Los tambores se templan, se afinan las trompetas y los pasos están bruñidos. Todo está listo para que comience la Semana Santa de León. También los miles de litros de vino, azúcar, limón y especias mezclados con antelación para alcanzar su sabor óptimo el Domingo de Ramos.

La limonada refrescará las gargantas de los 16.000 papones o cofrades que participan en las procesiones de la capital leonesa, del público asistente y de la barahúnda de turistas que inunda estos días la ciudad. Todos ellos saldrán a matar judíos.

Así se denomina en la provincia de León al acto de beber la tradicional limonada de Semana Santa. En Ponferrada, Astorga y Sahagún también entienden a qué se refiere esta expresión.

Son unas palabras cuyo significado actual nada tiene que ver con pogromos ni asesinatos de hebreos. Sin embargo, la frase rechina en los oídos de quienes la escuchan por primera vez. La red de cultura judía Tarbut Sefarad y el periodista Elías Cohen se han pronunciado en contra de su uso por su carga antisemita, pero ¿de dónde viene esta festiva costumbre de beber vino afrutado durante los días santos y por qué está asociada a matar judíos?

La aljama leonesa y los pogromos

Aunque casi no quede rastro visible de ella, León tuvo una judería amplia y próspera hasta 1492, fecha en la que los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos de Castilla. La aljama o judería leonesa más antigua estuvo a las afueras, en el castrum iudeorum o Puente Castro. Allí se encuentra ahora el Centro de Interpretación del León Judío, donde se pueden ver lápidas, inscripciones y diverso material etnográfico con el que descifrar el rico pasado de la ciudad. En 1196 la judería fue arrasada por las tropas de Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón, víctima de la guerra que les enfrentaba con el reino de León.

Los supervivientes se refugiaron en la capital vecina, agrupándose en la zona del barrio de Santa Ana próxima a la muralla. La comunidad creció muy deprisa y sus habitantes se dedicaron al comercio, la artesanía y la medicina. También al préstamo y la recaudación de impuestos para grandes instituciones religiosas o seglares.

La judería de León fue cuna de famosos rabinos como el pensador Moisés de León, autor del Zohar y uno de los cabalistas más importantes de la historia. La convivencia con los cristianos, en principio pacífica, se fue agriando con el paso del tiempo. En el siglo XIII se les prohibió poseer tierras de labranza y vestir sin distintivo. Unos años después, empezaron a circular los rumores que les atribuían las malas cosechas, el envenenamiento de los pozos e incluso el secuestro y sacrificio ritual de niños.

Esta animadversión, cimentada en la intolerancia religiosa y el rencor provocado por deudas y préstamos debidos, alcanzaba sus cotas máximas en tiempo de Cuaresma. Era entonces cuando los cristianos, embravecidos por el fervor y la cercanía de la Semana Santa, hostigaban a los hebreos para vengar la muerte de Jesucristo. Los abusos eran corrientes en ese época del año, durante la cual los judíos evitaban salir de sus casas.

Judíos en un fresco de la Catedral de León. Nicolás Francés, s. XV. / Cortesía del Ayuntamiento de León.

Sin ninguna certeza documental que las avale, existen diversas teorías acerca del origen de la expresión “matar judíos” en relación con la ingesta de limonada. Una de ellas cuenta que las autoridades eclesiásticas permitieron el consumo de vino rebajado en las tabernas del Barrio Húmedo para que fueran menos graves las algaradas provocadas por unos cristianos borrachos de camino a la judería.

El incidente más importante entre cristianos y hebreos en León sí está documentado. Ocurrió dentro del contexto de un enfrentamiento del rey Juan II de Castilla con parte de la nobleza leonesa. Al ser los judíos ciudadanos protegidos por el monarca, atacarles equivalía a afrentar e ignorar la autoridad real, y así sucedió en la primavera de 1449 cuando Suero y Pedro de Quiñones entraron con una turba a saquear la aljama. Seguramente utilizarían el discurso religioso para animar a sus secuaces, y el vino sirvió para enardecer los ánimos y celebrar el crimen.

Este ataque podría ser el origen de la relación entre limonada y los ataques antisemitas según la historiadora Margarita Torres.

Doctora en historia medieval, profesora durante años en la Universidad de León y ex cronista oficial de la ciudad, Torres es hoy concejala de Cultura, Turismo y Patrimonio del Ayuntamiento de León. Según dice, la comunidad judía era “el chivo expiatorio de una sociedad en profunda crisis socioeconómica desde mediados del s. XIV. Guerra, peste, hambrunas, cualquier excusa fue vista como buena para culpar a los hebreos de todos los males, azuzados por los inquisidores y algunos clérigos y nobles locales que buscaban, en estos actos sangrientos, rehabilitar su memoria, medrar en la Corte o la Iglesia o, simplemente, eliminar a aquellos con los que tenían deudas”.

