José Luis Lucas Serrano acababa de subir a su coche, un Smart blanco, cuando un desconocido le golpeó la ventanilla del conductor varias veces. Era un hombre chaparro, de tez morena, pelo oscuro. José Luis había aparcado cerca del número 21 de la Avenida de Córdoba en Madrid, una vía próxima al río Manzanares entre los barrios de Usera, Legazpi y Puente de Vallecas.

José Luis, en paro, salía de un curso de Integración de Servicios de Comunicaciones de voz, datos y multimedia que el INEM impartía en un edificio cercano. Licenciado en Empresariales, antes de verano se había quedado sin empleo en la multinacional francesa para la que trabajaba, SAGEMCOM Energy & Telecom Ibérica. Hasta su despido en la compañía gala había ocupado un alto cargo como gestor de proyectos y logística en su sede de Madrid.

Cuando llegó aquel hombre José Luis ya había arrancado su coche y estaba a punto de incorporarse a la circulación. Pero mosqueado por la actitud de aquel señor, abrió la puerta e intentó salir del vehículo para ver qué demonios quería. En ese instante aquel extraño le apuntó con una pistola Parabellum del calibre 9 milímetros. Sin mediar palabra, un segundo después le descerrajó tres tiros en el rostro y cinco más entre el pecho y el abdomen.

José Luis cayó al suelo y se desangró entre su coche y el que estaba a su izquierda. Cuando llegaron los servicios médicos ya había fallecido. Su muerte había sido inmediata. Pero también fue un error cometido por el sicario que lo mató: se había equivocado de víctima. Él era un simple inocente.

Coche de José Luis Lucas tras ser acribillado en Madrid.

El asesino, según explican fuentes policiales, buscaba a un conocido alunicero de la capital de España que, probablemente, antes había robado un cargamento de cocaína a una banda de narcotraficantes colombiana. Ahora se lo reclamaban con su sangre.

José Luis y él tenían la misma edad, 32 años, y una complexión similar (altos, fuertes, cabello oscuro). Además, ambos conducían el mismo coche -un Smart- y cada tarde de los últimos meses se les veía entrar al mismo edificio de la avenida de Córdoba: José Luis lo hacía para seguir formándose mientras buscaba otro trabajo; el delincuente con el que le confundieron, viejo conocido de la Policía madrileña por cometer robos estrellando coches, para cincelar sus músculos en el gimnasio Liceo, unas plantas más arriba de donde se impartía el curso al que iba la persona que, sin saberlo, le iba a salvar la vida.

Caso en fase de instrucción: tres detenidos ya

La escena descrita ocurrió hace ahora tres años y tres meses. Sucedió el 12 de septiembre de 2014. Eran las 19.15 horas. Recién iniciado el curso escolar y con el final del verano, a esa hora los niños todavía jugaban en un parque cercano al lugar de los hechos. El eco de ocho disparos los silenció. Los feligreses que acudían a misa de las ocho en la iglesia de nuestra señora de la Fuencisla quedaron absortos al ver el cuerpo de José Luis Lucas tendido en el suelo sobre un charco de sangre.

Por el momento el caso sigue en fase de instrucción. Cuando finalice se celebrará el juicio. Las investigaciones policiales hasta la fecha se han saldado con tres detenidos de origen colombiano, a los que el juez envió a prisión provisional: son el presunto autor material de los disparos, Breiner Augusto Portilla,de 38 años; José Arbey Rentería Acevedo, alias Snoopy, un varón de 41 años que dirigía una ‘oficina de cobros’ en Madrid, y Jhonson Andrés Medina Vargas, de 31, quien habría cooperado en las labores de vigilancia de José Luis y en la entrega del arma al gatillero que saldó una cuenta con quien no debía.

Fuentes de la Policía Nacional aseguran que será “sumamente complicado” saber quién fue el autor intelectual, es decir, la persona que encargó el asesinato del delincuente que confundieron con José Luis. “Esta gente suele callarse todo”, argumentan.

