Málaga
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    Antonio Joao Crebauxi. Es portugúes, tiene 64 años. Vive en la casa desde hace cinco años y medio. Padece diabetes, razón por la que hace dos años le amputaron las piernas. Pese a ser conductor de camión en rutas internacionales, dice que se bebía hasta dos y tres botelles de güisqui a diario. / Toro Ramírez

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    La finca está a las afueras del barrio malagueño de Palma-Palmilla. En ella conviven enfermos, toxicómanos y alcohólicos con la voluntad de salir de la adicción, hasta personas sin techo o madres con hijos pero sin recursos. / Toro Ramírez

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    Juan Carlos Márquez tiene 55 años. 19 de ellos los pasó en prisión. Ayudó a Jesús Rodríguez a fundar La Casa de la Buena Vida. Seis de sus hermanos murieron por la droga. Él ha logrado rehabilitarse. / Toro Ramírez

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    Coral es la responsable de la cocina. Cada día prepara el desayuno, la comida y la cena para el medio centenar de moradores de la casa. / Toro Ramírez

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    Antes de cada comida el militar José Luis Rodríguez, al que apodan Capi, pide que alguno de los habitantes de la casa presente los alimentos al resto y bendiga la mesa. / Toro Ramírez

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    Enrique Pinto tiene 48 años. Es de Málaga. Su empresa de ferralla se le vino abajo y él, adicto al alcohol, se quedó en la calle. Desde que murió su hermano en un accidente de moto, en 1993, se medica contra la depresión y la ansiedad. / Toro Ramírez

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    Jesús Rodríguez, alias Chule, fundó La Casa de la Buena Vida hace 12 años sobre los escombros de un cortijo en ruinas. Perdió a dos hermanos por las drogas. Uno empezó a pincharse heroína a los 13 años. / Toro Ramírez

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    Aunque la mayoría de miembros de la casa conviven en el cortijo, que hace las veces de casa principal, los internos más veteranos se han levantado sus pequeñas viviendas para vivir con mayor intimidad. / Toro Ramírez

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    Margarita Ávila es colombiana. Ha vivido varios intentos de suicidio. En una ocasión se tomó un bote de pastillas y se lanzó por un balcón. Se partió la columna, los tobillos y la cadera. / Toro Ramírez

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    En La Casa de la Buena Vida sus habitantes disfrutan de un salón común, donde tienen televisión, libros y juegos de mesa. / Toro Ramírez

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    No todas las personas que viven en la casa sufren algún tipo de adicción. Por ella han pasado enfermos de cáncer, inmigrantes, sin techo... Este hombre sufre heridas en los pies y teme que le tengan que amputar las piernas por una posible gangrena. / Toro Ramírez