Corría 1976 y el legionario granadino Miguel Montes, 26 años, llevaba varios días recluido (y atado, y desnudo, y golpeado) en un calabozo del cuartel ceutí donde prestaba servicio y se encargaba, entre otras responsabilidades, de custodiar las armas. Había desaparecido un subfusil del regimiento, pero él negaba sistemáticamente habérselo llevado.

Al sexto día, el suboficial que lo había interrogado de malos modos le invitó a un pitillo y le dijo: “Bueno, Montes, perdona. Ya ha aparecido el subfusil, lo había robado un alemán”. Le soltó de sus amarras e inmediatamente recibió un puñetazo en la boca. “Te voy a hundir”, acertó a decir su superior. Montes fue acusado de desertor e ingresó en la cárcel poco después, confirmando una trayectoria que marcaría su vida durante casi cuatro décadas: desde ese año hasta 2012, sólo pasó en libertad las aproximadamente 1.400 noches en que estuvo fugado de la Justicia.

Miguel Montes Neiro (Granada, 1950-2017) falleció este fin de semana de un cáncer de pulmón con metástasis después de haber pasado en libertad cinco años, un récord en una vida de película que le acabaría convirtiendo en el preso con más tiempo de cárcel y más fugas de la historia presidiaria nacional: 29 condenas (ninguna por delitos de sangre), seis huidas y 36 años entre rejas.

Ni siquiera los terroristas más sanguinarios de ETA han pasado más tiempo a la sombra que Montes, unido inseparablemente a su cajetilla de tabaco, fontanero frustrado devenido en ceramista ocasional, un hombre que terminaría pasando más tiempo en prisión provisional del que fijaría ninguna de sus sentencias.

Miguel Montes, comiendo una ración de rabo de toro el día que salió de prisión.

Hijo de un guardia municipal de Granada, ‘Montes’ (como era conocido en prisión), acumuló una treintena de condenas por delitos muy diversos: robo con violencia, detención ilegal, allanamiento de morada, falsificación de documentos públicos, tráfico de drogas, posesión de hachís, tenencia de armas, tráfico, desórdenes públicos...

Su reincidencia era legendaria: cada vez que salía de la cárcel, ya fuese por permisos legales o fugas, acababa metiéndose en líos más graves que los anteriores. (Un ejemplo: en mayo de 1994 salió en libertad condicional y dos años después, junto a dos cómplices, secuestró a punta de pistola a dos joyeros para robarles en su casa y en su taller).

El historial delictivo de Montes es prácticamente inagotable: una de sus tretas predilectas era hacerse pasar por policía a la puerta de una casa para, una vez dentro, maniatar a sus habitantes y consumar el robo bajo amenaza de penalidades mayores. Su primera visita a un centro penal había sido con tan solo 12 años: ingresó en un reformatorio tras clavarle accidentalmente una flecha en el ojo a un niño de su barrio (casualmente hijo de un policía nacional).

Según su hermana Encarnación, éste fue el responsable de su segundo arresto por un robo en un estanco del barrio granadino del Zaidín: aunque parezca mentira, pasó otros seis años a la sombra por haber robado un cartón de tabaco. Una vez que salió libre, ingresó en la Legión. De la Legión volvió a la cárcel, como se ha visto antes, para apenas abandonarla hasta 2012. Pasó más de la mitad de su vida recluido. Nunca mató a nadie (ni lo intentó), y en las cárceles pasó por un preso de conducta razonablemente buena, más amigo de los compañeros reclusos que de los funcionarios.

"Volvería a escaparme si pudiera"

“Me he ido de prisión por dos túneles, pero he intentado hacer 'un puñao'”, afirmó Montes este año en el programa Salvados, donde reconoció haber tenido todo lo que quiso en prisión: drogas, alcohol, teléfono móvil, una PlayStation y “hasta mujeres”. Decía llevarse bien con todos los presos, incluidos etarras, con una excepción: “Violadores y asesinos de menores”.

