Pepe Barahona Fernando Ruso

"El buen torero es el que pasa hambre y en las Tres Mil Viviendas, madre mía, hay hambre para dar y regalar".

Lolillo tiene 15 años y quiere ser torero. Todas las noches se asoma al tendido de su casa para ver la faena que cuajan quienes arriesgan la vida en el ruedo de asfalto. En su barrio los pitones son afilados como agujas, los aguaores no llevan botijo y el caballo pica con crudeza las venas. Y mata. No hay burladeros en los que cobijarse ni ayudas de la cuadrilla. Tampoco hay albero, la sangre, cuando chorrea, empapa la calle.

Lolillo es un tipo espigado, menudo y fuerte como la caña de bambú. Un desperdigado manojillo de pelos negros le salpica la barba, todavía tímida. Es noble, gitano y atento. También listo. Tanto como para saber que en su barrio, las famosas y peligrosas Vegas de las Tres Mil, se ve, se calla y hay que saber elegir a quien arrimarse. Por eso busca la querencia fuera de la calle en la que se crio.

Todas las tardes, después del colegio, sale corriendo desde su barrio hasta la apartada escuela taurina de Amate. Allí nadie revisa la genealogía. Hay hijos del campo, de parados de larga duración, de trabajadores autónomos; gente con los recursos justos y, a veces, ni eso. Se llaman Lolillo, Manuel, Vera, Pablo o Antequera. Todos son aspirantes a toreros.

Ser niño torero en Sevilla sin ser hijo de papá: "El buen matador es el que pasa hambre", dice Lolillo

“¿Qué por qué digo que mis niños son los desheredados del toreo?”, se pregunta el maestro Curro Camacho, torero sevillano que tomó la alternativa en la Maestranza en 1976 y fraguó una intensa amistad con uno de los pocos matadores norteamericanos, el pintor nacido en Filadelfia John Fulton. “A estos chiquillos nadie les da nada —resume el director de la escuela de Amate—, compramos la bravura de las vacas, ¡la bravura!, haciendo rifas con cosas que nos traen las propias familias”. “Esto es muy triste”, confiesa.

Curro nació en el corral de las Mercedes, en la céntrica calle Bailén, en 1945. “En una casa de vecinos donde se pasaba hambre y fatigas”, apunta. “Era una de las calles más bonitas de Sevilla: desde el hotel Colón hasta la Puerta Real vivían marquesas, médicos, beatas, monjas y putas”. Cuenta que en su niñez se oía hablar de toros en las calles y que, cada vez que había corrida, se metía entre la masa para llegar hasta la Maestranza.

“El hambre es muy importante y en mi época había mucha, ¡jamás vi hervir una olla en mi casa! —recuerda Camacho—; por eso los niños de entonces éramos muy inteligentes, como perrillos callejeros que procurábamos comer y taparnos del frío”.

Curro Camacho comió del toreo mucho antes de vestirse de luces. De zagalillo, se iba al hotel Colón, donde se hospedan las figuras del toreo los días de corrida, con un trapo para torear de salón. A los turistas les hacía gracia el teatrillo y con las perrillas que le daban se iba a una freiduría de la Puerta Real para comprar un cartucho de pavías de bacalao. “Esa fue mi escuela, la calle; por eso ahora quiero darles a mis alumnos la educación que no me dieron y que tuve que recibir yo en la puñetera calle”.

Alumnos de la Escuela Taurina Sevilla Amate practicando en un descampado ante la carencia de plaza, desmantelada en 2012 por no poder hacer frente a sus gastos. Fernando Ruso

Una veintena de zagales improvisan una errática coreografía en el precario albero de la escuela de Amate, en un terreno casi abandonado a las afueras de un centro deportivo. Los hay con el capote, con la muleta o embistiendo. Los mayores, de hasta 21 años —la edad máxima que permite la federación de escuelas taurinas—, ayudan al maestro Curro en el cuidado de los más pequeños, de unos ocho años en adelante. Algunos ya han toreado novilladas, incluso en la Maestranza, la plaza soñada para todos.

“EL MOMENTO EN EL QUE TE VISTES DE LUCES ES MÁGICO”

José Manuel Vera, el alumno más veterano, ya sabe lo que es pisar el albero de la plaza sevillana. Suma 15 novilladas. Pero ninguna como la de la Maestranza. “El momento en el que te vistes de luces es mágico, es el momento para el que te preparas durante toda tu vida”, confiesa el joven de Los Palacios y Villafranca, un pueblo de la campiña sevillana famoso por sus tomates.

