“Eran conversaciones con un amigo desesperado”, afirmaba Francisco Marhuenda García (Barcelona, 1961) -Paco Marhuenda para la leyenda- al salir el pasado jueves de declarar ante el juez Eloy Velasco. Un amigo del director de La Razón ciertamente en muy mala situación, el consejero delegado de la empresa editora de su diario, Edmundo Rodríguez Sobrino, detenido en el marco de la Operación Lezo. Ni la visita a los tribunales en calidad de imputado le hizo cortarse a la hora de hacer valer el “mucho cariño” que le profesa a Edmundo. Al mismo que intentó proteger -conversación telefónica con juramentos en arameo mediante- de Cristina Cifuentes: si el nuevo verso suelto del Partido Popular se atrevía a tocarle un solo pelo o buscarle una sóla cosquilla al querido amigo Edmundo, Paco se levantaría en armas. Al fin y al cabo, ¿qué valen el periodismo, y la política misma, al lado de la amistad verdadera?

Periodismo y política, siempre de la mano -derecha- de Marhuenda. Igual que el mito otorga a la ardilla la posibilidad de cruzar España saltando de árbol en árbol, el tertuliano -que también dirige La Razón- ha demostrado durante años sobrada capacidad para cruzar toda la parrilla televisiva saltando de cadena en cadena. Unos triples mortales televisivos que le podrían hacer embolsarse más de 13.000 euros mensuales, según cálculos. Un plus a su sueldo como director de periódico y como profesor de la Universidad Rey Juan Carlos gracias a su amistad con el ex rector acusado de más de una decena de plagios, Fernando Suárez.

Francisco Marhuenda a la salida de la Audiencia Nacional. Luca Piergiovanni EFE

Esa gira televisiva semanal se ha visto esta semana interrumpida después de que la Guardia Civil y la Fiscalía acusaran al periodista de haber coaccionado a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, y a su entorno para que no facilitasen a la Justicia datos de la gestión del anterior mandatario madrileño, Ignacio González. Entienden los investigadores que de este modo obstruyó las pesquisas sobre posibles irregularidades cometidas bajo el mandato de González en lo que afecta al presunto saqueo de la empresa pública Canal Isabel II.

De vuelta a las puertas de los juzgados este jueves, donde Paco dijo sentirse “como la Pantoja”, resulta que de lo de amenazado, nada. Que el director nunca tuvo ni la más remota intención de inventarse historias para “hacer pupa” a Cristina Cifuentes y que si llamó “zorra” a su jefa de gabinete, Marisa González, –por eso es por lo único por lo que ha pedido perdón, por ahora- fue sólo para salvar al pobre Edmundo. Ya saben, que se sintiese menos sólo en el mundo. “¿Alguien se cree que de verdad desde un diario se puede presionar?”, llegó a preguntar a las puertas del mismo juzgado no el Cándido de Voltaire sino Mauricio Casals, presidente de La Razón.

Buena pregunta, señor Casals. Cuando todo un presidente de Planeta como José Crehueras tiene que descender de las alturas para parar las portadas y los pies a dos aspirantes a Ciudadanos Kanes malotes, lo más inocente que se puede presumir es que alguien está llevando su idea de la amistad temerariamente lejos. ¿Algo así como Mariano Rajoy cuando le escribió a su entonces amigo Bárcenas aquello de “Luis, sé fuerte”?

Amigo, muy amigo de Rajoy

Precisamente así empieza y acaba la historia de Paco Marhuenda: siendo amigo, muy amigo de Rajoy. Nunca lo ha ocultado. Es más, se ha jactado de ello. Con un aplomo y hasta un gracejo que le han convertido en la sal de la tierra y de muchas tertulias. Entró en política en 1995 figurando en la lista del PP catalán de Alejo Vidal-Cuadras para las elecciones autonómicas de ese mismo año. Consiguió una de las 15 actas de diputado que obtuvo el partido en aquello comicios, una cifra que no ha vuelto a repetir. Apenas estuvo un año en el Parlament ya que, tras la victoria del Partido Popular en las generales de 1996, se trasladó a Madrid para unirse al Ejecutivo.

¡Estoy en el despacho de Sagasta!”, le espetó a una periodista de La Vanguardia un jubilosísimo Marhuenda recién nombrado jefe de gabinete de Mariano cuando al ahora presidente del Gobierno le acababan de hacer ministro de Administraciones Públicas. Se lo espetó por teléfono, claro. La locuacidad por esa vía le viene de antiguo.

Corría mayo de 1996 y empezaba el período más fulgurante de un carrerón que pudo haberse quedado en gesta de provincias de no ser por la generosa mano muerta de Rajoy. Paco Marhuenda es doctor en Derecho, es periodista licenciado y es político, y empezó a ser todo eso junto en un momento y de una manera que aquí no era habitual, y en Barcelona menos. En un país donde la prensa está politizada durante muchos años hasta los periodistas más comprometidos con una determinada ideología procuraban mantener una especie de protocolo, de distancia de seguridad. Podían conspirar y politiquear hasta la extenuación, pero desde fuera. Las puertas giratorias entre Parlamento, Administración y cabeceras de periódico no estaba tan concurrida ni tan bien engrasada como ahora.

El presidente de La Razón, Mauricio Casals (izq), y su director, Francisco Marhuenda,junto al expresidente de Madrid, Ignacio González.

