“Venid, la han debido de dejar aquí arriba”, dice Nito, narcotraficante madrileño. La casa, deshabitada, apenas tiene muebles. Al poco de subir a la planta de arriba, un río de gotas de sudor nace del entrecejo de este hombre que nos ha recogido con su coche hace media hora en mitad de Madrid.

Una de las gotas de sudor desciende por el tabique de la nariz de Nito hasta que se descuelga y cae sobre un fardo que envuelve un kilo de cocaína. “Aquí está. La dama blanca”.

Nito está nervioso. Siempre lo está con cada nuevo trabajo. Además de ser minorista, se dedica a robar coca a otras bandas disfrazado de policía o guardia civil. Hoy camufla con ropa todo su cuerpo. Sólo deja un pequeño resquicio en su capucha para poder ver. Sabe que se juega la vida si lo reconocen.

El narco raja el paquete dentro de una habitación pequeña, mal iluminada, en la que sólo hay unas cuantas bolsas de ropa tiradas por el suelo aquí y allá. Antes se ha sacado la pistola de la cinturilla de su pantalón. El arma, una 9 milímetros parabellum, le costó 4.500 euros en el mercado negro de la capital. “Aquí se venden hasta kalashnikov…”, asegura.

El hombre incrusta en el paquete la punta afilada de un cuchillo, raja el envoltorio y extrae una pequeña cantidad de polvo blanco. Son apenas dos o tres gramos. Sin probarla, porque ya no le hace falta tras tantos años en el negocio, el narco asiente. “Es coca”, dice. La reconoce por el color y la espesura de la mercancía.

Por primera vez, un medio español accede al corazón del tráfico de cocaína en España. Para ello, EL ESPAÑOL se ha entrevistado con diversos jefes y peones de dos de las bandas más importantes que operan en el país.

Nito, en el que instante en que abre el fardo con un kilo de cocaína. Marcos Moreno

El mero hecho de reunir en una sola casa a un miembro de una de las organizaciones, su arma, un kilo de cocaína, balas y un chaleco oficial de la Policía Nacional -con los que realizan los llamados ‘vuelcos’-  llevó varios días de gestiones y numerosos cambios en el lugar y la hora fijados.

Estas dos organizaciones delictivas llevan años inundando las calles de media Europa con toneladas de cocaína. En cada envío, mueven 500, 1.000, 1.500 y hasta más kilos de coca oculta en piñas o en latas -lista para el consumo- o en forma de pasta base con aspecto de tabletas de chocolate o en la pintura de cuadros.

En cada golpe, llegan a facturar 20, 30, 40 millones de euros. En el mercado mayoritario, el kilo ronda ahora los 24.000 euros. Tras el corte, su precio se triplica. De ahí que el gramo cueste unos 60 euros.

Estas bandas se componen de numerosos intermediarios que se llevan una comisión por cada kilo: desde la persona que soborna a los agentes policiales hasta el camionero que la saca del puerto o las mujeres colombianas que son usadas para viajar hasta España y retornar a su país con 100.000 euros escondidos en la vagina y otros 100.000 en el ano. Así, poco a poco, se logra pagar la mercancía que un cártel ha enviado desde el otro lado del océano Atlántico.

Desde hace décadas, España es la principal vía de entrada de cocaína en Europa y el segundo mayor consumidor del continente tras Reino Unido, según el Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías (EMCDDA). Si antaño lo fue Galicia, donde sigue entrando, ahora “los principales coladeros” son los puertos de Valencia y de Algeciras, dice una fuente de la lucha contra el tráfico de drogas.

Pese a que su consumo permanezca oculto, a diferencia del de hachís o la marihuana, un 9,1% de españoles consume coca. En 2017, de acuerdo a los datos facilitados por el Ministerio del Interior, las autoridades policiales se incautaron de 32.795 kilos de cocaína. Sin embargo, entró mucha más… Aunque nadie sabe cuánta.

Pero, ¿cómo funciona este mercado ilegal? Estos son los siete oficios imprescindibles en cualquier banda que introduzca en España tres o cuatro toneladas de cocaína al año.

Un gruista trabajando en el puerto de Algeciras (Cádiz), instalación de tráfico de mercancías convertida en "coladero" de cocaína en España. Marcos Moreno

Silvio, el sobornador

Silvio lleva dos décadas en el negocio. Él ya sólo hace “generales”. Un general, en su argot, quiere decir que sólo trae grandes cantidades de cocaína para luego ponerlas en manos de los clientes que los cárteles tienen en España.

En una ocasión, Silvio llegó a traer 12.000 kilos de cocaína ocultos en un contenedor. “Fue algo excepcional”, reconoce. “No es lo común”. Luego, los repartió entre cinco bandas de narcos españoles.

Silvio está especializado en la logística del negocio. “Facilito que la droga llegue a España”. ¿Cómo lo consigue?, pregunta el periodista. “Busco empresas limpias, hablo con los dueños de la coca allí, busco clientes aquí”.