El etnógrafo y antropólogo leonés Joaquín Alonso incide en que ninguna de las teorías sobre esta tradición se puede probar con certeza, aunque ubica sus raíces en el clima de intolerancia y antisemitismo sufrido por los escasos judíos de una urbe mayoritariamente cristiana como León. El mismo ambiente se respiraba en Castilla y Aragón. Después de la expulsión o conversión forzosa de 1492 no quedó atisbo alguno de judíos en León, siendo asimilados los conversos y sus descendientes en el resto de la población. A partir de entonces “matar judíos” fue perdiendo su significado original y adquiriendo el sentido incruento que le otorgan ahora los leoneses, aunque perduraron algunas frases más explícitas como “limonada que trasiego, judío que pulverizo” o “cristiano ebrio, judío muerto”.

La limonada, remedio de cofrades

Cada hogar tiene su propia receta, transmitida de padres a hijos. En cada barra de bar se presume de tener la mejor limonada. La cuelga de carteles que rezan “hay limonada” anuncia cada año la cercanía de la Semana Santa leonesa, declarada fiesta de interés turístico internacional. Dieciséis cofradías recorren la ciudad a lo largo de 10 días en 25 procesiones sacramentales con gran afluencia de público entre las que destaca especialmente la Procesión del Encuentro, que se celebra durante la mañana de Viernes Santo.  

La austeridad y el recogimiento con los que se vive esta Semana Santa tienen mucho que ver con la procedencia de esta bebida. Aunque el alcohol no estaba estrictamente prohibido durante la Cuaresma por los preceptos de la Iglesia, sí que estaba mal visto abandonarse a sus efectos. La ingesta de bebidas alcohólicas en Semana Santa era mínima, y se aprovechaban como desinfectante para curar las heridas de los disciplinantes.

Hasta 1776, fecha en la que fueron prohibidas por el rey Carlos III, las procesiones con penitentes de sangre y flagelantes fueron muy comunes. Después de picar con un cuchillo o cristal los hematomas producidos en la piel, los cofrades eran curados con un preparado a base de vino caliente y otros ingredientes.

La misma fórmula servía como refresco tonificante después del esfuerzo, aunque se consumía en el ámbito privado de las cofradías. Los disciplinantes desaparecieron pero la costumbre de beber vino rebajado se mantuvo asociada a los días de Semana Santa.

Procesión de disciplinantes. Francisco de Goya, circa 1813.

En “La Ilustración Ibérica” del 31 de marzo de 1894 se contaba que “las cofradías y hermandades, que tanto abundaron en el siglo XVIII, no eran muy edificantes, y sabido es que en sus juntas no faltaba nunca el jarro de vino ó de limonada, con el que hacían frecuentes libaciones los cofrades que salían enmascarados á formar parte en las procesiones. En muchas provincias de España se conservan todavía estas costumbres, y los muchachos suelen correr tras los de las puntiagudas caperuzas gritándoles: —¡Limoná! ¡Limoná!”.

Herencia de Hipócrates

La limonada leonesa lleva siempre vino, limones, canela y azúcar. A partir de ahí la creatividad deja margen para añadir naranjas, higos secos o pasas. La mezcla ha de reposar varios días. Durante ese tiempo se remueve y se prueba para comprobar su dulzor y corregirlo si es necesario.

La limonada, con una fórmula casi idéntica y bajo el mismo nombre, se conoce también como bebida cuaresmal en otras provincias del antiguo reino de León como Salamanca y Zamora e incluso en lugares de Castilla como Ávila, Segovia, Soria, Palencia o Guadalajara. En villas como Peñaranda de Bracamonte se hace limonada de vino tinto y clarea de vino blanco, ampliando la gran familia del vino afrutado. Esta familia incluye, además de la famosa sangría, el zurracapote riojano, la cuerva manchega, la zurra murciana, la ardaurgozatza vasca y otras variedades elaboradas en toda España.

Todas ellas provienen del hipocrás o vino especiado medieval, una bebida a base de vino y especias que se creía invención del médico griego Hipócrates. En la Edad Media se pensaba que los alimentos y condimentos influían de manera determinante en la salud y en los llamados humores del cuerpo. El hipocrás llevaba vino, miel, canela, clavo, jengibre y, según la receta, frutas u otras especias como macis, pimienta luenga y galanga. Se bebía como tónico medicinal y en los banquetes nobles como signo de distinción social debido al alto precio de sus ingredientes.

En el “Regalo de la vida humana” de Juan Vallés (siglo XV), se dice que “ahunque agora está usurpado para la gula y regalo de la mesa el ypocrás, o por mejor decir el vino ypocrático, su primera invención fue sino para mediçina y restauración y confortaçión del estómago”.

