorrido, una distancia de 5 kilómetros que dura aproximadamente unos diez minutos, hay reacciones de todo tipo. Mientras conducimos detrás de ellos, se puede ver cómo casi todo el mundo mira el vehículo, incluso reciben pitidos de otros coches.

Marín conduce el vehículo mortuorio desde hace seis meses. Silvia P. Cabeza

Cuando llegamos a la calle donde se encuentra el negocio, ocurre lo mismo. Se trata de una calle estrecha donde hay varias empresas y algunos restaurantes. Antes de bajar del coche, Fernando y Marín circulan con él hasta la misma puerta del moroso y dan allí la vuelta. Nosotros hacemos lo mismo sin saber muy bien por qué. Tal vez para dar un primer aviso, aunque no es la primera vez que les visitan. 

Aparcamos al final de la calle. No quieren que nos vean con ellos, la protección de datos para la empresa del cobro es fundamental. Nos quedamos en el coche y vemos como Marín sale del fúnebre y Fernando se queda dentro. Solo quieren notificarles. El cobrador lleva las gafas de sol y porta unos documentos en su mano junto a una tarjeta, en la que se lee: "La Funeraria del Cobro. Rogamos se pongan en contacto con nosotros". 

Mientras hace su trabajo, nos quedamos en el coche y vemos cómo varias personas observan el coche fúnebre. Una señora incluso se para y empieza leer y releer los rótulos del vehículo sin comprender nada.  Un hombre, desde la terraza de un restaurante, en la lejanía, lo contempla discretamente. Parece que sí sabe de qué se trata. A los pocos minutos, Marín vuelve. No ha habido suerte. Por más que ha insistido, nadie le ha abierto la puerta, ni ha recogido la tarjeta. Tendrán que volver otro día. Tarde o temprano pagarán porque saben que puede subsanar la deuda. Esta "muerte" se cura, no como la otra. 

Narcos y empresarios

Lo saben porque ya hay alguien en la Funeraria del Cobro que se ha encargado de averiguarlo, siempre cumpliendo estrictamente con lo que permite la ley. "Al igual que sabemos que unos pueden pagar, también sabemos cuando no. En esos casos no hacemos nada, se informa al cliente y archivamos el expediente", explica Fernando. 

Para que los cobradores posean esa información, en primer lugar, el cliente se pone en contacto con el departamento comercial y aporta la documentación de la deuda. Una vez acepta las condiciones, es cuando el departamento de informes investiga al respecto y se traslada todo lo averiguado a los cobradores funerarios. "Cuando llegamos al lugar estamos tranquilos porque tenemos información y es muy buena. Otras veces no se sabe y te das cuenta de que cobras a narcotraficantes, pero no hay problemas. Los que sí los dan son los grandes empresarios, sobre todo en Madrid", relata el cobrador. 

Los dos cobradores hablan por teléfono antes de notificar la deuda al moroso. Silvia P. Cabeza

En cuanto a los precios, todo depende de lo que quiere recuperar el cliente. La tarifa normal solo supone pagar los gastos de la investigación. De este modo, el cliente se queda el 70% de la recuperación de la deuda y la empresa el 30%. Si por el contrario, no quiere pagar nada, las dos partes van a medias. No obstante, la Funeraria del Cobro va a incorporar ahora una nueva modalidad, según avanza el dueño, Ángel Jiménez, a EL ESPAÑOL. 

"Lo que vamos a hacer es comprar la deuda de nuestros clientes con liquidez. Es una especie de cesión de la deuda, que se realiza ante notario. De este modo, nadie puede engañar a nadie y ya es responsabilidad nuestra lo que se pueda recuperar de esa deuda", explica Jiménez. 

A este empresario aún le cuesta creer que su empresa haya crecido tanto en tan poco tiempo. Justo desde que él cogiera las riendas de la empresa, hace tres años. Antes de que decidiese comprar los coches fúnebres, él era un cobrador más, pero su trayectoria de éxito en tres oficinas de la empresa le hizo ir ascendiendo hasta el punto de que el propio dueño le ofreció la empresa cuando se jubiló. 

El coche fúnebre está rotulado con cruces y el nombre de la empresa por todas partes. Silvia P. Cabeza

Cuando aceptó, se dio cuenta de que la crisis había dañado mucho la imagen de este tipo de negocios. Quería generar impacto, disparar su empresa. Y un día, por casualidad, cuando gestionaba un expediente en Badajoz, en compañía de su hijo, un moroso le ofreció como pago un coche fúnebre. Fue entonces cuando se gestó la idea entre ambos ("¡Es un cartel publicitario con patas!"). Y funcionó. 

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