Pamplona

“No es agresión, es violación. No es agresión, es violación”. En los breves instantes de pausa que hizo durante la lectura del fallo de la sentencia que absolvía a ‘La Manada’ del delito de violación, el juez Francisco Cobos escuchó los bramidos de la calle, emitiendo su propio veredicto. Un sonido que pedía justicia se entremezcló con la lectura monocorde del juez.

Manifestación contra 'La Manada' en Madrid

En siete minutos lo despachó todo: no lo explicó ahí, pero en los 96 segundos de los siete vídeos, dos de los tres magistrados ven a una joven acorralada, avasallada, sometida, anulada y manipulada hasta los extremos de la más profunda vileza por cinco jóvenes que llegaron a los Sanfermines de 2016 el día seis de julio. No perdieron el tiempo: horas después, la mañana del día siete, relataban lo ocurrido en los grupos de whatsapp a sus amigos: “Follándonos a una entre cinco, jajaja. Qué putada pasada de viaje”. Pero no ven en ello violación. Tan solo son abusos.

Por eso, desde que pronunció las palabras “abuso sexual”, Cobos leyó la sentencia mientras el rugido de la indignación que salía de la calle se colaba por las paredes del Palacio de Justicia de Pamplona, directo a sus oídos.

Todos los apartados narrados a continuación vienen redactados en la sentencia y los magistrados los consideran como hechos probados. Se creen a la chica, dan por bueno su relato. Reconocen que no tenía escapatoría. Que la vejaron. Pero para ellos no hubo intimidación. No hubo violencia. No hubo violación.

Estos son algunos de los puntos de la polémica sentencia de ‘La Manada’.

La joven se iba a descansar

De izquierda a derecha, el guardia civil Antonio Manuel Guerrero, el militar Alfonso Cabezuelo, Jesús Escudero, Ángel Boza y José Ángel Prenda. EL ESPAÑOL

Prácticamente todo lo escrito en la sentencia corre a favor del relato de la víctima, excepto el voto particular de Ricardo González, el juez que ha pedido que se absuelva a los cinco sevillanos. Todo lo que cuenta la joven recibe la absoluta credibilidad de los otros dos miembros del tribunal. Empezando por el momento en que se encuentra a Prenda y al resto de sus adláteres, condenados ahora a 9 años de prisión por abusos sexuales.

La joven dialoga con ellos, y acto seguido recibe una llamada de un amigo. Le dice que se va a ir al coche a descansar. Una vez esto sucede, echa a andar en la dirección hacia la que dejó aparcado su vehículo. Eran las tres de la mañana y se iba a dormir. El juez lo da por probado.

Nada más ocurrieron los hechos, a la víctima se le realizó un análisis del alcohol que tenía en sangre: 0,91. También esto lo dan por probado los jueces: “Tenía un nivel de influenciamiento por el alcohol, que alteraba su conocimiento , el raciocinio, la capacidad de comprensión de la realidad”.

El sometimiento

Dentro del portal, la joven fue dirigida a un lugar recóndito y angosto, con una sola salida bloqueada por Prenda y el resto de los integrantes de La Manada. Todos son mucho más mayores que ella, mucho más fuertes. Allí la víctima “se sintió impresionada y sin capacidad de reacción”. Alguien comienza entonces a desabrocharle la riñonera que lleva anudada en el torso. Alguien le quita el sujetador. Alguien le quita el jersey atado a la cintura. Entonces llegó la angustia.

- “Uno de los procesados acercó la mandíbula de la denunciante para que le hiciera una felación y en esa situación, notó como otro de los procesados le cogía de la cadera y le bajaba los leggins y el tanga”.

La chica sintió un inmenso agobio, desasosiego, un tremendo estupor. El juez lo reconoce: “Le hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad , determinándole a hacer lo que los procesados le decían que hiciera , manteniendo la mayor parte del tiempo los ojos cerrados”.

“Como un objeto”

Ángel Boza, Jesús Escudero, José Ángel Prenda, Antonio Manuel Guerrero y Alfonso Jesús Cabezuelo. Guillén Zazpe

Dentro del cubículo se desata el horror y la bajeza moral. Mientras todo sucede, la víctima permanece con los ojos cerrados. No hay diálogo, ni intercambio de palabras. Está ausente. Durante la mayor parte del tiempo su actitud es pasiva. “En ningún momento adopta ninguna iniciativa para la realización de actos de contenido sexual. No apreciamos que la denunciante posea el control de la situación, ni gesto o actitud de cualquier índole que nos induzca a pensar en que ella decida ser penetrada de ese modo”.

Todo ocurre en quince minutos y luego, uno por uno, todos desaparecen por el portal sin decirle nada, sin que haya despedida. Ella se queda tirada en el suelo, recogiendo sus cosas mientras los ve marcharse. Ya le han robado el móvil. La víctima se da cuenta y sale a pedir ayuda.

Son los vídeos, los 96 segundos los que los jueces utilizan para explicar que la joven está sometida a la voluntad de los cinco. Son ellos quienes la “utilizan como un mero objeto para satisfacer sobre ella sus instintos sexuales”. Que la llevaron “a una encerrona”. Se valieron de un escenario que ellos mismos crearon, “un escenario opresivo”. Se valieron de su corpulencia, de su experiencia, de su fuerza física para rodearla, para llevarla a “un bloqueo emocional” y a “una desconexión de la realidad”. Para hacer con ella lo que quisieron.

Con todo esto, tres jueces de una ciudad que ayer se alzó indignada frente al Palacio de Justicia y también en la Plaza del Ayuntamiento no ven probado el uso de la violencia o la intimidación “para doblegar la voluntad de la denunciante”. Esto, explican, tendría que implicar una agresión real “más o menos violenta, o por medio de golpes empujones, desgarros; es decir, fuerza eficaz y suficiente para vencer la voluntad de la denunciante y obligarle a realizar actos de naturaleza sexual”.

Antes de que comenzase la lectura de la sentencia, los juzgados eran un gallinero enfervorecido de elucubraciones, teorías e hipótesis. Las cámaras eran legión en la puerta, apostadas en fila a la expectación de lo que pudiera ocurrir. Ya dentro de la sala, el magistrado hizo esperar a todos con tres minutos de silencio. Dentro, en el mismo lugar que hace cinco meses pronunció las palabras “queda visto para sentencia", Cobos está solo. Elena Sarasate, la fiscal, atiende con expectación desde su puesto. Agustín Martínez, sentado justo enfrente, contiene el aliento. Así se lo encuentran todo periodistas y público. Como la última vez que salieron de esa sala 102, que ya será recordada en los próximos años.

No le acompañaban sus colegas, quienes ha tomado una de las decisiones judiciales más polémicas de los últimos años, quizá la más importante de sus vidas: absolver a ‘La Manada’ del delito de violación, del atentado contra la intimidad. Y condenarles a 9 años de cárcel por abusos sexuales a la víctima. Fuera, en la calle, la muchedumbre comenzó a avanzar hacia el palacio de justicia, tratando de abrirse paso hacia el interior del edificio, pancartas en mano, el grito en el cielo. Nadie lo consiguió.

Los tres jueces que integran el tribunal que ha juzgado a 'La Manada'. E.E