Iván Huerta está plantado en su garita con aires de centinela. Ahí, en la madrileña Plaza de Cascorro del barrio La Latina, ve pasar el tiempo hasta que alguien caiga a comprarle un cupón de la ONCE. Es jueves. A pesar de las nubes ya no llueve y puede que sea un día bueno. Pero no cree que pueda remontar. La semana arrancó con mal tiempo, la gente no salía a la calle y hasta el miércoles sólo había ingresado 346 euros en ventas. Es una cifra muy alejada de los 1.623,2 euros que la ONCE le marca como objetivo semanal.

Cabría pensar que bueno, está ahí, trabaja para la ONCE, es una persona discapacitada -por un ojo sólo ve la luz y por el otro ve si se acerca mucho las cosas- y que si no cumple los objetivos el Estado del bienestar se encargará del resto. Pero la realidad camina lejos. “Tengo un contrato de un año que comenzó el agosto pasado. Si en estos seis últimos meses no cumplo los objetivos que me ha marcado la ONCE, me echan a la calle”, cuenta, conversando con este diario. 

“Si por las vacaciones o por el tiempo no vendo, adiós. He estado cumpliendo los objetivos de agosto a enero, pero ahora ha bajado la venta y da igual que no llegue por solo un euro”, añade. La pena es que la semana que viene no va a ser mejor. Por mucho sol que haga, hay un puente que va a vaciar la capital. Está en una cuenta atrás hasta agosto, con las vacaciones de por medio, y si no llega, se irá al paro, a repetir el ciclo de nuevo. Volverá a rellenar la solicitud para que le dejen vender, entrará de nuevo en la lista de espera y jugará a la lotería a su manera, porque volverá a vender donde le toque. 

Los trabajadores de la ONCE llevan desde el pasado marzo en pie de guerra porque consideran que sus condiciones laborales no son dignas. Los contratos temporales que se empalman uno con otro constantemente, la opacidad en la asignación de los puntos de venta, la competencia desleal fomentada desde la propia ONCE y el Estado y que se despida a gente bajo unos criterios que consideran de empresa privada son el grueso de las críticas que están haciendo algunos trabajadores y los sindicatos.

Las reivindicaciones, que llevan años en el aire, ahora están sufriendo un repunte. ¿Y por qué, por lo general, se desconoce esta faceta de la organización? No hay una respuesta científica al respecto, aunque quizás tenga algo que ver que la ONCE haya invertido 51 millones de euros en publicidad el año pasado y sea una de las 10 compañías españolas que más invierte en los medios de comunicación. 

El último objetivo de estas movilizaciones, que de momento son ruidosas pero logran poco ya que ni salen en los medios ni se cuelan en el discurso político, han sido las oficinas de Correos. El pasado 28 de marzo un grupúsculo de trabajadores, con sus bastones y su indumentaria de la ONCE, entraron en la oficina de Conde de Peñalver, en Madrid, a corear “Está muy feo que los juegos ONCE los venda Correos”. Lo mismo hicieron el 11 de este mes en el edificio de Cibeles, también en la capital.

Protestas de trabajadores de la ONCE en la sede de Correos, en Conde de Peñalver (Madrid)

Esto no se debe a una novedad, pero es una suerte de símbolo. Correos y otros establecimientos como estancos, gasolineras y grandes superficies pueden vender cupones desde que lo aprobó un Consejo de Ministros de Zapatero en 2009. Las ventas estaban por el suelo y había que reflotar. Ahora que la situación ha mejorado, los trabajadores consideran que para ellos todavía no. Por eso algunos están estallando e intentando que se vea todo lo que llevan tiempo padeciendo. 

Iván, nueve contratos temporales desde 2001

Iván Huerta tiene 39 años y lleva vinculado a la ONCE “toda la vida”. Estudió en el Centro de Educación Especial Antonio Vicente Mosquete que gestiona la organización y comenzó a trabajar como vendedor de cupones en 2001. “Estuve hasta 2004, tres años con contratos temporales de un año. Quería que me renovaran pero me dijeron que no había alcanzado los objetivos, aunque no me dijeron por cuánto”, cuenta. Después, estuvo igual de 2006 a 2008. Le volvieron a despedir. En 2011 hizo una sustitución y al año siguiente otro contrato de un año. Cómo una especie de Bill Murray en El día de la marmota, volvió a ser vendedor de 2015 a 2016. 

El último contrato temporal se lo hicieron el agosto pasado y durará hasta este verano. Sus últimos seis meses, que son los que cuentan, recalca, son cuando Madrid está más vacía. Y el que haya menos gente no va a hacer que le rebajen sus objetivos. Quiere que le renueven, por supuesto, pero mucho tiene que remontar la cosa y los precedentes no juegan a su favor. Lo más probable es que le vuelvan a despedir y a contratar más tarde, perpetrando el ciclo en el que lleva viviendo desde 2001.

A pesar de que le puede perjudicar en lo laboral, Iván no tiene problema en contar su historia y ponerle rostro a lo que considera injusto. Lo mismo han hecho otros compañeros suyos en conversación con EL ESPAÑOL, pero cada historia a su tiempo.

