Frente a la Bolsa de Bruselas hay una alfombra de banderas de todo el mundo superpuestas de manera espontánea desde el martes por la noche. Cuesta encontrar una belga o una de la ciudad.

Abundan las viñetas de Tintín, sobre todo la del héroe llorando cuando se entera de la supuesta muerte de su amigo Tchang. También hay varias del gato dibujado por Philippe Geluck. En el pavimento hay pintados con tiza varios Atomium, las esferas creadas en 1958 que representan un cristal de hierro ampliado 165.000 millones de veces.

La viñeta del Kroll en Le Soir tras los atentados Le Kroll

En los mensajes en los escalones, las paredes y las aceras, se encuentran referencias a las patatas fritas y al Manneken Pis, el niño que orina y que ha inspirado a varias esculturas haciendo el mismo gesto, como la niña y el perro, que están a pocos pasos de aquí, en el centro histórico de la ciudad.

“Si tuviera que elegir un símbolo de Bruselas, tal vez sería el perro callejero que hace pis. Porque es callejero. Incluso el niño. Simboliza el espíritu rebelde y el no tomarse demasiado en serio”, me dice Dirk Jacobs, sociólogo de la Universidad Libre de Bruselas, nacido en Brujas y bruselense desde hace 17 años.

A Jacobs le gusta lo del “perro callejero” porque le recuerda al nombre de su festival favorito en Bruselas, la Zinneke Parade, que utiliza el sobrenombre de los bruselenses, “zinneke”, por los perros que merodeaban por el río Zenne que atravesaba Bruselas y que hoy sólo se ve en las afueras de la ciudad. El desfile es un despliegue folclórico de las comunidades de Bruselas, donde más del 30% de los residentes han nacido fuera de Bélgica. Se celebra cada dos años con un tema. El próximo, previsto para el 21 de mayo, se titula “Frágil”.

Una foto del Manneken Pis en los escalones de la embajada belga en Berlín. Fabrizio Bensch

ICI C'EST COMME ÇA

Una de las primeras frases que me dijeron sobre Bruselas cuando llegué a trabajar a la ciudad en 2005 fue “pero está cerca de todo”. Durante los siguientes seis años yo también la acabaría repitiendo.

Es cierto que está a poco más de una hora en tren de París y a menos de un par de Londres, Colonia o Amsterdam. Pero la frase refleja el miedo al aburrimiento de una ciudad donde en apariencia la vida está sobre todo en el interior de las casas, donde los supermercados no tienen prisa por reponer la mercancía, donde la variedad de la oferta es a veces soviética, donde "la nube" hace que haya menos horas de luz solar al año que ciudades más al norte de Europa y donde sacar la basura es una aventura. La fórmula universal para no resolver ningún problema se resume en una frase: "Ici c’est comme ça" ("Aquí se hace así").

Desde fuera Bruselas se identifica con la burocracia. Es una ciudad con cinco parlamentos: el Europeo, el federal, el de la comunidad flamenca, el de la francófona y el de Bruselas. Es la sede de instituciones especialmente lentas o impopulares como la Unión Europea y la OTAN.

A menudo la ciudad es simplemente una desconocida.

En las búsquedas de Google después de los atentados lo segundo más buscado en Estados Unidos era “dónde está Bruselas” y lo cuarto, “cómo de lejos está Bruselas de París”.

DE TORNASOL AL HIP HOP

Todo pese a que Bruselas le ha dado a la cultura europea El asunto Tornasol, la pipa de Magritte, la casa modernista de la plaza Ambiorix, la Grand Place más bella del mundo (según Goethe), Audrey Hepburn, Amélie Nothomb, el manifiesto comunista de Karl Marx o el chocolate de Pierre Marcolini.

“¡Y no te olvides de Stromae!”, me dice Dirk De Clippeleir, el director de la Ancienne Belgique, una sala de conciertos histórica de la ciudad equivalente al Bataclan de París. En 1977 el Ministerio de Economía la compró y se la ofreció a la comunidad francófona y a la neerlandófona. Despues de una disputa entre dos políticos, se la quedaron los flamencos.

“Bruselas es única porque hay una cantidad enorme de artistas jóvenes de toda Europa que se han quedado a vivir aquí. Hay una gran escena musical. La revista francesa Les Inrockuptibles ha nombrado a Bruselas como la nueva capital del hip hop con grandes bandas como La Smala”, explica el director de AB, el diminutivo con el que se conoce el teatro.

El director lleva viviendo 20 años en Bruselas y estaba en la estación de Midi cuando se enteró de los atentados. Iba a coger un tren hacia Alemania. Se quedó en Bruselas porque quería estar con su equipo. El martes cancelaron sus conciertos, pero ya los han retomado. “Lo mejor que puede hacer AB es seguir abierta y programar buena música: en estos tiempos difíciles y tensos, la gente necesita más y más cultura que nunca”, dice.