Excepto para algunos seres especialmente dotados y con complejos los justos. Paco, con su descarnada frivolidad, acostumbra a despachar ciertos temas delicados -como su machismo retozón y juguetón gracias a un nivel intelectual alto. Para los estándares políticos españoles, incluso muy alto. Es posible que Marhuenda se haya leído más libros que muchos Consejos de Ministros juntos. Esa es una de sus debilidades, los libros. Más que leérselos, parece que se los come. Siempre que tiene poder, lo usa para obligar a la gente a regalarle libros: cuanto más raros, inhallables e incunables, mejor.

LA NAVE DE LIBROS EN VALDEMORO

Tal puede llegar a ser su biblioteca que buscó una nave de Valdemoro (Madrid) para guardar sus libros. Un hecho que fue público después de que el director de la Razón enfadase desde las tertulias televisivas al presunto cabecilla de la Trama Púnica, Francisco Granados. Le llamó “paleto y hortera de Valdemoro que no sabe ni comer”. Unas palabras que no sentaron desde la sombra nada bien a Granados e hizo una carta pública en la que instaba a Marhuenda a explicar cómo había conseguido la nave para almacenar sus libros: “Acudiste a este paleto para que te pusiera en contacto con el alcalde a ver si te encontraba algún chollo”. “¿Cuánto te ahorraste? ¿Pagaste comisión o mordida a alguien?”, le preguntaba desde la cárcel.

Para sacar tiempo de leer no duda en llevarse a las tertulias más largas y aburridas un mazo de exámenes de sus alumnos en la Universidad Rey Juan Carlos I. Entre trallazo y trallazo, mientras los demás dicen misa, Marhuenda va corrigiendo y poniendo notas a sus alumnos de Historia Jurídica de la Integración Europea e Historia de las Instituciones Políticas. Al mismo tiempo que se desembolsa su nómina de tertuliano. Según ha podido saber este diario, sus cuatro apariciones mensuales en La Sexta Noche le podrían reportar unos 6.000 euros, en Espejo Público (Antena 3) suelen pagar 400 euros por intervención, la mitad que en 13TV (200 euros/programa). La ronda la cierra en Al Rojo Vivo (LaSexta) donde la media por intervención es 300 euros por día, a razón de dos jornadas semanales. En total, unos 13.000 euros al mes.

Francisco Marhuenda en Al Rojo VIvo de LaSexta

En un país como Francia quién sabe si alguien como Marhuenda no habría podido ser una especie de Victor Hugo de derechas. En un país como España, qué se podía esperar sino la lucha a muerte por lograr lo máximo con el mínimo esfuerzo. Viniendo del por aquel entonces oasis catalán, a mediados de los 90 el Madrid aznarista se abrió para nuestro hombre como una flor. Se instaló pues lo dicho, en el que fue el despacho de Sagasta. Se apuntó a clases de esgrima. Se lo pasaba pipa y disfrutaba horrores con todo.

MiniTrump para la derecha

Dice mucho de Rajoy la habilidad que siempre ha demostrado para rodearse de equipos que suplan lo mucho que a él le falta. Por ejemplo en Jorge Fernández Díaz encontró a un trabajador infatigable y feroz, a un estajanovista de la política, a un colosal marronófago, comedor de marrones propios o ajenos, qué más da. En Marhuenda encontró algo todavía más raro en el Planeta Mariano: don de gentes. Mira que es difícil caer bien en este país siendo de derechas, más de la derecha entre ultraliberal y carlista, entre Ayn Rand y Valle-Inclán, que Paco Marhuenda encarna y representa. Precisamente Fernández-Díaz fue quien decidió nombrar a Marhuenda comisario honorífico de la Policía Nacional. En este tiempo ya actuaba presuntamente para entorpecer las investigaciones que afectaban a González, columnista habitual del periódico desde que dejó la primera línea política en 2015.

En un mundo de encarnizados histéricos, Marhuenda ha tenido siempre el encanto de una amoralidad casi infantil. Te puede escupir de todo, de lo peor, en una tertulia, y en la pausa de la publicidad vuelve a ser un encanto, un pelota incluso. Parte de su éxito se debe a que en muchos medios de izquierda se le considera el sparring de derechas ideal: alguien que las dice tan gordas (nunca se sabe del todo hasta qué punto en serio), que siempre parece que tiene más razón el pobrecito correcto político de enfrente. Eso explica su contradictoria omnipresencia en medios de comunicación con cuya línea editorial no conecta, si es que conecta con alguna. Para los de izquierdas es una especie de miniTrump, una joyita que suelta tres barbaridades cada vez que abre la boca. Para los de derechas es un Jaimito que se atreve a darle a probar a la izquierda más sacra un poco de su propia medicina faltona y arrogante. Todo esto le ha convertido con los años quizá en un personaje único, irrepetible.

Y eso, estando dispuesto, como presume, a saltarse la más elemental deontología periodística a la torera en defensa de lo suyo y de los “suyos”, que es básicamente la mercancía que vende hace años. Aunque a la hora del recuento los “suyos” tampoco sean tantos ni sean necesariamente los que más bacalao cortan ahora mismo. Marhuenda tuvo el acierto -o la potra- de apostar por los hermanos Fernández Díaz en Cataluña frente a Alejo Vidal-Quadras y esto le llevó en línea recta a ser -y sobre todo proclamarse- “amigo” de Rajoy. No obstante, no deja de ser curioso que a medida que Mariano asciende hasta el cénit de su poder, Marhuenda se aleja más y más de su órbita gabinetera e íntima, hasta el punto de ser desentubado de la política activa y suavemente devuelto al periodismo.

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