Pepe Barahona Fernando Ruso

La primera vez que Carmen se subió a un escenario para hacer un estriptis fue por despecho. Era su respuesta a las recurrentes infidelidades de su marido, su —hasta entonces— gran amor, la persona con la que llevaba 11 años casada y el padre de su único hijo. Antes había trabajado de modelo, como gogó en discotecas o de animadora turística en varios hoteles de la Costa del Sol, pero nunca nadie más que él había visto su cuerpo al desnudo. “Yo decía: ‘Esto para mi marido y para nadie más’”. Ese día fue diferente, quería que él sufriese “al ver desnuda a su mujer”.

Tímida, empezó a contonearse ante el público del hotel Bali de Benidorm, la mayoría matrimonios de turistas de mediana edad. Era su primer espectáculo erótico. Sacó su serpiente y empezaron a bailar mientras que Carmen se quitaba la ropa. El rubor la hacía torpe. Cohibida. Breve. Vergonzosa en su primera vez. Cuando todo acabó, bajo del escenario y se dirigió a su marido. “Esperaba que, muerto de celos, me dijera que no lo hiciera más, que había entendido la lección; pero no fue así”.

“Mi niña, estabas supercortada; la próxima vez, mételes las tetas en la cara”, dijo él.

Carmen Snake Fernando Ruso

Y a ella se le vino el mundo encima. “De la misma rabia, seguí haciéndolo; hasta que poco a poco el escenario fue devolviéndome la autoestima que él me había robado”, explica la treintañera. “Me sentía liberada, grande; recibía el cariño de hombres y mujeres; así fue como empecé en el erotismo”.

De un colegio de monjas, a un espectáculo erótico

Y así fue cómo Carmen, de apellido Cano, hija de una familia cordobesa, la menor de seis hermanos, nacida en Tarragona y criada en un colegio de monjas, se convirtió en Carmen Snake -nombre artístico al utilizar una serpiente en su espectáculo-, la acróbata vaginal que ha exasperado a los vecinos de Lepe (Huelva), que piden a su ayuntamiento que retire dos vallas anunciadoras de su espectáculo erótico.

Carmen recibe a EL ESPAÑOL a las afueras de Estepona, la localidad malagueña en la que vive con su hijo. La entrevista y la sesión de fotos transcurren en la vivienda de unos amigos, a medio camino hacia Marbella. El caserío en el que sucede el intercambio de preguntas es sórdido, hay cámaras de seguridad en el muro perimetral, la puerta de la casa está protegida por una jaula de barrotes de fundición y flanqueada por dos leones de metal. No hay ventanas que permitan la entrada de la luz ni del aire. En el interior hay columnas estriadas con recargados capiteles pintados de oro, sofás, espejos, juegos de luces y una barra con una vitrina repleta de botellas de alcohol. Lo que parece ser el salón está oscuro y de él parten laberínticos pasillos que conducen a habitaciones vacías. En una de ellas, el hijo de los propietarios celebra su cumpleaños —la juerga empezó el sábado, hoy es martes— con una fiesta íntima en la que participan una decena de amigos. Nadie lo confirma, pero esa casa hace poco que dejó de ser un puticlub. Sí admiten que el espacio, del que entran y salen varones —todos conocidos por los dueños—, acoge fiestas de postín con lo más laureado de la sociedad marbellí. Reuniones en las que todo, todo, es gratis.

Carmen Snake en su dormitorio jugando con sus perros al acabar el día. Fernando Ruso

Carmen es amiga de los inquilinos. De vez en cuando hace allí su espectáculo de acrobacias eróticas. Hoy el público es reducido, solo están los periodistas de EL ESPAÑOL y el acompañante de la artista. Carmen luce un minúsculo bikini de cuero del que salen collares de metal en forma de catenarias y unas botas, también de cuero, que le llegan hasta la altura de la rodilla.

