"La buena pasta nunca cansa". Año 1988. Una diva italiana camina hacia el interior de un elegante salón en el centro del cual la mesa está ya dispuesta para el banquete. Luce con la sofisticación de siempre, con la elegancia legendaria: carmín en la larga falda, negro en la parte superior. Sophia Loren, ganadora de dos premios Óscar, un mito vivo del cine, protagoniza uno de los anuncios más célebres de la televisión en España. El spot con el que Pastas Gallo pretendió colocarse a sí misma a la altura del mismo Hollywood. Todo gracias a una publicidad que ligaba su nombre al glamour. 

Treinta años han pasado de ese anuncio, y aún más desde el nacimiento de la firma. De comenzar en un pequeño molino de Rubí a que las estrellas de cine promocionasen sus sabrosos ravioli. La suya es la historia de una de las extirpes más conocidas dentro del mundo empresarial en nuestro país. Su familia lleva dos generaciones manejando el barco de Pastas Gallo, la firma que su padre inauguró hace más de 70 años en un pequeño municipio a las afueras de Barcelona. Esa historia está a punto de terminar. 

La empresa lleva a la venta desde hace una semana. Fue entonces cuando Fernando, José María, Pedro Antonio y Pilar decidieron poner a la venta la firma, en medio de buenos números, de ‘caviar’ y de bonanza. Echarse a descansar al llegar a la cima. 

Fue en 1948 cuando echó a andar un negocio que factura hoy 200 millones de euros y que cuenta con 350 trabajadores. La descendencia del abuelo recogió los frutos. Ahora han sido ellos quienes la han gestionado a su muerte, y ya toca descansar. Una firma empresarial de familia como muchas otras grandes firmas españolas nacidas el siglo pasado que ha pasado de la sencillez de nacer en una pequeña ciudad dormitorio de clase obrera a los barrios altos de Barcelona y poblaciones de alto standing a las afueras de la ciudad. Todo eso en apenas 50 años.

El arco familiar que dominaba hasta ahora la empresa lo forman Pedro Antonio Espona, quien ostenta el cargo de consejero delegado. Su hermana Pilar, la directora de compras. El siguiente, Ferrán, el director industrial. Silvia gestionaba el área de marketing. Y Carlos, por último, se quedó con el área financiera. Cada uno de ellos ostentaba el 20 por ciento de participación en la firma.

Crónica de una venta anunciada

Los rumores sobre que los hermanos querían deshacerse de las acciones de la firma han estado sobre la mesa desde la muerte de la matriarca del clan. En 2011, la familia sufría el duro golpe del fallecimiento de Pilar Massana, la viuda del fundador de la firma, quien perdió la vida en el año 1997, cincuenta años después de que la compañía iniciase su andadura. 

Al año siguiente de la muerte de la madre, José María Espona, el alma máter de la firma, vendió su paquete de acciones a sus otros cuatro hermanos. En 2016, cuatro años después, continuaba estando sobre la mesa el run-run  de que finalmente los Espona se desharían de la empresa de forma definitiva. Que es lo que parece ahora que está a punto de suceder: una de las familias más poderosas e influyentes del empresariado catalán retirándose a descansar tras 70 años de éxitos.  

Reunión de los representantes de la firma Pastas Gallo.

Hace dos años que el agua comenzaba ya a hervir. Eran las dos hermanas la que querían vender sus participaciones en la empresa familiar aprovechando el tirón de la cacareada recuperación económica. Ahora, la situación es diferente. Todos los hermanos están dispuestos a cobrar la ración de pasta que les corresponde. Todos parecen dispuestos a vender su porción de la compañía en un momento álgido de la firma. 

Así quedó repartido un negocio que, de nacer en un sencillo molino ha pasado a estar rodeado (en parte) del glamour, del famoseo, de todo lo que supone ser la marca de pasta más consumida y más conocida del país. De los anuncios de Susana Griso, el chef Pepe Rey, la actriz Ana Duato a los vestidos de Lola Casademunt, mujer de uno de los hermanos.

El gran Gatsby español de la pasta

José Espona fue algo así como el Jay Gatsby de la pasta española. Un emprendedor, como el personaje de Scott Fitzgerald, salido de la nada y que con el paso de las décadas vio crecer a sus pies un imperio formado de hélices, de espaguetis, de fideos, de plumas, de ravioli, de pasta para lasagna. Nació como nacen muchos negocios exitosos: importando una idea venida de fuera. Lo supo en uno de sus viajes a Italia, cuna inequívoca de la pasta. Allí, el fundador de Pastas Gallo advirtió que la pasta de trigo de calidad se fabricaba con trigo duro, y no con blando, que era la costumbre que ya se había desarrollado ampliamente en España. 

