Para llevar a cabo su trabajo como enfermera, podría decirse que Rosa García, 64 años, posee el don de la bilocación. Tan solo una persona con el poder de la ubicuidad podría hacer lo que ella hace, en muchas ocasiones, en su día a día: atender, ella sola, apoyada con 8 auxiliares, a más de 600 mayores en la residencia de ancianos Doctor González Bueno (Madrid). Se trata de un centro público, una residencia de ancianos, en donde Rosa lleva trabajando desde hace 30 años. No son pocas las veces en las que se ha quedado ella sola al cargo de todo el complejo. Como poco, si no pasa nada grave, va con la lengua fuera durante toda la noche, subiendo y bajando plantas, atendiendo habitación por habitación a todo el que se lo solicita. Si sucede algo fuera de lo normal, si surge alguna incidencia nefasta, las consecuencias pueden ser imprevisibles. 

Hace menos de una semana, el enfermero Jesús Navarro se dirigía a ser entrevistado por este periódico. Su caso se había convertido en mediático. Llevaba nueve años trabajando en una residencia de ancianos de Arganda del Rey cuando denunció la muerte de Cecilia, una mujer de 93 años, al fotografiar su pierna semiamputada. Él trabajaba en el turno de noche y ese día estaba solo con diez auxiliares para cuidar a 300 pacientes. A las seis y media de la mañana recibió el aviso de que subiera a la habitación de la anciana. Allí se encontró a la mujer con la pierna desgarrada, el tobillo entre las barras de sujeción de la cama y el colchón totalmente destrozado. La mujer falleció a los pocos días. Pero Jesús había hecho la foto de lo sucedido y esperó. En las tres semanas siguientes, los responsables del centro no dieron razones ni explicaciones a los familiares de la mujer. Entonces, Jesús decidió hacer pública la foto y desatar una ola de críticas que hoy es ya imparable.

Como decíamos, Jesús se dirigía a la entrevista que tenía concertada con EL ESPAÑOL cuando recibe una llamada. El enfermero descuelga y atiende el teléfono con el manos libres. No son ni las nueve de la mañana y ya ha hablado con un buen número de personas. Muchos marcan su número para aconsejarle. Otros son amigos que quieren darle la enhorabuena por la valentía al denunciar.

Al otro lado del móvil está Rosa. La mujer le felicita por su valentía. Luego le desvela un detalle de su jornada cotidiana, una situación a la que se iba a tener que enfrentar. En parte, le llama porque se siente identificada.

-Oye, pues yo voy a estar hoy yo sola con más de 600 ancianos a mi cargo.

-¿De noche?

-Sí, sí. También trabajo en el turno de noche.

Comedor de la residencia González Bueno.

Esa madrugada, Rosa también tiene que trabajar sola porque la compañera con la que suelen hacer pareja los martes, los jueves, los domingos y un sábado de cada mes tenía día libre. Lleva más de treinta años en el mundo de la enfermería y siempre en el turno de noche, como Jesús, pero más veterana. Sin embargo, hay un detalle que hace que difiera su caso con el de Jesús. “Aquí duermen cada noche algo más de 600 ancianos”; relata a EL ESPAÑOL. 604, concretamente. Hay también auxiliares al cargo, pero sin duda ella va a ser la única enfermera en el centro en toda esa noche.

Así que 600 mayores a cargo de una sola persona, más ocho auxiliares y dos bomberos de guardia -“Nos los pusieron hace poco”, explica Rosa a EL ESPAÑOL-. Una situación que se produce la misma semana en la que buena parte de los trabajadores de las residencias públicas de ancianos han emprendido una tourné de la cual no es posible retroceder.

