“Soy el anticristo”, dice a EL ESPAÑOL Ariela Bogenberger. Esta mujer alemana de 55 años afincada en Baviera (sur germano) no tiene nada de satánico. Es madre de tres hijos. Su carácter reflexivo, reposado e inteligente se intuye en cada frase que pronuncia. Es una escritora y guionista de éxito en Alemania. Aunque se la conoce especialmente aquí por su trabajo de escritora, los hay que ven en ella desde hace un par de años a la encarnación del mal.

“Para ellos soy una traidora, soy la cara visible y mala de la campaña mediática contra ellos”, asegura Bogenberger. Se refiere a los que durante años fueron sus compañeros y amigos en la llamada Comunidad de la flor del cerezo, una secta asociada a peligrosos rituales donde las drogas y el sexo en grupo juegan un papel central. Esos rituales se reivindicaban de las enseñanzas del líder de esa comunidad. Ha habido decenas de afectados por sobredosis y dos muertes.

Este verano comenzaba a juzgarse a una persona vinculada a esa comunidad por la intoxicación en 2015 de 29 personas que habían consumido sustancias alucinógenas en un evento que presentaban como un “seminario”. En un encuentro similar celebrado en Berlín en 2009 hubo dos fallecidos. El responsable del seminario, pupilo de las enseñanzas de la “Comunidad de la flor del cerezo”, purgó cinco años de cárcel por aquellas muertes.

Ariela Bogenberger ha logrado salir de la secta tras más de dos décadas en ella E.E.

Las drogas y el sexo en grupo son dos elementos clave en el adoctrinamiento de los seguidores del controvertido psicoterapeuta Samuel Widmer. Él fue el fundador de la secta. Falleció el pasado mes de enero por un fallo cardiaco. Ariel Bogenberger logró escapar de su influencia hace tres años, después de que una amiga suya resultara intoxicada en uno de esos talleres de meditación con drogas y sexo.

Bogenberger ha contado su experiencia en un reciente documental titulado “Abandonar”, emitido hace unos días por la radiotelevisión bávara. Está escrito, dirigido y producido por Petra Wagner, artista visual afincada en Berlín amiga de la otrora integrante de la Comunidad de la flor del cerezo.

Esta secta existe desde hace años legalmente en Suiza y Alemania. La fundó a finales del siglo pasado Widmer. Él aprovechó su posición inicial en la república alpina como defensor autorizado de la psicoterapia psicodélica para formar a su alrededor una comunidad de seguidores. Hoy sus enseñanzas las siguen centenares de personas.

Un sanador no reconocido

“Widmer se presentaba como psicoterapeuta, aunque su formación no estaba refrendada por ningún organismo profesional en psicoterapia”, según precisa a EL ESPAÑOL Miguel Perlado, psicoterapeuta español con 20 años de experiencia con familiares y ex miembros de de sectas. Para él, no es difícil encontrar en España grupos sectarios que planteen actividades similares a los que ofrecen aún hoy los miembros de la comunidad que fundara Widmer.

La falta de reconocimiento profesional no impidió a Widmer acumular seguidores. Muchos de ellos viven en la pequeña población suiza de Lüsslingen. Para ellos, Widmer es “la encarnación del amor en la tierra”, según dice a EL ESPAÑOL Wagner.

El psicoterapeuta Samuel Widmer, fundador de la secta, murió el pasado mes de enero E.E.

A su alrededor, Widmer erigió, además de la Comunidad de la flor del cerezo, donde viven parte de sus seguidores, un supuesto centro académico, la llamada Universidad Espiritual de Tantra Terapético, la sociedad médica Avanti o Sociedad Médica para la Psiquiatría Médica y la Auténtica Psicoterapia, una red internacional llamada “Movimiento Mágico del Ancho Mundo” [WWMM, por sus siglas inglesas] y un centro de meditación en India. En ese país se cuentan unos 200 seguidores de las enseñanzas de Widmer.

Una crisis personal y un trauma familiar

Bogenberger empezó a caer en las redes de la secta cuando tenía 28 años. “Yo era una persona interesada en el esoterismo. Me sentía atraída por la necesidad de descubrir ese mundo a través de un maestro. Estaba en una crisis personal, después de haber acabado una relación sentimental que fue muy difícil”, cuenta Bogenberger a este periódico.

Dice ser hija de una madre sesentayochista, sensible a ideas como las del amor libre, también característica de la generación del movimiento hippie. En su familia siempre estuvo presente el arte. Su madre, Veronika Fitz, fue una famosa actriz con una dilatada carrera en cine y televisión. Su padre, Willi Anders, también era un conocido actor.

En los años noventa, un conocido de Ariela Bogenberger, también actor, y unas amigas, ambas psicoterapeutas, le aconsejaron ir a ver a Widmer. Fue entonces cuando ella hizo su primer curso con el gurú. En él, Bogenberger veía una posible ayuda, una persona especializada que podría echarle una mano para superar aquella crisis.

