James Costos (54) es un ciudadano libre. No es que antes no lo fuese, claro. Es una licencia que me tomo para explicar que la “nueva” vida de James Costos es una vida sin las ataduras impuestas por el cargo de embajador de Estados Unidos (2014-2017). La “nueva” y feliz vida de James Costos es la vida de un ex.



Costos y su “partner”, como le llama en un inglés dulce, el interiorista Michael Smith (53), han hecho mucho por España. Mucho más de lo que ellos piensan. Es cierto que los empujó Obama. Su amistad es previa a la presidencia. Obama le dijo a Costos: “Se tú mismo”. Y eso hizo. Sitúese el lector en los tiempos en los que la relación bilateral andaba revuelta con la sentada que Zapatero protagonizó al paso de la bandera norteamericana en un desfile nacional.

No escribo solo de las fiestas, aunque está claro, que han organizado alguna de las mejores que se recuerdan en el registro de visitas de las relaciones diplomáticas norteamericanas. Costos no solo normalizó la diplomacia gay –no pienso que fuesen los primeros pero si los más naturales- sino que decidió que la embajada sería un lugar para el encuentro de gente diferente.

Desde mi punto de vista la aportación de Costos ha sido acercar la embajada, la casa del primer país del mundo, para algunos un país demasiado poderoso, a aquellos que estamos peleando por mejorar el nuestro. Claro que eso lo habían hecho otros embajadores también antes. Es su misión. Y de otros países, pero Costos lo ha hecho de tú a tú, como un buen anfitrión te abre su casa sino tienes donde ir el día de nochebuena.

Le tengo también que agradecer personalmente que abriese sus puertas a la última cena celebrada en la embajada antes de la debacle de Trump para permitirme presentar en sociedad T Magazine, la primera edición en Europa de la revista del New York Times. Smith estrenaba esa noche para la ocasión zapatos de Tom Ford y la colección de obras del programa Art at the embassy lucía como nunca. Nunca olvidaré el cuadro de Walton Ford instalado en la salita de las recepciones, por aquella época una de sus pinturas, el retrato de un gorila, había sido elegido por Mick Jagger para portada recopilatorio Grrr! de los Stones.

Hace tres meses Mr. Costos me invitó a un té en su casa de Madrid, a un pequeño paseo de la mía. El piso no ha sufrido intervención alguna, tan solo la mano firme de Smith que lo ha decorado con su inconfundible estilo personal. Un paseo por la casa es una gozada para los sentidos y aunque la pareja había personalizado mucho la Embajada Americana este es su hogar, -aunque pasen más tiempo en Los Ángeles que aquí. En aquel aperitivo le propuse que hiciese de curator para el evento de emprendeduría más importante de Forbes, 30 under 30, un encuentro de los 30 jóvenes emprendedores más interesantes del país menores de 30 años. Aún no se había disuelto el azucarillo en la taza cuando había aceptado el encargo.

Costos irradia simpatía, ganas de vivir y es muy activo en las redes. Su cuenta de instagram (@jamescostos) refleja bien su compromiso con el mundo de los nuevos negocios, sus ganas de que Estados Unidos y España mejoren sus relaciones, y también su vida feliz y cosmopolita. Seguirle es acompañarle desde el otro lado de la pantalla en la tarea de sobrevivir al techo de cristal de una embajada tan señalada como la de Estados Unidos.

En verano le hemos visto también defender la camiseta del FC Barcelona como “embajador” en su gira americana, un club moderno que ha entendido el valor que puede aportar en la internacionalización del club. “Todo sold out”, me cuenta con la sonrisa ilusionada de un chiquillo otra vez en su casa, en el cocktail que esta semana organizamos juntos para abrir boca (con catering de Isabel Maestre) del evento de Forbes. “Más de cien mil personas vieron el clásico. Nunca habían jugado juntos en Estados Unidos”. Me hubiese gustado que el lector hubiera visto la carita de los chicos veinteañeros paseando entre la colección de pinturas y esculturas de la casa. Es difícil imaginar un anfitrión mejor que Costos.

Su amistad con la familia Obama es profunda. El presidente se refugió en la casa de la pareja en Palm Springs nada más abandonar la Casa Blanca, y eso es estar en primera fila cuando la historia se despierta. Imagínese el lector lo que se puede conversar con él.



Su amor por Mallorca es anterior a su paso por la embajada. Juan Picornell, alma mater de las cafeterías Cappuccino, ya compartió con ellos ensaimadas y visitas a Deià antes de su toma de posesión. Por cierto que ojo al espectacular trabajo de Picornell, que prepara un hotel en la isla, y que ha conseguido que el Cappuccino de la Puerta de Alcalá se haya convertido, de la mano de Manolo March, en un lugar imprescindible en el desayuno de negocios de la ciudad, a la espera del nuevo local de Sandro Silva justo enfrente.

Este verano gracias a él Michelle Obama visitó la Mallorca y seguro que volverá. Tiene entre manos para el 2018 muchos proyectos, entre otros las primeras conferencias de Barack Obama en España, aún por confirmar fechas y también ciudades. Y en el horizonte su compromiso con la biblioteca del Presidente, la tradición norteamericana que tiene los ex presidentes de dejar un legado documental. “La biblioteca se construirá en Chicago, financiada con fondos privados y fundaciones. Aún tardará cinco años.”



En la embajada quedaron sus gafas de diplomático moderno (aunque aún las lleva en el bolsillo de la americana por si la letra del móvil es de Lilliput) y ahora luce una mirada de chiquillo con la que divisa la vida como un citizen de a pie. Necesitamos muchos tipos como él, con la alegría de vivir de James y las ganas de ayudarnos a hacer networking como Costos. Mola mucho tenerle de amigo señor ex embajador.