Paola, 21 años a sus espaldas y micrófono en mano, se dirige a los congregados en el claustro de la Universidad de Barcelona. “¿Estamos listos para salir?”, clama, encontrándose con la ovación de unas 300 personas. Alrededor, pancartas a medio construir, un pequeño almacén de comida, camas improvisadas, taquillas… Es la “cuna de la resistencia indepe”, como algunos de los asistentes la bautizan. Paola, que se define como miembro del movimiento estudiantil Bloc Critic, da la orden que desencadena la estampida: “¡A la calle!”.

Lo cierto es que la Universidad de Barcelona -a la que la mayoría de la gente se refiere por sus siglas, UB, para no confundir con la Universidad Autónoma- actúa como sede de operaciones para grupos independentistas, aquellos que estos días saltan a las calles para reclamar la secesión de Cataluña y la expulsión de “las fuerzas de ocupación”.

Desde el exterior, en la gran vía de Les Corts, se ven sus puertas entreabiertas. Algunos curiosos se asoman, atraídos por el constante ir y venir de jóvenes ataviados con colchones, comida o material para construir pancartas. De estos curiosos, pocos se atreven a dar el paso de cruzar el umbral.

El centro universitario es de gestión pública, por lo tanto, está en manos de la Generalitat. Es el campus español que mejor posicionado está en el prestigioso ranking de Shangai -elaborado por la Universidad Jiao Tong y considerado el más importante en el ámbito educativo-. El catedrático Joan Elias i Garcia es su rector.

Taquillas de la universidad, cubiertas de pegatinas a favor de la independencia. G. Araluce

Nada más acceder al recinto, un guardia de seguridad, placa identificativa en el pecho, controla el acceso de las personas que aquí se congregan. Le saludo con un movimiento de cabeza -“qué hay”- y pasamos sin mayores problemas a dependencias universitarias. Enseguida se percibe que el escenario es la cuna del movimiento estudiantil, desde donde se agitan las calles de Barcelona en el marco del desafío independentista.

“Desde aquí se proclamará la independencia”

No puede estar más equivocado quien piense que dentro de esta universidad sólo se encontrará a “chavales desarrapados”, como apuntaba un matrimonio mayor en el exterior del centro. De hecho, las primeras personas con las que me encuentro son un hombre y una mujer, una pareja que rondará los 60 años. Están en el recibidor, iluminado a media luz, sentados en un banco como los de las salas de espera del médico. Alrededor, vitrinas que habitualmente albergan anuncios educativos, hoy cubiertos por pegatinas a favor de la secesión.

“Esto nos recuerda a cuando luchábamos contra Franco, los chicos tienen el mismo espíritu”, comentan animados. En ese instante pasa junto a ellos un chico con una bandera catalana al cuello, bermudas vaqueras y camisetas negras: “¡Eeeehh!”, grita animado, con el puño cerrado, al escuchar a la pareja sexagenaria. Éstos, contagiados, se disculpan y se marchan a la calle “a ver lo que está sucediendo”; es 3 de octubre y el exterior está tomado por -según estimaciones de la Guardia Urbana- 700.000 personas que protestan por “la represión policial” del 1-O.

Manifestantes en Barcelona este 3 de octubre. Reuters

Antes de desaparecer por el marco de la puerta, la pareja se da la vuelta y asegura: “Ten por seguro que gracias a estos movimientos se proclamará la independencia. Los estudiantes tienen mucho que decir en esto. Bona tarda!”.

“La cuna de la resistencia”

El recibidor está en plena ebullición. La mayoría de la gente se dirige hacia el claustro, un imponente escenario de piedra con dos alturas. Lo que habitualmente es un centro de paso es, ahora, punto de reunión, confección de material para las protestas y habitáculo para dormir, todo al mismo tiempo.

Hay corrillos de personas sentadas en el suelo; otras se mueven en ferviente actividad. Algunos comen en comedores improvisados, unos pocos dan los últimos retoques a unas pancartas: “Unitat obrera estudiantil, pel dret a decidir, contra la repressió, lluita y organizatció de base”, reza el cartel. Habrá unas 300 personas en el recinto universitario.

Se mire por donde se mire hay banderas anarquistas y comunistas; estas son las corrientes de las que bebe el llamado Bloc Critic. Paola, la joven de 21 años con la que abríamos el reportaje, forma parte de este movimiento. Dice que “habla en nombre propio” puesto que la corriente a la que pertenece “es muy plural”. Estudia en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), pero no quiere más datos “porque estos días hay mucho secreta al tanto”; ni apellidos, ni carrera que cursa. Sólo Paola, pelo rubio, ojos claros y micrófono:

-¿Qué es este lugar?

-La Universidad nos permitió este espacio a varias organizaciones estudiantiles para organizarnos. Desde aquí preparamos pancartas para las manifas, hacemos reuniones, debatimos sobre nuestras acciones…

-¿Podríamos decir que es la cuna de la resistencia indepe?

[Paola sonríe]

-Sí, justo es eso.