Mariposas de papel en la plaza de la Bolsa de Bruselas Yoan Valat

CRUCE DE CAMINOS

Bruselas no es una ciudad evidente. Ni en la cultura ni en la opulencia centroeuropea.

Es una de las ciudades más ricas de Europa, pero un tercio de su población vive en riesgo de pobreza y exclusión social. Molenbeek está junto a la zona “de diseño” en el centro de la ciudad, pero cerca del 25% de sus 95.000 residentes, la mayoría jóvenes, están en paro. La tasa de desempleo en Bruselas es del 18%; en Bélgica, está por debajo del 8%, según los datos de este febrero.

Las disputas políticas entre la comunidad francófona y la neerlandófona han puesto varias veces en crisis a todo el país. La ciudad es oficialmente bilingüe y sus límites físicos han estado en disputa durante años, incluso impidiendo la formación de Gobierno durante meses. El aeropuerto está de hecho en Flandes, exclusivamente neerlandófona, y se llegó al apaño de ponerle el nombre en inglés: “Brussels Airport”.

“La región tiene una estructura muy compleja. Pero su complejidad es parte de su atractivo. La ciudad es un cruce de caminos entre la tradición germánica y la latina. Es una ciudad entre el norte y el sur de Europa. Su identidad híbrida la hace muy vibrante”, me explica el profesor Dirk Jacobs, que vive en el centro, no muy lejos de Molenbeek.

La vigilia en la plaza de la Bolsa de Bruselas Reuters

La tensión entre las comunidades históricas queda disuelta en un mosaico mucho más complicado. Los ciudadanos de toda la UE que trabajan para las instituciones europeas, los estadounidenses de la OTAN, los congoleños del pasado colonial de Bélgica y los inmigrantes económicos, muchos de España, Italia, Marruecos y Turquía llegados en varias oleadas desde los años 60.

El 33% de los bruselenses no tiene la nacionalidad belga. Los nuevos inmigrantes son rumanos, polacos, guineanos, indios, brasileños y sirios. La mayoría son jóvenes y Bruselas tiene la edad media más baja de Bélgica: 37 años; 34, en Moleenbeek (en Madrid, por ejemplo, la media ronda los 43).

Las casas bajas, los horarios limitados y la tranquilidad de la ciudad transmiten una imagen provinciana que sin embargo no se corresponde con su variedad nacional.

“Los terroristas atacaron la dimensión de la UE, el metro junto a la Comisión Europea, el Consejo y el Parlamento. También la dimensión internacional (el aeropuerto) de Bruselas. Bélgica no se puede considerar el único objetivo”, me dice Regis Dandoys, politólogo de la Universidad Católica de Lovaina, que lleva 15 años viviendo en Bruselas. “Me encanta Bruselas. Tiene las ventajas de una gran ciudad, pero también mantiene el espíritu de pueblo”, explica el profesor, que es de Valonia, la región del sur oficialmente sólo francófona.

El ambiente relajado en una terraza del centro de Bruselas fotografiada en mayo de 2011. Jan Kranendonk

LA LÍNEA CLARA

Ese espíritu de pueblo tiene que ver con la creación de los 19 distritos independientes que forman la ciudad. Cada barrio es un pequeño pueblo, con su ayuntamiento, sus requisitos y sus días específicos para sacar la basura (durante unos meses fui la envidia de mis amigos por vivir en el límite de dos comunas y poder sacarla más de una vez a la semana).

Detrás de la complejidad, una vida simple. Como la de las líneas de las caras que decoraban las paredes de la estación de Maelbeek donde un terrorista asesinó el martes a al menos 20 personas.

La explicación de la sencillez que me da el pintor que dibujó los rostros, Benoît, es práctica: “La gente los ve muy rápido, en pocos segundos”.

La linealidad es tal vez lo que mejor define a un país al que le cuesta ponerse etiquetas. El casi vacío del trazo que eligió Hergé para su héroe, "la línea clara", encaja bien en Bélgica: en el vacío, es todo lo que quieres que sea.

En la tragedia, los bruselenses han elegido a su vecino Tintín porque representa lo mejor del país. “Un espejo positivo de una Bélgica siempre alegre, abierta al mundo y a otras culturas. Tintín nos protege del pesimismo de los tiempos. No conoce el miedo”, escribía esta semana el experto en cómics de Le Soir, Daniel Couvreur. “Tintín es inocente como un niño y fuerte como un adulto. No tiene nada de superhéroe. Su apariencia es frágil, a imagen del pequeño país donde nació”. 

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