Ames (Iowa)

Joyce Emery no deja de sonreír y tiene 72 años. Dos menos que Bernie Sanders, su favorito en la carrera demócrata hacia la Casa Blanca y el senador socialista por el estado de Vermont.

Lo conoció en un acto de campaña cerca de Ames, la ciudad de unos 60.000 habitantes donde vive y donde se celebró un evento del senador. Al final del acto, Emery se acercó sin dificultad a una de las puertas de salida, saludó a Sanders con un apretón de manos y cruzó unas palabras. "Me dio hasta un poco de miedo", confiesa. "Pensé que era demasiado accesible".

Hoy Emery es una de las voluntarias que trabajan en una oficina de campaña de Sanders. Es un local pequeño y ubicado en la calle principal del pueblo, desolada este viernes a mediodía.

En la oficina no falta nada: hay un cartel a favor del salario mínimo, un cartel contra la desigualdad y otro a favor del seguro médico universal. También una foto del papa Francisco y una bandera americana con los colores de la bandera gay. Detrás de Emery, un espejo muestra una frase sagrada aquí: "La gente de Iowa elige presidentes".

El lunes 1 de febrero los habitantes de Iowa están llamados a votar en unas asambleas que aquí se conocen como caucus y que abrirán la carrera presidencial en 2016. Una palabra en inglés resume la gran obsesión de las campañas: retail politics. Algo así como la política de andar por casa, aquélla que tiene que ver con el encuentro con los votantes en lugares pequeños y con conversaciones como la que recuerda Emery.

Todos los días hay actos de campaña y es sencillo encontrar un evento donde no hay más de 40 personas con alguno de los candidatos. Los aspirantes a veces se mudan durante unos días a este estado con forma de rectángulo chato donde viven unos tres millones de personas. Aspiran a ganar, a quedar segundos o a superar las expectativas. Los demás quedarán en el olvido y alguno dejará la carrera unos días después. 

Christie en Ames. Jim Young / Reuters

Una cerveza con Christie

Nevada es un pueblo con menos de 7.000 habitantes a las afueras de la ciudad Des Moines. Allí vive la radióloga Tracy Barker (29 años), una madre de tres hijos que bebe una cerveza a unos metros de Chris Christie, gobernador republicano de New Jersey y aspirante republicano en la carrera presidencial. 

Es uno de esos eventos típicos de Iowa: Christie pronuncia unas palabras delante de menos de 100 personas en un restaurante con bufé. Es un discurso breve e íntimo y una oportunidad para conocer al candidato, con el que los votantes pueden hablar.

"Vimos a casi todos los candidatos", dice Barker. "Es divertido, nos prestan mucha atención". No parece muy interesada en Christie, que en 2013 era un presidenciable prometedor y al que hoy la radióloga descarta de la pelea: "Me gusta pero obviamente no va a ganar”.

Christie no está de acuerdo: "Nadie ha votado aún. Todos tenemos una posibilidad”, me dice el gobernador mientras se sirve un plato de garbanzos y chili con queso rallado como si fuera un comensal más.

"Esta gente pone mucho esfuerzo y le dedica mucho tiempo a venir a estos eventos y conocernos. Es una forma muy buena de examinar a un candidato", explica Christie, que apenas logrará un 3,6% de los votos según la media de sondeos que publica la web Real Clear Politics

Los habitantes de Iowa gozan de un poder especial otorgado por el código postal. A eso se agrega que la prensa ha convertido a Iowa en un evento mediático y ha agigantado su influencia política en el desenlace de las primarias.

Los votantes pueden escudriñar a un político como los votantes de ningún otro estado. Un dato lo demuestra: en 2008, la última vez que se celebraron primarias disputadas en ambos partidos, uno de cada cuatro votantes había conocido a alguno de los aspirantes y le había hecho una pregunta. 

"Un candidato puede estrechar la mano de cada persona que va a votar por él", explica David Redlawsk, politólogo y autor del libro Why Iowa?.

