El 30 de abril de 1898 una flota norteamericana, mandada por el almirante Dewey, penetraba en la bahía de Cavite (Filipinas). Se iniciaba así la pérdida del llamado imperio colonial. Tras una breve batalla naval, los barcos españoles ardían o se hundían en el fondo del mar. Dewey quiso conocer al hermano de Isaac Peral, marino como él. Luego dijo: "Con un submarino como el suyo no hubiéramos podido entrar en Cavite".

Una postal histórica que ha ganado empaque esta semana tras la prueba con éxito del S-80, el submarino más ambicioso de las fuerzas armadas españolas en la actualidad. Su emergencia después de varios problemas de flotabilidad suscitó el júbilo de los presentes, igual que hizo el artefacto de Peral dos siglos atrás.

S-80 mejor submarino convencional del mundo

En la madrugada del 3 de julio de 1898, el almirante Cervera, por orden de Sagasta, presidente del Consejo de Ministros, abandonaba con su flota el puerto de Santiago de Cuba con destino al sacrificio. Una potente armada norteamericana le esperaba para destruirle sin remedio. El valor y la destreza de los marinos españoles no sirvieron de mucho ante la superioridad en toneladas y coraza de la armada norteamericana.

La firma del tratado de París con EE.UU supuso la pérdida de Filipinas, Cuba y Puerto Rico, casi la mitad del territorio nacional: el desastre de 1898. ¿Se pudo haber evitado? Revisando los datos de la Historia y los propios archivos y documentos de la Armada española... Rotundamente sí.

Certificado de defunción del submarino Peral

El 28 de octubre de 1890, la Gaceta de Madrid publicaba, en su página 321 y siguientes, el certificado de defunción del Submarino Peral, dando a conocer "los principales documentos referentes al proyecto y pruebas de la nave construida en La Carraca por los planos y la dirección del teniente de Navío D. Isaac Peral". Un arma, por entonces invencible, un barco capaz de navegar bajo el agua y disparar torpedos sin emerger. Era el final de un sueño. También la continuación de una traición que todavía hoy algunos pretenden soterrar. El Gobierno y la Armada española no quisieron el submarino que pudo salvarles.

Todo empezó mucho antes. Con la crisis de las Carolinas, un territorio de ultramar que Alemania disputaba con España por intereses comerciales. La intervención del papa hizo que ambos países se pusieran de acuerdo. Pero ya entonces, 1885, los marinos sabían que aquellos territorios eran indefendibles.

La solución de Peral

Un profesor de la Escuela de Ampliación de Estudios de la Marina de San Fernando, teniente de navío con un amplio historial naval y gran prestigio dentro del cuerpo, dijo ante la sorpresa de muchos: "Señores, tengo la solución". Todos callaron. Isaac Peral "el profundo" era alguien muy respetado. Prosiguió: "Un submarino. Viajará bajo el agua, se moverá con un motor eléctrico y podrá lanzar torpedos contra el enemigo". ¿Y la coraza de los grandes barcos?, le respondieron. "Podremos acercarnos a las hélices e inutilizarlas".

El entusiasmo reinó en la Escuela. El ministro de Marina Pezuela, que duró poco en el cargo, apoyó el proyecto y otorgó 5.000 pesetas para los primeros gastos. En 1887 fueron 300.000 pesetas y pudieron, al fin, comenzar las obras.

Isaac Peral, el inventor del submarino que habría "salvado a España".

Las noticias volaron y el secreto militar declarado por Pezuela, que dejó de ser ministro, fue conocido por las potencias extrajeras, que defendiendo sus intereses y amparados en la burocracia y estupidez española, consiguieron retrasar y boicotear el proyecto. Para ello no faltaron “colaboradores”. Movidos por la envidia, el vil metal o ambas cosas, intentaron torcer la voluntad de un marino, sabio, honrado y tozudo. Al no poder comprar a Peral, contaron con un siniestro personaje, Zaharoff, turco, de origen ruso, el mayor traficante de armas de la época, comisionista y hacedor de entuertos. Zaharoff tendrá mucho que ver con el nefasto devenir del submarino, pero nada hubiera podido hacer sin la colaboración “desinteresada” de políticos y marinos felones.

En un año Peral consiguió estrenar el barco. Duro contraste con los tiempos actuales. Fue un día de sorpresa y jubilo, pues media ciudad se había citado en el astillero. Peral protestó, pues aquello, suponía, era un secreto militar. En febrero de 1889 comenzaron las pruebas oficiales. Había sido un trabajo inmenso: viajes, clases... Jamás le liberaron de su actividad docente y todos los días tenía que recorrer quince kilómetros. Superados los desprecios, arrestos, insinuaciones tendenciosas, escritos vidriosos, hasta desde dentro de su amada Marina, se enfrentó a las pruebas fundamentales. Algunas merecen ser comentadas.

Las pruebas del submarino Peral

7 de agosto de 1889, alta mar, el submarino en inmersión. Peral da una orden tajante: "¡Parad las máquinas!". Luque, el maquinista, duda. "¡Para las maquinas!", repite tajante Peral. Ya detenido, el submarino permanece casi una hora en inmersión. Peral es, sin saberlo, un precursor de la maniobra que hacían los submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para despistar al enemigo.

Peral escribe: "La atmósfera dentro del barco es muy saludable y el ambiente entre la tripulación, excelente". Días después decide hacer una prueba de disparo. A trescientos metros se alza orgullosa la llamada Aguja de Poniente, una zona peligrosa con puntas rocosas que los barcos procuran esquivar. Peral elige el blanco. Cubell, el oficial, marca el rumbo. Sumergidos, da la orden del fuego.

