Dos manos negras, las de Emilie König, atrapan un bol de plástico en el que introduce varios huevos que bate enérgicamente con un tenedor. Lleva guantes y deja escapar una risa nerviosa. Estamos en su cocina de Boulogne, un barrio de extrarradio situado al sudoeste de París. “Como has venido a visitarme, te estoy preparando unas crêpes”, dice. Es mayo de 2012 y Emilie todavía no se ha convertido en Ummu Tawwab, la primera mujer yihadista en entrar en la lista negra de Estados Unidos. Lleva un velo integral que cubre la totalidad de su cuerpo y se dirige a su invitada, la socióloga Agnes De Féo, con la que Emilie mantuvo el contacto hasta que abandonó Francia, cruzó la frontera turca y llegó a Siria durante el verano de 2012.

Esta socióloga, especializada en el uso del niqab en Francia, entrevistó a Emilie en 2012 en siete ocasiones, todas ellas en el marco de una recogida de testimonios de mujeres de confesión musulmana adeptas al velo integral, cuyo uso en lugares públicos está prohibido en territorio francés desde el año 2010. El pasado 12 de mayo veían la luz por vez primera las imágenes de estos encuentros, filmados por De Féo, y en los que la joven de origen bretón relata con ambigüedad ciertos pasajes de su pasado que, según ella, le habrían conducido a aunar su vida a la del niqab.

Emilie en su cocina en una imagen de 2012.

“El de Emilie es un caso diferente a los que he estudiado hasta el momento”, cuenta a EL ESPAÑOL esta socióloga. “Su discurso estaba tan construido en la caricatura de ella misma, que en varias ocasiones me cuestioné si debía seguir recogiendo su testimonio, o si me estaba utilizando para dar sentido a su existencia a través de mi cámara”, relata. En las imágenes, la joven francesa combina reivindicaciones islamistas con extractos de un discurso victimista como mujer musulmana en Francia.

NARCISISMO

El documental, Emilie König VS Ummu Tawwab, muestra a una joven Emilie sentada en una terraza del centro de París. Sólo se le ven los ojos, subrayados con un khol negro y algo de rimmel. Ha cambiado su niqab por un chador, un velo que cubre la totalidad del cuerpo dejando únicamente a la vista el rostro de la mujer. En cambio, en un intento desesperado por esquivar la ley, Emilie ha tapado la parte inferior de su cara con una máscara quirúrgica. Ha pedido un zumo de naranja, que intenta beber con la ayuda de una pajita, haciéndola pasar por debajo de la máscara. Cuando este método se le hace pesado, sujeta el vaso de zumo con las dos manos, introduciéndolo a una velocidad inaudita bajo su velo. Son sólo dos segundos, quizá menos. Se intuye ligeramente su cuello y una parte de su barbilla. Su trago ha terminado y la máscara ha vuelto. Emilie ya no está.

EXCLU. Les confessions de la djihadiste française Emilie König, avant Daech

Si se ha desplazado hoy hasta aquí es para apoyar a uno de los dirigentes de Forsane Alizza, que se enfrenta a la justicia por haber fundado este grupúsculo islamista radical en el año 2010. En marzo de 2012, poco después de que Emilie intentase en vano formar parte de ella, el Gobierno francés la disolvió por incitación a la lucha armada. “Que el cabecilla de este grupo le negase la entrada fue una derrota más en su vida”, relata la socióloga, explicando que el comportamiento de la joven respondía tanto al cliché que el dirigente de Forsane Alizza creyó que se trataba de un miembro de la Policía que intentaba infiltrarse en la banda.

“Necesitaba pertenecer a una comunidad, sentirse parte de ella. En numerosas ocasiones me dijo que buscaba a toda costa el respeto de los demás”, cuenta Dé Féo, recordando que a pesar de haber sido rechazada por el líder del grupo, hablaba de sus quince miembros como ‘sus hermanos’. La socióloga asegura que la joven francesa se llevó una gran decepción cuando supo que el Gobierno había congelado las cuentas bancarias de los miembros de Forsane Alizza. “Ella quería formar parte de aquello, y no ser considerada peligrosa como esa falsa comunidad de la que fingía formar parte fue un duro golpe para alguien tan narcisista”, asegura.

EL MUNDO DE LA NOCHE

König nació en Ploemeur, una comuna bretona de 18.000 habitantes. Su padre, gendarme, abandonó a su madre, funcionaria, cuando Emilie tenía dos años. Eran cuatro hermanos, tres de ellos de tres padres diferentes, y pronto la madre decidió que se mudaran a Lorient, a cinco kilómetros de su ciudad natal.