Es un rasgo distintito del sistema federal de Estados Unidos: la Casa Blanca se disputa sólo en un puñado de estados. Iowa es uno de los más influyentes pero es también uno de los menos diversos del país: nueve de cada 10 habitantes son blancos y apenas viven hispanos, un bloque demográfico decisivo en la batalla que librarán demócratas y republicanos en noviembre de 2016.

Donald Trump ha liderado las encuestas durante meses. Pero desde hace unos días se ve amenazado por el empuje de Ted Cruz, que le ha tomado la delantera en algunos sondeos y es el favorito para hacerse con el triunfo pese al rechazo que suscita en figuras tan influyentes como el gobernador republicano del estado, Terry Branstad, que ha recordado la oposición del senador a las ayudas a la importante industria del etanol.

Trump en el museo de la ciudad natal de John Wayne. Mark Kauzlarich / Reuters

Una esposa de granjero

Dianne Jorgenson tiene 64 años y se ha venido a uno de los eventos del magnate republicano en Fort Dodge. Jorgenson, que luce una camiseta con la leyenda Esposa de Granjero, explica su apoyo a Trump recordando su firmeza al decir que es necesario "volver a convertirnos en una gran nación".

La mujer no cree en el cambio climático, reniega de los inmigrantes y confía en el éxito empresarial de Trump. Asegura que no es racista pero advierte que hay "muchas cosas malas" que vienen a Estados Unidos: "No sabemos quiénes son ni por qué están aquí". 

No todos sienten lo mismo con respecto a los inmigrantes. Ron Grady, un granjero de 72 años que conduce una de las típicas camionetas americanas, dice que la gente siempre va a inmigrar a Estados Unidos y recuerda que Iowa no tiene tantos inmigrantes como el sur del país. “Yo no estoy preocupado por nada”, confiesa con tranquilidad.

Grady habla desde su camioneta mientras espera a otro granjero en la entrada de su casa, al lado de una carretera. Se queja de lo abultada que es la deuda de Estados Unidos, resta importancia a la amenaza terrorista del grupo Estado Islámic y cree que el futuro va a ser bueno, pero a la vez dice lo contrario: "Este país va hacia atrás".

Grady se define como demócrata aunque critica a Obama: "No tiene carácter", sentencia.

"Trump dice las cosas como son", sostiene repitiendo un mantra que se repite no sólo en Iowa sino en Nueva York y en otras partes del país. "Me gusta más que Hillary", subraya antes de decir adiós.

Un granero pintado con la bandera en Kanawha (Iowa). Jim Young / Reuters

En manos de Dios

La religión desempeña un papel importante entre los republicanos de Iowa. El respaldo de los votantes evangélicos disparó el respaldo a los dos últimos ganadores: Mike Huckabee en 2008 y a Rick Santorum en 2012. Ahora ha empezado a impulsar en los sondeos a Cruz, que se ha hecho con el respaldo de líderes religiosos tan influyentes como James Dobson o Bob Vander Plaats.

“Como cristiano, me importan sus valores cristianos”, me dice Ross Anderson (20 años), estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Simpson de Indianola y voluntario de la campaña del neurocirujano Ben Carson, que comenzó muy bien y que ahora ha empezado a deslizarse en los sondeos.

Lo mismo opina de Trump una de sus seguidoras, Carolyn Berndt (60 años), que luce una camiseta con su rostro impreso en tres botones de metal. "Tiene buenos valores cristianos", dice sobre un hombre que se casó hace unos años por tercera vez.

Muchas personas aquí admiran el éxito empresarial de Trump. Pero sobre todo sienten que refleja un cambio con respecto a la forma de hacer política en Washington que tanto parece molestarles.

"La gente está cansada de lo que está ocurriendo con la política", sostiene Jan Morey, mientras pega calcomanías redondas de Donald Trump en el pecho de personas que entran en un acto de campaña.

Morey luce una bufanda con los colores de la bandera de Estados Unidos y explica sonriente: "Usando esta bufanda, me he sacado fotos usando esta bufanda con seis candidatos".

Sanders habla en Iowa. Jim Young / Reuters