Por eso, Rosa accede a contar su historia, a narrar a EL ESPAÑOL cómo es pasar una noche sola atendiendo ancianos, al trote ligero de un lado para otro, de la primera a la cuarta planta. Todos los detalles, aunque puedan resultar nimios a primera vista, restan mucho tiempo a los enfermeros de guardia nocturna: cambiar un pañal, atender una llamada desde el dormitorio, acudir al rescate con gasas y Betadine... Quizá por eso, Rosa accede a contar, minuto a minuto, el devenir y los pequeños entuertos a resolver de esa noche en solitario de habitación en habitación y de pasillo a pasillo. Así es la noche dentro de un geriátrico en el que atender a más de medio millar de ancianos.

La larga noche de Rosa

A lo largo de toda la noche, Rosa tiene que ir apagando fuegos en cada una de las plantas, salvando conflictos como en una carrera de obstáculos. Además, en cuanto puede, vuelve a la preparación de los medicamentos de cada uno de los ancianos internos en la residencia. En un momento de la noche, alguien le llama. Hay una señora que no quiere acostarse. Se levanta y se vuelve a tumbar, se levanta y se vuelve a tumbar. Así durante un buen rato. Rosa llega a la habitación, la revisa para comprobar que se ha tomado la medicación antes de meterse en la cama. Efectivamente, era así y no se le puede suministrar más. Hay que sentarse a hablar con ella, a escuchar lo que sucede.

“Esta señora está demenciada. La pobre, a veces, no se quiere acostar hasta que vuelva su marido. Pero su marido no está”. Este murió hace unos años y ella no lo sabe. El alzhéimer le impide recordar esa y otras muchas cosas y Rosa, paciente y siempre con la sonrisa en la cara, le dedica todo el tiempo que la mujer necesita. En ese momento no existe nadie más. Ahí entra en juego el enfermero, la empatía, el buen hacer y la comprensión. Rosa se acerca, la arropa, le insiste en que no se preocupe, que su marido vendrá más tarde. Al poco, la mujer, ya más tranquilizada, se duerme.

Es uno de los múltiples ejemplos que Rosa debe salvar en los días que le toca estar ella sola. Trabaja todos los días pares del año. Luego, cada quince días, tiene uno libre. Hace muchos años que tiene asignado el turno de la noche, el momento menos agradecido del día. “Siempre hay quien se atreve a decir que el turno de noche es el más fácil, que nos pasamos el rato durmiendo”, dice. Pero no es así. Cuando estás solo entre las habitaciones, los internos y los interminables pasillos que los separan, hay que ser rápido para actuar.

Durante toda la noche, una de las tareas de Rosa es rellenar 600 pastilleros como este para cada uno de los ancianos internos en la residencia.

Todo empieza a las diez de la noche. Con ella estarán tan solo unos pocos auxiliares. Rosa llega desde su casa, se cambia en su taquilla y se pone a ordenar los 600 pastilleros que repartirá el día siguiente. Mientras organiza las siguientes horas, los va agrupando por mesas, según las plantas y los pacientes. Tarda una media hora. A partir de ahí, todas las tareas del día se multiplican. Es cierto que algunos detalles puedan resultar sencillos, pero al estar una sola persona todo se complica.

Mientras tanto, le llegan los partes de lo que los internos han hecho o no han hecho a lo largo del día: las incidencias, el resumen de lo que ha ido ocurriendo en la residencia a lo largo de la jornada. Se los lee todos para comprobar las circunstancias a las que se va a enfrentar esa madrugada. “Ahí es donde está la información de todo lo que ha pasado en las horas anteriores. Ahí se intuye ya si va a ser una noche movida o no. Si ha habido poco movimiento o no. Si llegan tranquilos a la noche, lo más probable es que sea una madrugada tranquila”, explica a EL ESPAÑOL.

A las once termina de leer el parte del día anterior. Empieza entonces el movimiento de un lado a otro. Cuando suenan las doce de la noche, comienza a preparar las medicaciones de la mañana, la tarde y la noche del día después, el siguiente que ella trabajará.