Breiner Augusto Portilla, de 38 años, está acusado de asesinar a tiros al madrileño José Luis Lucas. Cedida: Policía colombiana

El asesino se fuga a Colombia

El día que mataron a José Luis Lucas Serrano coincidió con la última jornada del curso del INEM en el que estaba inscrito. Aquella tarde de mediados de septiembre de 2014 se presentó al examen con el que finalizaba aquel taller formativo. Si su asesino hubiera elegido el día siguiente para acribillarlo ya no lo hubiera encontrado allí. Aquel día llevaba ropa deportiva porque había quedado con unos amigos para jugar a pádel después.

Tras matar a José Luis, el presunto asesino, Breiner Augusto Portilla, huyó del país para refugiarse en su Colombia natal. Después de descerrajarle tres disparos a una víctima inocente se subió a su moto, una scouter Kymco Xciting de 500 cc., y se escurrió entre el tráfico.

En su huida se topó con un control policial y tuvo que abandonar el vehículo en una calle cercana. Los agentes encontraron después una Blackberry dentro del asiento y se dieron cuenta de que el asesino había trucado la matrícula cambiando la numeración con esparadrapo negro. Había comprado el vehículo tres semanas antes de asesinar a José Luis. Lo tenía puesto a nombre de un ecuatoriano que nunca tuvo nada que ver con los hechos.   

Horas más tarde de acribillar a José Luis, Breiner Augusto Portilla viajó por carretera en coche hasta Alicante, donde tenía familia. Desde la ciudad levantina sacó dos billetes de avión con destino a Bogotá (Colombia). Uno partía desde Barcelona. El otro, desde Lisboa con transbordo en Panamá. El sicario buscaba, en caso de que se le siguiera el rastro, burlar la vigilancia de los investigadores. Finalmente, consiguió salir de Europa desde la capital portuguesa y no desde la ciudad Condal.

José Luis Lucas Serrano tenía 32 años cuando la muerte se cruzó en su camino. Sus padres y sus tres hermanos quedaron impactados cuando les informaron que había sido acribillado a plena luz del día en Madrid. Desde hacía una década mantenía una relación con una joven madrileña. Hacía unos meses que la pareja había alquilado una casa en el barrio madrileño de Carabanchel.

La víctima de la ‘oficina de cobros’ encabezada por Snoopy, quien gestionaba una sucursal de sicarios en Madrid, era un hombre formado: diplomado en Empresariales, sabía francés, inglés y portugués, además del castellano. José Luis era un chico normal: deportista, trabajador y sin antecedentes policiales o penales. Su familia recibió la noticia con consternación.

José Luis Lucas tenía 32 años cuando le asesinaron. Tenía pareja desde hacía una década, con la que convivía en un piso alquilado en Puente de Vallecas.

Las investigaciones policiales dieron sus primeros frutos en mayo de 2016. La Policía, gracias a los indicios que fueron encontrando mediante el análisis del teléfono hallado en la moto y de otros datos que fueron saliendo a la luz, detuvo a Jhonson Andrés Medina Vargas. Se le acusaba de participar en el operativo de seguimiento de José Luis, al que vigilaron al menos durante tres semanas. Su arresto fue por casualidad: al revisarle su documentación durante un registro rutinario en un local de copas de Leganés los agentes vieron que estaba en busca y captura.

A las pocas horas la noticia de su detención ya había cruzado el charco. Alguien, no se sabe quién, informó a Breiner Augusto Portilla de lo que estaba sucediendo en España. Sabía que la Justicia le cercaba. Por eso trató de huir a Guatemala. Pero Colombia lo detuvo cuando trataba de subirse a un vuelo con destino al país latinoamericano. El gatillero de José Luis portaba documentación falsa de ese país latinoamericano.

Un cúmulo de casualidades llevó a la muerte a José Luis. La primera fue meses antes de que le asesinasen. El fallecido tuvo un accidente de coche a principios de 2014. Fue entonces cuando decidió cambiar de vehículo y comprarse un Smart.

Tres años después de su muerte, en mayo de 2017, un sicario acabó con la vida de Francisco Javier Martínez Sáez, Niño Saéz, el mayor alunicero de España y un delincuente vinculado al narcotráfico. El día que su familia lo velaba en el tanatorio la Policía se percató de que la mayoría de aluniceros de Madrid que acudieron a darle un último adiós -unos, amigos; otros, rivales, pero todos con códigos mafiosos- habían llegado a bordo de un Smart como el que conducía José Luis. Hoy, de no haber comprado aquel vehículo, seguramente seguiría vivo.

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