Zaragoza

Apenas tres minutos, tres calles y 300 metros separaban el despacho de la abogada Rebeca Santamalia Cáncer, 47 años, del piso en el que vivía desde hacía un par de años José Javier Salvador Calvo, un hombre que comenzaba ya a encarar la década de los 50. Era alto y tenía el pelo negro. Era su cliente. Después, fue su amante. Este jueves se convirtió en su asesino, en el hombre que le quitó la vida a puñaladas.

Ambos inmuebles, en el centro de la ciudad de Zaragoza, quedaban unidos por el sendero de los años que ambos habían compartido, casi siempre como letrada y representado. El lugar de trabajo de Rebeca estaba en el 48 de la avenida Tenor Fleta. El piso de José Javier, en el 21 de la calle Francisco Pradilla.

En la madrugada del jueves al viernes, al abrir la puerta del piso, la Policía Nacional encontró el cadáver de la mujer, plagado de puñaladas y rodeado de un gran charco de sangre. Trataron, en vano, de localizar al hombre, pero ya se había suicidado. No lo supieron hasta algunas horas después.

Ambos se conocían desde hace 16 años. Aquel primer encuentro se produjo a raíz de otro crimen, otro suceso relacionado con la violencia de género, otro asesinato con, eso sí, el mismo protagonista. La primera vez que entablaron conversación: cuando José Javier asesinó a su mujer disparándole 11 veces con su escopeta de caza. Dejó huérfanos a sus tres hijos. Desde entonces tiene prohibido acercarse a ellos.

Fue entonces cuando el turno de oficio comenzó a girar y le tocó a ella, a Rebeca, defender a un hombre que había cometido un crimen execrable. A Juan José le cayeron 18 años. Todavía los estaba cumpliendo.

 Aventura oculta pero conocida

José Javier Salvador Calvo, el asesino de su abogada, Rebeca Santamalia.

Tres lustros después ya había abandonado su celda. Le habían concedido el tercer grado, la condicional y se había puesto de nuevo a trabajar. En otros tiempos, Javier José había sido constructor, un negocio ciertamente boyante en aquel entonces. Ahora, fuera de la cárcel, había iniciado el proyecto de una empresa propia de albañilería, cercana a su nuevo domicilio. Fuentes penitenciarias que han contactado recientemente con él aseguran a EL ESPAÑOL que había logrado  contratar algunos empleados. 

En algún momento indeterminado de los últimos años, no está claro si antes o después de que su cliente abandonase la prisión de Teruel, donde cumplía condena, Rebeca Santamalia, casada, madre de un hijo de 14 años, inició con él una relación amorosa. 

El marido de Rebeca no lo sabía, pero la situación no era desconocida para algunos miembros de la familia de la mujer. Este extremo ha sido confirmado por fuentes de Delegación del Gobierno. Fue precisamente un miembro de su familia, ante la alerta del marido de que no sabía nada de ella y que no había vuelto a casa, quienes revelaron que la mujer había tenido una aventura con aquel hombre y que quizás se pudiera encontrar en su casa.

Los agentes de la Policía Nacional pronto localizaron a personas cercanas a Juan José, el asesino. Al abrir la puerta de aquella vivienda, un piso situado en un humilde barrio zaragozano, los agentes y el marido descubrieron la tragedia. 

Una ciudad de 7.000 abogados

Decenas de letrados concentrados en la sede del Colegio de Abogados de Zaragoza en repulsa del asesinato. Efe

Zaragoza es una ciudad, entre otras cosas, en la que trabajan unos 7.000 abogados. Este viernes, los chats, los teléfonos y las conversaciones de muchos de ellos eran un auténtico hervidero. Todos hablaban de lo mismo. A todos les había llegado el mismo mensaje desde la dirección del colegio de abogados de la ciudad. A las doce, concentración en la puerta en repulsa del asesinato de su compañera, una mujer trabajadora y querida por todos. 

Raquel era abogada por vocación. Javier Campoy, presidente del PP de Zaragoza, compartió carrera de derecho con ella en la universidad de la ciudad. Hace dos meses la vio por última vez. “Teníamos muy buena relación. Era encantadora, muy trabajadora y muy aplicada. Lo suyo era una cosa vocacional por el derecho, y en concreto por el derecho penal”, dice a EL ESPAÑOL. 

Había comenzado su carrera en el bufete del reputado José Antonio Ruiz Galve, uno de los letrados más ilustres de la ciudad. Años después, tras estar centrada en el derecho penal y también en el de familia desde el despacho que compartía con su hermana, que ejercía de administradora de fincas, le tocó la misión de coordinar el Servicio de Orientación Penitenciaria entre los años 2010 y 2012. "Un servicio que no tiene ningún tipo de remuneración y en el que compañeros prestan asesoramiento a los presos, personas que aunque estén en la cárcel siguen manteniendo vivos el resto de sus derechos, esto da una muestra de su calidad profesional y humana”, remarca Antonio Morán, decano del colegio de Abogados de Zaragoza. 

