Javier Prada vive en la casa más terrorífica de Madrid. En el número 3 de la calle de Antonio Grillo, en Malasaña. Planta tres, puerta D.

Tal vez su ubicación no les suene, pues se trata de un edificio señorial como otro cualquiera en el barrio más hipster de la ciudad. Pero lo cierto es que el apartamento de Javier es probablemente el que más crímenes encierra entre sus cuatro paredes. En total, seis asesinatos. Y la cosa no queda ahí; su morada no es la única que ha vivido horrores en este bloque de vecinos. Parricidios, muertes sin resolver o el estrangulamiento de un recién nacido también se han sucedido en otras viviendas. Circunstancias que han bautizado a este lugar como la casa maldita —o del pánico— de la capital española. 

El sinfín de crímenes a las espaldas del edificio y, en concreto, en su piso, si bien, no asustan lo más mínimo a Javier Prada. Lleva viviendo en el 3ºD desde hace cincuenta años, los mismos que él tiene. Sus padres fueron inquilinos de la vivienda tan solo unos años después de que la sangre salpicase para siempre al edificio. Poco después la compraron, siempre evitando caer en paranoias, y ahora este madrileño, tras su muerte, vive solo en el piso del horror. Javier abre las puertas de su casa a EL ESPAÑOL y rememora la historia negra que rodea al edificio, situado en la calle con más muertos por metro cuadrado de todo Madrid. 

El sastre José María Ruiz asesinó a su mujer Dolores Bermúdez y sus cinco hijos. El Caso

Todo comenzó el 1 de mayo de 1962. Eran las 08:30 horas de la mañana. Tras la vieja puerta de madera, que ahora sostiene Javier, vivía el sastre José María Ruiz Martínez, de 48 años, junto a su mujer Dolores Bermúdez Fernández, de 40, y sus cinco hijos, Juan Carlos, Adela, Susana, Dolores y José. El más mayor tenía 14 y el más pequeño un año. Aquel día, a esa hora, el sastre comenzó a matar uno a uno a cada miembro de su familia. ¿El motivo? Estaba enloquecido por las deudas que le había dejado la construcción de un chalet de lujo en Villalba y no quería que su familia pasase penurias

"¡Los he matado a todos!"

Primero asesinó a su mujer y después fue terminando con la vida de cada uno de sus hijos, a cada cual de manera más atroz. Primero utilizó un martillo, después un cuchillo, una barra de metal y finalmente una pistola. Pero eso no sería lo más macabro de este suceso, que conmovió a la sociedad de la época. Después de asesinarlos, exhibió los cadáveres de tres de sus cinco hijos por el balcón, ante la mirada de decenas de madrileños que se agolpaban, impactados, en la calle. "¡Los he matado a todos!", "¡Los quería mucho!" y "¡Aquí están!", exclamó ante el gentío. 

Antes de pegarse un tiro en la sien, avisó al 091 de lo que acababa de hacer. No quería dar sus señas, pero el funcionario alargó la llamada todo lo posible para tratar de localizar la llamada, utilizando la guía de teléfonos. Cuando los agentes llegaron al lugar, en el que ahora se encuentra este periodista medio siglo después, entablaron conversación, separados por la gran puerta del piso, con el asesino. Contestó que solamente abriría la puerta a un padre carmelita, ya que todos "en su familia descansaban felices", según recoge ABC en una crónica del suceso. 

El edificio del número 3 de la calle Antonio Grilo, en Malasaña.

La Policía, sin perder el tiempo, marchó hasta el templo nacional de Santa Teresa, recogió al religioso y lo llevó hasta Antonio Grilo, 3. El padre, de nombre Celestino, trató de hablar con el sastre desde un balcón del edificio de enfrente, hoy inexistente a causa de su derrumbamiento, sin mucho éxito. Con el pijama lleno de sangre, mostró la pistola y gritó: "¡Esto es para mí. Dios no me lo tendrá en cuenta!". Segundos después, se escucho dentro un disparo, él ultimo. 

Dentro de la vivienda, la escena era dantesca. Había sangre por todas partes. Los policías se encontraron a la María Dolores, la esposa, muerta en el suelo del dormitorio. A los pies de cama, en su moisés, estaba su hija de dos años degollada. En el cuarto de baño, donde se había encerrado para para refugiarse, otra hija, de 14 años, yacía con un disparo en la garganta. En otra habitación, sobre la cama, la niña de 12 años muerta, y en otro cuarto, que daba a la calle, dos niños, uno de 10 con el cuello rajado, y otro de cinco, asesinado a tiros.

"Los mató a todos menos a la sirvienta, claro. Ella no era de la familia", dice, casi irónico, Javier Prada, en el recibidor de la vivienda. La familia de este madrileño alquiló al dueño de todo el edificio este piso, impregnado de terror, en 1968. Desde el crimen del sastre hasta que ellos llegaron, fue su tía paterna la que vivió allí.

