Lisboa

El padre Mário de Oliveira (Lourosa, 1937) es un luchador innato. El teólogo, formado en el Seminario de Oporto, considera que evangelizar implica liberar al pueblo, y a lo largo de su carrera eclesiástica no ha dudado en plantar cara a las autoridades y utilizar sus sermones para denunciar mentiras e injusticias.

Como joven capellán militar en la entonces colonia portuguesa de Guinea-Bissau, Oliveira fue detenido por predicar la paz y defender la lucha de las milicias anticolonialistas. Luego, como párroco de la aldea de Macieira da Lixa, fue encarcelado en dos ocasiones por la temida PIDE —la policía política del Régimen— por pedir la liberación de los presos políticos. Aunque el Tribunal de Oporto terminó por absolverle del crimen de sublevación, el obispo de su diócesis determinó que su interpretación del evangelio era demasiado polémica y le retiró el permiso de ejercer como cura de su parroquia.

Ante la prohibición, Oliveira se reinventó como periodista, convirtiéndose en el motor detrás de Fraternizar, un medio independiente que aborda cuestiones de fe y teología de manera crítica. Además de escribir sobre temas sociales, el antiguo párroco de Macieira da Lixa empezó a investigar la historia de la Iglesia en Portugal, y durante la década de los noventa centró su análisis en el amplio archivo del Santuario de Fátima y los documentos que detallan las apariciones marianas presenciadas por los pastorcitos Lúcia dos Santos, Jacinta y Francisco Marto en 1917.

En 1999 publica el explosivo libro Fátima nunca más, en el que denunció el aparente fraude de las apariciones, acusando al clero luso de haber perpetrado un montaje y manipulado a los pastorcitos. El libro, que se convirtió en un best-seller inesperado y ya va por su séptima edición, fue seguido en 2015 por Fátima $.A., obra que versa sobre el negocio del turismo religioso en el Santuario y sugiere que los negocios en torno a la Basílica son utilizados para lavar dinero negro.

De camino a Lisboa, donde participa en una serie de tertulias sobre el complot con motivo del centenario de las apariciones y la visita del papa Francisco, Oliveira habla con EL ESPAÑOL sobre los acontecimientos de 1917 y lo que asegura que es uno de los mayores timos de la Iglesia Católica.

Los asistentes se arrodillaban ante el milagro del sol, el 13 de octubre de 1917.

"¿Cómo va a aparecer alguien que no existe?"

—La Iglesia Católica sostiene que entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, la Virgen María fue presenciada por Lucía dos Santos y los hermanos Jacinta y Francisco Marto en el campo a las afueras de Cova de Iria. Usted, sin embargo, rechaza esta idea. ¿Qué considera que realmente tuvo lugar en esas fechas?

—Un fraude. El “milagro” de Fátima fue un teatrillo ideado por miembros del clero de Ourém [el municipio bajo cuya jurisdicción está Cova da Iria]. Las principales víctimas de este embuste fueron los tres pastorcitos, quienes fueron utilizados como actores en esta producción episcopal. La documentación existente deja clarísimo que el clero manipuló a estos tres niños jovencísimos la más vieja de los tres, Lúcia, tenía apenas 10 años, mientras que Francisco Marto y Jacinta sólo tenían 8 y 7 años de edad, respectivamente— para montar un espectáculo con difusión internacional.

—Entonces, ¿rechaza que los pastorcitos presenciaran la aparición de la Virgen María?

—¿Cómo va a aparecer alguien que no existe? ¿O que, al menos, no existe como figura mitológica? Existió María, madre de Jesús, pero la mitológica que se ha creado en torno a su figura es un insulto a su memoria y a la inteligencia humana. Es un insulto al propio Jesús.

—¿En qué se basa para concluir que fue un montaje?

—El Santuario de Fátima ha puesto todos los documentos relacionados con las supuestas apariciones a disposición de los investigadores a través de la Documentación Crítica de Fátima (DCF), obra comprensiva de varios volúmenes. Cualquiera que la analice detenidamente, y que también consulte las Memorias de la Hermana Lúcia —supuestamente escritas por la propia Lúcia durante el tiempo que fue monja de clausura en Tui, Galicia, verá que se trata de un montaje tosco.

Desde un punto de vista teológico las supuestas visiones de Fátima están llenas de errores. Un ejemplo son las supuestas visiones que describe Lúcia la mayor de los tres, seleccionada para transmitir los mensajes de la Virgen, que contienen elementos que no entran dentro del dogma católico. Llega a dar detalles realmente aterradores al describir sus visiones del infierno, detalles que coinciden exactamente con los que aparecen en Misión Abreviada, un libro que tuvo una difusión enorme en Portugal durante el siglo XIX. El problema es que, posteriormente, ese libro fue rechazado por el Vaticano, y los detalles que contiene denunciados por varios papas. Es llamativo, como poco, que la Virgen hubiese aparecido para transmitir cosas incompatibles con la teología católica. Hay muchísimos otros ejemplos de esta tragicomedia. Es una ignominia, un escaro a la fe y a la teología de Jesús de Nazaret.