“La maestranza impone mucho desde el ruedo”, asegura Vera, que mantiene una actitud paternalista con el resto de chiquillos, especialmente con Lolillo Soto, el joven de las Tres Mil. “Hablamos mucho, me preguntan por ese día, por el pie con el que comienzo a vestirme, sobre cómo era el hotel, lo que almuerzas, qué se siente al pisar el patio de cuadrillas… y que cómo está Curro, siempre nervioso”.

José Manuel Vera, novillero de la Escuela Taurina Sevilla-Amate que ya ha debutado en la Maestranza de Sevilla. Fernando Ruso

Desde la experiencia, admite sentir envidia “sana” al ver a los zagalillos tan jóvenes coger los trastos con tanto desparpajo, haciendo de pequeños toreros dentro y fuera del albero. Hablándole de usted a los mayores y de maestro a los maestros. “Aquí se educa y se aprende, creo que tienen mucha suerte de estar donde están”, concluye Vera.

Las horas pasan y todos siguen ocupados con los capotes y las muletas. Otros entran a matar enfilando con acierto el carretón. Nadie habla de Messi ni de Ronaldo. Y los padres ven la faena desde unas vallas que simulan la barrera.

Han pasado ya cinco años desde que la escuela de Amate se quedase sin plaza de toros en la que entrenar. La que había, una portátil, fue vendida para chatarra, pese a la oposición del maestro Curro. Desde entonces torean en un imperfecto círculo delimitado por yerbajos. Si llueve, apuran los huecos que hay en la grada del pabellón deportivo contiguo.

“El día que tome la alternativa recibiré al toro a puerta gayola”, fantasea Manuel Chaves Adámez a sus 11 años. Con el codo apoyado en la empuñadura del estoque de ayuda, cuenta a EL ESPAÑOL que su madre le regaló un capote de los que se venden en la Feria de Abril y que desde entonces sueña con ser torero.

—¿El toro da miedo?

—Siempre hay que tenerle respeto, pero miedo… no. Mi madre me dice quiere que sea torero, pero que no haya toro. [Ríe]. ¡¿Pero, mamá, eso cómo va a ser?! Le da mucho miedo, pero yo quiero ser torero. Y creo que lo seré.

“MIS AMIGOS DICEN QUE ESTO DE LOS TOROS ES DE ANTIGUOS”

Manuel ya sabe lo que es besar el albero. Hace ocho meses tuvo un percance con un becerro colorado y acabó dando de bruces contra el suelo del tentadero. El impacto fue violento y se le desencajó la mandíbula. “Me hizo daño”, presume. “A mis compañeros del colegio les llamó mucho la atención —añade—, me preguntan mucho; ellos no lo entienden, quieren ser futbolistas y dicen que esto de los toros es de antiguos”.

Pero la experiencia de Manuel con ese becerro colorado merma su arrojo en un tentadero situado a las afueras de Sevilla a donde Curro Camacho lleva eventualmente, y siempre que haya dinero, a sus pupilos. “No lo veo claro”, advierte el aspirante a matador de toros, que no se decide a lanzarse al ruedo. “La vaca se cuela mucho, busca mucho”, resuelve el chiquillo, parapetado en uno de los burladeros con el capote en la mano. Hoy no toreará, y son pocas las ocasiones que se le brindan.

La abundancia de aficionados prácticos está dificultando el acceso a los tentaderos a las escuelas taurinas sin recursos. Quienes pagan por torear elevan los precios de las vacas y ocupan tentaderos, un negocio rentable para las ganaderías, pero un lastre que agota a los chavales sin recursos, el eslabón más débil de la cadena. La bravura de tres vacas cuesta unos 600 euros.

“Los ganaderos tienen la culpa”, critica Curro Camacho, que lidia con ellos para conseguir unos precios asumibles para su escuálido presupuesto. “No son conscientes de que, si les cierran el grifo a las escuelas, el día de mañana no quedarán figuras del toreo”, razona. “¿Quién podrá torear? Solo poderosos, los que tienen dinero”, insiste. Y ninguno de sus zagales cumple ese requisito.

“AQUÍ NO HAY PAPIS RIQUITOS”

“Aquí somos todos chavales normales, no hay hijos de papis riquitos que se gasten un dineral en que su hijo toree”, puntualiza Francisco Javier Antequera, un joven de 19 años, de los mayores de la escuela. Ya ha toreado varias becerras y en junio lidiará un novillo en San Juan del Puerto. “Aquí, hay que ganárselo todo por méritos propios y eso nos hace diferentes: tenemos más ganas, nos apoyamos más y somos mucho más humildes”.