“Ahora dicen que saldré de la cárcel en 2021. Entonces tendré 71 años. Yo no viviré 10 años más... Ni quiero vivirlos aquí dentro”, había dicho en 2011, cuando su indulto parecía cosa hecha gracias a los esfuerzos de su hermana Encarnación, su gran valedora. Dos años antes se había fugado por última vez (en total lo intentó 19 veces), aprovechando un permiso para asistir al velatorio de su madre. Fue detenido veinte días después. “Nunca he visto cerca el final de mi condena, volvería a escaparme si pudiera”, afirmó sin pestañear.

Entre aquella condena por deserción de 1976 y su liberación definitiva en febrero de 2012 sólo tuvo dos periodos de libertad condicional (además de las fugas): “Si no fuera por esos momentos, ¿cuándo hubiera estado yo con mi familia?”, dijo en una ocasión al diario El País. En una de esas escapadas conoció a su primera mujer. En otra, a su segunda, Ángeles, madre de sus dos hijas, Estrella y Ángeles, concebidas en vis a vis carcelarios.

Miguel Montes, de niño, con sus hermanos.

Cuando sus hijas iban a visitarlo a prisión, les contaba que trabajaba en una fábrica de cerámica. Ellas le contestaban: “Papi, ya tenemos mucho dinero. No sigas trabajando y vente con nosotras”. No supieron la realidad hasta que, en una de sus fugas, la policía fue a detenerlo a su misma casa.

Su especialidad, según confesó en varias entrevistas, eran los hospitales, perfectamente consciente de que los traslados eran propicios a la fuga y de que los recintos sanitarios están menos vigilado: lo fundamental era encontrar un pretexto para acudir a la consulta del médico.

En febrero de 2012, cuando fue indultado y salió definitivamente de la cárcel, sólo pidió “libertad y salud”, “porque Dios me debe tener algo bueno reservado; no soy una alimaña”. Tenía hepatitis C. Lo dijo sin soltar de la mano a sus dos hijas en la puerta de la cárcel granadina de Albolote, que ya no volvería a franquear.

Pero el preso más antiguo de España no dejó de ser noticia. Tuvo un conflicto con la Agrupación de Cuerpos Penitenciarias por unas declaraciones sobre los presuntos trapicheos ilegales de alcohol y móviles por parte de algunos funcionarios de prisiones (denuncia finalmente archivada) y un año después volvió a ser detenido tras un robo de joyas por 4,5 millones de euros en El Corte Inglés de Marbella.

Siempre mantuvo su inocencia en ese caso, aunque admitió haber tenido contactos con los supuestos ladrones. El botín apareció meses después en una finca granadina. Fue su último problema con la justicia.

"Todos sois esclavos"

Su vida inspiró un libro (Miguel Montes. Una Vida En Prisión), y se llegó a hablar incluso de una película. Emprendió cuatro huelgas de hambre y se intentó suicidar una vez (para escaparse luego del hospital). Era amante del flamenco y devoto de Camarón. Aseguraba haber robado varios bancos sin que le pillaran y que nunca pensó en cambiar de vida porque “allí dentro [en la cárcel] nadie te enseña a hacer nada; cuando sales no sabes hacer nada de lo que hay en la calle [...] Lo de la reinserción es una mentira salvaje”. “Todos, incluido tú”, le dijo a Jordi Évole, “sois esclavos porque trabajáis para alguien. Yo robaba porque no quería serlo”.

Como afirmó su biógrafo, Antonio Izquierdo, Montes fue “un gran atracador y seguramente el mejor fuguista de este país en los últimos cuarenta años [...] Recorrió los montes de Andalucía huyendo de la Policía y durmiendo en casas abandonadas, pero también vivió muy bien. Ganó mucho dinero robando y lo gastó, porque siempre le gustó vivir bien, pero supo adaptarse a vivir mal”.

En los últimos años de su vida logró disfrutar de su familia y hacer cosas completamente nuevas para él, como votar en las elecciones andaluzas o sacarse un DNI. Este lunes, entre otras consideraciones, las redes sociales le rindieron un póstumo homenaje. Un botón de muestra: “Qué tristeza, haber nacido para estar prácticamente toda su vida sin libertad… Lo mismo deberían cumplir Urdangarin, Pujol, y muchos del PP”.

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