Nasbandi, en hindi, significa “estéril”. Para muchos, en la India, es lo contrario de “hombre”. Poco importa si se nació así o si se fue una víctima más de las siniestras campañas de esterilizaciones que este país lleva a cabo –a veces de manera forzosa- desde la década de los 70.

En Nashbandi Colony, la calle principal es un lodazal sin aceras ni alcantarillado donde apenas hay tiendas. Miguel Á. Gayo.

Hace 40 años, Indira Gandhi gobernaba la India con mano de hierro, era famosa por su fuerte carácter y se decía de ella que era “el único hombre del Gobierno”. Entre 1975 y 1977 declaró el Estado de Emergencia, encarceló a miles de disidentes, suspendió los derechos civiles y hasta expulsó del país a la BBC (que curiosamente la nombró “mujer del milenio” en 1999).

Indira, que organizaba la política económica india en planes quinquenales, decidió que podía planificar también la política familiar de la población. Y lo hizo a su estilo: esterilizando a millones de personas a la fuerza, engañadas o a cambio de baratijas. Ser pobre, musulmán o tener dos hijos era motivo suficiente para ser incluido en este programa. Y cumplir más de uno de estos requisitos convertía a cualquiera en un objetivo prioritario. Deficientes mentales, septuagenarios, menores de edad e incluso los estériles de nacimiento… Nadie estaba libre de ser llevado por la fuerza a una clínica donde se le convertiría en un “nasbandi”.

Arroz y carne de búfalo Miguel Á. Gayo

Viajamos a uno de los lugares donde miles de estas personas fueron enviadas después de ser operadas. No está lejos de Nueva Delhi, pero pocos saben de su existencia y al oír su nombre, los taxistas piensan que se trata de una broma. Se llama “Nasbandi Colony”, el Poblado de los Castrados. La calle principal es un lodazal sin aceras ni alcantarillado donde apenas hay tiendas y un vendedor de comida callejera arrastra un carro con dos grandes ollas sin tapar. Contienen arroz con pedazos de carne de búfalo y un plato cuesta el equivalente a 20 céntimos, diez si nos conformamos con arroz solo. Es lo mismo que cuesta la entrada a un cine improvisado en una choza con paredes de ladrillo sin encalar, donde unos cuantos hombres jóvenes sentados en el suelo pasan el rato viendo películas de Bollywood en DVD.

Muhammad Islam, partiarca del poblado Miguel Á. Gayo

Muhamad Islam es el patriarca de la colonia. Ni siquiera sabe su edad, pero conoce bien este sitio porque llegó aquí cuando aún no había casas de ladrillo, solo chabolas. “Compré un terreno en Nasbandi Colony porque era muy, muy barato. El Gobierno había empezado con su campaña de esterilizaciones y a quien se presentaba voluntario para ser castrado le premiaban con una parcela de 50 metros en lugares como este. Pero al ver que era un basurero, los que podían lo vendían y se volvían a su pueblo.” Vemos que en algunas casas está escrito 'Se vende' junto a un número de teléfono. ¿El precio? Más o menos a euro el metro cuadrado. El señor Islam, como las tres cuartas partes de sus vecinos, es musulmán. El minarete de la única mezquita del pueblo domina un horizonte bajo y desdentado donde apenas hay cables ni antenas.

Nasbandi Colony es demasiado pobre incluso para este país. En un pequeño taller cercano unos chiquillos trabajan todo el día fabricando arandelas metálicas con unos tornos oxidados (4.000 piezas al día les proporciona 1,10 euros de sueldo) y un poco más allá unas ancianas amasan con sus manos galletas de estiércol que servirán para encender el fuego de la cocina. Para ambos, niños y viejos, el futuro parece estar ya escrito, y la primera línea de ese futuro se escribió en Nueva Delhi en 1975.

Galletas de estiércol Miguel Á. Gayo

Ese año, Indira Gandhi, convencida de que los problemas de la India crecerían si su población lo hacía, le encargó a su hijo Sanjay que esterilizase a millones de ciudadanos. El entusiasmo de Sanjay –demasiado poderoso para su edad y de una arrogancia y crueldad legendarias- dio como resultado más de once millones de operaciones llevadas a cabo sobre todo en hombres, casi siempre en pobres y musulmanes y a menudo de manera irregular. Si se presentaban voluntarios, les regalaban una radio o una escopeta. Si además convencían a sus vecinos para presentarse, el premio era algo más jugoso: unos terrenos que, como los de Nasbandi, resultaban ser un erial. Si no aceptaban de buen grado, podía aparecer una furgoneta en mitad de la noche para llevárselos a Delhi y allí operarles en serie, con una premura y falta de higiene que costaron muchas vidas. Al día siguiente eran devueltos en la misma furgoneta a su aldea, aún medio anestesiados y con la cicatriz en carne viva. Por ejemplo, en Uttawar, a 80 km. de Delhi, la policía confiscó los autobuses locales durante la madrugada para transportar en masa a los vecinos y en un par de días 800 hombres fueron castrados.