—¿Qué valoración hace del llamado “milagro del sol”, supuestamente presenciado por 50 mil personas el 13 de octubre de 1917, quienes describieron como el sol comenzó a moverse rápidamente por el cielo antes de precipitarse sobre la tierra? ¿Fue una alucinación colectiva, o simplemente un montaje perpetuado por la prensa católica de la época?

—Es obvio que el sol no “bailó” sobre Fátima en 1917. Eso fue una invención del periodista enviado por el desaparecido diario O Século. El redactor era un ex-seminarista. El fotógrafo que le acompañó dijo que no vio nada fuera de lo normal, y las fotos que tomó dejan claro que era un día lluvioso y completamente ordinario. Quien se lea la crónica que se publicó ese día dará cuenta que aunque se habla de este supuesto fenómeno del sol en el titular, no hay mención del milagro en el texto, y días más tarde el periódico publicó una corrección en la que aclaraba que el sol no había “bailado”. Es vergonzoso que le Iglesia siga hablando de este supuesto acontecimiento, claramente imposible a nivel científico.

Curiosamente, ni la propia Lúcia hace referencia a este evento. En su momento, ella se mantuvo fiel al mensaje que tenía que repetir ese 13 de octubre de 1917: que la Virgen le había dicho que la Primera Guerra Mundial acabaría ese mismo día. Como todos sabemos, la guerra no acabaría hasta un año más tarde. En sus Memorias tampoco habla de ello, y en vez de mencionar movimientos del sol, se limita a decir que cuando miró al sol vio aparecer a San José, el niño Jesús, Nuestra Señora de los Dolores. Casualmente son las imágenes que figuraban en la iglesia parroquial de Fátima en esa época.

El padre Mário de Oliveira (Lourosa, 1937) denuncia que el milagro de Fátima fue un montaje.

Un crimen de lesa humanidad

—¿Qué motivaría a la Iglesia para perpetra semejante “fraude”?

—La Iglesia lusa estaba en muy mal estado en 1917: desde su instauración en 1910 la República había trabajado para reducir el poder del clero portugués y secularizar el país. Una de las primeras leyes que se promulgan tras la llegada de la República fue la nacionalización de enormes parcelas de tierras episcopales y la supresión de muchísimos de los privilegios ancestrales del clero, cuya influencia política y económica había sido enorme hasta ese momento.

La diócesis de Leiria, en particular, había perdido muchos fieles y se veía cada vez más empobrecida. Los “milagros” de Fátima fueron un instrumento perfecto para conseguir los fondos que se buscaban para restaurar las propiedades eclesiásticas y lograr que el pueblo volviera al culto. A nivel nacional, las supuestas apariciones dieron a la Iglesia la relevancia que necesitaba en su cruzada en contra de la República.

—¿Quién fue el ‘cerebro’ de la trama, y cómo se ejecutó?

—La documentación existente sugiere que todo fue idea del canónigo Nunes Formigão (1883-1958), profesor del Seminario de Santarém, quien casualmente había pasado casi dos meses en Lourdes, estudiando las apariciones que supuestamente tuvieron lugar ahí en 1858. Fue él quien se encargó de escribir el guion y ejecutar la producción de esta farsa; fue él quien, como supuesto interrogador y confesor de los tres pastorcitos, actuó como único interlocutor y controló el mensaje que salía de Cova de Iria. Fue él quien moldeó las visiones de los pastorcitos.

Ante el éxito de la trama, Formigão recibió el apoyo del clero de Ourém –que publicitó las supuestas apariciones por todo el país– y, posteriormente, el obispo de Leiria, que dio valor al fraude al declarar que eran acreditables y “dignas de fe” en 1930. De ahí ya pasamos al Vaticano, que ha permitido que esta farsa continúe a lo largo de los años.

—¿Cuál fue el papel de los pastorcitos?

—Fueron víctimas. El crimen que el clero perpetró contra los tres pastorcitos espeor que el de los muchísimos casos de pedofilia que se han registrado dentro de la Iglesia. Esos niños eran creyentes que fueron manipulados. Sentían terror absoluto del infierno, y respeto total hacia el clero. Creían todo lo que les decían, y obedecían toda orden. Los clérigos les convencieron para que se sacrificaran “para conseguir la conversión de todos los pecadores”.

El clero es responsable por las muertes de Francisco en 1919 y Jacinta en 1920. Los curas animaron a los niños para que practicasen mortificaciones y penitencias absolutamente locas. Sus prolongados ayunos –que incluían la abstención de beber agua en pleno verano– hicieron que se encontrasen físicamente debilitados, incapaces de resistir las epidemias de la época. Murieron de neumonía y la pleuresía, respectivamente, sin que la “milagrosa” Señora de Fátima les ayudara. Es un crimen de lesa humanidad que ha quedado impune.

