El 23 de noviembre, en Madrid, coincidirán el black friday y el cierre del tráfico privado al centro de la ciudad. El 24, además, será el encendido de luces de Navidad. “Esto va a ser una locura”, “un caos”, “un lío”… Replican comerciantes, hosteleros, distribuidores y ciudadanos en conversación con EL ESPAÑOL. Así lo ha querido el Ayuntamiento municipal, que aprobó el viernes pasado amurallar buena parte de la capital (mirar zonas en el mapa adjunto a la información) para luchar contra la contaminación. Una medida que, en realidad, ya es efectiva en los barrios de Letras, Cortes, Embajadores y Ópera. Pero que ahora, con su extensión, afectará a alrededor de 300.000 trabajadores, 30.000 pequeñas y medianas empresas, y millones de personas.

Mapa de Madrid amurallado.



Pero lo de menos, para algunos de los afectados por Madrid Central, será el caos. “¿Qué hago yo con mis camiones? Nosotros vamos a tener que renovar la flota entera (11 de 12) para que sean menos contaminantes. Cada uno cuesta 60.000 euros, por lo que tendremos que hacer una inversión de 660.000”, se quejan en una de las empresas distribuidoras de mercancías. Ellos van a ser, probablemente, los más perjudicados por la Ordenanza de Movilidad.

Los distribuidores, los más afectados, tendrán que invertir 1.300 millones de euros



Su principal problema será el monetario. En total, según la plataforma de afectados por Madrid Central, las empresas distribuidoras podrían llegar a tener que invertir 1.300 millones. A esto se le suman “las dificultades que tenemos para hacer nuestro trabajo. Se puede dar el caso de una falta de abastecimiento”, reconoce Pepe Ferrer, representante del sector de transportistas y logística. Una queja tan real como justificada. Así lo comprueba EL ESPAÑOL tras hacer la ruta con un repartidor.

El duro oficio de repartidor en Madrid Jorge Barreno

Iván es uno de los muchos repartidores que se levanta temprano para hacer la ruta por la almendra central de Madrid. Arranca el camión a las seis de la mañana y distribuye el cargamento hasta el mediodía. Él, junto a su compañero de camión, no para. Primero un bar, después otro... Tienen cinco, 10 o 15 minutos –dependiendo de la zona– para dejarlo todo en su sitio. Bajan a sótanos, suben altillos… y tratan de que la Policía no los multe. “Nos la jugamos si nos pasamos de la hora. Pero es que es imposible ir tan rápido”, reconoce en conversación con EL ESPAÑOL.



Con este periódico queda a las 08:30 horas en la Plaza Mayor. Allí, una veintena de repartidores replican los movimientos de Iván. Suben, bajan y entregan. No se dan tregua. Mecánicamente, hacen su trabajo. Sin pensar, sin hablar y casi sin respirar. Tanto es así que Iván, hasta las 11:00 horas, no puede pararse a hablar cinco minutos con este diario. “Lo tenemos que hacer todo rápidamente y con muchas dificultades. Cada vez, además, hay menos zonas de carga y descarga. Las han sustituido por lugares donde se pueden coger patinetes, bicis...”, cuenta.

Iván es repartidor de una empresa distribuidora que va a tener que cambiar 11 camiones. Jorge Barreno EL ESPAÑOL



Mientras, teme que los multen. De hecho, durante su conversación con EL ESPAÑOL, un agente de movilidad lo aborda. “¿Qué hace usted aquí?”, pregunta. Por suerte, Iván lo ha hecho todo correctamente. Le explica su situación al agente y se marcha junto a su compañero con el camión. “A partir del 23 de noviembre esto va a ser peor. Imagínate los atascos que se van a formar en las entradas principales a Madrid Central”, se quejan desde una empresa de distribución.



Para arreglarlo, desde las asociaciones de distribuidores piden que se amplíen los horarios. “Ahora mismo, es de ocho de la mañana a 13 horas. Nos gustaría que pudiéramos ir por las tardes. Hay que tener en cuenta que muchos locales del centro, que tienen almacenes muy pequeños, necesitan abastecerse rápido. Si no nos dejan pasar...”, concluyen. Con Iván como rostro visible de la preocupación de todo un sector: “Espero que a los trabajadores no nos afecte si nuestros jefes tienen que renovar las flotas”, sentencia.

Los ciudadanos, condenados a usar transporte público



Pero su preocupación es la de todos. En poco menos de un mes, sólo los residentes, los coches Cero emisiones, los autotaxis, los vehículos básicos (protección civil, salvamento, ambulancias…), los compartidos, los que tengan autorización, los que estacionen en un parking y las motocicletas (más algún otro) podrán circular por la almendra central. Es decir, la mejor forma para acceder será el transporte público, a todas luces insuficiente hasta ahora. “Entre las averías y los retrasos… Siempre pasa algo. Es un horror”, se queja un usuario.

