Hace unos años, al volver de pasar el fin de semana con su madre, el pequeño S. tenía apenas 7 años y ya comenzaba a faltar al colegio día sí, día también. Al ir a recogerlo uno de esos domingos, el crío le dijo a Rafael, su padre, que le dolía la barriga. "¿Quieres que vayamos al médico? Venga, que vamos a la farmacia y te traemos algo". Y él respondió que no, que esa no era la clave para resolver sus problemas. Con determinación, el niño prefería optar por una resolución de corte más religioso: "Papá, tenemos que atar a Satanás".

El joven S., de pelo rizo, ensortijado, se refería así a sus problemas de estómago, con ese mantra que había recibido en la iglesia evangélica. Allí le obligaba a asistir su madre desde que era pequeño, en Parla; fue en ese lugar donde conoció  a su nueva pareja, el hijo de un pastor evangélico de la zona. La doctrina cerril con la que comulgaba iba creciendo en ella, y la extendía luego al pequeño.Los fines de semana le tocaba ir a casa del padre, pero él dice que María Sevilla, la mujer que ahora ha sido detenida y acusada de secuestrar a su hijo, siempre encontraba una excusa para no entregárselo. Así un finde tras otro, hasta que terminó por desaparecer.

La última vez que Rafael vio al pequeño fue en diciembre de 2016. Antes de que su ex mujer se fugase quedando en paradero desconocido, llevándose consigo al hijo de ambos, en apariencia para siempre. "Le llegó a decir que yo había muerto. Estaba con ella la nueva pareja, y le metió al crío en la cabeza que él era su padre". 

El propio Rafael relata a EL ESPAÑOL cómo tras dos años y medio sin ver al chiquillo llegó incluso a pensar que estaba muerto. Entretanto, el adoctrinamiento religioso del pequeño S., 11 años ahora, dio paso a una vida de niño salvaje, sin relacionarse con otros chavales, "de Mowgli" alienado y perdido en un páramo manchego, sin más contacto con seres vivos y con la realidad que los perros de su madre y los paseos por la noche junto a ella y su pareja. Solo le sacaban de la casa cuando ella consideraba que ya no había peligro de que nadie detectase que se ocultaban allí. 

"Lo tenían viviendo como un perro"

El padre llevaba dos años buscando por cielo y tierra a su hijo perdido. Carmen Suárez

"La policía me dijo que lo tenían viviendo como un perro". Hasta este pasado viernes, cuando fue liberado por la Policía Nacional  de la casa abandonada en la que estaba encerrado en Villar de Cañas, Cuenca, Rafael llevaba dos años y medio sin saber nada de él. La madre asesoró a Podemos desde su asociación Infancia Libre. En apariencia, conocía bien en los temas de la asociación: maltrato de menores y abusos. Montó la plataforma al año siguiente de desaparecer del mapa y ya con una sentencia en contra que otorgaba al padre la custodia de S. 

Rafael duerme ya desde el viernes con su hijo, han vuelto a hacer cosas juntos, a salir al parque, a montar por primera vez en monopatín. Asuntos sencillos y banales, la esencia de un día a día que el pequeño está afrontando con extrañeza. Todo es nuevo para él, incluso los aspectos más elementales de la vida en sociedad.

Está volviendo a la realidad tras pasar años asilvestrado, durmiendo de día y viviendo de noche. "A la madre y la pareja les vieron ir a comprar fruta y verduras en cantidades industriales. Me dijeron que luego durante largos días no salían de la casa". La mujer se fugó con él huyendo cual bandolera, saltando de región en región de la geografía española.

Ello fue así hasta que los investigadores los situaron en Cuenca y un dron de la Policía Nacional localizó a los niños.  

Como en una burbuja

"Temía muy seriamente por su vida", suspira, ya más relajado ante la resolución de los acontecimientos, que parecen haber llegado a un puerto seguro. S. lleva años viajando de un lado para otro junto a su madre, siguiendo las creencias religiosas que ella le marcaba. Y eso fue lo que los agentes se encontraron cuando accedieron al interior de la casa abandonada de la urbanización Casalonga, un terreno gigantesco con una casa y dos niños dentro viviendo como salvajes en una isla en el Pacifico. 

El contacto con el mundo exterior, con el ser humano, haya sido mínimo en la vida del pequeño en los últimos años. La prueba de ello le llega a Rafael estos días. Ahora es preciso restablecer la normalidad, reinsertarle en una sociedad de la que había sido extirpado, casi obligado a vivir como un animal. 

-A qué te gusta jugar ahora, qué te apetece hacer. ¿Te gusta el fútbol?, le dice el padre estos días. 

-Papá, yo es que solo he jugado al fútbol con los perros

A las ocho de la tarde del pasado viernes, los agentes de la Policía Nacional llaman a Rafael. Acaban de encontrar al niño. Les han detenido, después de varias semanas observándoles. Al niño lo localizan con un dron. Tiene que ir a buscarlo a los juzgados de Plaza de Castilla. "Me dicen que tiene un lavado de cerebro tremendo. Que tiene encima un enorme adoctrinamiento religioso. Que por lo visto, habla mucho de Dios, de que dice que Dios va a venir a castigar a cierta gente".