Tomó todas aquellas enseñanzas y se las trajo de vuelta para ponerse a elaborar la mejor pasta que la posguerra y los años de la dictadura hubieran conocido. Empezó comprándose una pequeña fábrica de harinas en Rubí. 

Pronto don José convenció a los agricultores de que comenzasen a plantar el trigo que él les estaba sugiriendo, el mismo que se había encontrado en la vecina Italia, el que ellos empleaban de modo tan óptimo para preparar luego los mejores platos. 

Imagen de archivo de José Espona en su primera fábrica. Pastas Gallo

Fue todo un éxito. Pronto la firma comenzó a consolidarse. Don José y su familia iniciaron, con trabajo duro, la expansión de la marca por toda España. Fue entonces cuando compraron el molino de El Carpio (Córdoba), y lo transformaron en lo que en la actualidad es la mayor fábrica que tienen en España. 

El aprendizaje italiano del fundador de la firma hizo que la producción y el producto final mejorasen hasta convertirlo en una marca de prestigio. En diez años adquirieron una nueva fábrica de harinas en Terrassa. 20 después de la fundación, se abre una nueva fábrica en Granollers. Se inauguran otras en Vigo, Palma de Mallorca, Cartagena, Málaga, Torrelavega, Ferrol, etc. En los 2000 comienzan nuevos retos, como introducir distintas salsas acordes a sus productos. En la actualidad, la firma se encontraba inmersa en un proceso de modernización según el cual habían entrado de lleno en el mercado de los productos de comida rápida japonesa (los conocidos noodles) y en la venta de diversos alimentos precocinados. 

El crecimiento exponencial y el consolidado prestigio hicieron que el legado del fundador permaneciese intacto. A día de hoy, la firma produce 160.000 toneladas al año solo en tres de sus fábricas: en la de Granollers, en la de Esparreguera (Barcelona) y en la de El Carpio (Córdoba), la más grande de todas. 

Precisamente esta última fue protagonista a finales del año 2017 por la situación política. Como muchas otras firmas, Pastas Gallo trasladó su sede social fuera de Cataluña tras las consecuencias del referéndum del 1-O y tras la fugaz declaración unilateral de independencia. Las instalaciones de El Carpio continúan figurando como la sede de la firma desde ese entonces. 

Yates, colegios alto standing, vestidos caros

Los hijos de los cinco hermanos dueños de la firma han podido, a lo largo de las últimas décadas, estudiar en exclusivos y prestigiosos colegios situados a las afueras de Barcelona, en la adinerada localidad de San Cugat del Vallés, que figura habitualmente en los ránkings de las localidades con mayor renta per cápita de España.

Cerca de allí vive el único de los hermanos que no tiene su vivienda en la zona alta de Barcelona. Dicen sus más allegados que Fernando Espona sigue la máxima de que el éxito se logra con tesón, ilusión y esfuerzo. Son las consignas que el abuelo José Espona les transmitió a todos. Es la regla que todos han seguido desde pequeños a la hora de encarar el productivo negocio familiar. 

Sede social de Pastas Gallo en El Carpio (Córdoba). Fernando Ruso

Es de la parte de Fernando donde surge, en cierta forma, el glamour dentro de la familia Espona Massana. Se trata de un tipo elegante, un hombre de 54 años, un tipo familiar, como el resto de sus hermanos. Como a ellos, le gusta el mar, y por eso tiene un yate al que acuden distintos miembros de la familia en el período estival a la zona de la Costa Brava. 

Como el resto de los hermanos, Fernando es un tipo “detallista, un ejemplo, un padre que lo da todo por su familia”, explican a EL ESPAÑOL fuentes cercanas al clan de los Espona Masana. 

Su mujer es Maite Gassó, la directora creativa de la conocida firma de ropa Lola Casademunt. Se conocieron a finales de los años 80. Se casaron cuatro años después de comenzar a salir, en 1993. El año pasado, Fernando adquirió el 40 por ciento de la firma de ropa de su mujer. De ese modo, la familia Pastas Gallo se ponía también al mando de esta firma que muchos famosos utilizan tanto en sus apariciones públicas como en distintos programas televisivos. 

La Ropa de Lola Casademunt le gusta a Lidia Lozano, tertuliana de Sálvame. Le gusta a Mar Flores, la actriz. Le gusa a Anabel Pantoja. Le gusta también a Anne Igartiburu quien, según ha podido saber EL ESPAÑOL, utiliza habitualmente los modelos que le proporciona esta firma. Una de las últimas ocasiones en que lució uno de sus vestidos fue en su habitual presentación de las campanadas de Fin de Año. 

La buena pasta nunca cansa. Y con Gallo, a triunfar”, proclamaba Sophia Loren. El objetivo está cumplido ya para el clan de la pasta. Ahora toca retirarla del fuego. Resulta ideal que a uno no se le pase.