Por momentos, Silvio retiene sus palabras. Con insistencia, logramos que nos cuente con detalle cómo lo hacen.

“Mira, es esencial comprar a los agentes de Aduanas y a los guardias civiles de los puertos. También a los propios portuarios, claro. Compramos a grupos de trabajo, no a todos. En este negocio mucha gente se lleva su tajada”, explica.

Según el relato que hace este narco, el primer paso es conseguir que alguien de Aduanas le señale las empresas exportadoras latinoamericanas que están limpias y que no son sospechosas. Otra opción es crear su propia empresa o adquirir una para comenzar a realizar envíos hacia puertos españoles. La opción más elegida es la primera.

Después, Silvio contacta con los dueños de las empresas para que, cada cierto tiempo, permitan introducir cocaína en los contenedores que trasladan sus mercancías, desde pieles a frutas. “Es una forma que tiene de ganarse un dinero extra cada cierto tiempo. Y empresas interesadas allá hay miles… No faltan”.

Una vez la droga llega a España, las bandas de narcos necesitan que la persona que está en el control de los contenedores le indique al gruista el lugar exacto en el que quiere que le ubique en tierra el container. “También están comprados. Es esencial”, cuenta Silvio.

Si es posible, el gruista tendrá que dejarla en la zona de tránsito del puerto porque es ahí donde suelen pasar más días y las bandas disponen de mayor margen de tiempo para operar.

El paso posterior es sacarla de puerto. Al tratarse de grandes cantidades, se necesita que un camión saque la mercancía al exterior. Normalmente, luego se suele llevar a una nave. “Necesitamos que Aduanas no abra el contenedor y que la Guardia Civil no le dé el alto a la salida”, explica Silvio. “Si lo hacen, se pierde la mercancía”.

Una vez en la nave, se rompe el precinto del contenedor y se extrae la droga. De inmediato, al contenedor se le vuelve a colocar otro precinto original que un miembro de la banda ha traído expresamente desde el país desde el que ha partido la mercancía. Es otro requisito imprescindible. Sin sello, todo se va al traste.

Por seguridad, los narcos siempre eligen envíos directos desde el puerto de salida, normalmente desde países como Brasil, Colombia, Venezuela o Ecuador. “No queremos que pase por Panamá, Perú o Chile, donde se roba mucha droga. Los narcos y la poli de allí meten una cámara y ven si la carga va preñada. Como te la encuentren, la liaste”.

En el caso de que se trate de 50 o 100 kilos, cantidades menores, Silvio explica que, en la mayoría de ocasiones, la droga se saca sin que salga del puerto. Asegura que los guardias civiles a los que corrompen llegan a introducir en los maleteros de sus coches a hombres para que entren en el puerto, carguen en mochilas la coca y vuelvan a salir de la instalación del mismo modo.

“Necesitamos trabajar de madrugada, cuando hay menos trasiego. Siempre se hace a noche cerrada. Sin Aduanas, Guardia Civil y portuarios no hay nada que hacer. Imposible. Te lo digo yo”, dice Silvio. “Cuando la droga llega aquí, mi trabajo ha terminado. La pongo en manos de otros y yo ni la toco”.

Silvio gana 500 euros por cada kilo que introduce en España. “Somos meros comisionistas. Imagina: 1.000 kilos, 500.000 euros. No más. Y eso cada cuatro o cinco meses. Los que ganan no somos nosotros. Los españoles somos meros pardillos en todo este tinglado”.

- ¿Merece la pena este mundo? -pregunta el reportero.

- Por momentos, sí- responde el narco.

- ¿Y no importa que muera gente, en parte, por vuestra culpa?

- Si se mueren, es por la mierda que algunos venden. Si fuera pura, como intento yo que sea, no sería tan adictiva ni perjudicial.

EL ESPAÑOL fue testigo de cómo un hombre armado recogió un kilo de cocaína en una casa del sur de Madrid. Marcos Moreno

Ricardo, el señor del sello

Ricardo es colombiano. Pero podría ser ecuatoriano, venezolano o brasileño. Su trabajo, a simple vista, es sencillo. Requiere de la confianza tanto de la oficina que envía la coca como de la organización que la recibe.

Cada vez que hay un envío de cocaína en un contenedor, la oficina del cártel para el que trabaja Ricardo le consigue una copia exacta y legal del mismo precinto que lleva la mercancía. Una vez consigo, ha de conseguir que los escáneres de los aeropuertos no se lo detecten. Los esconde en el ano, en dobles fondos… “Y de otros modos que no voy a contar”, asegura.

Una vez la coca llega a puerto español, él ha de encargarse de que la banda receptora vuelva a poner dicho precinto tras partir el anterior . “Cuesta 15.000 euros. Pero hay quien es tan ratero que hace falsificaciones y lo pillan. En este negocio, ahorrar en cosas así te echa al traste el trabajo”.

