A Asha Ismail todavía no se le han olvidado "los nervios" que le impidieron dormir la noche anterior al día de su "purificación." Tenía tan sólo cinco años y su familia, que vivía en un pequeño pueblo de la frontera entre Kenia y Etiopía, le había convencido que sería el día más importante de su, hasta entonces, corta vida. "Estaba feliz, iba a ser bonito", recuerda. Entonces, despertó y comenzó su pesadilla: el día de su "purificación" era realmente el de su mutilación genital. Una curandera la mutiló -en presencia de su madre y abuela- con el método más horrible, la infibulación. También lo llaman la circuncisión faraónica: extirpación completa del clítoris, corte completo de labios mayores y menores y cosido posterior. "Me dejaron un agujero del tamaño de una cerilla". Con cinco años.

Asha tiene ahora "cuarenta y tantos" años y todavía se le rompe la voz cuando recuerda lo vivido en su infancia. No le gusta definirse como víctima de la mutilación genial femenina: "Yo soy superviviente". Así, como una superviviente de una lacra que todavía sufren más de tres millones de niñas al año en todo el mundo relata a EL ESPAÑOL su calvario que la convirtió en protagonista a la fuerza de su lucha contra la mutilación genital.

Cuando Asha se despertó aquel día su madre le mandó comprar dos cuchillas. Las mismas con las que minutos más tarde realizarían la mutilación genital. Cuando volvió a su pequeña casa de barro se encontró en la cocina a su madre, su abuela y una curandera. También había un agujero en el suelo cubierto con un trapo. Y allí, sin anestesia ni nada que se le pareciese, la inmovilizaron "y comenzaron a cortar". 

"Grité y grité hasta que me metieron un trapo en la boca". Ni chillar del dolor le permitieron. En el lugar donde vivía gritar -y más cuando lo hace una mujer- es algo vergonzoso, una humillación que una niña de la familia muestre su dolor. Un dolor tan intenso que aún no puede describir Asha. Y todavía no había terminado por completo la mutilación.

Asha se convirtió en activista contra la ablación cuando nació su primera hija Francisco Magallón

Faltaba coser. Un verbo que cuatro décadas después Asha no puede conjugar: "No puedo coser ni un botón, soy incapaz de ver una aguja". Porque a la ahora activista que fundó la ONG Save a Girl Save a Generation la sometieron a la peor ablación posible, la infibulación. Tras la extirpación de su clítoris y el corte de los labios menores y mayores, la cosieron hasta dejar su vagina casi cerrada por completo. Y había más. Tuvo, según recuerda a este diario, que permanecer más de cuatro semanas atada desde la cintura hasta los pies: "Para que cicatrizase". 

Tras un mes, las heridas cicatrizaron pero las pesadillas no cesaron. Ir al baño era un calvario terrorífico: "Me dejaron un agujero del tamaño de una cerilla". Y años más tarde vino su primera menstruación. Gota a gota de dolores incesantes mientras en su cabeza retumbaba la pregunta de por qué su propia familia había la había mutilado.

Su madre cumplía "con su deber"

Este miércoles, donde ha vuelto a recordar su pasado durante la presentación del libro Mujer, todos somos una de Francisco Magallón, sigue sin culpar a su madre de su ablación. Llega a decir que "lo hizo por amor", para que ella "encajase en la sociedad" en la que le tocó vivir. Cumplía "con el deber" machista impuesto, ese que habla de llegar virgen al matrimonio para así "caminar con la cabeza alta". Es entonces, en la noche de bodas cuando el marido -impuesto, claro- puede abrir. 

Y se quiso morir. Como tantas noches -y días- antes. Asha aún guarda en su memoria como el día de boda con un hombre mucho más mayor que ella -por aquel entonces rozaba los 20 años, recuerda- una mujer aguardaba en la puerta "para cortar la cicatriz".

Él gozó para que no se cerrase; ella se estremecía de dolor.

Él se sentió muy macho una y otra vez; ella muy pequeña

Él no la volvió a tocar más; ella no quiso volver a abrir sus piernas.

Él la dejó embarazada aquella noche en la que perdió la virginidad; ella fue madre nueve meses después.

"Las niñas de Asha"

"Mi único deseo era tener un niño para que no tuviese que vivir mi criatura lo que yo viví", lamenta Asha en conversación con este periódico. Las semanas pasaron y su cicatriz reabierta en su noche de boda se cerró, pero para volver a abrirse. Apenas le dio tiempo a llegar al hospital: tuvo a su bebé en la parte trasera de un taxi. De nuevo, el mundo de Asha derrumbado. Fue una niña. Y llantos: ninguno de alegría, sino de pena y horror.

La Asha madre -su hija tiene ahora 28 años- empezó en aquel momento su huida. Sin saber cómo hacerlo, comenzó con divorciarse de su marido y volver a su aldea natal para educar -e informar- a familiares, amigas y vecinas sobre su propia libertad. De hecho, según ha contado, hay una generación de mujeres a las que se conoce como "las niñas de Asha" porque consiguieron salvarse de la mutilación genital gracias a las palabras de su vecina activista.

Tras casarse con un español -en esta ocasión por voluntad propia- aterrizó en España hace ya más de 15 años. Aquí ha tenido otros dos hijos y su lucha contra la ablación femenina no ha cesado. Tampoco el alzar la voz contra la explotación de menores o el maltrato de las mujeres. 

Ella es sólo una de todos los rostros femeninos que aparecen en Mujer, todos somos una. Mujeres que diariamente, como explica Magallón, se enfrentan a diferentes condiciones de vida "en el arduo camino por sobrevivir".