Dios no es tan todopoderoso como creía Bastian. Este joven que asoma a la treintena estuvo durante años en manos de responsables de cursos de inspiración religiosa, pastores y guías espirituales que, supuestamente, le iban a ayudar a dejar de ser homosexual. Ante la falta de resultados, y desesperado como nunca ha estado en su vida, Bastian llegó a ir la consulta de un médico y supuesto exorcista que le aseguró que le iba a liberar de los demonios que le hacían ser gay.

Ninguna de esas "soluciones para dejar la homosexualidad" funcionaron con Bastian. Ahora, este joven alemán afincado en Bremen (noroeste-germano), vive felizmente con su novio. Es un chico comprometido con la comunidad gay de su ciudad. Cuando le deja su trabajo de responsable de personal en una empresa de contabilidad, acude a una asociación local para echar una mano en la organización de eventos. Si hace falta, se pone detrás de la barra de la cafetería del local.

Hasta poder disfrutar plenamente de su vida como homosexual, Bastian ha tenido que superar una peligrosa espiral depresiva. Entre los catorce y los veintiún años, puso todo de su parte para dejar de ser gay. Como buen cristiano evangélico que era, dada la influencia nociva de quienes le controlaban, le resultó imposible vivir su homosexualidad con normalidad.

"Tuve otros novios, sí. Pero las relaciones duraban un mes o dos y luego me separaba. Me era difícil estar con un hombre", cuenta Bastian a EL ESPAÑOL. Para él, las relaciones con hombres suponían un gran conflicto interno. Le habían enseñado que la homosexualidad "no era la voluntad de Dios" y, por eso, se sentía culpable cuando tenía novio.

Bastian disfrazado durante una fiesta. Cedida

La primera vez que escuchó ese argumento contra la homosexualidad, Bastian tendría unos catorce años. Él le reveló su orientación sexual al pastor de la iglesia a la que iba como cualquier otro feligrés. "Un día decidí hablarle al pastor de mi iglesia. Le conté que me gustaban los hombres. Y él me dijo que aquello no era lo que Dios quería. Fue duro", dice Bastian.

Poco después empezaría un interminable proceso animado por la propia fe de Bastian y por quienes querían ayudarle en su iglesia. Empezaron a prometerle que aquella "tendencia" podía ser algo pasajero, algo de lo que podría liberarse si hacía según qué cursos o si se ponía en manos de según qué experto. "El pastor me aconsejó ir a un curso donde se ofrecía la posibilidad de que se cambiaran esos sentimientos homosexuales y de que pudiera empezar a experimentar sentimientos heterosexuales", recuerda Bastian.

Clases para dejar de ser homosexual

Las clases se desarrollaban una vez por semana en las instalaciones de la misma iglesia a la que Bastian asistía cada domingo. A cargo de las clases estaba la organización de inspiración religiosa Aufbruch Leben, la versión alemana de Living Waters, una institución cristiana evangélica especialmente activa en Estados Unidos y supuestamente especializada en ilustrar a cristianos en las relaciones de pareja.

A diferencia de lo que ocurre en España, donde hay comunidades autónomas que han prohibido cursos de “corrección de la homosexualidad”, Bastian dice que en Alemania hay toda una “industria de la corrección” de la homosexualidad. Sólo hace unas semanas llegaba al Bundesrat el Senado alemán una iniciativa del Gobierno de la ciudad-estado de Bremen para prohibir esas terapias.

“La organización Aufbruch Leben se ofrece en las iglesias para hacer los cursos”, cuenta Bastian. El joven tuvo seis meses de clases. No fueron gratuitas. "Costaban en torno al centenar de euros”. En la clase había unas cuarenta personas. Quien más y quien menos compró el material didáctico – libros o CD's – que estaban en venta para apoyar las lecciones que se daban en la parroquia. Una auténtica industria orquestada sobre una idea tan maquiavélica como perversa: la de pensar que sentirse atraído por un hombre no es algo natural.

