El vicario sevillano Francisco Vázquez Adorna concluyó en 1981 que los 100 años de presencia salesiana en Andalucía no podían festejarse sólo con un toque de campanas. Se reunió con el arzobispo José María Bueno Monreal y le pidió crear dos nuevas misiones salesianas. 

El arzobispo accedió y le comunicó los dos lugares en los que se ubicarían las misiones. Tenían que ser lugares de necesidad extrema, con carencias sociales y económicas muy urgentes. El primero fue Togo, un país situado en África occidental. El segundo, la barriada de las Tres Mil Viviendas, en el sur de Sevilla. “Os necesito en las Tres Mil, irse para allá”, dijo el arzobispo. Y allá se fueron.

En su despacho de la parroquia de Jesús Obrero y recostado sobre el respaldo de su silla, Francisco Sánchez rememora aquella decisión ya sin asombro. “Entonces nos preguntábamos: ¿qué está pasando en ese barrio para que se necesite una misión con la misma urgencia que en Togo?” En realidad, la pregunta puede simplificarse: ¿qué tiene que suceder en un barrio de una ciudad de Europa para que se precise con urgencia una misión?

La duda razonable

En el centro social El Esqueleto, ubicado en el corazón del barrio de las Tres Mil Viviendas, este miércoles hay mucha gente. No es algo que suceda con frecuencia. Cae una lluvia fina que no alivia el calor.

Casi todos los presentes son jóvenes. Trabajadores sociales y profesores que durante este curso trabajarán en la barriada. Les han reunido para celebrar lo que aquí se conoce como una "Recogymkana": es decir, un recorrido anual por el barrio para que se familiaricen con la zona antes de arrancar el curso. “En realidad”, susurra sonriendo un profesor, “lo hacen para que perdamos el miedo”.

Maestros y trabajadores esperan charlando en la cancha de baloncesto. Frente a ellos, la prensa y algunos políticos locales. Un poco más alejados, algunos vecinos curiosos y el guardia de seguridad del centro.

Toma la palabra María del Mar González, directora del Comisionado del Polígono Sur. “De este barrio se cuentan muchas cosas, hay un imaginario en toda España de este lugar que siempre sale en los medios por lo mismo. Pero éste es un barrio hospitalario y vais a poder comprobarlo”. El discurso sigue y con la voz de la comisionada de fondo el guardia de seguridad se acerca a un fotoperiodista e intenta ser diplomático. “Ya sabes que aquí hay zonas en las que podéis sacar la cámara y otras que no, ¿no? Pues eso”.

Cuando el recorrido arranca, el confuso paralelismo vuelve a presentarse a las puertas de Las Vegas, el punto más conflictivo y marginal del barrio. Mientras un trabajador social que ejerce de guía expresa, voz en cuello, que “no hay nada que temer” y que “este barrio sufre un estigma”, el primer vecino que nos cruzamos pregunta desconcertado: “¿Pero qué hacéis aquí?”.

La duda es razonable. ¿Estamos en el barrio más peligroso de España o estamos en el barrio más estigmatizado de España?

María del Mar González, directora del Comisionado de la Junta para el Polígono Sur. Fernando Ruso

Historia de un polígono

Rafael Pertegal, vecino sevillano de las Tres Mil Viviendas, tiene 67 años. Recuerda todavía los rumores que corrían en la ciudad a finales de los años 60. El ayuntamiento empezaba entonces la edificación del Polígono Sur.

El polígono es un conjunto de seis barrios. Uno de esos barrios es el que se conoce como las Tres Mil Viviendas aunque a veces el término se extiende popularmente a todo el Polígono Sur. Al principio se dijo que los nuevos edificios acogerían a miembros de la Administración, desde funcionarios a políticos pasando por agentes de la Guardia Civil. Pero los destinatarios reales del nuevo polígono fueron sevillanos que vivían en malas condiciones: chabolistas de La Corchuela y El Vacie o vecinos de los corrales de Los Pajaritos o la misma Triana.

Allí llegaron todos en 1977, cuando se concluyó el Polígono Sur. “Eran casas muy buenas, de muchos metros cuadrados y con todos los servicios”, recuerda Rafael. “Había espacios verdes y amplias calles. La gente estaba muy contenta”.

La alegría duró poco.

En apenas unos años el área se convirtió en un gueto. Sobre todo dos zonas conocidas como Las Vegas y las Tres Mil Viviendas. La mayoría de las familias venían del campo y trasladaron su modo de vida a la ciudad.