Hacía gimnasia acrobática, que dejó tras una lesión en la rodilla, e incluso trabajó como barman en una discoteca. La futura yihadista relató a la socióloga con todo lujo de detalles los abusos sexuales de los que fue víctima a los 15 años por parte de una de las parejas que su madre tuvo a lo largo de su vida.

“Esta parte de su vida le resultó especialmente traumática”, cuenta a este periódico la socióloga. “A los 17 años se convirtió al Islam, sin que en su familia hubiese cultura religiosa alguna, y siguió dedicándose a la noche durante varios años, a pesar de su confesión musulmana”, cuenta.

Aunque en el documental Emilie no aborda esta parte de su juventud, Agnes de Féo recuerda la repugnancia con que la joven hablaba de aquella etapa. “Con lágrimas en la garganta”, apostilla la socióloga. “Repetía sin cesar que había hecho cosas horribles, que se arrepentía de todo, incluso de haber servido alcohol a los hombres de noche”, cuenta, y afirma que los comentarios de Emilie le dieron a entender que podría haber caído en la prostitución durante esta etapa de su vida. “A los 21 años tuvo a su primer hijo, Ilyes, con un yugoslavo al que nunca volvió a ver”, lanza, precisando que a pesar de que Emilie nunca llegó a pronunciar la palabra ‘prostitución’, reiteraba lo sucia que le hacía sentir recordar esos años viviendo lo peor del mundo de la noche.

“Una de las veces que me invitó a su casa para hablar de su relación con el niqab, a escasos metros de sus dos hijos pequeños que revoloteaban por el salón, dijo con frialdad: 'Ellos no lo saben, pero no son del mismo padre'”, dice De Féo.

El segundo hijo, Mohamed, nació de una tormentosa relación con un narcotraficante, del que Emilie intentó huir mudándose a Boulogne (París), cuando fue encarcelado por venta de estupefacientes. En varias ocasiones le rompió la nariz, y al salir de la cárcel logró dar con su nueva dirección. Una mañana mientras dormía, alguien llamó al timbre y los niños, que jugaban en el salón, abrieron la puerta. Su todavía marido entró hasta el cuarto donde dormía y le propinó una paliza delante de los pequeños.

Después de este episodio, Emilie comenzó la búsqueda de un marido devoto a través de varias webs salafistas. De hecho, en el documental relata cómo decidió anular su matrimonio con un saudí que vivía en Alemania (y al que jamás había visto), porque éste le había propuesto que cambiase el niqab por un hijab (velo simple) y unas gafas de montura considerable.

“Mi exmarido no era practicante. Bueno, o quizá sí, pero practicaba pero a la carta”, dice lanzando una risa glacial. “Digamos que era un musulmán acomplejado”, relata Emilie en la película. “Yo rechazo que el hombre que me solicite me pida quitarme el niqab”, continúa, y explica que no se casó con el “hermano saudí” porque bajo ningún concepto querría dar un paso atrás en su camino hacia el firdaous (el más alto nivel del paraíso). “Yo ya me he desecho del mundo material, no voy a volver al pasado ahora”, explica, “porque para mí eso ya es pecado”.

También la televisión lo era. La socióloga logró grabar en aquel entonces el mueble cubierto con una sábana negra. Contenía una inscripción en blanco. En árabe, se lee: “No hay mas dios que Alá y Mahoma es su profeta”. Emilie se jacta. “También me he deshecho de esto”, dice mirando con desdén el televisor y lanzando de nuevo una risa fingida. “Esa bandera está muy bien donde está. Además, así me recuerda la frase cada vez que paso por delante”.

La socióloga Agnes De Féo, con la que Emilie mantuvo el contacto hasta que abandonó Francia.

“SI ME QUITO EL VELO, SE ME VEN LOS HUESOS”

“En el caso de Emilie, el velo integral tenía diversos significados”, relata De Féo. “Su cultura religiosa era extremadamente limitada, por lo que siempre pensé en su relación con el niqab como una forma de rebelión contra su entorno”, interpreta. Como si su fe no fuese suficiente, en un proceso de continua demostración. “De hecho, forma parte de esas mujeres que comenzaron a llevar el velo integral después de 2010, una vez que su uso en lugares públicos estaba prohibido, y no antes”, apunta.

“El niqab le permitía borrar su pasado, comprarse una nueva identidad y sobre todo, entrar a formar parte de la comunidad salafista”. La socióloga subraya la personalidad narcisista de Emilie, y no olvida esa carcajada incómoda con la que congelaba el ambiente cada vez que hablaba de su velo, acariciando la tela negra con una sonrisa que sólo se intuía por el pliegue de sus ojos. Cuando nombraba a Alá, se ruborizaba y bajaba una mirada ya de por sí escurridiza.