Drogas para curar

“No sabía que aquello era una secta y, cuando uno va a una terapia, uno va confiando en la persona que le va a tratar, uno es más manipulable”, reflexiona Bogenberger. Widmer se presentaba como alguien capaz de sanar a través del uso de determinadas drogas.

Desde aquel primer encuentro hasta que Bogenberger acabó creyendo a pies juntillas a cuanto se decía en la “Comunidad del Cerezo” pasaron cinco años. En ese lustro, Bogenberger tuvo tiempo de guardar algo las distancias y formar una familia. Pero con 33 años, su hija mediana sufrió un accidente que dejó traumatizada a toda su familia.

Bogenberger ha contado ahora a las cámaras su paso por la secta E.E.

De ese trauma Bogenberger no quiere hablar. Pero sí reconoce que ella y los suyos acudieron a la “Comunidad del Cerezo” como “familia traumatizada”. Aunque sin dejar Baviera, en habituales visitas al pequeño pueblo donde Widmer tenía su particular reino, ella y los suyos empezaron a formarse, a realizar cursos, seminarios, participar en congresos y viajes al extranjero con los líderes y otros integrantes de la secta.

Dinero, sexo y drogas

“Los cursos no eran muy caros, tenían ofertas para los talleres, en los que uno no aprendía nada”, dice Bogenberger, tras 18 años de pertenencia a la comunidad de Widmer. También había que comprar y estudiar la abundante bibliografía que han producido los dirigentes de dicha agrupación.

Sólo a Widmer se le atribuye en el catálogo de la Biblioteca Nacional Alemana una cuarentena de obras. Abordan temas como el amor, pasando por la psicoterapia, la vida en grupo, la verdad, la vida, la belleza o el tantra – tradición esotérica oriental que incluye técnicas de meditación y ritos a través del sexo.

Bogenberger dice haberse gastado unos 20.000 euros en esas formaciones. Pero el coste de la experiencia con aquella comunidad fue mucho mayor. Su matrimonio no sobrevivió a su paso por los eventos organizados por Widmer y compañía. Éstos tenían lugar en centros dedicados a congresos, normalmente en espacios que pudieran ofrecer un ambiente natural y tranquilo. En ellos se practicaba el amor libre según lo entendía el gurú.

“Nadie tenía que tener relaciones estables y sólo Widmer decía quién tenía que estar con quién, y si había parejas, obligaba a que se mezclaran, era como un club de swingers a largo plazo”, explica Wagner, la amiga cineasta de Bogenberger.

Un hombre y varias mujeres

“Lo que se practicaba allí era una copia de lo que vivía Widmer. Uno vive en la fantasía del líder del culto. Lo que más había eran relaciones entre un hombre y varias mujeres”, señala quien viviera aquel régimen de amor libre. Widmer tuvo dos esposas, dos antiguas pacientes suyas. Es padre de once hijos.

En los medios de comunicación alemanes se ha dicho que los seminarios dedicados al tantra en los que participó Bogenberger eran orgías. Pero “no lo eran”, según Bogenberger. “No eran orgías porque uno tenía que estar allí y participar. Primero, los rituales se hacían más con drogas. Después se introdujo el tantra”, comenta, aludiendo a las prácticas sexuales obligadas. “Widmer lo empezó a utilizar de forma creciente, junto con el consumo de drogas”, abunda.

Abandonar “el paraíso” por tener la regla

En la película en la que cuenta a Wagner su experiencia, Bogenberger narra cómo en uno de los rituales tántricos, estando tumbada, tuvo el primer sangrado de su menstruación. Se vio obligada a dejar la sala. “Vi aquello como si no me hubieran aceptado en el paraíso”, cuenta a Wagner en el documental emitido hace unos días en televisión bávara.

Sin embargo, ahora que está fuera de la secta, Bogenberger precisa que “todo aquello no se hacía como si fuera un placer. Se hacía por deber. Había una obligación de hacerlo, no era ni mucho menos bonito, no había libertad, la gente estaba allí sirviendo los interés del gurú”, apunta Bogenberger.

El gurú de la secta, con sombrero, junto a los demás miembros de la secta en una convivencia E.E.

Ella alude así a una característica fundamental de la experiencia sectaria, el aprovechamiento del gurú y de la jerarquía del control sobre los miembros del grupo. Según expone, Miguel Perlado, el psicoterapeuta español especializado en sectas, éstas siempre plantean “una experiencia de grupo, donde los niveles de control son excesivos, ese control excesivo, ambiental, mental, de las emociones, de la comunicación y donde se despliega unos resortes inculcando el temor”. Miedo también se siente en la “Comunidad de la flor del cerezo”, según Bogenberger.

Cóctel de drogas estimulantes y alucinógenas

Ella habla deseando que se dé a conocer el drama de los integrantes de esa secta y que éstos salgan de la influencia de la doctrina que domina a la comunidad. “Espero que algún día, los niños que viven allí, que son muchos, vean la película. Es trágico, allí hay gente buena que no se ha dado cuenta de que están adoctrinados, y que se están separando del mundo real”, comenta, aludiendo al documental de Wagner.