Cuando le tocó en suerte la defensa de José Javier, Rebeca tenía poco más de 31 años. Su carrera no dejó de crecer desde aquel entonces a nivel local. Mientras, el hombre al que ella había prestado sus servicios jurídicos cumplía condena. 

Dicen desde dentro de la prisión de Teruel que el asesino se comportaba allí como un tipo extremadamente educado y correcto, que jamás dio un problema dentro del centro penitenciario. En los huecos que los internos tienen para desarrollar distintas tareas en la cárcel, él se prodigaba en distintos trabajos, relacionados con su pasado de constructor. Le tenían por un manitas. 

En 2017, 14 años después del crimen, comenzó a disfrutar de la libertad condicional. Eso sí, sin volver al pueblo en el que asesinó a su mujer. Y con la prohibición de ir a ver a los tres hijos a los que había dejado huérfanos. Pese a la negativa de las autoridades de la prisión dada la gravedad del delito, el “buen comportamiento” del hombre en la cárcel jugó en su favor. Su condena expiraba en 2021 pero ya estaba haciendo vida normal, de calle. No bien había cumplido tres cuartas partes de la condena cuando volvió a cometer un crimen similar al de aquel entonces. 

Dos familias rotas

Rebeca, en una fotografía antigua. E.E.

Es típico en la Puebla de Híjar (Teruel) el estruendo superior que provocan todavía hoy los instrumentos de percusión, los tambores y los bombos que acompañan a los feligreses en la semana santa. Esa comitiva de sonidos tribales es el único estruendo en el que ellos suelen reconocerse. Aquel año 2003, en pleno mes de mayo, la población de apenas 1.000 habitantes iba a volver a sentir una suerte de terremoto. Fue uno de esos temblores cuyas grietas luego no se van nunca. 

El 22 de mayo de aquel año de principios de siglo, Juan José Salvador fue a la casa de sus suegros para contarles que creía que su mujer le era infiel. Decía estar recibiendo mensajes de voz y escritos en su teléfono móvil que narraban supuestos episodios de infidelidad de ella hacia él. Después de dirigirse a ellos, cogió su furgoneta Citröen C-5 y se dirigió al pueblo en busca de su mujer. 

Patricia Maurel Conte tenía tres hijos. Nunca la volvieron a ver con vida después de aquella noche. Eran pequeños entonces. Maurel tomaba algo en el Bar Brillante, en el municipio turolense de La Puebla de Híjar. Se encontraba con sus compañeros de partido, acaso preparando la estrategia propicia . A las ocho y media de la tarde, Juan José irrumpió en el establecimiento.

Se la llevó de allí preguntándole si le ayudaba “a repartir unas papeletas” para la campaña electoral. Se le veía visiblemente nervioso. Ambos se subieron al vehículo. José Javier condujo hasta un campo situado a las afueras del pueblo. Allí, se bajó del coche, sacó del maletero la escopeta de caza y disparó 11 veces sobre ella. La mujer murió en el acto. Después abandonó su cuerpo en una ubicación cercana. 

Salvador Calvo, esposado tras matar a su mujer en 2003. Efe

Acto seguido, llamó a su hermana, le reveló lo que acababa de hacer y se dirigió al Hospital San José de Teruel, donde lo confesó todo y se sentó a esperar a que llegasen los agentes que le iban a detener.  Allí confesó el crimen. El cadáver de Patricia fue localizado cerca de las dos de la madrugada del día siguiente al crimen, el 23 de mayo. 

Patricia era la esperanza del PP en el plácido y rural ayuntamiento turolense. La mujer había sido designada para presidir un consistorio y para derrocar la hegemonía del PSOE local, en un municipio gobernado apenas por nueve concejales. En el pueblo, aseguran dirigentes del PP de Teruel, una sombra antigua ha vuelto sobre ellos en estas últimas jornadas.  

La historia de Juan José Salvador Calvo es la de un hombre y la de dos familias destrozadas. Una, la de Teruel. La otra, la de la abogada zaragozana. Atrás de Rebeca quedan multitud de amigos, compañeros de trabajo, un marido, hermana, padres, un hijo de catorce años.

16 años después, todo volvió a Teruel. Casi al mismo tiempo que se encontraba el cadáver de la abogada, una patrulla de la Policía Nacional divisó a un hombre caminando por el elevado viaducto de la capital de la sureña provincia aragonesa, a una altura de 34. Advirtieron en él una actitud extraña. En cuanto le llamaron, el hombre echó a correr. Justo después se arrojó al vacío y se estampó contra el suelo. Horas después, al cruzar los datos con el suceso del piso de Zaragoza, ataron cabos. El hombre que se había suicidado en Teruel era el mismo que había segado la vida de aquella abogada en su propia casa. 

Rebeca Santamalia, 47 años, es la cuarta mujer asesinada en 2019. En España, en 2019, también ha sido asesinada Romina Celestede 28 años; Leonor Múñoz González, de 47 años; Rebeca Alexandra Cadete, de 26 años. La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 47 mujeres asesinadas en 2018 y 53 mujeres en 2017.