De este modo entronca el hipocrás, precedente de la limonada y sus parientes cercanas, con el uso medicinal de estas bebidas en las antiguas procesiones de Semana Santa y su evolución natural hacia un consumo meramente lúdico.

Fotografía de Tamorlan / CC BY

Expresión antisemita ¿sí o no?

Aunque “matar judíos” sea hoy una frase coloquial referida a un acto pacífico, su significante tiene un origen claramente antisemita. Esther Bendahan, escritora, directora del centro Sefarad Israel y exresponsable del programa Shalom de La 2, piensa que esta expresión es un residuo fósil de sentimientos antiguos. Aunque sabe que los leoneses no hablan con ánimo ofensivo ni son antisemitas, cree “que quienes toman esa bebida y dicen “matar judíos” no son conscientes de lo que dicen ni de lo que supone decirlo”. Es la muestra inconsciente de un conflicto que hizo sufrir a miles de judíos españoles a lo largo de los siglos y que perpetúa una asociación mental concreta.

“Evidentemente si yo o mis hijos estuviésemos en León y oyéramos esa expresión nos sentiríamos incómodos, incluso mis hijos algo asustados. Por ejemplo, si se dijera matar madrileños o matar médicos ¿qué dirían los afectados? Lo mejor sería que la propia población adulta y educada dejara de decirlo por su propia cuenta y así cayera en desuso”, agrega Esther.

Eso es lo que ocurrió con otra vertiente semántica de “matar judíos”, que era como se denominaba el acto de hacer ruido con palos, carracas, matracas o todo lo que se tuviera a mano en la noche de Jueves Santo. Durante el oficio de Tinieblas, se iban apagando las velas del tenebrario en el altar de la iglesia y se cantaba el Miserere, tras el cual los feligreses provocaban un momentáneo estruendo. Lamentaban así la muerte de Jesucristo.

Esta tradición litúrgica se llamaba “matar judíos” en diferentes partes de España y se convirtió en un juego infantil que extendía el escándalo a las calles de pueblos y ciudades. Era especialmente habitual en Asturias y Cataluña, donde aún perdura su recuerdo como “matar jueus”.

Hasta los años 50, en Girona los niños esperaban con entusiasmo el Sábado de Gloria, cuando se permitía el jolgorio y podían salir a la calle a matar judíos provocando estrépito con cazuelas, utensilios de madera, tambores, silbatos y trompetas.

Puede que esta tradición, practicada también en León dando fuertes golpes en puertas y bancos con palos y piedras esté también detrás de la vinculación con la limonada. Lo que sí es cierto es que ya a principios del siglo XX se pedía desde la tribuna de la prensa desterrar el uso de semejante expresión referida al Acto de Tinieblas “que perpetúa el odio feroz e imbécil que algunos pueblos europeos que se precian de civilizados mantienen contra sus propios ciudadanos” (El Luchador, 1 de abril de 1933). “El pueblo, no pudiendo matar judíos de veras, los mata en efigie, haciendo peleles que acribilla y quema en este día” (El País, 4 de abril de 1901).

“Matar judíos” haciendo ruido pasó a la historia, interpretado como una ofensa gratuita y una construcción lingüística que evitar. Pero en León, el Bierzo y la Maragatería matar judíos bebiendo sucesivas limonadas sigue siendo hoy una frase hecha, unas palabras pronunciadas sin malicia y enraizadas en el habla popular que sin embargo arrastran un pasado tenebroso.

Según la historiadora Margarita Torres, concejala de cultura de León, de la antigua inquina contra los judíos queda únicamente la costumbre de tomar esta bebida en Semana Santa “sin más connotación que la festiva y tradicional”.

Torres, colaboradora habitual de las Jornadas de la Cultura Judía de León y ahora organizadora de la Semana Cultural Judía promovida por el consistorio, cree que el nombre de “matar judíos” se mantiene porque “consideramos que recordar nuestra historia, lejos de condenarnos, nos muestra una lección de futuro sobre aquello que debemos evitar y repudiar: el odio al diferente. No podemos borrar nuestra historia, pero sí evitar que se repita no olvidándola jamás”. La concejala es partidaria de seguir usando este dicho en comunicaciones institucionales y folletos turísticos.

Sin embargo, puede que a los visitantes que acudan a la provincia estos días y escuchen por primera vez “matar judíos” les resulten incongruentes estas palabras con el ánimo cordial de los leoneses, su compromiso con la revalorización de su pasado judío y su luminosa Semana Santa durante la cual, además de la recomendable limonada, se pueden degustar torrijas, potaje de vigilia, sopas de trucha y otras delicias cuaresmales.