A los pocos meses nadie pagaba ya el alquiler social de las viviendas y nadie usaba las pocas papeleras que quedaban en pie. El hueco del ascensor servía para echar los desperdicios y los portales, para alojar a los caballos y a los burros.

Ante este panorama, muchas familias abandonaron el barrio y dejaron paso a más vecinos que buscaban esa vida, casi al margen del sistema. También atrajeron hasta aquí a personas que huían de la justicia.

La configuración del Polígono Sur alimentó el aislamiento social de los vecinos. Sólo una parte tiene comunicación con el resto de Sevilla. Por las demás, el polígono limita con una vía de tren, un polígono industrial y una carretera. Las viviendas quedaron al margen del mercado: sólo había compraventa bajo cuerda entre familias interesadas en desaparecer del mapa. Incivismo y aislamiento. La crónica negra del barrio se consolidó en tiempo récord.

“El polígono entró en decadencia total en los años 80”, asegura Rafael. Una decadencia que sólo ahora intenta corregirse y todavía perdura en algunas zonas del polígono. Una agonía incomprensiblemente larga. “Entraron las drogas y se perdió el control”.

El guitarrista flamenco Emilio Caracafé, vecino de las Tres Mil. Fernando Ruso

El gueto

El barrio se transformó en un gueto en el que los pasos de cebra estaban borrados, los semáforos rotos y las señales arrancadas y donde los niños conducían sin zapatos y sin carné.

Los servicios de limpieza dejaron de entrar y se formaron vertederos en plazas y calles. Algunas zonas amontonaban cuatro metros de basura. “Caminabas sobre los desperdicios, había zonas donde no se veía el suelo”, cuenta Rafael con rostro serio. Ratas del tamaño de los gatos saltaban por las escaleras y los niños acudían al médico con infecciones y picaduras de pulgas. Hay decenas de vídeos, reportajes y noticias que muestran este escenario, vivo hasta hace no demasiado tiempo.

La Policía Municipal también dejó de patrullar por el barrio. Sólo los agentes de la Policía Nacional entraban de vez en cuando en alguna operación contra el narcotráfico. A los edificios les amputaron cables y tuberías. Algunos fueron vaciados por dentro y se convirtieron en cuarteles donde almacenar dinero y droga. Cualquier fugitivo en apuros acudía a las Tres Mil en busca de cobijo.

El porcentaje de vecinos sin censar superó el 80% y según las estimaciones se alcanzó el porcentaje de un 10% de niños sin registrar. Eran niños invisibles. Más de la mitad estaban sin escolarizar y muchos de quienes estaban escolarizados no iban a clase.

“Era un ambiente sin valores, sin ley y sin normas. Chavales tirados como perros”, concluye gráficamente Francisco Vázquez, el vicario de la misión salesiana.

Una decena de familias convirtió las Tres Mil en un supermercado de anfetaminas. Los clanes no sólo vendían drogas al por mayor. También se la colocaban a los toxicómanos que se acercaban al barrio. Los yonquis se convirtieron en mobiliario urbano inyectándose en cualquier lugar, a cualquier hora, en cualquier parte del cuerpo. Los ajustes de cuentas y las guerras por el control del mercado lo infectaron todo. Los medios de comunicación se hicieron eco del problema. El Polígono Sur era la jungla y toda España estaba llamada a saberlo.

El currículo mediático de las Tres Mil es escalofriante. Basta teclear en un buscador "Tres Mil Viviendas" para comprobar que la mayoría de resultados tienen que ver con droga, suciedad y muertos. La inmensa mayoría de los vecinos son gente honrada que se levanta antes que el sol para trabajar y se empeña en que sus hijos no falten al colegio. Pero esas personas no son noticia.

Un vecino se entrena en el gimnasio 'Vencedores'. Fernando Ruso

Un ejemplo es lo que ocurrió el 21 de abril de 2009, cuando los diarios andaluces se hicieron eco de una redada policial que acabó con la confiscación de varios kilos de droga, coches de lujo, pistolas y hasta un fusil kalashnikov.

Ese año un chico de 17 años murió por una bala perdida en una reyerta entre clanes y dos años después se abortó in extremis un ajuste de cuentas en el que los agentes se incautaron de katanas, machetes y puñales.

La lista de noticias similares es interminable y cada noticia es una muesca más en el estigma del barrio. “Esa gente que no quiere ser civilizada es la que nos perjudica a la mayoría”, dice Teresa Uceda, una de las vecinas, mientras se apoya en la encimera resignada, quitándose los guantes.

