El jueves 2 de febrero por la tarde, Noemí Dávila y Vladimir Valdovinos Ibacache acudieron al hospital de La Paz (Madrid) a recoger a su hija Aramis Valdovinos Dávila. A sus 18 meses, la pequeña recibía tratamiento desde hacía tiempo por los problemas cardíacos, auditivos y respiratorios que arrastraba desde su nacimiento. Había sido también una bebé prematura. Esa tarde volvía a casa, le habían dado el alta. Los doctores comunicaron a los padres que la menor estaba en perfectas condiciones y que ya podía dejar el hospital. Ellos, sin embargo, decidieron pasar allí la noche y marcharse al día siguiente a casa. 

Eran las 8:30 de la mañana del 3 de febrero cuando se escuchó una discusión en la habitación 207, la que ocupaban Vladimir y Noemí junto a la niña en la primera planta de Pediatría Infantil. Aramis había estado ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Los responsables de la planta advirtieron los gritos a los pocos minutos y se acercaron a la habitación.

Fue entonces cuando escucharon a Vladimir, fuera de sí, gritarle a su pareja la frase que escucharon todos los sanitarios que estaban cerca de la habitación: "Me la has jugado, me la has jugado, y te voy a dar donde más te duele. Te vas a acordar". Cogió a la pequeña, abrió la ventana y se arrojó al vacío con ella en brazos.

Fue una caída de 12 metros hacia el interior de un patio con el suelo de piedra. Cuentan que en las ventanas de enfrente los especialistas informáticos vieron al hombre precipitarse al vacío con su hija en brazos. Al momento, todos empezaron a correr por los pasillos en dirección al lugar donde se encontraban los cuerpos. El patio se llenó de enfermeros y médicos que acudieron para tratar de salvar la vida de Vladimir y su hija Aramis.

La bebé murió en el acto. Su padre, media hora después. Tenían diversos traumatismos, pero lo que acabó con su vida fue la parada cardiorrespiratoria.

El agresor tenía una orden de alejamiento anterior

Durante varios años, y hasta las pasadas Navidades, Noemí, Vladimir y la hija de ambos vivían en el número 50 de la calle Sáhara, una zona residencial del distrito de Villaverde (Madrid). Cuentan los vecinos que la pequeña arrastraba problemas desde el nacimiento. Aramis siempre iba en el carrito con una bombona de oxígeno al lado, conectada a su cuerpo a través de un tubo colocado en su pequeña nariz. Así podía respirar. Siempre iba con su madre y con la abuela.

Hacía apenas dos años que Vladimir Valdovinos Ibacache había llegado a España desde Chile. Allí, vivía con su familia en el barrio de Miraflores Alto en la localidad de Viña del Mar, una urbe situada a pocos kilómetros de la céntrica y costera ciudad de Valparaíso, uno de los principales enclaves chilenos en el Pacífico. Atrás dejaba antecedentes de los delitos que había cometido. La policía chilena le tenía en el punto de mira por maltratar a una mujer con la que había mantenido una relación anterior. Sobre él, por este caso, pesaba una orden de alejamiento.

Imagen del patio.

No es el único suceso en el que el joven se vio envuelto y del que constan pruebas en manos de la Policía. El día 29 de agosto de 2009, el agresor se vio envuelto en una pelea callejera cuando tenía 19 años. Cerca de las 8:15 de la mañana, funcionarios de Carabineros de Chile recibieron el aviso de una reyerta en la calle Diego de Almagro. Dos agentes se desplazaron hasta el lugar. Allí, “sorprendieron a los requeridos, en los precisos momentos en que mutuamente se golpeaban con sus pies y puños en diferentes partes del cuerpo”. Fueron detenidos y se les impuso una multa de 30.000 pesos. Al tiempo, la causa quedó archivada.

Ahora en Chile, su madre ha lamentado lo sucedido ante las preguntas de los medios de comunicación. Su padre, localizado por algunos periodistas, se enteró por ellos de lo sucedido. No ve al joven desde que este tenía 12 años.

Violencia machista e hijos

Rubén Sánchez Ruiz, psicólogo y formador en materia de violencia machista, asegura que no es la primera vez que se encuentra con hombres que utilizan a los hijos como arma arrojadiza contra sus parejas o exparejas. "Es un caso parecido al de José Bretón. Quemó a los hijos y montó toda la parafernalia para hacerle daño a ella [Ruth Ortiz] de la forma más salvaje posible. Para mí, es violencia machista en toda regla".

A lo largo de su carrera, Sánchez se ha encontrado otros casos similares: en uno de ellos, el agresor mató a los padres de la víctima y a su sobrina. "Fue a los que encontró en casa en ese momento". En otra ocasión, el agresor disparó a su mujer embarazada cuando estaban dentro del ascensor. Ahora cumple condena en prisión. ¿Por qué sucede esto?: "El agresor intenta boicotear el vínculo materno entre la madre y los hijos: buscar poner a la madre en contra comprándoles de forma material, utilizándoles como 'walkie talkie'… El 90% de los agresores que son padres lo hacen", explica Sánchez Ruiz. En el caso concreto que ocurrió la semana pasada en el Hospital de la Paz, el experto asegura que Vladimir tuvo que actuar de forma meticulosa. "Para cometer este tipo de actos hay que ser muy frío. Se pueden pensar muchas cosas, pero cogerlo y saltar… Ya tendría antes alguna idea al respecto".

¿Qué se le puede pasar por la cabeza al hombre para realizar algo así?: "Se trata de un acto de egoísmo, algo sádico, retorcido y perverso. El agresor piensa lo siguiente: 'Si yo lanzo al niño, yo tengo que cargar con la conciencia de lo que he hecho. Si no le encuentro sentido a nada, me voy a vengar, pero me voy a quitar yo de en medio'. Es el acto producto de una mentalidad muy retorcida".

Según el psicológo, existen tres situaciones de alto riesgo para sufrir una agresión física: cuando el hombre quiere mantener relaciones sexuales y la mujer no, cuando la mujer verbaliza la ruptura sentimental y cuando la mujer está embarazada. "El agresor compite por la atención de la mujer con su propio bebé. Puede llegar a estar celoso de esta situación. Son mentes rígidas y rocambolescas que pueden llegar hasta ese punto: golpes en la barriga, patadas… Estas situaciones se producen".

Consecuencias psicológicas

Quienes se vieron involucrados en este acto de violencia reciben tratamiento psicológico. Algunos médicos y enfermeros manifiestan una semana después síntomas de estrés postraumático. Tras ver a su pareja arrojarse por la ventana con su hija, Noemí sufrió una crisis nerviosa. Tuvieron que administrarle tranquilizantes.

"Va a tener que reestructurar toda su vida. Se va a sentir muy culpable de la conversación que mantuvo en esa habitación. Va a analizarlo todo de nuevo para ver por qué ha sucedido, pero hay que repetirle que nada en absoluto es culpa suya, sino del agresor", explica el psicólogo Sánchez Ruiz.