Bastian ha sufrido lo indecible para poder vivir en paz y tranquilidad. Cedida

Como en grupos de autoayuda

Uno no tenía que comprar nada, pero siempre se presentaban los libros diciendo que eran buenos. Se vendían”, asegura Bastian. Las clases en sí, según recuerda este antiguo “alumno”, eran parecidas a las reuniones típicas de los grupos de autoayuda. “Siempre se tenía la posibilidad de hablar en círculos, reunidos. Estábamos acompañados por pastores. Ellos dirigían el curso y también los rezos”.

Como en muchas otras doctrinas dentro del cristianismo, el sentimiento de culpa es algo que se inculcaba en aquellas sesiones. “En clase se hablaba mucho del comportamiento de uno mismo respecto a Dios, de si uno siempre se había comportado correctamente o no, o de si uno había hecho cosas que a Dios no le habían gustado”, explica Bastian. “Se hablaba mucho de Dios, de que el amor de Dios estaba pensado para que fuera entre un hombre y una mujer. Se habló mucho de la relación con nuestros padres, en la relación padre-hijo y madre-hijo”, agrega.

Bastian creció en una familia cristiana evangélica. Sus padres y él siempre estuvieron comprometidos con la vida de la parroquia.  Desde pequeño, le quedó claro en la iglesia que "la homosexualidad no es algo querido por Dios y que como homosexual no se debía disfrutar la vida". Sus padres, en ese sentido, nunca le forzaron. Nunca le dijeron que cambiase su orientación sexual.

“Para ellos fue muy complicado entender por qué su hijo era homosexual. Pero nunca trataron de cambiarme. Me dijeron que me ayudarían. Que me acompañarían. Rezaron por mí. Siempre vieron lo difícil que era todo aquello para mí y aquella situación les hizo mucho daño. De ellos nunca salió el que yo hiciera una terapia”, sostiene Bastian.

Sesiones con un “pastor-terapeuta

Algo muy parecido a una terapia fue precisamente lo que hizo Bastian tras constatar que aquel curso de seis meses no le daba resultados. “Tras las clases, seguía experimentando atracción por los hombres. Entonces empecé una terapia a solas con un pastor”, comenta Bastian. En su parroquia había flyers presentando los servicios de estos especialistas.

Bastian habla de “terapia” porque las sesiones a solas con el pastor que se ocupaba de su “caso” eran “como una sesión de psicoterapia”. El chico sabe lo que dice. Después de haber intentando por todos los medios religiosos posibles dejar de ser homosexual, acumulando por el camino insondables cantidades de frustración, el joven Bastian decide que tiene que acudir a sesiones de auténtica psicoterapia. “Ahora sí, con un terapeuta de verdad”, según sus términos. “Muchas cosas de aquella época me hicieron mucho daño y me hicieron entrar en depresión”, mantiene.

Varios religiosos que le conocían intentaron convencerle de que su homosexualidad era algo malo por naturaleza.

Ni de la depresión ni de la homosexualidad pudo salvarle el terapeuta de inspiración religiosa que se ocupó de aquel Bastian adolescente que maldecía ser gay. "Los terapeutas eran personas licenciadas en psicología, pero también eran cristianos que estaban especializados en ofrecer terapia a otros creyentes".

“Las sesiones duraban tres cuartos de hora. En ellas, contaba mis vivencias. Por ejemplo, lo difícil que era para mí no tener citas con hombres mientras que, por otro lado, me sentía mal cuando estaba en la cama con un hombre. Eso me daba mala conciencia”, abunda. "Hablábamos también sobre lo que Dios podía hacer para que yo me sintiera mejor. Rezábamos para que Dios cambiara esos sentimientos hacia los hombres. Pero claro, esos sentimientos siempre estaban ahí", agrega.

Por aquellas sesiones a solas con un  “terapeuta evangélico”, Bastian pagó 100 euros la hora. Gastar ese dinero le llevó a empeorar su situación emocional. "Estaba desesperado. Me había dado cuenta de que todos mis intentos no cambiaban mis sentimientos hacia los hombres. Daba igual cuanto rezara. Daba igual que hablara con no sé cuántos terapeutas o predicadores", rememora.