Ramón, el mayorista

Ramón lleva unos 20 años en el negocio de la cocaína. Se encarga de recibir la mercancía de manos de personas como Silvio para luego él hacer lo mismo con sus clientes europeos. Es un intermediario al por mayor.

Ramón tiene numerosas casas a nombre de gente limpia. Las usa para guardar la droga durante días u horas en cantidades inferiores, como 20 o 30 kilos. También dispone de alguna vivienda que utiliza como cocina. Cuando recibe, por ejemplo, 500 kilos de cocaína en pasta base, Ramón se trae a varios colombianos que se la dejan lista para el consumo. “Ellos saben las fórmulas químicas exactas para cristalizar el material”.

Ramón encierra a los cocineros en una casa durante 20 o 30 días. Durante ese tiempo no salen de allí. Una persona a su cargo es quien les lleva comida, tabaco… A veces, también prostitutas. Ramón actúa así para evitar robos.

“Los cocineros españoles te pueden robar llevándose coca en el culo o como sea, porque no dejan que veas cómo la procesan hasta convertirla en polvo. Y ellos sí salen de las casas. Pero los que vienen del pueblo (se refiere a lugares remotos de países como Colombia) no tienen a dónde ir. Droga que sale, lo apunta uno de mis hombres. Así nunca se pierde nada, salvo que se compinchen con mi gente, que todo puede ser”.

Reinaldo, el cocinero

Reinaldo es colombiano. Le cuesta leer y escribir, pero sabe cómo extraer la cocaína de la pasta base. Algo así como no saber ir en moto pero trabajar en la fábrica de Ducatti.

Extrae la droga de tabletas de chocolate, de pinturas… “Se oculta en cualquier cosa. Lo esencial es saber cómo procesarla para que cristalice. Usamos acetona y otros componentes químicos…”.

Por cada kilo de coca que deja lista para el consumo, Reinaldo cobra 500 euros. Cuando viene a España, suele hacerlo con cuatro o cinco cocineros más. En ocasiones les han traído con sueldo fijo: 100.000 euros por trabajo.

Nito, de minorista a ladrón

Nito no deja de sudar. Para las fotos ha cubierto su rostro y su cuerpo con la equipación que usa cuando da vuelcos a otras bandas de narcotraficantes. Para ello, se viste con ropa oficial de la Policía o de la Guardia Civil.

Las bandas de ladrones de narcotraficantes compran la indumentaria oficial de Policía y Guardia Civil a agentes corruptos para realizar los robos. Marcos Moreno

Él y su gente se hacen pasar por agentes policiales cuando acuden a las naves y a las casas en las que saben que hay cocaína. Una vez allí, la roban a punta de pistola.

Encima de su cama, Nito tiene un chaleco y un pasamontañas que le compró a un policía nacional. “Es todo original, toca toca. Nada de copias. ¿O tú te crees que los agentes son tontos? Algunos sacan la misma tajada que nosotros”.

Nito dice que algunos cargos policiales corruptos están compinchados con bandas de ladrones para avisarles cuando conocen que se está llevando a cabo un alijo de coca en algún lugar. “Nos avisan para que vayamos nosotros a robarla y luego se llevan su parte”, explica.

El camionero de las bandas del este

En la actualidad, mafias procedentes de países del este de Europa son las encargadas de trasladar hacia lugares como Inglaterra, Holanda, Suecia o Bélgica la droga que antes ha llegado a España, donde en 2017 se incautó el 40% de la droga decomisada en el continente, según cifras de Interior.

Los traficantes con los que ha contactado EL ESPAÑOL dicen que estas bandas usan la vía terrestre para el traslado. Disponen de numerosos camiones caleteados (con dobles fondos) en los techos y en las paredes de los vehículos. Las mafias proceden de Serbia, de Albania, de Croacia…

Yenni, con 100.000 euros en la vagina 

Yenni es colombiana. No alcanza los 30 años. Es guapa. Está en España desde hace dos semanas. El jefe de una banda de narcos la trajo junto a otras nueve mujeres más de su misma nacionalidad para que disfrutaran de unas vacaciones en un hotel de lujo.

En unos días, Yenni tomará un avión desde un aeropuerto internacional de España con destino a su país. Antes de partir, en el ano y en la vagina se habrá introducido 200.000 euros en billetes de 500. 100.000 por un orificio y otros 100.000 por el otro. Los transportará hasta Colombia dentro de su cuerpo gracias a un condón o a un cilindro pequeño.

Toda una red de intermediarios interviene para que a España llegue un kilo de cocaína como el de la imagen. Marcos Moreno

Yenni cobrará 6.000 euros. Su jefe ya no volverá a llamarla más. No quiere que las autoridades policiales comiencen a sospechar de su rostro. Como han venido 10 mujeres, se llevan de vuelta 2 millones de euros. Es una de las formas que los narcos de aquí tienen de pagar la mercancía a los cárteles de allá. Poco a poco. Sin prisa. Sin pausa.

(Mañana, segunda entrega: 'Transacciones, aduanas y corrupción policial: todo tiene un precio').