Según explica Paola, la mayoría de los miembros de Bloc Critic lo conforman estudiantes, “aunque en menor representación también hay profesores”. Estos días, apunta, han marcado “un punto de inflexión” para los catalanes: “En los próximos días es posible que se declare la independencia, eso era impensable hace unos años”.

Hora de la comida en el claustro de la universidad. G. Araluce

En páginas afines, como kaosenlared, se pueden encontrar los pasos y llamamientos de Bloc Critic: instan a participar en las movilizaciones, a sumarse a la huelga general “convocada por el sindicalismo alternativo”. También critican al Gobierno de Carles Puigdemont: “lxs treballadorxs nos tenemos que auto-organizar desde la base y que este discurso interclasista desmoviliza y invisibiliza las demandas de la clase trabajadora y lxs estudiantes”.

Talleres, huchas, carteles…

Pero sigamos con nuestra ruta por la Universidad. En el claustro, una de las pancartas que más llaman la atención -está ubicada en un lugar estratégico, apoyada en una columna, donde es más visible- es una en la que se ve la silueta de un agente policial. Lleva una porra en la mano, ensangrentada: “Mossos y Nacional, represores por igual”, carga el cartel.

"Mossos y Nacional, represores por igual". G. Araluce

Muy cerca, a pocos metros, hay una mesa con envases de comida a medio consumir: “Si te sientes con el derecho de comer, tienes el deber de participar”, reza un cartón coloreado. “Necesitamos comer para resistir”, añade otro. Se acerca un joven con una camisa de cuadros de colores pastel y pantalones vaqueros, y coge una manzana. Entablo conversación con él:

-¿Llevas mucho tiempo aquí?

-¿Dónde?

-Aquí, en la universidad.

-¡Ah! Pues llevo una semana sin ir a clase y sin dormir, ¡todo sea por la patria!

[El chico le pega un bocado a su manzana, sonríe y se marcha con paso firme junto a sus compañeros].

“Somos los agitadores”

En las cuatro esquinas de los claustros hay puertas cerradas que deberían conducir, bien a la calle, bien a dependencias del centro universitario. En estos pasillos cortados se agolpan las colchonetas hinchables y los colchones. También hay cajas con ropa, “para quien la necesite”.

Una de las esquinas que sirve de habitación para trasnochar en el centro. G. Araluce

En uno de los extremos hay más afluencia de gente que en cualquier otro. No sé el motivo y me encamino hacia allá. El camino conduce a través de unas escaleras; el altillo, donde antes se leía la palabra cafetería, hay ahora decenas de pegatinas con proclamas comunistas, anarquistas e independentistas. Quienes pasan por aquí repiten el mismo gesto que los jugadores de fútbol cuando van a saltar al campo y, con las manos, tocan el techo.

La razón de tal confluencia de gente no puede ser más prosaica: es el lugar en el que se encuentran los cuartos de baño. También es un buen lugar para iniciar una conversación. “¿Qué hacéis en este sitio para pasar el rato?”, pregunto a un grupo de cuatro chicos. Responden de forma desordenada:

-Pues hay de todo, aquí no te aburres.

-Hay charlas, asambleas…

-Y la gente es cojonuda, nos pasamos el día hablando.

-Sí, sí, aquí hay mucha gente de la buena, de la comprometida.

Los jóvenes no tienen rubor en definirse a sí mismos como “agitadores” de las calles de Barcelona. Azuzan las manifas “para que el mundo vea que estamos aquí y que queremos ser independientes”: “Pero no como dicen Puigdemont y todos estos, sino con una verdadera revolución obrera”.

Los pasillos de la Universitat de Barcelona, llenos de pegatinas. G. Araluce

-¿Y qué decís de algunos altercados que se producen, como las carreteras cortadas con barricadas para cortar el tráfico?

[Esta vez responde sólo uno de ellos, el más bajito, de pelo corto y moreno].

-Eso no es nada en comparación con lo que hacen las fuerzas de ocupación, tenemos derecho a hacer la revolución y a que se nos oiga.

-Pero la violencia…

-Aquí la única violencia la aplica el Estado.

Suena una sirena desde el claustro en el momento en el que los chicos empiezan a ponerse demasiado serios. Es una señal inequívoca. Los chavales se despiden y se marchan hacia el claustro.

Allí, en el centro, está Paola. Con el micrófono llama a salir a coger las pancartas y a salir a las calles: “Que nos oigan”, pronuncia en catalán. El espacio se convierte en un hervidero. Todos cogen sus carteles, más o menos elaborados, y enfilan el camino hacia la calle. La muchedumbre les recibe con aplausos y vítores.

Paola, a la cabeza de la comitiva -delante incluso de la pancarta principal- transporta un carrito con un altavoz, del que va enchufado su micrófono. Enseguida lo enchufa y arranca: “Fora les forces d'ocupació!”. Su proclama se contagia entre la multitud -las 700.000 personas de las que habla la Guardia Urbana- que, enardecida, también clama: “Fora les forces d'ocupació!!!”.

Paola, miembro del movimiento Bloc Critic, abre la manifestación estudiantil del 2-0. G. Araluce

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