El Gobierno de Indira Gandhi siempre negó que esto se llevara a cabo de manera forzosa, pero lo cierto es que jueces, doctores, funcionarios, alcaldes y caciques recibían recompensas que eran más jugosas cuanto mayor fuese el número de “voluntarios” que proporcionasen. A veces el premio era dinero, otras veces podía ser un buen puesto, y a veces se prometía una fuente de agua potable o una gasolinera para los pueblos más dóciles. Aunque todo esto suene a una barbarie del pasado, este tipo de operaciones se llevan a cabo todavía. Eso sí, ahora los "premios" son saris, teléfonos móviles o incluso un minicoche sorteado en una lotería, pero los procedimientos son prácticamente los mismos.

En 2011, el distrito de Pali, en Rajastán, batió el récord nacional de esterilizaciones cuando más de 2.000 personas, en esta ocasión la mayoría mujeres, se sometieron a esta operación. Como compensación se les prometió una conexión de gas para sus hogares, 1.100 rupias (15 euros), un kilo de manteca, una manta y un sari. En tres días los quirófanos quedaron colapsados ante la avalancha de voluntarias.

Certificado de esterilización de 1984. Miguel Á. Gayo

Abdul Salaam fue otro testigo de asaltos nocturnos y de incursiones policiales. Asegura que la cifra oficiosa de 5.000 castrados viviendo en este pueblo se queda corta. “Lo que pasa es que nadie lo reconoce, pero todos sabemos que el que está aquí desde hace tiempo es por eso; ahora llega gente de la que no sabemos nada, tal vez compran las tierras o las heredaron. Pero todos los vecinos viejos de Nasbandi están esterilizados”. ¿Usted también? Yo no, dice mirando al suelo. Resulta difícil que alguien de aquí reconozca ante un forastero su condición de demediado.

La desconfianza y tal vez la vergüenza son palpables, y las invitaciones para tomar un té en su casa son retiradas cuando se sabe que se trata de un periodista preguntando sobre “eso”. Chaudury Farzan estudió unos cuantos años y llegó a considerar la posibilidad de implicarse en política para “defender la ley”. Cuando llegó al pueblo, hace unos diez años, no podía creerse que aquellos abusos sobre los que había leído todavía estaban ocurriendo. En Nasbandi conoció a vecinos que habían sido forzados a esterilizarse en 1984 y 1991, años en los que se supone había quedado atrás todo aquello. Solo él puede ayudarnos a convencer a una víctima para que se muestre sin temor.

Cuando ya cae la noche, niños y perros famélicos corretean entre las sombras de los callejones de Nasbandi. Apenas hay coches y a lo lejos las luces de Nueva Delhi brillan como una joya incandescente en el fondo del saco de un ladrón.

En el lugar convenido nos espera el señor Farzan. No hay que andar mucho para llegar a una chabola en cuya puerta hay dos 'charpoys' (camillas de madera donde muchos indios duermen al aire libre). Sentado en una de ellas está un hombre que reconocemos de los grupos de curiosos que nos siguieron durante el día. Tras un breve saludo entramos en su casa e intercambia unas palabras con Farzan. Rebusca en una caja metálica y finalmente posa para nosotros con una cartulina rosa escrita en hindi donde se puede leer su nombre y una dirección en Loni –el distrito al que pertenece Nasbandi-. Es un certificado oficial de esterilización fechado en 1986. “Use malum hone den”, dice. “Que se sepa”.

Chawdury Farzan desconfía de los políticos porque son capaces de cualquier cosa Miguel Á Gayo.

La India es, con unos 1.300 millones de habitantes, el segundo país más poblado del planeta. A pesar de medidas como las esterilizaciones forzosas, parece claro que en pocos años su población superará a la de China. Las autoridades parecen empeñadas en usar métodos químicos o quirúrgicos irreversibles y arriesgados en lugar de promover otros métodos anticonceptivos. Además, en la última década se ha optado por someter a las mujeres, en vez de a los hombres, a este tipo de operaciones, y hoy día el 37% de las indias han sido esterilizadas frente al uno por ciento de los hombres. Lo que tienen en común todas estas personas es que son pobres.

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