—¿El Gobierno nunca intentó intervenir?

—Los políticos de la República (1910-26) se hartaron de denunciarlo como el embuste que era. Una vez hubo el golpe de Estado en 1926, y especialmente después de la implantación de la dictadura de [António de Oliveira] Salazar, cambió todo. Fátima era un milagro a medida de Salazar, un dictador que se presentaba como el santo salvador de la patria, y cuyo mejor amigo era el Cardenal Manuel Gonçalves Cerejeira, patriarca de Lisboa. Casó su régimen con la Iglesia. Desafortunadamente, después de la Revolución de los Claveles todo sigue igual, y en muchos sentidos la complicidad entre el Gobierno y quienes controlan Fátima es incluso mayor. Es un negocio que le viene muy bien al Estado pues genera muchos millones de euros.

Largas hileras de peregrinos bajan la explanada del santuario arrodillados en la actualidad. David L. Frías

"El Santuario de Fátima opera como una mafia"

—Afirma que el Santuario de Fátima opera como una mafia. ¿Hablamos de una organización criminal en el seno de la Iglesia portuguesa?

—Evidentemente, pero una que está a plena vista. El Santuario es una máquina de dinero. Da náusea: su única misión es fomentar el turismo religioso, atraer gente en nombre de una fe tóxica, basada en la mentira. Hoy en día la zona entera del Santuario, y los negocios repartidos por la aldea, están creados para aprovecharse de los pobres que acuden ahí. Es bien sabido que muchos de ellos sirven para lavar dinero.

—Sus libros sobre Fátima han sido best-sellers en Portugal, y el más reciente, Fátima $.A., va por su sexta edición. ¿Cuál ha sido la reacción por parte de la Iglesia?

—La jerarquía hace como si no existiera, pero a la vez hace todo lo posible para que los católicos portugueses no los lean. Es en vano, porque los puedes encontrar en cientos de miles de casas lusas.

—El Papa Francisco —que viaja a Fátima este fin de semana para participar en los actos marcando el centenario de las apariciones— se ha propuesto reformar el Vaticano. ¿Ha intentado darle su versión de los hechos en Fátima?

—Promoví una petición que pedía que cancelara el viaje a Fátima y se pronunciara sobre el fraude. No hubo respuesta por parte del Vaticano, claro. Me temo que este Papa es apenas un buen actor. No tiene interés en acabar con el sistema.

"Todas las apariciones de la Virgen son mentira"

—¿Qué opina sobre las otras apariciones marinas? ¿La Virgen apareció en Lourdes o en El Rocío?

—Claro que no. Todas las apariciones de la Virgen son mentiras. Estas visiones surgen de personas que no están bien de la cabeza, y que lo que necesitan es atención médica, no explotación eclesiástica. Teológicamente, las apariciones no son posibles. Todas las que menciona son expresiones de religiosidad popular, y lo que el clero tendría que hacer es evangelizar estas personas. Desafortunadamente, la Iglesia ha optado por fomentar este tipo de espectáculo. Me entristece porque creo que una Iglesia que hace esto se delata como enemiga de la Humanidad, del pueblo.

—¿Qué siente al ver multitudes conmemorando algo que considera que fue un fraude?

—Me da pena. Veo multitudes sedientas de milagros procedentes del cielo porque no se pueden beneficiar de los milagros de la tierra. Son personas con miedo, que creen que dios es sádico, cruel y vengativo, que exige autoflagelación y sacrificios como los de los pobres pastorcitos. Son personas que buscan soluciones a sus problemas en el cielo, cuando la solución sólo se encuentra dentro de cada persona. Ese siempre fue el mensaje de Cristo, cuyo evangelio predicaba la liberación de los pueblos y la destrucción del poder.

—Suponiendo que todo haya sido un fraude, ¿ve algún lado bueno a toda la historia de Fátima? Hay quienes defenderán que tiene valor, si sólo porque sirve para dar esperanza a algunos fieles en busca de un milagro…

—No veo nada bueno en un fenómeno manufacturado para engañar a millones de personas, pobres que llegan al Santuario de rodillas, que lloran y gritan, que repiten “Dios te salve María” de manera incesante.

—¿Cómo consigue mantener su fe en la religión católica?

—Siempre quise ser cura, y cuando fui ordenado, el 5 de agosto de 1962, tomé votos para serlo de por vida. Este tema no me hace dudar que soy presbítero y periodista, hombre de fe, de Jesús, creyente en su palabra y sus políticas. Mi fe se mantiene porque entiendo que ser católico es reconocer que Dios vive dentro de cada uno de nosotros, factor común entre todos los seres humanos. Me siento católico y humano, algo bastante diferente que sentirse apostólico o romano.

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