“Es una situación constante de presión porque se me está imputando que la gente no compre. Luego, si me llevan contratando desde 2001 será porque valgo para vender, que me echen porque no doy los objetivos es algo que no entiendo, es una tomadura de pelo”, dice Iván. 

"La ONCE se está convirtiendo en una empresa de juego como cualquier otra" DRV

“Yo todo lo que veo en ese sentido es que es una avaricia, que la ONCE se está convirtiendo en una empresa de juego como cualquier otra”, critica. Y se refiere a los numerosos productos que vende. “Yo tengo a mis padres y si me quedo sin trabajo puedo estar viviendo en su casa, pero el tiempo pasa y necesito independencia y estabilidad. ¿Siendo ciego, dónde voy a trabajar si no es en la ONCE?”, se pregunta. 

La vida ya es bastante complicada para Iván, que no puede llevar el día a día de la mayoría de las personas por esa lotería mala que le tocó en los ojos al nacer. A pesar de ello se carga a sus espaldas la inseguridad constante de no poder tener un empleo fijo, de que cada año puede perderlo, y que la cosa cada vez va más cuesta arriba.

Desde su garita, donde corta la conversación cuando se acerca un cliente para no dejarse ni las migas, recuerda una anécdota que le ocurrió hace unos días. Estaba en la oficina de Correos cercana a su quiosco recogiendo los cupones del día y vio como le vendían a un tipo 100 euros de lotería. “Es fácil sentirse humillado en esas situaciones”, comenta. Como no llegue al objetivo semanal, que esta semana no lo hará, tendrá que patearse la zona a ver si consigue algún cliente más. 

Las ‘tomas de Correos’ de los trabajadores de la ONCE

Por casos como el que relata Iván es por lo que los trabajadores están ocupando algunas oficinas de Correos. Aunque también lo podrían hacer en estancos, gasolineras o grandes superficies como Carrefour donde también se venden los diversos juegos. Viendo en su relato cómo se ahogan para alcanzar los objetivos, les parece especialmente sangrante que desde que el Gobierno de Zapatero instauró esta medida no se haya hecho nada para revocarla, independientemente del signo del Ejecutivo.

Una oficina de Correos con la publicidad de los productos de la ONCE. E.E.

En estos dos últimos meses, además de las “tomas de Correos”, como las llaman, los trabajadores, coordinados a través de la filial de Comisiones Obreras en ONCE, han realizado pegadas de pegatinas en distintos municipios de Madrid lamentando lo que a su parecer son los intereses de enriquecimiento de la organización por encima de sus fines sociales. Por ello también se manifestaron el pasado 21 de marzo en la Delegación de la ONCE en Madrid. 

La única iniciativa para atajar esta situación partió del grupo de Unidos Podemos en el Congreso, en septiembre de 2017, cuando presentaron una Proposición no de Ley para modificar y actualizar “las modalidades de juego y condiciones de comercialización de la ONCE”. En ella se recordaba que corresponde al Gobierno ejercer la tutela sobre la ONCE. Cayó en saco vacío, igual que otras PNL como la que buscaba desarrollar el reglamento de la llamada Ley de Lengua de Signos que desde 2007 dice que se debe reconocer la sordoceguera como discapacidad única, algo que todavía no ha pasado. 

“Siempre que acudimos al Gobierno o a los partidos políticos nos dicen que ellos no consideran que tienen que ser los que dictaminen cómo debe actuar la ONCE, pero ellos fueron los primeros que les permitieron vender como sea”, critica un portavoz de la sección de Comisiones Obreras en la ONCE. “Se está compitiendo deslealmente con complicidad del Gobierno, y se ve como lo hacen a través de Correos, que también es una empresa estatal, eso es lo que más nos duele”, añade. “Estos días se está viendo cómo Correos tiene colas de cinco horas para el voto a distancia y de paso compran cupones”. 

La idea inicial de vender los productos de la ONCE en puntos de venta externos a sus trabajadores habituales tiene una lógica empresarial. Las ventas estaban cayendo en picado cuando se aprobó esta medida en 2009. La gente ya no compraba y había que buscar una forma de encontrar ingresos para para seguir financiando la labor social que hacen.

Pero desde 2011 la situación ha mejorado y ahora lleva varios años con beneficios, aunque el nivel de ventas todavía no ha llegado a las cifras previas a 2007. En 2018 la organización facturó 38 millones de euros. Ahí se ha creado el desfase. La organización no paga la cuota de la seguridad social de sus trabajadores porque la mayoría son discapacitados y además recibe subvenciones por cada uno de los trabajadores. Según las cifras de los sindicatos, la ONCE se ahorra 100 millones de euros al año en Seguridad Social y recibe una subvención de entre 4.500 y 5.500 euros al año por trabajador, según la edad y el género. Por eso les sangra tanto las condiciones laborales a las que muchos se tienen que someter.

Pegatinas de las reivindicaciones, sobre una imagen electoral del PSOE. E.E.

EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con la ONCE y desde la organización han defendido que estos casos son particulares y ni mucho menos la norma. Defienden que en 2017 se hicieron 990 contratos fijos y que desde 2013 la cifra es de 3.906. En total hay alrededor de 19.500 vendedores de la organización y aseguran que la plantilla indefinida es en torno al 85% del total.