Este proceso es el más duro, el menos agradecido, el que menos tiempo quita y uno de los más complicados. Muchas pastillas se parecen entre sí. Confundirse puede ser una cuestión muy seria. “Los compañeros de la mañana echan no sé cuánto tiempo en repasar lo que van a dar. Como están fuera del envase, no saben qué pastilla es. Muchas son blancas y no se pueden identificar. Otras sí, pero algunas pueden ser la misma pastilla y venir en colores diferentes, depende del laboratorio. A la hora de repasar una pastilla, que es algo que por ley tienes que hacer, es importante estar muy atento”.

Rosa lleva haciéndolo toda la vida y, por eso, no le supone un grave problema estar ella sola preparando la medicación de 600 ancianos a lo largo del día. Eso sí, no puede -ni debe- perder detalle. Llego y echo cinco o seis horas preparando solo la medicación. Y eso si no tienes interrupciones de nadie, que es muy complicado porque tienes que ir de un lado para otro, atendiendo de habitación en habitación. Es un trabajo muy duro porque es de noche, hay que estar muy atento, no te puedes despistar y hace perder mucho tiempo”.

Esa noche, a Rosa le lleva desde las doce hasta las cinco de la mañana preparar los pastilleros. Pero también tiene que hacer otras cosas. “No puedes dejar de hacer las demás cosas. Hay que estar pendiente de todo. A veces llega la auxiliar y te dice: oye, que han llamado desde el hospital. Otras: oye, que os mandamos un señor que está ya de alta”.

Habitaciones de la residencia González Bueno.

Y así con otras muchas cosas. La noche del miércoles, ella sola, tiene que moverse de un lado para otro. Primero le llaman para curar los antebrazos de una señora. “Como no los separa del cuerpo, el sudor le irrita la piel. Fui hasta allí y le puse una pomada especial para evitar la humedad”. Luego, llaman desde otra planta. A otro interno hay que colocarle un parche en la piel, en la zona del antebrazo.

Sigue la noche en el centro de González Bueno. Un señor, con cefalea, llama por el interfono y asegura que no puede dormir, que le duele la cabeza. “Le he tenido que tomar la tensión para descartar que la tenía alta. Le dije que se tenía que tomar un paracetamol, pero claro, se había tomado otro a la hora de la cena y tienen que pasar unas horas hasta que tome el siguiente. Le proporcioné la pastilla al auxiliar y le dije: dáselo dentro de dos horas. Luego, si por lo que sea, ella empeora, subo de nuevo a verla”, relata a EL ESPAÑOL.

No es la única a la que tiene que atender. Sube y baja constantemente cada una de las plantas, sin parar, saltando de habitación en habitación. Un rato después, le llama otra mujer. “Dice que está sudorosa, así que he ido a verla. No sabíamos si era la diabetes o si tan solo era el calor. Parecía lo segundo. La destapamos un poquito y le abrimos la ventana”, relata.

A otra mujer, hay que ponerle colirios cada dos horas. Otros no se toman la medicación y hay que subir de nuevo a vigilarlo. Así todos los días.

La situación de los centros públicos, a debate

La Agencia Madrileña de Atención Social (AMAS) gestiona hasta 25 residencias de mayores. En el centro de González Bueno, en el que trabaja Rosa, ofrecen al cliente “atención religiosa, conferencias, diarios y revistas, estimulación cognitiva, excursiones; actividades varias, fisioterapia, peluquería, podología, servicio de acompañamiento, servicio de transporte, terapia ocupacional, trabajador social y ayudas técnicas”. Todas esas cosas que suelen aparecer en los folletos.

Rosa explica que los enfermeros, tanto en su centro como en los demás, se dividen en tres turnos: mañana, tarde y noche. En su residencia, se reparten de la siguiente manera: en el turno de la mañana suele haber once enfermeros y más de veinte auxiliares; en el de la tarde, son nueve los enfermeros; por la noche, tan solo están dos. Y ahí es donde, si uno de los dos cuenta con días acumulados para librar, surge el problema: la otra persona se queda sola.