Qué piensan los madrileños de los cortes en el centro Silvia P. Cabeza



A esto se suma el “colapso de la ciudad” y el “descenso acumulado del 11’6%” del número de pasajeros que viajan en autobús, de ahí que la Comunidad anunciara la pasada semana la adquisición de 60 trenes y la contratación de nuevos empleados para el Metro tras las quejas de los usuarios y los trabajadores. De estos nuevos modelos, 32 irán destinados a la sustitución de unidades y 28 para “reforzar el servicio donde sea necesario”. Es decir, la almendra central tendrá que acostumbrarse a convivir con los nuevos medios ecológicos (bicicletas, patinetes regulados a 30km/h…) y con los ciudadanos que antes se trasladaban en coche propio.



Los hosteleros, preocupados por la poca afluencia de consumidores



Pero, ¿realmente va a acudir el mismo número de ciudadanos? “Yo estoy segura de que no. De hecho, ya lo estamos notando con las obras de la Gran Vía”, reconoce Ángeles González, que abrió una cafetería en 2011 en la calle Hortaleza y tan solo tiene una mesa completa el miércoles por la tarde. “El barrio ha cambiado, cuando no son las obras, son las maratones de los domingos...”, explica. Mientras, enseña a EL ESPAÑOL el barrio mientras señala locales vacíos. “Aquí hay uno, aquí otro… Es una pena”, espeta.

Ángeles posa en su cafetería para EL ESPAÑOL. Silvia Pérez EL ESPAÑOL



Ángeles ha notado el cambio ya. No hace falta que llegue el 23 de noviembre. En los últimos tres meses, afirma que ha perdido “un 30% de su clientela”. Es más, se plantea liquidar el negocio si la situación no mejora. “Le ha pasado a muchos por aquí. Es normal: los alquileres son muy altos y es muy complicado mantener los negocios. No es rentable. ¡Si hasta ha cerrado el chino de ahí al lado!”, cuenta, sorprendida.



Esa es su preocupación y la de todo su sector. Juan José Blardony, representante de la hostelería, el ocio y el turismo en la plataforma de Afectados por Madrid Central, así lo confirma. “Sabemos lo que va a pasar porque ya lo hemos vivido en Navidades. En estos dos últimos años han bajado las ventas un 17%”, cuenta preocupado a EL ESPAÑOL. Pero el problema no es que vaya “a entrar menos gente al centro”, sino la falta de medidas paliativas por parte del Ayuntamiento. Por ejemplo, que se les den facilidades a los trabajadores que entran antes de las seis de la mañana o que salen de su puesto de trabajo más allá de las dos de la madrugada.



Los comerciantes, un 30% menos en ventas



La preocupación es todavía mayor entre los comerciantes. “Vamos a ser los más perjudicados”, “nos van a rematar”… Los mensajes en las tiendas y establecimientos de la zona no son nada halagüeños. Están muy preocupados. “Podríamos llegar a ver cómo descienden las ventas entre un 20% y un 30% a partir de noviembre. El varapalo puede ser muy grave”, avanza Luis Pacheco, presidente de la Confederación de Comercio de Madrid (COCEM), a EL ESPAÑOL.



Esa hipótesis la corrobora Fernando Molina, dueño de la zapatería Pirámide entre Gran Vía y Alonso Martínez desde hace 24 años. “Yo no sé qué va a pasar, pero pienso que nos va a perjudicar todavía más”. Su tienda, a las ocho de la tarde, no precisa de clientes. Está llena un miércoles cualquiera. Pero, aún así, ha perdido clientela. “Desde hace tres años vendemos menos y, si se bloquea la entrada a la gente, imagínate, puede ser peor”, incide.

Fernando posa en su zapatería para EL ESPAÑOL. Silvia Pérez EL ESPAÑOL



Lo que más les ha afectado ha sido la peatonalización de la Gran vía en Navidades. “Hemos bajado el porcentaje de ventas. Poco a poco, nos han ido haciendo daño. El cambio ha sido radical y lo estamos pasando muy mal. Se están cerrando muchas tiendas en los alrededores”, finiquita el zapatero, que pide más información al Ayuntamiento.

Aun así, Fernando no será de los más perjudicados. Rosa María, por ejemplo, necesita que sus clientes acudan con coches al centro para cargar con los cuadros y materiales de grandes dimensiones que vende en su tienda. ¿Y qué tendrán que hacer ahora para aparcar? O estacionar en los parkings o pedir una autorización especial. De lo contrario, se arriesgarán a recibir una multa de 90 euros si las cámaras de entrada registran la matrícula del vehículo. Eso sí, las penalizaciones no llegarán hasta febrero.



Eso es lo que más le preocupa a Rosa María. “Nuestros clientes vienen a llevarse bastidores y cosas grandes. Eso no lo pueden transportar en el metro. Un cliente mío, de hecho, intentó pasar con un paquete grande al autobús y no le dejaron. Le dijeron que dónde iba con eso. Esto es un problema”, se queja, mientras su sobrino prepara un pedido a su lado.



