Enrique Recio Brais Cedeira

Mi papá ha matado a mi mamá con una pistola / ¡Por favor, ayuden a mi mamá, todavía pueden salvarla! 

Estas frases fueron pronunciadas por dos niños de siete y ocho años, respectivamente, en menos de 48 horas esta semana. Habían vivido posiblemente la experiencia más traumática que puede vivir una persona: ver cómo sus padres acababan de la manera más atroz con la vida de sus madres.

El primero de ellos se lo contó a un guardia civil tras ser testigo junto a su hermano, de 4 años,  de cómo su padre mataba a disparos en casa a su madre, su abuela y su tía en Valga (Pontevedra). En el segundo, la niña pedía auxilio a los vecinos desde la ventana de su piso, en Madrid, después de que su padre hubiese acuchillado a su madre hasta la muerte, en presencia también de su otra hermana, de 10 años. 

Los casos de estos cuatro niños, huérfanos de violencia de género, se suman a los más de 300 que hay en España desde que hay estadísticas. Víctimas indirectas de la violencia machista, en ocasiones olvidadas, que no sólo han de afrontar la terrible orfandad de una madre, sino además de manera violenta y a manos de su figura paterna, lo que les produce todavía más dolor y sufrimiento. Y, a largo plazo, les condicionará la vida para siempre

¿Cómo se afrontan los próximos años en la vida de estos niños? Se trata de una pregunta difícil de responder, pero el primer paso siempre (o casi siempre), en el ámbito legal, consiste en quitarle al padre homicida la patria potestad. Por ejemplo, la jueza de Caldas de Reis, que lleva el caso de Pontevedra, ya lo ha hecho. 

¿Cómo se supera el 'shock'?

Ruth Sala es abogada penalista y posee sobrada experiencia en temas de violencia de género. "En estos casos, siempre pasa por un procedimiento en el que analizarán si hay alguien del entorno familiar que se los pueda quedar. Intervienen el Ministerio Fiscal, el que vela por los intereses de los menores, y el servicio de protección del menor de la administración, asuntos sociales, para entendernos. Ellos analizan la situación y el entorno del niño, y se lo plantean al juez. Y es él quien decide lo que pasa con el niño. Si fuese un entorno superdesestructurado la Administración asumiría la tutela", cuenta esta letrada a EL ESPAÑOL. 

Una vez se evalúa si la tutela es más positiva con algún familiar o con los organismos sociales pertinentes —competencia de las CCAA, en este caso—, llega la parte más complicada: que los niños superen el shock de ver asesinar a su madre y aprendan a vivir con ello el resto de su vida.  

El primer paso, en palabras de Javier Urra, psicólogo clínico y académico de número de la Academia de Psicología de España, es que aquella familia que les acoja, "preferiblemente alguien de su entorno", les de "amor y normalidad". Además de que los pequeños comiencen de inmediato un tratamiento psicológico, que podría extenderse durante años. "Lo más esencial, además de un profesional clínico, es que les den amor, calidez, seguridad y normalidad. Tienen que volver al colegio, estar con otros niños... Es importante que recuperen la normalidad quebrada, pues son niños y viven el presente, pueden sufrir pero luego ponerse a jugar", subraya el psicólogo.  

Observarles es el segundo paso. En niños de edades tan tempranas este estrés postraumático, a corto plazo, puede producirles cambios en los hábitos de alimentación, de conducta emocional, flashback —pesadillas o sueños en las que revivan el momento del asesinato—, llantos e incluso una depresión encubierta. De este modo, una buena evaluación psicólogica, así como una intervención adecuada a sus diferencias individuales puede garantizar con mayor probabilidad de éxito su salud física y emocional. 

¿Seré un maltratador?

Además de dichas consecuencias, detalla Javier Urra a este periódico, conforme pase el tiempo, la víctima, convertida ya en adolescente, se preguntará si la conducta de su padre se hereda. "Un día se le pasará por la cabeza, aunque no lo dirá abiertamente, que si tiene pareja pueda tener la conducta de su padre. Aquí, el psicólogo debe captarlo y asegurarle que el maltrato no está en el ADN". 

También surgirá otro dilema importante: "Mi padre sigue en la cárcel, ¿Voy a verle? ¿Qué le transmito? ¿Le quiero? ¿Lo perdono?". En estos casos, el profesional nunca deberá proporcionarle una decisión final, sino que la víctima tendrá que hacer de espejo, ver los pros y los contras, y deliberar.  

¿Hay una cura total para estas víctimas? La respuesta es no. "Nada es al cien por cien. Hay expectativas de que dándoles seguridad, amor, búsqueda de un entorno de normalidad y el tratamiento psicológico sean unos jóvenes normalizados y una buena pareja", sostiene Urra. 

Educar en la ruptura

Estos cuatro huérfanos de la tragedia, que vieron como acuchillaban o disparaban a sus madres en un día de colegio, nunca lo van a olvidar lo que vivieron. "Si un vaso de rompe, siempre estará roto. Van a sufrir de una forma u otra sin duda. Les marca de manera indeleble; hay cosas que se pueden mejorar, pero el daño está hecho", cuenta. 

Lo que sí aclara este académico es que declarar tres días de luto por un asesinato machista no es suficiente para terminar con esta lacra. "La solución está en la educación de la ruptura". Pues al final, "esa perturbación de maldad en el hombre se produce porque antepone el yo, el narcisismo. Piensa que lo ha perdido todo y no ve solución", sostiene. 

"Tres de cada cuatro niños se separarán en el futuro, es necesario preparar para la ruptura, para sentir dolor, empatía, y también para pedir perdón. En definitiva, debemos elaborar unos sistemas de mediación para que los procesos de separación no generen dolor", concluye. 

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