A los posados junto a la serpiente, una pitón albina de dos metros de largo que baila e interacciona con la artista, le suceden varias actuaciones en las que Carmen saca de la vagina un finísimo pañuelo de seda fosforescente de unos dos centímetros de anchura y 45 metros de largo. “Aunque podría sacar mucho más, no lo hago porque aburriría al público”, sostiene. En otras ocasiones extrae de su matriz conejos de plástico o una ristra de chorizos —también de plástico— de cuatro metros de largo. Esta habilidad explica que Carmen se presente

“La gente se olvida de la vagina y se centran en las acrobacias”

Defiende Carmen, que el verdadero show es ver las caras del público, en el que acostumbra haber también mujeres. “Voy sacándome el pañuelo y voy tejiendo como una tela de araña entre los espectadores; y ellos se quedan sorprendidos, los gestos de incredulidad son bárbaros”, relata. “Ahí es cuando la gente se olvida de la vagina y de los pechos, que están visibles”, asegura. “¡Se olvidan! Y se centran en las acrobacias —añade—; la mente ya no busca el sexo, busca descifrar el truco, piensan que cómo es posible hacer lo que hago”. “Ya no es erotismo, ya es espectáculo; se han olvidado del físico, buscan la sorpresa”, esgrime.

Carmen jugando con su hijo a la videoconsola en el domicilio familiar. Fernando Ruso

—¿Recomendaría ver este espectáculo a quienes le critican?

—A ellos, y ellas, les diría: Juzgad lo que ven vuestros ojos, no metáis a todos en el mismo saco. Un estriptis o un desnudo no tienen por qué ser pornográfico, no tiene que ser vulgar o desagradable; mis espectáculos son muy elegantes, visuales y los adapto a todo tipo de salas. Hay mujeres que han quedado fascinadas por mi actuación y que han venido a hacerme preguntas sobre las acrobacias vaginales y al final de la conversación terminamos hablando de lo importante que es fortalecer el suelo pélvico para ganar calidad de vida.

Es evidente que Carmen cuida su cuerpo. Es una atleta de metro setenta y ocho y pesa sesenta y dos kilos y medio. Su abdomen, sus piernas o sus brazos están fibrosos. Su plan de entrenamiento incluye comidas frecuentes cada tres horas y mucho ejercicio de musculatura. La fortaleza física también incluye a su vagina, con la que es capaz de abrir botellines de chapa.

“Un día, antes de un espectáculo, me encontré a varios jóvenes con botellines de cerveza repartidos delante del escenario; me pidieron que se las abriera y les respondí que yo era una artista, no un abridor”, recuerda Carmen, que ríe al recordar la anécdota.

Se pregunta: “¿Por qué existe ese tabú con respecto a la vagina?”. “La usamos para muchas cosas y debemos estar orgullosas de nuestras vaginas, gracias a ellas nacen nuestros hijos, gozamos de las relaciones sexuales… y mucho más”, reivindica. “Hay cuestiones más frecuentes —sigue—, como que tonificando la musculatura pubococcígea evitamos las pérdidas de orina”. Carmen pone de ejemplo “las famosas bolas chinas, que se venden en las farmacias”. “Hay que perderle el pudor a estos ejercicios que sirven para fortalecer el suelo pélvico”, defiende.

“Que las mujeres presten atención a sus vaginas”

Y advierte. “Con mi espectáculo quiero derribar tabúes, que no nos dé pudor, vergüenza o miedo mirar a nuestra vagina, usarla, tocarla, porque es algo natural. Y ojalá sirva esta polémica para que las mujeres presten atención a sus vaginas”.

—¿Considera su espectáculo machista?

—¡Todo lo contrario! En el escenario la que manda soy yo, la que manipula al hombre soy yo; si subo a algún hombre al escenario, soy yo la que le dice lo que debe hacer y no al contrario. ¿Eso es machista? Eso es la libertad de expresión de una mujer. El machista es el que dice que te tapes, que no enseñes tu cuerpo, que como mujer te quedes en tu casa, que te prohíban ponerte un pantalón corto o un escote. A mí no me gusta provocar, me gusta sentirme guapa y salgo a la calle como quiero. Machismo sería cohibirme, hacerlo es libertad.