Su establecimiento es de los pocos de la zona que ha resistido con los años a franquicias y multinacionales. La familia de Rosa María lleva más de 100 años con la tienda abierta. Ella es de la tercera generación. Aprendió a trabajar allí y la heredó. “Aquí estuvo mi abuelo, mi padre, ahora yo… No se hacer otra cosa. Yo no puedo cerrar. Si esto va mal… Pues yo qué sé. Yo vivo de esto. Si tuviera otro trabajo, pero…”, explica, resignada y preocupada por lo que suceda en el futuro.

Rosa María posa para EL ESPAÑOL. Silvia Pérez EL ESPAÑOL



Ella, como muchos otros comercios, no han sido todavía informados. Saben que el 23 de noviembre Madrid Central será una realidad. Pero nada más. “Yo creo que hay otras soluciones. Por ejemplo, que unas semanas pasen los vehículos pares y otras los impares. Así cada uno sabrá cuándo puede venir. Pero así, de una forma tan drástica”, concluye.



El gran miedo de las asociaciones y organizaciones de la zona es que sus clientes dejen de comprar en el centro y acaben yéndose a las grandes superficies. Esa es una posibilidad que contemplan. “El que tenga que llevarse dos o tres cajas grandes no va a venir aquí”, se reafirma Luis Pacheco, de COCEM. “¿Qué es lo primero que se construye en los centros comerciales? Aparcamientos. Es de cajón”, prosigue Paco Barrio, representante de los establecimientos del Barrio de las Letras.



Eso es lo que temen los grandes y los pequeños comercios. En Nails USA lo tienen claro: les va a perjudicar. Noelia Ruiz es trabajadora allí y la que pone voz a las quejas del establecimiento. En su salón de belleza tienen muchas clientas que vienen de las afueras. “¿Cómo vas a llegar aquí? ¿Vas a aparcar lejos y venir? Yo, personalmente, vengo en transporte público, pero es que no cumple los horarios. Si fuera bueno, igual sí, pero tal y como está…”, explica a EL ESPAÑOL.



A su alrededor, incide, también han cerrado muchos locales. ¿El problema? Las obras de Gran Vía. Todos los comercios cercanos se quejan. “Se está notando”, reconoce Noelia. Esa es la realidad de un sector que se está organizando a través de la Plataforma de Afectados por Madrid Central, que pretende hacerle saber al Ayuntamiento su completo desacuerdo con la medida. “Obviamente, hay que hacer cosas por el medio ambiente, pero no tan rápido. El centro no está preparado para esto. Se pueden montar unos atascos en las zonas colindantes”.

Noelia posa para EL ESPAÑOL en el salón de belleza Nails USA. Silvia Pérez EL ESPAÑOL



Ciudadanos, expulsados a la perferia 



Turistas, ciudadanos ‘expulsados’ a la periferia… Los comerciantes también temen que el centro se convierta en una especie de parque temático para extranjeros, un lugar donde haya visitantes, pero pocos vecinos. “La gente, al final, por incomodidades, se marcha. El comercio tradicional se está perdiendo, salvo en casos puntuales. Sólo funciona la hostelería. Para eso se está quedando el barrio”, explica Javier Martín, presidente de la Asociación de Comerciantes del barrio de Chamberí.



“Las calles serán paseables, pero no tendrán la fuerza y el vigor que sí tienen ahora y que atrae”, prosigue Luis Pacheco, de COCEM. Y los alquileres se han disparado en los últimos años. La dificultad de los jóvenes para comprar una casa ha disparado las rentas, que en Madrid están un 60% más altas que en el resto de España. Una barbaridad que está afectando también a los locales. “Ese de ahí son 9.000 al mes, ese otro 7.000… Es que es imposible mantener el negocio”, reconocía Ángeles, desde su cafetería en la calle de Hortaleza.



Y todo esto, que puede ir a más a partir del 23 de noviembre, lo han hecho, según los comerciantes, a sus espaldas, como denuncian desde COCEM. “No ha habido participación de nadie. Y el Ayuntamiento, que se jacta de pedir opinión, no ha contado con nosotros. Esto es demasiado importante”. Y, sobre todo, inciden, es demasiado extenso: “Es que la zona es impresionante. Es muchísimo territorio”, acaban.



Da igual. A partir del 23 de noviembre, el centro estará cortado a los vehículos privados. Será un buen lugar para pasear, pero también puede convertirse en un lugar maldito para los comerciantes, la hostelería o los transportistas. Y, desde luego, puede que también para los ciudadanos, que pueden cambiar Gran Vía por un centro comercial. ¿Acudirán al centro? Sí, por supuesto, pero todos se lo pensarán. “¿Allí, en coche? Jamás”. Pues eso. Las consecuencias, en poco más de un mes.

Los camiones descargan en la Plaza de España Jorge Barreno EL ESPAÑOL.

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