Dice la crónica, que se puede leer en los archivos de la Armada, "que un cilindro negro salió de la proa del submarino, dejando un surco de espuma que se dirigió a la aguja. Como guiado por un imán, se fue acercando, rompiendo con estruendo la roca". "¡Hurra!", gritó Peral. "¡Hurra!", contestó la tripulación.

La nave fue conocida como submarino Peral.

Pero las proezas del “Peral” no acabaron ahí. El 7 de junio de 1890 fue el primer marino en navegar seis millas con su submarino, motor eléctrico, a diez metros de profundidad con un rumbo exacto, siendo un buque capaz de disparar torpedos en inmersión. El 21 de junio de ese mismo año, Peral fue el primer marino en combatir, en un simulacro, contra un crucero acorazado, el Cristóbal Colón, con éxito razonable durante el día (había más de doscientos marinos, gemelos en mano, en la cubierta del crucero), y con éxito clamoroso durante el ataque nocturno. Podía acercase tanto como para oír las conversaciones de sus teóricos adversarios.

El 18 de agosto de 1890, la Junta de Valoración dio un informe tibio, aunque positivo sobre el invento. No obstante, cree esta Junta, sería conveniente la construcción en el plazo más breve posible de otro torpedero que reúna las condiciones apetecibles: "También sería el caso estudiar la conveniencia de construcciones a mayor escala".

Se dio a Peral la posibilidad de mejorar el prototipo. Él ya lo tenía diseñado, pero faltaba el beneplácito de los que iban a ser felones con Peral: la Armada y España. Tras el "no" de las autoridades, el país se quedó sin submarinos y en el 98, sin barcos, ni colonias y con miles de soldados y marinos muertos, heridos o enfermos. Triste España.

A día de hoy, la figura de Peral, su inaudita hazaña, su honradez, su valía y su fidelidad, aún no han sido debidamente reconocidos. España no tuvo una escuadrilla de submarinos capaz de defender los puertos y las costas.

"El sueño de Peral": una ficción, ¿qué hubiera pasado?

España, 1895. Peral ha muerto. Villacampa, un oscuro general republicano, da un golpe de estado con éxito. Es toda una sorpresa. Se proclama la Segunda República española y vuelve Ruiz Zorrilla para presidirla. Los Borbones toman el camino del destierro. Ruiz Zorrilla es un hombre serio, nombra a Figueroa ministro de Marina y le da un encargo, construir el nuevo submarino Peral.

"Pero Peral ha muerto, señor presidente", protesta el nuevo ministro de Marina.

-Pero queda su equipo, sus diseños, sus planes…

-Sí, pero cada uno por un lado, frustrados y perdidos cuando no arrinconados.

-Pues se reúnen, se les dota y se les da todas las facilidades. Quiero una flota de submarinos en dos años. Trace un plan, señor ministro, y me lo trae este mismo sábado.

Este mismo día, Moya, Cubells , Mercader y García reciben del ministerio de Marina un misterioso telegrama. Se les llama con urgencia al Departamento Marítimo de Cartagena. Iribarren, ascendido a Capitán de Fragata, debe presentarse con urgencia en Madrid, en el ministerio.

Iribarren no sale de su asombro. Toma el primer tren de Cádiz y se allí se presenta. La orden es terminante. No hace más que darle vueltas a su cabeza, tanto al motivo de su ascenso, que él, por haber estado junto a Peral, daba por perdido, como a la llamada urgente. En el despacho del ministro:

-Adelante, Iribarren, tengo un asunto muy importante para usted y no me puede fallar.

-A sus órdenes.

-¿Estuvo usted con Peral? ¿Fue su segundo?

-Sí, fue un orgullo, señor ministro.

-Pues si le enorgullece, nada mejor para honrar la memoria del almirante Peral que construir y mejorar su submarino. Haremos una flota y lo haremos con absoluta discreción en Cartagena.

-¿Almirante Peral?

-El Gobierno le ha concedido el empleo a título póstumo, con los emolumentos correspondientes y le ha propuesto para la Cruz Laureada… No queremos que su viuda y sus hijos pasen apuros. A usted y su equipo les corresponde estar a la altura del inventor.

-¿Mi equipo?

-Toda la dotación del “Peral” ha sido destinada a Cartagena ayer mismo y esperan órdenes de usted para ponerse a trabajar. Si necesita otros elementos, pídalos. Tenemos prisa, en 1897 quiere el Presidente una flota de submarinos con las tripulaciones entrenadas para defender nuestros puertos y nuestras costas, incluidas las de ultramar, como soñaba Peral.

Se ha declarado la guerra. La escuadra de Dewey se dirige a Filipinas. Los españoles, que sí tienen submarinos, deciden vigilar con las naves en inmersión la bocana de la bahía y actuar sin ser vistos. La estrategia es simple: dejar pasar a la escuadra americana, ya que dentro del estuario de Cavite, aflojará su marcha. Mientras, se pondrá la flota española a cubierto. Los submarinos, con la impunidad que les caracteriza, lanzarán sus torpedos. Luego que Dios reparta suerte. Y la suerte cayó del lado español.

La armada española vence en Filipinas. También sale airosa de las batallas que siguen. España tiene un arma letal y los yanquis ya han ayudado demasiado a sus “amigos” cubanos.

Llega la paz. Cuba y Puerto Rico pasan a ser Estados libres, asociados a España. La bandera roja y gualda sigue ondeando en las islas, donde sus habitantes gozan de la doble nacionalidad. El sueño de Peral se ha cumplido. Defender las Costas y los Puertos. Es el sueño de Peral… pero sólo eso, un sueño.

***El autor es médico y autor del libro "Los viajes de Peral: historia de una infamia"

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