"Tenía estos sentimientos homosexuales y, estos sentimientos, sin embargo, eran algo que Dios no  deseaba. Pero claro, yo no había buscado esos sentimientos. Y no podía cambiarlos. Tampoco podía cambiarlos Dios. Todo aquello era demasiado fuerte", explica. Bastian pensó en el suicidio más de una vez. "La frustración me tenía muy deprimido. Llegué a pensar que era mejor no vivir. Pensé varias veces en suicidarme, en saltar desde lo alto de un edificio o de un puente o en cortarme las venas".

Diagnóstico: el Maligno estaba detrás de su homosexualidad

Desesperado, Bastian solo podía interesarse ya en la visita a su parroquia del doctor Arne Elsen. "Él se ocupa de dar misas pero siempre centradas en la sanación. Estuvo en una ocasión en mi parroquia. Hizo un discurso y yo estaba en aquella misa. Pensé que tal vez me podría ayudar", recuerda el joven.

"Hablé con él tras su intervención. Le conté que me gustaban los hombres. Me respondió que fuera a Hamburgo a su consulta, que allí podría sacarme el demonio que tenía en el cuerpo", abunda Bastian. El doctor Elsen, pese a estar formado como especialista en medicina interna, lo tenía claro: la homosexualidad de Bastian era obra del Maligno. De Satán. Del demonio. No quedaba otra que expulsarlo.

Bastian le creyó y fue a su consulta. “Le visité cuatro o cinco veces. Las sesiones no eran nada espectaculares. Él se sentaba en una silla, cerca de mí, ponía su mano en mi hombro y comenzaba a rezar. Así fueron las tres o cuatro primeras veces”, recuerda Bastian. Cada una de esas sesiones terminaban con el doctor Elsen preguntando: "¿Cuánto vas a donar?". Bastian siempre dejó entre 50 y 100 euros por sesión.

En la última de esas citas, el doctor no estaba solo. "Había una mujer que también estaba allí para rezar por mí. Los dos se pusieron a mi lado. Rezaron. Aquello fue muy normal. Pero dijeron al final que, a través del rezo, me sacaron el demonio. Lo vieron salir de detrás de mi espalda. Había salido un humo y una espina negra que debía representar el demonio. Ellos vieron aquello pero yo no", cuenta Bastian.

Bastian ahora vive feliz con su novio. Le conoció hace años durante el Orgullo Gay en Hannover.

El chico, pese a no haber visto nada, creyó la versión del doctor. Éste, además le advirtió. “Me dijo que dependía de mí si los demonios volvían o no. Que si me dejo llevar por los hombres, si vuelvo a tener intimidad con hombres y vuelvo a tener sexo con hombres, los demonios podrían volver”, recuerda Bastian.

Inmediatamente después de aquello, el Bastian recién entrado en la veintena se sitió mejor. Pero tardó poco en dudar de la particular performance vivida en la consulta del doctor Elsen. “Empecé a dudar, y, posteriormente, me seguí sintiendo mal”.

La "curación" por la vía de la aceptación

Por suerte para él, ese malestar terminó desapareciendo. Esa mala conciencia se esfumó al tiempo que se distanció de la parroquia en la que empezó a escuchar aquellos mensajes sobre la homosexualidad y la “voluntad de Dios”. También da a entender que llegó un momento en que no le quedó otra opción más que aceptarse a sí mismo. Decidió disfrutar de su vida, independientemente de lo que dijeran las enseñanzas religiosas de él.

No hace tanto tiempo atrás, en Hannover, asistió con una amiga a la fiesta de la celebración del Orgullo Gay. Allí ligó por primera vez sin remordimientos. "En mitad de la fiesta vi a un hombre al que encontré muy guapo. Nos miramos, me dirigí a él, hablé con él y me di cuenta de que nos gustamos. Encontré aquello muy bonito", cuenta. “Entonces pensé que no podía volver a sentirme mal por estar con un hombre con el que me gusta estar”, agrega. Ese ligue marcó un antes y un después en su vida.

Bastian tiene ahora un novio desde hace cuatro años. Viven juntos y asegura ser una persona "muy feliz". Sus padres, que siguen siendo muy religiosos aunque con el tiempo también se han distanciado de la parroquia, han terminado aceptando la orientación sexual de su hijo. "Mis padres son muy creyentes pero me aceptan a mí y a mi novio totalmente. Tenemos una relación muy buena".