Pepe Barahona Fernando Ruso
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    Albañil de día, demonio de noche.

    Emilio lleva varias cuerdas en su coche y ninguna es para su trabajo como albañil. Las ciñe sobre cuerpos de mujer vestido de diablo. Con sus cuernos y todo. En su casa lo ven como algo normal. Su afición, también una de sus fuentes de ingreso, no extraña ni a su madre ni a su hijo, de doce años. Ata a mujeres siguiendo las directrices del shibari, un erótico arte japonés que proviene de la tradición samurái.

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    Transformación

    Emilio tiene 35 años y se hace llamar Asmodeus Amo Rodríguez, Dracox. uando se enfunda unas mallas negras y se tizna el torso de maquillaje rojo se le cambia hasta la cara. Todo pose. “Soy un buenazo, aunque la gente se piense que soy un perla bueno”, confiesa el malagueño, padre soltero de un zagalillo de doce años. 

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    Los cuernos

    Con ‘superglue’ se coloca en la cabeza calva dos cuernos de unos diez centímetros. “Soy el diablo, siento que tengo el poder, que mando sobre las personas”, narra, ya metido en el personaje. Pero Emilio no siente la menor atracción por el satanismo, “tampoco adoración”, ni nada por el estilo.

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    Lucifer

    Emilio no es Al Pacino en ‘Pactar con el diablo’. “Aunque soy un poco diablo, me gusta mucho el cachondeo, soy muy sexual…”. Ahí queda cualquier posible parecido con Lucifer o Belcebú. Las bondades del demonio de Málaga son otras. 

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    Jaulas y látigos

    Utiliza jaulas, juguetes sexuales, látigos y un sinfín de artilugios para practicar la dominación y la sumisión.

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    Las cuerdas

    A Emilio le fascina el roce de la cuerda y muchas chicas le han dicho que la sensualidad que transmite el ser atadas también las excita. 

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    Convertido en Dracox

    “Las mujeres siempre me dicen que les atraigo más como demonio, que les parezco exótico”, zanja Dracox o Emilio, para los amigos y la familia.