“Cuando empecé a ponerme el niqab me di cuenta de que cuanto más me lo llevaba, más ganas tenía de volver a usarlo”, asegura en el documental. “Ahora es mi segunda piel. Si me lo quito, se me ven los huesos”.

Agnes de Féo asegura que es una respuesta común en las 150 mujeres con niqab que ha interrogado sobre sus sensaciones al llevar este signo religioso. “A menudo me cuentan que entre ellas y el velo se ha creado una especie de adicción”, explica. “En el caso de Emilie tuve siempre la impresión de que intentaba hacer creer a los demás que era una mujer pura a través del niqab, de que buscaba ser respetada, como si se convenciese a sí misma de que detrás de esa tela podía esconder todo lo que le avergonzaba de su vida anterior”, cuenta, y añade que el discurso de Emilie también contenía una violencia reprimida que poco después se materializaría en su huida a Siria.

“En una ocasión, nos cruzamos con unos militares y me dijo que sentía unas ganas feroces de arrancarles las armas y usarlas contra ellos”, recuerda la socióloga. “Se puso fanfarrona, lo hacía a menudo, por eso no la tomaba en serio. Dijo que estaba segura de saber servirse de esas metralletas perfectamente”.

“CARLA BRUNI, ESA DEVORADORA DE HOMBRES”

En el documental, Emilie König no escatima en reproches hacia el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, renunciando por vez primera a su mirada huidiza.

“Nicolas Sarkozy nos ha destruido con su odio sionista e islamófobo. Asumo lo que digo y miro fijamente a la cámara para decir que el señor Sarkozy no ha arreglado absolutamente nada”, lanza, antes de atacar a su pareja, la cantante Carla Bruni. “Me avergüenza haber tenido una primera dama de Francia como su mujer. Una devoradora de hombres... No es una buena imagen para un país”, dice, rebajando un tono que se había elevado.

“Cuando hablaba con esa repulsión de Carla Bruni tenía la impresión de estar escuchándole hablar de ella misma. Emilie fue una devoradora de hombres, lejos de esa imagen de puritana que intenta vender en el documental”, explica De Féo. “Sus dos hijos de Francia son de dos padres diferentes, y el tercero, lo tuvo una vez en Siria con un tercer hombre, un combatiente del Estado Islámico”, explica.

“YA ESTÁ, YA ME HAN CONGELADO LAS CUENTAS”

Cuando la madre de Emilie König, con la que mantenía una relación cercana, percibió que el contacto continuo de su hija con las redes salafistas a través de internet no tardaría en dar sus frutos, se desplazó a la comisaría pidiendo una prohibición de territorio de sus nietos, menores de edad. A raíz de aquella llamada de socorro, el estado comenzó a vigilar a la chica bretona.

Una mañana de junio de 2012, semanas antes de dejar Francia con destino Siria, Emilie llamó a Agnes. “Ya está, ya me han congelado la cuenta bancaria”, recuerda la socióloga. Emilie cobraba entonces un subsidio de 712 euros al mes.

La socióloga afirma que la yihadista pronunció esta frase resoplando con un falso aire de victimismo, cuando lo que en realidad desprendía su voz era un halo de alivio. “Por fin le habían tomado en serio. Por fin formaba parte de la comunidad salafista a la que Francia, país que tanto decía odiar, vigilaba de cerca para evitar que pasara al acto”.

Un año después, De Féo reconoció los ojos de Emilie, ya convertida en Ummu Tawwab (en árabe ‘madre del que perdona’) en un vídeo propagandístico en el que la joven dispara con su fusil desde una montaña al grito de ‘allahu akbar’, e invita a sus dos hijos pequeños, a los que ha abandonado en Francia, a no olvidar lo que son por encima de todo: musulmanes. Hoy viven con su abuela en el pueblo bretón en el que su madre nació hace 31 años.

quAllah vs protege mes bébés Ilyès wa Mohamed !!

A día de hoy, sigue sin saberse a ciencia cierta si terceras personas influyeron (y en caso de que así fuera, de qué manera) en su fundamentalismo, así como en su partida definitiva a Siria a través de la frontera turca en julio de 2012.

Su último marido, Abu Mohamed, falleció en combate y Ummu Tawwab vive sola con su bebé en el norte de Alepo. Según las últimas investigaciones, habría logrado reclutar a más de 200 mujeres francesas a través de internet desde su llegada a tierra siria, a las que adoctrina para atacar instituciones francesas. Desde el 19 de septiembre de 2015, es la primera mujer yihadista en ver figurar su nombre en la lista negra de terroristas internacionales de Estados Unidos.

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