La pregunta casi resulta obvia. ¿Cómo es vivir en una casa en la que un día hubo siete cadáveres y se produjeron seis asesinatos? "Yo no soy supersticioso, sabíamos lo que había ocurrido, pero no le dábamos importancia. Nunca ha ocurrido nada extraño. Yo nací aquí, me crié aquí y para mi es normal vivir en esta casa", cuenta el dueño de la casa maldita, mientras recorre con la mirada el interior. 

Desde el umbral de la puerta, el piso se advierte oscuro y decadente. Casi resulta complicado que alguien pueda vivir ahí, no por lo que imaginarán que también, sino por las condiciones. Las paredes del recibidor están sin pintar, se ve prácticamente el ladrillo. En otras se ve papel, pero prácticamente colgando. Baldosas viejas y agrietadas. Al fondo, antes de llegar a la cocina, donde solo se ve una nevera, hay colgada una cuerda de tender que parece llegar hasta el fondo del pasillo izquierdo, donde también hay pinzas. Elementos que hacen a la vivienda más tétrica si cabe. La casa está en obras desde hace varios años, según reconoce Javier a este diario. Él mismo está reformándola poco a poco, aunque nunca ha dejado de vivir allí.

La médium 

En el tercero, puerta D, el sastre asesinó a su familia.

Hace unos años, visitó la casa una médium y le comentó "que notaba energías". El "nunca se lo creyó", dice. Aunque si la llamó fue por algo, tal vez. Aún así, insiste, algo jocoso, en que no se escuchan voces, ni los objetos se mueven solos como en las películas de miedo. Lo cierto es que este edificio de 140 años bien podría ser el escenario de una producción terrorífica hollywoodiense. La lista de crímenes en tu interior es larga, pero empecemos por describir el exterior. 

Está situado en una calle angosta, que nace en la de San Bernardo y acaba en el Mercado de los Mostenses. Apenas se extiende 40 metros. Tampoco hay muchos locales abiertos. Un par de restaurantes chinos, una cafetería y un locutorio. Y en medio de la vía, haciendo esquina, la casa maldita. Toñi, la barrendera de la zona, trabaja a destajo en la acerca de la vivienda, cuando el que escribe llega a la calle. ¿Sabe usted que este es el edificio maldito de Madrid? "¡Qué me dices! No tenía ni idea de eso, a mi me encantan esas cosas", reconoce con entusiasmo. Tampoco saben mucho de ella los que transitan por la calle. La dueña del locutorio de enfrente solo lo afirma, sin añadir nada más.

Tras abrir la puerta de madera, algo maltratada por los grafitis y bastante anticuada, entramos en el vestíbulo del edificio, que se antoja algo estrecho. Los buzones se quedan a la izquierda, y tras pasar otra puerta, llegamos a la planta baja. El silencio reina, solo te interrumpe con el crujir del la moqueta. El estrecho pasillo muestra la entrada de dos viviendas. La primera, a la derecha, también fue la escena de otro crimen. Allí, el 8 de mayo de 1945, el camisero Felipe de la Braña Marcos, de 48 años, fue hallado muerto de un golpe en la cabeza. Cuando lo encontraron, su mano derecha aún agarraba un mechón de pelo del homicida. Si bien, la Policía nunca encontró al culpable. 

La escalera de madera nos lleva al siguiente piso donde, en el extremo derecho, una veinteañera soltera, Pilar Agustín, en abril de 1964, estranguló a su hijo recién nacido para "ocultar su deshonra". Son muchas las leyendas que corren respecto a este brutal asesinato, algunas crónicas de la época aseguran que la hermana de la madre encontró al bebé tres días después colgado en una percha, mientras que otras apuntan que fue hallado en un cajón de una cómoda. 

Portal del edificio.

En el recorrido por el edificio, este periódico trata de hablar con los 20 vecinos que viven allí, pero solo uno, Javier Prada, accede a hablarnos de la leyenda negra que gira en torno al edificio. "Los vecinos son esquivos con este tema, no les gusta hablar de ello", cuenta el dueño del piso donde el sastre mató a toda su familia. 

La crónica negra no comenzó a apoderarse de la calle de Antonio Grilo a partir de estos trágicos sucesos, sino mucho antes, en el siglo XVIII, cuando la vía todavía se llamaba  calle de Las Beatas. En aquellos años, un hombre aparecía asesinado en mitad de la calle y otra mujer era apuñalada por un sicario contratado por su marido. Para más inri, al poco tiempo, también se encontró un cementerio de fetos de bebé en las cuevas de la bodega del número 9 de la calle, y que sacaría a la luz la existencia de una supuesta clínica de abortos clandestino en la posguerra. 

Desde luego, hay pocos lugares en España que contengan tanto terror por kilómetro cuadrado como este lugar, probablemente desconocido por la mayoría. Y usted, ¿sería capaz de vivir en un edificio o en una calle con tantos crímenes a sus espaldas