Carmen Cano a sus nueve años en el recordatorio de su primera comunión. Fernando Ruso

Explica que, en sus inicios, cuando le contó a su madre a lo que se dedicaba, ésta le replicó: “¿¡Te parece bonito sacar las tetas a la calle!? ¡¡Cochina!! ¡¡¡Marrana!!!”. “Eso sí, que no escuche a nadie criticarme, porque me ha defendido siempre”, advierte Carmen, que presume de que más que madre, la suya es una amiga. “Ella decía que si me gustaba, que si me iba bien y si era lo que yo quería hacer, que siguiera adelante”, apunta. Y la acróbata vaginal acabó sus estudios de administrativa gracias a sus espectáculos. En su caso, aclara, no lo hace por necesidad, sino por gusto.

“Empecé por despecho y terminé amándolo —confiesa Carmen—; subo al escenario y me libero, sale mi otro yo, la fierecilla que tengo dentro. Refuerza mi autoestima, me da seguridad. Me refugio en el cariño del público. En sus aplausos. Me agrandan”.

Gracias a la noche, explica a EL ESPAÑOL, ha podido criar a su hijo, un adolescente de catorce años que quiere ser ‘disc jockey’ —pinchadiscos— de mayor. Cuando el zagal era más joven, Carmen trabajaba en la Sala Bagdad de Barcelona, un espacio famoso por sus espectáculos eróticos. “Yo lo acostaba, lo dejaba con la niñera y me iba a trabajar; regresaba y lo llevaba al colegio; el resto del día lo tenía para él”, explica.

“He podido disfrutar de mi hijo y criarlo bien —presume—; yo me pregunto cuántas horas pasa el resto de la población con sus hijos. Porque yo paso y he pasado muchas con él. Y eso ha sido gracias a mi trabajo”.

Carmen mostrando una muñeca de goma eva que conserva en su casa con se asemeja a la indumentaria que utiliza en los espectáculos. Fernando Ruso

Espectáculo gratis para que las leperas no hablen de oídas

Con su hijo habló hace cuatro años sobre su trabajo como acróbata erótica. Le explicó que lo suyo es una expresión artística, que se limita a bailar, que es algo natural. Le insiste en que no hace nada malo. Y le da las claves para responder a las posibles crueldades de sus compañeros. “Le digo que no agache la cabeza, que su madre no es una ‘p’, que soy una artista y que cuando termina el espectáculo, me vuelvo a casa sin ningún hombre”, defiende. “Mi hijo lo acepta, no lo ve feo —resuelve—; ve que es algo normal”.

Por eso se queja amargamente de que en Lepe se hayan llevado las manos a la cabeza por los carteles promocionando su espectáculo erótico. Actuación, por cierto, que data del diciembre pasado. No entiende tampoco Carmen que muchas mujeres argumenten que lo que les molesta es la presencia de esas vallas publicitarias en las inmediaciones de un instituto de secundaria. “¡¿Qué le vamos a esconder hoy a un niño de catorce años?! ¿Un pecho? Si ellos saben más que nosotros”, apunta riéndose. Y señala, con mucha guasa, que muchos de los que ahora se quejan estuvieron en sus actuaciones.

“Los chavales de hoy se están educando a través del porno, pero ¿dónde ven porno? En sus casas, en sus teléfonos móviles… Ahí es donde hay que entretener. Y nadie se lleva las manos a la cabeza”, argumenta Carmen.

—¿Qué le diría a la gente de Lepe?

—Me gustaría que la gente que tanto me critica, viese uno de mis espectáculos y después opinase. Yo soy la afortunada que está en ese cartel. A las mujeres de Lepe [se dirige a ellas], os propongo que podáis juzgar una de mis actuaciones eróticas en vivo, y os ofrezco gratis, solo para mujeres, un espectáculo completo de desnudo, fuego y acrobacias vaginales; y después abrimos un debate para que valoréis si soy un objeto de consumo y resolvamos todas vuestras dudas. Para que juzguéis por vuestros ojos. Sé que me lo vais a agradecer.

Carmen abrazando a su hijo de catorce años al llegar a su casa. Fernando Ruso