Teresa trabaja como cocinera en la asociación Entre Amigos. “Aquí la absoluta mayoría queremos vivir en paz y por culpa de un grupo todos salimos perjudicados”, explica.

Se podría decir que el barrio tocó fondo el 21 de agosto de 2013. Encarnación, una niña de siete años, cenaba con su familia en el salón de su casa cuando una bala penetró en su espalda y le destrozó un pulmón y las arterias del corazón. Murió unos minutos después.

El proyectil era una bala perdida de un tiroteo entre el clan de Los Marianos y el de Los Perlas. Al parecer, y según las investigaciones, los primeros mantenían secuestrado a un miembro de Los Perlas por una deuda e intercambiaron pareceres a balazos en Los Amarillos, una de las zonas más castigadas de las Tres Mil.

El suceso conmocionó a los sevillanos, indignó a los vecinos y aceleró la que podría ser la solución definitiva para el Polígono Sur: el Plan Integral de la Junta de Andalucía instaurado en el año 2005 y reactivado a marchas forzosas como respuesta a la muerte de la pequeña. La luz al final del túnel.

¿Vais a sacar sólo lo malo?

Nati vive en el barrio desde los orígenes del Polígono Sur. Espera sentada en la terraza de un bar. “No es la imagen típica que se tiene del Polígono Sur, ¿eh?”, dice mientras observa la apacible terraza. En su rostro se dibuja una sonrisa a la defensiva. “Hace poco vinieron los de una televisión, hablaron conmigo y con más vecinos, les enseñamos lo que estamos haciendo y sólo sacaron drogas. Fue de lo único que contaron. ¿Vosotros también vais a sacar sólo lo malo?”.

“Es también una parte del barrio”, es la respuesta. “Hay una parte mala que no se puede ocultar”.

“Sí, es verdad”, responde Nati “Pero también hay mucho bueno. Y lo bueno aquí cuesta mucho esfuerzo y es positivo que se haga ver”. Después añade: “Cada cosa mala que se dice de aquí nos mata, echa por tierra nuestro trabajo. Nos hunde”.

Nati, vecina del barrio. Fernando Ruso

Las “cosas buenas” parten del mencionado plan integral, coordinado por el Comisionado Polígono Sur. El comisionado es un paraguas debajo del cual operan diversas asociaciones que intentan ayudar al barrio. Dos de esas asociaciones son Entre Amigos y Gitanos Vencedores.

Entre amigos ofrece asistencia básica a los vecinos más vulnerables. Es decir, les da de comer. Todavía hay unas 280 personas en las Tres Mil que comen una vez al día y que lo hacen gracias a esta organización. Es una realidad dura pero ha mejorado con respecto a lo que ocurría hace 10 años, cuando la asociación atendía el doble de personas.

La asociación ofrece también la posibilidad de ducharse y asearse a unos 200 niños que no tienen agua en sus casas. Una realidad difícil de creer en una ciudad de un país desarrollado.

Gitanos Vencedores tiene su sede en un gimnasio que hace unos años era un fumadero de heroína. Sus fundadores son un grupo de vecinos que, encabezados por Pedro Molina, levantaron el gimnasio con dinero de su bolsillo y arrancaron clases de alfabetización y apoyo escolar. “Todavía estamos pagando el crédito pero merece la pena”, dice Molina. “Tenemos que salvar el barrio”.

Antonio, vecino de las Tres Mil, afirma que come sólo una vez al día Fernando Ruso

Gitanos Vencedores tiene también un equipo de fútbol. “Recogemos a los chavales del barrio que no quieren los demás equipos y los fichamos”, cuenta Pedro. “El año pasado quedamos segundos y ganamos el premio al equipo más deportivo”. Pedro muestra el trofeo, orgulloso, sonriente: “Es mejor que haber ganado el campeonato, te lo aseguro”.

Desde que arrancó la labor del Comisionado, las cifras del barrio empiezan a mejorar:

  • El paro en las Tres Mil ronda el 80%, la tasa más alta de España aunque inferior al 100% que se estimaba hace 10 años.
  • El analfabetismo ronda el 26% cuando la media en el resto del país es del 1,6%, pero supone un porcentaje 30 puntos menor que a principios de la década.
  • El absentismo escolar afecta al 12% de niños. Un porcentaje alto pero un éxito comparado con el 50% del año 2005, cuando arrancó el Plan Integral.
  • En cuanto al urbanismo, la mayor parte de edificios e infraestructuras han sido rehabilitadas. Ya no hay zonas inaccesibles o incomunicadas.

