El 21 de junio de 1969, veinte millones de británicos vieron por primera vez imágenes privadas de su Familia Real: impulsados por el afán modernizador del duque de Edimburgo, los Windsor se dejaron grabar durante dieciocho meses mientras viajaban, comían, se contaban cosas o veían la televisión o departían con jefes de Estado. El documental permitía ver al duque de Edimburgo asando salchichas en el palacio de Balmoral (Escocia) y a la Reina diciéndole al entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon: “Los problemas del mundo de hoy son complicados, ¿no es cierto?”

La pieza tuvo una tremenda repercusión; reemitida incontables veces durante ese año, fue vista por dos tercios de la población británica. Resultó, al menos en un primer análisis, un verdadero éxito de comunicación: el apoyo social a la vetusta monarquía creció en un momento en el que la sociedad experimentaba los aires liberalizadores del 68 y los jóvenes se entregaban al amor libre, las drogas y el rock and roll.

Nunca antes la monarquía británica (con origen en el derecho divino) había abierto su intimidad al pueblo. El acento de las imágenes estaba en la vida familiar, la confirmación de que la Reina y su consorte tenían un comportamiento doméstico como el de los mortales: querían a sus hijos, hablaban de trivialidades en el coche y en la mesa (un foco similar al vídeo difundido por la Zarzuela con ocasión del 50 cumpleaños de Felipe VI este próximo martes).

Utilizar la televisión en provecho propio

El riesgo en aquel momento era muy elevado, como se demostraría tiempo después: no solo el material era inédito, también la sola vocación de abrir el Palacio de Buckingham al escrutinio público en plena explosión de la televisión como medio de masas: enseñar (convencer) a la gente que en realidad no eran dioses, sino mortales como sus súbditos, sujetos a afectos y pasiones. Humanizar a los monarcas a través de la relación con sus hijos: “Una victoria final en una batalla de 20 años por modernizar la monarquía”, como recoge el documental The Royal House of Windsor, personificada en la figura del duque de Edimburgo, siempre a la sombra de su esposa.

El documental tuvo una impresionante trascendencia social, pero tuvo un final inesperado: la Familia Real lo detestó. La reina Isabel II ordenó al año siguiente que nunca volviera a emitirse y retiró todas las copias en circulación. Sólo 42 años después, en 2011, con ocasión de su jubileo de diamante, la soberana permitió un montaje de 90 segundos que puede encontrarse en Youtube.

El resto, junto con cientos de horas de material rodado, está guardado en algún sótano para historiadores futuros. La reina quería abrirse a la ciudadanía, pero temía que la familia apareciese como demasiado normal: un recelo que se demostraría completamente fundado años después, cuando los escándalos personales de sus hijos marcarían la vida pública y periodística de la nación durante lustros.

Nada fue igual para los Windsor después de la emisión del filme: el magnífico anuncio publicitario abrió la puerta a que la prensa y la ciudadanía utilizase esos mismos medios para criticar a la realeza si no estaban a la altura de sus privilegios. (En España, 49 años después, ese proceso es el inverso).

Curiosamente, en el material entregado a los medios por la Casa Real este mes hay muchos minutos dedicados a una visita a la Familia Real británica en Londres; quizá sea un homenaje a ese documental pionero, posible inspiración del vídeo español.

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