Ese adoctrinamiento no tiene por qué afectar a personas, en principio, frágiles. Los integrantes de la comunidad a la que perteneció Bogenberger son individuos que “funcionan bien en la sociedad”, según sus términos. Los hay hasta médicos y psicólogos. Es una clientela “que gana mucho dinero y que pertenecen al establishment”, aclara ella.

Bogenberger entiende que las drogas tienen un papel especialmente importante en el mantenimiento del grupo. Ella habla del uso en sesiones mensuales de meditación y lectura de los textos de Widmer de la efedrina, un estimulante, y de Ketalar, un medicamento anestésico a base de ketanima que puede emplearse como droga alucinógena.

En otras sesiones de consumo de drogas, Bogenberger recuerda haber tomado éxtasis, un euforizante, y LSD, una droga que altera la percepción y puede causar alucinaciones. En aquellas sesiones en las que fueron intoxicadas 29 personas en 2015, se encontraron otras drogas. A saber, el conocido como 2C-E, otra intensa droga psicodélica, y otra sustancia conocida como Dragon Fly, también psicodélica. “¡Soy un dragón!”, llegó a gritar uno de los afectados en aquella intoxicación masiva, según ha informado el semanarioDer Spiegel.

“Allí, a la gente se la invita a vivir de modo meditativo”, dice Bogenberger aludiendo al pueblo de la “Comunidad de la flor del cerezo”. “En otras sectas, la gente está muy ocupada, con grandes programas de actividades, por ejemplo, los testigos de Jehová son gente tiene que estar un determinado número de horas en la calle en tareas de evangelización. Cuando hay drogas no es necesario, porque tienen tal efecto que después de la primera o segunda vez que se toman, se acaba en otro mundo”, agrega.

Salida tras sobredosis de una amiga

Los rituales con drogas podían acabar mal. De ser así, según cuenta Bogenberger, el gurú de la “Comunidad de la flor del cerezo” había desarrollado una particular técnica para acabar con el mal viaje. Inyectaba a los afectados Valium, un fuerte sedante. “Las inyecciones se ponían cuando la gente se ponía como loca, les pinchaba eso para tranquilizarlos”, afirma Bogenberger.

La reacción a las drogas, cuando no era como el gurú esperaba, se veía como “una resistencia” de la persona al “tratamiento”. Así explica Bogenberger la actitud de los líderes de la comunidad cuando alguien reaccionaba mal a la dosis. No se pedía asistencia médica para los afectados. Se les dejaba “luchar” contra la “resistencia”. “Así fue que se dejó incluso morir a la gente. No se dieron cuenta de que estaban intoxicados”, plantea Bogenberger.

“Aquello no tenía que ver con el amor”

En una ocasión, una buena amiga de Bogenberger, Sabine Bundschuh, se quedó sin asistencia ante lo que podría haber sido una sobredosis mortal en una reunión organizada en Ámsterdam. Bogenberger, que siempre fue una alumna difícil en lo que al consumo de drogas se refiere – “resistió” muchas veces –, vivió aquello como algo decisivo.

“Yo ya tenía problemas en los rituales, y mis propias dudas, pero aquello me sentó como si fuera una castillo de naipes que se desmorona y cae al suelo, porque vi cómo se comportaron los alumnos y el propio Widmer”, asegura. “Aquello no tenía nada que ver con la amistad ni con el amor”, agrega con amargura.

Algunos rituales de drogas llevados a cabo por la secta han acabado con decenas de ingresados E.E.

A partir de aquella experiencia, ella sacó la cabeza de la doctrina. Empezó a informarse. Logró identificar a otros terapeutas que, afortunadamente, estaban especializados en tratar a miembros de sectas. Menciona, por ejemplo, a Steven Hassan, fundador de Freedom of Mind, una organización británica especializada en la lucha contra la presión de grupos sectarios.

Asegura que su suerte fue que nunca dejó de vivir en Baviera, lejos del pueblo donde la secta era más fuerte. “Si me hubieran pedido que me mudara a Suiza lo habría hecho”, apunta, recordando su mentalidad presa de la doctrina de la comunidad.

El fin de una doble vida

También tenía mi trabajo como guionista, fue una suerte, pero también lo fue que nunca me pasó nada”, sostiene, aludiendo a las víctimas de sobredosis. Ahora, Bogenberger, ha formado un grupo de autoayuda. Tiende la mano a otros afectados que no quieren hacer sus casos públicos y se mantiene muy informada a través de organizaciones como la Asociación Internacional de Estudios de Cultos [ICSA, por sus siglas inglesas].

Pero, por encima de todo, ha puesto fin a una doble vida. Más allá de su círculo más íntimo, nadie sabía hasta ahora que formaba parte de una secta. Wagner, compañera de su recientemente estrenado proyecto cinematográfico, tuvo que esperar más de un lustro de amistad hasta que le contó que había formado parte de la “Comunidad de la flor del cerezo”.