Después de años de trabajo, el Polígono Sur empieza a tomar aire. Hay un pero. Ese pero se ubica en una zona que parece atrapada en el tiempo sin solución: Las Vegas.

Las Vegas

Al poner un pie en Las Vegas, las cabezas se giran, se escucha algún silbido y un niño sale corriendo. Un extraño ha entrado en un vecindario tan aislado, tan cerrado, tan abandonado que a los pocos segundos todo el mundo sabe que hay un forastero en el lugar.

Las Vegas se encuentra en el extremo sur del polígono, pegado a la carretera que sirve de frontera. Después de Las Vegas ya no hay nada más.

Mural en el barrio de Las Vegas. Fernando Ruso

Casi 35 años de inversiones después, este barrio es un viaje en el tiempo. Aquí no entra el cartero. Correos es una oficina que parece un búnker en la que se acumulan las cartas y se reparten a los vecinos que se acercan a viva voz. Aunque el cartero quisiera, tampoco hay buzones ni números en los portales. En ocasiones ni siquiera algo que se pueda llamar portal.

Los bajos de los edificios están repletos de basura e impregnados de olor a orina y excrementos. Las tuberías gotean, los soportales se inundan, la hierba crece entre el asfalto. Hay perros abandonados, gallinas, ratas y nidos de avispas en los edificios. Hay muebles por la calle, un triciclo entre la basura y ropa tendida entre dos árboles. Cabe recordar que no estamos remontándonos al pasado: ésta es una descripción de la actualidad.

En Las Vegas no hay tiendas. Hay 38 quioscos ilegales que venden productos de primera necesidad: nadie quiere montar un negocio aquí. Las viviendas no están en el mercado. Son todas ilegales y sus vecinos (la mayoría) están sin censar. Algunos edificios están vacíos y se usan como cuartel general y almacén de los clanes de narcotraficantes. Se pueden distinguir porque sus paredes están tapiadas por fuera con ladrillos.

Interior de un bloque de la barriada de Las Vegas. Fernando Ruso

Hay caravanas en medio de la calle y coches sin ruedas. Por momentos Las Vegas es el escenario de una película quinqui de los años 80. El autobús urbano evita pasar por el barrio: hace dos semanas fue apedreado por un grupo de niños. Muchos de ellos no van a la escuela y casi el 100% de los adultos están en paro.

Varias familias se dedican al tráfico de drogas y el barrio está lleno de toxicómanos que consumen mientras los niños juegan sobre las aceras agujereadas. “¿Ésta? Ésta es la peor barriada de España. Aquí hay más pistolas que niños. ¡Y mira cuántos niños hay!”, se queja una vecina de etnia gitana. A su lado, una niña subida al capó de un coche abandonado se arranca a dar palmas.

La mala fama de Las Vegas esconde las mejoras de los demás vecindarios del Polígono Sur. “Decir que eres de aquí es un problema”, cuenta Carlos, otro de los vecinos. “Si en una entrevista de trabajo das tu dirección y está en el Polígono Sur, puedes ir olvidándote del puesto”.

Carlos tiene un pequeño comercio y lleva esperando una hora al repartidor. “Le dijeron dónde está la tienda y no quiere venir. Parece que ya le han convencido”, cuenta riendo. Unos minutos después y con prisas y rostro serio, aparece el repartidor, deja la mercancía y se va.

En el corazón del barrio hay un mural en el que aparece la cara de Camarón de la Isla. Por todo el barrio se escuchan palmas, música y cante. El flamenco artesano brota en cualquier rincón.

Hay un proyecto de rehabilitación programado para Las Vegas. Arrancará el año próximo, aunque pocos confían en lo que pueda lograr. “¿Cómo puede ser que un barrio se mantenga en la marginalidad absoluta durante 35 años? ¿Dónde está el dinero de todos los planes anteriores?”, se pregunta Rafael, el vecino que abre este relato. “Los políticos andaluces llevan años viviendo de Las Vegas”.

Una señora que mira por la ventana se esconde apresurada detrás de las cortinas cuando se sabe descubierta. “Aquí ya nadie se cree nada. Volved el año que viene, a ver cómo están las cosas”.

Ropa tendida en un bloque de las Tres Mil. Fernando Ruso