Mataró (Barcelona)

A diferencia de lo que sostienen los vecinos de la calle de Burriac, 83, donde el pasado domingo encontraron degollada en su habitación a K. K., la niña rusa de 14 años; la familia de la joven, también de origen ruso, no había pasado tan desapercibida como creían en Mataró (Barcelona), donde residían desde hacía aproximadamente un año, tras haber vivido en su país de origen. 

"No se relacionaban con nadie, eran muy introvertidos, apenas hablaban castellano o catalán", sostenían estos días algunos de los que se cruzaban con la niña, su hermano, S. K. o la madre Olga K. en el edificio. Ni siquiera sabían a lo que se dedicaban. Tal vez fuera así para sus vecinos, pero no para la comunidad rusa que reside en la ciudad del Maresme, que conocía a esta familia, pero sobre todo a la madre y que, en conversación con EL ESPAÑOL, apuntan a que el móvil del asesinato de la menor podría deberse a un ajuste de cuentas.  

"Mataró es pequeño y aquí todos los rusos nos conocemos", comienza diciendo I., de origen ruso y afincada en esta ciudad desde hace 20 años. Olga K. llegó a Mataró hace un año junto a dos de sus cinco hijos, K., la joven asesinada y S., su hermano de 16 años, en paradero desconocido desde el sábado y al que los Mossos buscan desde entonces para "proteger su integridad". Sus otros tres hermanos, dos más pequeños y otro mayor, de 22 años, se quedaron a vivir junto a su padre en Rusia. El matrimonio había decidido separarse y, de este modo, repartirse a los vástagos. 

Así, la madre, una vez instalada en Mataró, escolarizó a sus dos hijos en un centro escolar cercano y decidió montar un negocio en su propio domicilio, al que denominó Instituto Internacional de Reproducción Humana PUER. Ella no es médico, sino licenciada en psicología, y basándose en sus supuestos conocimientos se dedica a "dejar embarazadas a sus clientas de manera espiritual", cuenta su paisana a este diario. "Hace seminarios y reuniones que valen dinero, y son una chorrada", añade. 

"Los problemas" 

Olga entre un diploma a una de sus clientas.

Para I., Olga buscaba tener siempre una "muy buena calidad de vida", pero siempre "le faltaba dinero". "Ella quería conseguir dinero de manera fácil y buscaba por todas partes a gente que pudiese pagar", sostiene.  La madre no solo atendía a sus clientes en la calle de Burriac, 83, sino que también hacía viajes a otras ciudades españolas donde impartía cursos, que duraban varios días, y tras los que entregaba diplomas a sus clientes en los que se certificaba la adquisición de "conocimientos" para quedarse embarazada. En algunas ocasiones, incluso acompaña a sus clientas al hospital para dar a luz. 

"Yo creo que ella sabe perfectamente de donde vienen los problemas", afirma, haciendo referencia al asesinato de su hija K. y también a la desaparición de su otro hijo. "¿Tenía deudas?", le pregunta este periodista. I. prefiere no responder. Lo que sí detalla es que no era la primera vez que esta familia vivía un episodio violento en su domicilio, hace unos meses "le reventaron todo el piso, la puerta y todos los muebles". 

"Y, ¿cuál fue el motivo?", le vuelve a preguntar el que escribe. Ella responde, irónica: "¡Quién sabe! Todas las respuestas las tiene Olga". Y añade, "supongo que al niño tampoco no lo encontrarán vivo"

Para esta rusa no hay muchas dudas del por qué, del cuándo y del cómo en todo lo que rodea al asesinato de la joven K., y a la desaparición de su hermano mayor. Sospechas que, además, no solo sostiene ella, sino también muchos otros vecinos rusos de Mataró que conocían a Olga y sus negocios desde que llegó a la ciudad con sus hijos. 

En cuanto a la vida de los dos menores desde que llegaron al barrio de Cerdanyola, algunos compañeros del colegio en el que estudiaban han apuntado que la niña era bastante sociable y tenía varias amigas en clase. También se dedicaba a la natación profesional junto a otras compañeras con las que representaba a España en su categoría. A principios de junio viajó a Moscú para participar en el último campeonato mundial, al que fue acompañada de su madre, según ha podido saber este periódico.   

S., el hermano desaparecido, en cambio, era algo más introvertido y apenas se relacionaba con sus compañeros. Llevaba dos semanas sin asistir a clase y su comportamiento en el colegio "no era normal". "Siempre estaba solo en una esquina del patio, vestía de negro y, a veces, simulaba que disparaba con las manos", cuentan de él sus compañeros. 

Investigación

En ocasiones, acompaña a sus clientas al hospital cuando da a luz.

Por el momento, la policía catalana investiga como un homicidio la muerte de la menor, cuyo cadáver fue hallado con heridas de arma blanca en la parte lateral del cuello. Ha sido el alcalde de Mataró, David Bote, quien lo ha confirmado a los medios de comunicación, tras hablar con el Cuerpo que investiga el caso, y que después de dos días, sigue sin dar con el paradero del hermano. Al que buscan en tres zonas de la localidad, según ha podido saber este diario, no con el objetivo de detenerlo como presunto sospechoso, sino de protegerlo, según ha aclarado este martes el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC). 

Las primeras sospechas de que algo ocurría con partieron de Olga K., la madre de los dos niños. El viernes pasado, había tomado un vuelo desde Girona a Moscú para celebrar allí el cumpleaños de su hijo mayor, de 22 años, y ver al resto de sus hijos y amigos. 

Sin embargo, dos días después, no sabía nada de sus dos hijos de 14 y 16 años, a los que había dejado solos presuntamente en el domicilio. Pues según sostuvo una persona cercana a esta familia a EL ESPAÑOL, pudo ver a un hombre "ruso y corpulento" dentro de la vivienda a última hora del viernes, una vez que la madre se había marchado de viaje. 

Tras no tener noticias de K. y S., intranquila, Olga llamó a unos amigos rusos, residentes en Calella, para que se acercaran hasta la vivienda. Al llegar al inmueble, los dos amigos aporrearon la puerta, sin obtener respuesta. Si bien, el estruendo alertó a los vecinos, que salieron a su encuentro para preguntarles qué hacían.

Estas dos personas les contaron que iban a buscar a un cerrajero para echar la puerta abajo ya que los hijos de su amiga no contestaban y debían estar allí. Los vecinos se negaron, pero finalmente, un inquilino del cuarto primera ofreció su balcón para que pudieran entrar en la vivienda, que estaba en la misma planta. 

Al poco, el hombre que accedió por esa terraza abrió la puerta de la casa, cuya cerradura "no estaba forzada", según apuntan a este diario. Dentro de ella, esperaba una escena espeluznante. K. estaba tumbada en una de las habitaciones, boca arriba, degollada. El piso estaba hecho un desastre, desordenado y con sangre por todas partes. De su hermano tampoco había rastro.