—¿Qué le dice su entorno cuando comenta que quiere ser torero?

—Que estoy loco, que eso es de viejos. Pero mi sueño es llegar a ser figura del toreo e ir a Méjico, a Madrid… y, sobre todo, a la Maestranza, que es la plaza soñada. Y salir por su puerta grande mirando al Guadalquivir, algo que debe ser… maravilloso.

José Manuel Vera, novillero de la Escuela Taurina Sevilla-Amate que ya ha debutado en la Maestranza de Sevilla. Fernando Ruso

Como bien apuntaba el niño Manuel, la vaca que hoy tientan busca a los jovenzuelos y no son pocas las veces en las que el animal arrebata los trastos a los zagales. Unos corren a buscar las tablas, pero Pablo, uno de los chavalillos, se planta ante el bicho, apagando la embestida y encendiendo a los curiosos que miran desde las tablas. Tiene 11 años, cursa 6º de Primaria y admite estar obsesionado por la tauromaquia.

“La gente que dice que el toreo es cruel no entiende que esto es un arte”, sentencia el chiquillo. “El toro representa la muerte —sigue—; y el hombre, con un trozo de tela y un palo, esquiva la muerte, la crueldad, todo lo malo que hay; por eso para ser un gran torero hay que estar un poco enamorado de la muerte”.

—¿Y estás enamorado de la muerte?

—De alguna forma… Un poquillo sí.

En el tendido, Salvador, el padre de Pablo, mira flemático la faena de su hijo. “El nivel de obsesión por todo lo que tiene que ver con el plano artístico e intelectual de la fiesta es tan poderoso que me ha arrastrado a mí”, explica. “La pasión es tan desbordante que llega a ser obsesiva; e imagino que llegará un punto en el que decaiga ese interés y se tome todo esto con más serenidad, y que los estudios vayan mejor de lo que ya van”.

EL PRIMER TORERO DE LAS TRES MIL VIVIENDAS

Lolillo Soto, el primer aspirante a torero de las Tres Mil, quiere ser arquitecto. Ese es su plan alternativo, por si falla lo de convertirse en matador de toros. Aunque cada vez le dé más pereza levantarse temprano para ir a la escuela. “Si es para torear, madrugo lo que haga falta, no me pesa”, replica con gracia.

Para EL ESPAÑOL, torea de salón en una placita cercana a donde vive y con su padre embistiéndole. Al sacar los trastos se arremolinan otros chiquillos y varios vecinos. No hay pasodobles, pero sí fandangos improvisados y oles desde los balcones. “Maestro, si me entran los nervios aquí, no me quiero ni imaginar lo que puede ser en la Maestranza”, apunta el zagalillo, que fija su mirada en los cuernos y se evade de todo lo que lo rodea.

Lolillo Soto con su familia en 'Las Vegas' de la barriada de 'Las Tres Mil Viviendas', en Sevilla. Fernando Ruso

Lolillo eleva la mano izquierda al cielo, con la palma hacia arriba, mientras que agarra con firmeza la muleta con la derecha. Y gira y gira sobre sí como los derviches giróvagos cuando buscan el éxtasis, dibujando círculos al compás de un fandango. “Son los toreros, son los toreros, Rafael de Paula y Curro Romero; son los toreros, son los toreros, mi hermano Lolo es Curro Romero”, canta Domingo, el más chico de la familia Soto Flores.

En el austero piso de Lolillo, en mitad de un bloque demacrado, viven cuatro de sus cinco hermanos y sus dos padres, Manuel Soto y Tamara Flores, de 38 y 34 años. “Ya soy abuela”, dice ella. “El pequeño Juan José tiene nueve meses”, detalla la madre del aspirante a torero. Se casó con 13 años, su marido tenía 17, y tuvo a su primera hija a los 16. “Los gitanos corremos mucho”, esgrime la joven, muy creyente en la Iglesia Evangélica de Filadelfia.

Lolillo me dice que su afán es sacar a su familia de las Tres Mil, porque él sabe que es lo que siempre he querido”, cuenta su madre. “Aquí hay malos y buenos, pero se ven muchas cosas que no quiero que vean, criarlos en otro ambiente”, añade.

—¿Y qué le responde?

—Como madre tengo mis miedos, que lo coja un toro. Él me dice que no me preocupe, que se tendrá que llevar muchas cornadas, que es normal. Pero a mí me da miedo de verlo (sic), pero yo sé que el Señor me lo va a guardar, me lo va a proteger, yo tengo esa fe. El Señor va a estar con él, lo va a respaldar y le va a dar una oportunidad y en las Tres Mil hay muy pocas oportunidades.