Poca ropa y una Biblia en la maleta

A la izquierda, Rafael y su hijo. A la izquierda, la detenida. EL ESPAÑOL

S. se encuentra muy delgado, muy débil. Llega con apenas un remiendo de chándal, con un anorak varias tallas más grande. Ese día está sin duchar. Lleva una minúscula maleta, sin apenas ropa pero con una Biblia dentro. Entonces ve a su padre, al de verdad, después de dos años sin estar con él. Desorientado, apenas reacciona; el pequeño salvaje tan solo sonríe y esboza un tímido "hola".

"Hay que darle tiempo, sé que hay que darle tiempo, y por eso intuyo que la parte que viene ahora es la más complicada", dice Rafael, el padre. La casa de Villar de Cañas se encuentra aislado por completo de toda suerte de civilización, y forma parte de uno de esos paisajes oníricos de edificios fantasma, asentados, modernos y decrépitos, sobre la llanura castellana. 3.000 metros de finca dan para correr, pastar e incluso perderse. Muy pocos vecinos (o ninguno) habían visto a los niños. 

El instalarse aquí forma parte de esa especie de plan según el cual, con el paso de los años, la madre ha ido alejando al pequeño de su padre. Rafael y María se separaron en el año 2010. "Establecimos de mutuo acuerdo que nos repartiríamos el tiempo con el pequeño. Pero poco a poco ella fue alejándolo y muchos fines de semana no me dejaba que me lo llevase. Una de las excusas que daba era que esa semana les tocaba ir a la iglesia y que no podía faltar". Se refiere a la iglesia Evangelista a la que comenzó a llevar al pequeño desde muy pronto. 

Con el paso de los años, Rafael ha ido estando cada vez más alejado de su hijo. El proceso judicial ambos iniciaron simultáneamente, el uno contra el otro, hizo que el hijo estuviese sin ver a su padre durante los siguientes meses. "En una ocasión, S. lo fui a buscar a la casa de ella y él me dijo que su papa de verdad era el otro, que yo no era su papá". 

El filete y las patatas

El padre, atendiendo a EL ESPAÑOL. Carmen Suárez

Se refería a la pareja actual de María, con la que se fugó y con la que tuvo una niña pequeña a la que dejaron a su aire y que recibió a los agentes de la Policía olisqueándoles como haría un auténtico sabueso. El adoctrinamiento religioso y ese progresivo salvajismo vino, además, acompañado de la ausencia de escolarización. No pisó un colegio en dos años y medio. Esta se acentuó cuando la mujer puso pies en polvorosa y huyó hacia el sur. Recorrió con los niños y con su pareja Jaén, y luego Granada. 

Entretanto, las sucesivas denuncias que la mujer interpuso por abusos ante su marido fueron archivadas, todas ellas de manera firme. Pero no había noticias de su ex mujer, ni del pequeño, así que se puso manos a la obra a buscar a su hijo, donde quiera que estuviese. "Fue como buscar una aguja en un pajar. Ella dejó algunas direcciones, y fuimos a preguntar a esas ciudades. En todos los sitios nos dijeron que no sabían nada de esa mujer". 

La última pista llegó hace unas semanas. Alguien de Villar de Cañas, en Cuenca, creyó reconocer a la mujer. La Policía ató cabos, les siguió, comprobó las rutinas de la pareja y les acabó deteniendo el pasado viernes. Encontraron la decrépita vivienda repleta de lonas cubriendo la entrada, protegiendo la vista de curiosos. Por el terreno surgían la maleza y los cascotes. Dentro, en la casa, las paredes y los cristales estaban pintarrajeados: algunos con las lecciones de matemáticas con las que la madre instruía al menor; en otras superficies los agentes de la Policía hallaron versículos del Génesis, uno de los textos bíblicos del cristianismo. En concreto, el 22:18. Estaba escrito en letras grandes y rojas:

-"¿Qué está haciendo Dios para cumplir esta palabra?"

En los primeros instantes, el pequeño reveló a los agentes que quería ser pastor evangélico. También que veía a su padre como una suerte de encarnación del diablo.

Este fin de semana, el pequeño S. ha ido recobrando la normalidad de la mano de su padre. Queda un largo camino, la adaptación a la sociedad todavía no ha comenzado. Una escena define el estado en el que se encontraba el menor:

-"Tenía que comer bien, así que me lo llevé a un restaurante para que comiese un buen filete y unas patatas fritas. Entró allí como extraño, y empezó a tocarlo todo: las copas, los platos las servilletas. Está todo muy limpio, papa, me dijo. ¿No me pasará nada, no me pondré malo? Luego le trajeron el filete, y los primeros bocados que dio no sabía ni comerlos, cogía la servilleta  y los expulsaba de nuevo. Apartó el plato un momento. Más tarde, insistimos y terminó por comérselo todo. Pero le está costando. Por la noche, ya más tranquilo, después de ir a comprarle ropa y de montar en monopatín, me dijo: "Papá, gracias porque hoy he hecho cosas que no había hecho nunca". 

Entrada a la urbanización prácticamente abandonada donde secuestraron al pequeño S.