A Rosa le sucedió el miércoles de la semana pasada. Luego, le tocó librar a ella el sábado y esta vez fue a su compañera quien tuvo que pasar la noche sola deambulando de una planta a otra. “¿Que se puede mejorar? Desde luego, pero para eso, por las noches, tiene que haber siempre dos personas. Que dos hagan siempre el turno y una que vaya cambiando según haga falta”, explica.

Hace cuatro años, los trabajadores de la residencia clamaban ya por sus derechos. En un encierro de 24 horas dentro de la residencia, los enfermeros y auxiliares del centro decidieron protestar contra las condiciones laborales que les venían impuestas. El motivo principal de queja era que los trabajadores del centro exigían encontrar una solución, un cambio en cuanto a las precarias políticas de personal del gobierno presidido entonces por Ignacio González, hoy en prisión.

Hace tres años, en un encierro de 24 horas dentro de la residencia, Rosa y los otros enfermeros y auxiliares del centro decidieron protestar contra las condiciones laborales.

Según fuentes de la Consejería de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid, la presencia de enfermeros varía en cada centro dependiendo de las necesidades del mismo. Si se da un número mayor de residentes dependientes, es lógico que haya un número de enfermeros mayor. En la residencia en la que trabaja Rosa, de los 604 pacientes, son 220 de los que hay que estar pendientes a lo largo de toda la noche con los cinco sentidos bien despiertos.

Pero eso no siempre ocurre así. En el centro de Arganda del Rey, en el que a Cecilia le sucedió lo que le sucedió, cuentan en plantilla con 155 auxiliares de enfermería y 25 enfermeros. En la residencia de Rosa, la Doctor González Bueno, hay 26 enfermeros y 140 auxiliares. “Y hace poco nos pusieron dos bomberos de forma permanente. Hay dos bomberos y no hay dos enfermeros por la noche? No se entiende. ¿Que tienen que estar dos para solucionar lo que sea? Pues dos enfermeros también. Este centro, dicen fuentes de la Consejería a EL ESPAÑOL, posee un número menor de internos dependientes. Será ese el motivo por el que a Rosa le tocó atender a ella sola a 600 personas en la noche de la semana pasada.

Chema es abogado especializado en materia de dependencia, pero antes de meterse en el mundo de las leyes fue también enfermero, como Jesús o Rosa. Sin duda, el caso de cada residencia debe ser tomado, dice, de forma individual. “No con los ratios de empleados por interno que dicen desde la administración Tiene que ser adaptable a cada caso. Si se asigna personal de manera inadecuada, se puede incurrir en irresponsabilidades. Yo he trabajado en residencias durante muchos años. Para saber este tipo de cosas, tú tienes que ir a la habitación, saber lo que hay: cambiarle un pañal a una persona de ochenta, a otra, totalmente demenciada. Eso tienes que hacerlo. Y tienes que hacerlo bien. Eso una norma nunca te lo puede determinar”, detalla.

Jardines de la residencia Doctor González Bueno. Allí los enfermeros del turno de noche, las pasan complicadas para llegar a todo.

Volviendo a esa noche en soledad, Rosa ya está acabando su turno. Lo ha solventado sin problemas y dormirá unas cuantas horas en casa. Tampoco muchas, pues compagina ese trabajo con otro en Mapfre como inspectora de hospitales privados. “Ambos son apasionantes, tengo lo mejor de los dos. Hombre, si pudieran mejorarse las condiciones un poquito en la residencia… Con estar uno más, creo que llegaríamos bien. Son ya muchos años de experiencia”.

Rosa vuelve a casa. No le queda mucho para jubilarse, así que no le importan las represalias por contar cómo es una noche a su lado. “Lo importante son ellos y ellas. Muchas veces, durante el día, los ancianos no dicen nada. Hasta la noche, que es cuando se sienten más solos, y entonces te llaman. Tú le das un masaje, le llevas una manzanilla, un paracetamol… Y les explicas. Les dedicas, si puedes, un minuto, dos o tres. Eso es lo bonito de este trabajo”.

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