A pesar de las cifras, a veces sí que se pueden dar casos que ven la peor cara de la suerte. “Nosotros somos la ONCE pero también tenemos que funcionar como una empresa, con un periodo de prueba”, defiende un portavoz. “Hace unas semanas nos reunimos con Unai Sordo -el secretario general de Comisiones Obreras- y mostró su respaldo a la labor de la ONCE y a la venta en otros puntos complementarios”, añade. 

“¿Pongo a mis hijos de camareros porque ONCE no me renueva?”

La vida de idas y venidas que relata Iván no es exclusiva a su caso. Este diario ha hablado con varios trabajadores que han sufrido esa presión laboral, la competencia desleal y los contratos temporales. Uno de los más llamativos es el de Jesús Manzaneque. Tiene 52 años y aunque no es ciego sufre una discapacidad ya que perdió una pierna tras un accidente de moto a los 21. Él ha llegado a acumular hasta tres contratos el mismo año.

Jesús entró en la organización en mayo de 2013, con un contrato de un año. Le tocó en el pleno centro de Madrid y tenía que facturar 4.200 euros a la semana, cuenta. Esa vez no le renovaron porque se quedó a 80 euros del objetivo completo, según asegura. Después, le volvieron a llamar para suplir bajas. Algunas veces le fue bien, otras no tanto. 

“Cuando me ponían en buena zona lo conseguía. Fui dos navidades seguidas el que más rascas vendió de la zona centro”, recuerda con orgullo. Pero cuando le ponían un punto bajo, la cosa iba peor. “Cuando estaba en un sitio que no había tanta actividad tenía que ir dando una vuelta por los bares, aunque lloviera, y es difícil para mí al faltarme una pierna. Ahí empecé a trabajar los días que tenía libres y también he trabajado en Navidad, Semana Santa, Nochebuena… cuando no me tocaba sólo para llegar al objetivo”, critica. “Así es como esta gente integra a los minusválidos”, dice. 

Algo harto de la situación, ahora trabaja en otra empresa que prefiere no identificar. Asegura que le volvieron a llamar para ser vendedor pero que lo rechazó porque ya no podía más.

En la misma cara de la moneda está María. Su nombre es ficticio para proteger su intimidad, a petición, ya que sigue trabajando para la ONCE. Ella entró en la organización tras más de una década sufriendo malos tratos por parte de su pareja. “Eso de la violencia de género sí que lo puedes poner en tu reportaje, que somos tantas las mujeres discapacitadas que la sufrimos que no me van a poder identificar por ello”, asegura.

Jesús en una reivindicación en la Puerta del Sol de Madrid. E.E.

“Después de que mi marido intentara matarme, un día, sin todavía saber cómo, me desperté y me fui con mis dos hijos”, relata. “La única opción que tenía era vender cupones, por mi ceguera”, añade, y cuenta cómo le hicieron un contrato junior, es decir, de manera temporal y en el que se cobra un porcentaje más bajo que un asalariado fijo. Además, ese contrato era de 30 horas y, a pesar de ello, se las apañaba para llegar a los objetivos fijados. 

“Hasta el año pasado mi sueldo fue de 600 euros y pico mensuales de jornada completa. Si estás tres años trabajando de hacen indefinido, pasas a senior, pero para eso tienes que trabajar sin una interrupción de más de seis meses”, relata. Eso es lo que le sucede a sus compañeros, a los que no hacían fijos por estar continuamente con contratos temporales

“Creo que la ONCE juega con las leyes laborales de los empresarios y con la discapacidad de sus trabajadores. Al principio siempre te mandan a puntos de venta que no son buenos y no das la rentabilidad. Al cabo de los meses, como no das el perfil te echan al paro y luego te vuelven a coger a los meses. Yo me he tirado una temporada a contratitos y se que han recibido muchas subvenciones por mí”, critica. 

Su situación la llevó a criticar a la ONCE entre los trabajadores, también a través de internet. “Me acuerdo que me llamaron, me hicieron una amonestación verbal por eso y a los dos meses estaba de nuevo en la calle”, dice. 

Mientras habla, un cliente se acerca al quiosco donde ella vende. “No te ha tocado, ¿no? Qué poca vergüenza tengo eh”, y se ríe. Luego vuelve a la conversación para criticar que la asignación de los puntos de venta es opaca y que ahora se encuentra en una situación de inseguridad por su contrato, que ahora consiste en suplir bajas. 

“La falta de seguridad me da inestabilidad. Me mata no saber qué va a pasar cuando acabe el contrato en el que estoy. No he podido ahorrar en mi vida por ese tipo de contratos y la ONCE no es una empresa normal que necesita rentas constantemente”, protesta. “Pero yo no me preocupo por mí, me preocupo por mis hijos. ¿Si quieren entrar en la universidad dónde los meto? ¿Los pongo de camareros porque los de la ONCE no me quieren renovar el contrato? Porque con mi ceguera no me cogen ni para limpiar. Si no fuéramos discapacitados, esto no pasaría”.