Lolillo entrando en su bloque de las Tres Mil Viviendas. Fernando Ruso

Su padre fue novillero, pero nunca llegó a cuajar. Ahora está desempleado, trabajando días contados como jardinero mientras que su mujer limpia cocinas y plancha cuando la llaman. Él le regaló su primer capote, de los que venden en la feria por siete euros.

—¿Se arrepiente?

—No, yo ya sabía que iba a ser torero. Y lo será. Lolillo sabe donde vivimos y estoy desquiciado por salir de aquí. También tengo miedo, pero por lo que le pueda pasar a él; si fuese yo el que torease no lo tendría.

—Como padre, qué le da más miedo, ¿el toro o las Tres Mil?

—Las Tres Mil, este ambiente es diez veces más peligroso que el toro. Diez veces. No quiero que se relacione con los niños de aquí. Él es muy bueno.

Lolillo, y a ti ¿qué da más miedo el toro o las Tres Mil Viviendas?

—[Ríe]. Las Tres Mil Viviendas. Es un barrio conflictivo y aquí siempre hay muchas peleas, tiroteos, muchas cosas malas. Me gustaría mucho salir del barrio, y sacar a mi familia de allí, que es un sitio muy malo. El toro es una oportunidad para salir de las Tres Mil. Voy a hacer todo lo posible. Mi padre no pudo conseguirlo, y quiero hacerlo por él. Quiero ser torero y sé que voy a serlo, quiero sacar a mi familia para adelante.

Lolillo de camino a casa, va y vuelve a la escuela situada a varios kilómetros, andando. Fernando Ruso

Lolillo está toreando de salón en las Tres Mil, pero con la cabeza puesta en la corrida que le espera para el domingo 22 de abril en Camas, donde nació Curro Romero. Ese es el principio de su carrera como torero, por eso se vuelca para dejarlo todo atado. Su familia prepara una gran pancarta con el lema: “Lolillo, las Tres Mil están contigo”. Todos quieren que sea el primer matador de toros que da el barrio, donde son habituales los flamencos y el hambre.

“NO TIENE NI PARA EL AUTOBÚS, PERO SÍ GANAS”

Lolillo no sabía torear”, advierte su maestro Curro. “Es un gitano puro, puro y puro; y yo, que vengo del fango, supe desde el primer momento en que lo vi que ahí hay material para crear”, recuerda Camacho. “Ha aprendido a torear —sigue el ex matador de toros—, no tiene padres millonarios, no tiene ni para el autobús; pero tiene interés y muchas ganas, por eso es nuestra apuesta”. Las tardes de corrida en la Maestranza, Lolillo reparte programas de mano para poder ver la corrida.

—¿El buen torero es el que pasa hambre?

—Por el toro ha pasado mucha gente con hambre y no ha triunfado. La verdad del toreo es una: el toro pone en su sitio a todo el mundo. Tener hambre te obliga más. Hoy, para ser torero hay que tener mucho dinero. No hay chavales que lleguen movidos por la fatiga o el hambre. Eso pasó.

Curro se ve reflejado en Lolillo y aunque trata a todos los chiquillos de forma paternalista, es con el zagal de las Tres Mil con quien más se esfuerza. “Está aprendiendo a coger el buen camino, el malo lo tiene en la puerta de su casa”, argumenta Camacho. “Yo le digo que no olvide sus raíces —sigue—, pero le insisto en que use el toro para salir con otro tipo de gente, que haga amistades distintas”.

Lolillo replica: “Curro es como mi padre; está encima de mí para que no me desvíe, para que no le eche cuenta a las niñas, que son incompatibles con el toreo, porque el toro es muy celoso”. “Me dice que disfrute”, zanja.

El aspirante a matador de toros Lolillo Soto tendrá que ir corrida a corrida ganando triunfos, esa es la única forma de forjarse una carrera en este difícil mundo. En el momento en el que falle, se caerá del circuito. Así de cruel es con los pobres el mundo que ha elegido.

—Curro, ¿cuántos de ellos serán figura del toreo?

—Con suerte, ninguno. Y no quiero parecer pesimista, pero el sistema es perverso. Solo quienes tienen dinero pueden permitirse llegar a los 21 años y salir de las escuelas con contratos. Por eso insistimos en que los chavales estudien. De todas formas, intentamos que lleguen. Y cumplan su sueño de ser toreros.

Los más pequeños de la Escuela Taurina Amate-Sevilla en el tentadero de la Finca La loma. Fernando Ruso