
Una obra de Rafael González Villar casi oculta en A Coruña
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Una obra de Rafael González Villar casi oculta en A Coruña
Rafael González Villar es uno de los arquitectos más notables de la ciudad, pero no toda su obra está formada por iconos. Algunas obras como el número 5 de la calle Asturias es un paradigma silencioso y una obra racionalista que demuestra la madurez del arquitecto y su capacidad para construir el tejido urbano
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La ciudad no siempre esconde sorpresas. A veces, sus calles solo definen espacios en los que se puede desarrollar la vida, sin pretensiones, sin emoción. El dibujo de la ciudad es, como en muchas otras abstracciones de la realidad, una herramienta emocional a través de la cual analizar un conjunto amplio de aspectos inherentes a su ecosistema. La mirada sobre la ciudad no parece adaptarse a la óptica contemporánea, donde la tendencia a la individualización de la percepción artística crea una pátina que induce a sus habitantes un estado de ansiedad por el descubrimiento constante de hitos históricos o novedades sorprendentes.
Esta nueva forma de mirar, alterada por los virajes de la sociedad contemporánea, presenta un defecto que comienza a cronificarse: “el impulso de la creatividad no es sólo una noción anormal de la vida laboral, un reemplazo de la experiencia, las habilidades y las cualificaciones con la idea de una cartera en la que encaja una amplia gama de capacidades tremendamente diferentes, sino también con una perspectiva altamente individualizada” (Angela McRobbie).
Pero la ciudad es un organismo construido a través del tiempo, con perspectivas diversas afectadas por eventos traumáticos, experiencias y emociones capaces de transformar el espacio, pero también su percepción colectiva. El conocimiento de la ciudad, de las ciudades, en forma de experiencia, visitándolas o habitándolas, crea una cultura inmaterial capaz de ejercitar la imaginación y la creatividad desde una perspectiva colectiva.

Foto: Nuria Prieto
“Viajar es útil, ejercita la imaginación / Todo lo demás es desilusión y fatiga / Nuestro viaje es enteramente imaginario / Ahí reside su fuerza / Va de la vida a la muerte / Personas, animales, ciudades y cosas, es todo inventado / Es una novela, nada más que una historia ficticia / Lo dice Littre, él no se equivoca nunca / Y, además, cualquier puede hacer otro tanto / Basta cerrar los ojos / Está en la otra parte de la vida.” L-F. Céline, ‘Viaje al fin de la noche’
La vida transcurre entre escenarios que no son solo imágenes estáticas, sino que se trata de soportes orgánicos y mutables que consignan la memoria. La deshumanización de la ciudad acerca cada vez más una realidad rica en experiencias a la imagen estática de la instantánea sorprendente. Como apunta el crítico Sigfried Giedion “es tiempo de que nos volvamos humanos de nuevo”, es decir, recuperar la perspectiva que devuelve a la ciudad su carácter orgánico y vital. La mirada desapasionada sobre la ciudad no busca la sorpresa, sino que interpreta el conjunto del tejido urbano como una construcción cultural fruto de la mano humana.
Arquitectos notables, arquitecturas anónimas
Los arquitectos notables de la historia de una ciudad y aquellos que no lo fueron tanto por otras circunstancias, no sólo construyeron iconos, sino que su obra es mayor que eso, y su relevancia radica en su capacidad para crear tejido urbano en favor del progreso y adaptación a los tiempos. Y es que hay obras de arquitectura que pasan desapercibidas, pero tras un periodo de tiempo, su mimetización dentro de la ciudad permite que sean percibidas como herramientas de construcción urbana que han resultado efectivas en el desarrollo urbano. Su integración urbana silenciosa es un síntoma de su calidad, ya que, si no han sufrido alteraciones, significa que en torno a sí y de manera orgánica se ha producido un proceso de simbiosis y aceptación de ambos sistemas.

Foto: Nuria Prieto
En la historia de la arquitectura coruñesa destacan numerosos arquitectos, cuyas obras constituyen iconos urbanos y por tanto es posible realizar el trazado de una malla urbana uniendo todos los nodos definidos por estos edificios. Pero esta mirada sería tan solo una lectura superficial, una idea de ciudad sorprendente e icónica que no es real, sino que define un catálogo y como tal se encuentra en riesgo de banalizarse a través de la excesiva preservación de la imagen sobre su función urbana. La ciudad, en términos arquitectónicos, no sólo está formada por sus obras maestras, sino que estas se encuentran dentro de un organismo con el cual interactúan.
En el barrio de Os Mallos, abundan las arquitecturas racionalistas, un estilo que se desarrolló a principios del siglo XX como reacción al modernismo y a la coyuntura del momento marcada por una gran escasez de recursos debido a la constelación de guerras que asolaron Europa. De entre ellas, hay una que, aunque es similar morfológica y estéticamente al resto, es obra de uno de esos arquitectos que se relacionan de forma inevitable con la ciudad de A Coruña. Situado entre la calle Asturias (número 5) y la calle Vizcaya, este edificio de viviendas racionalista fue proyectado por el arquitecto Rafael González Villar en 1935. El edificio puede entenderse como un paradigma del racionalismo coruñés. Su morfología está compuesta por características similares al resto de edificios de la ciudad construidos en esta época, especialmente en el barrio de O Mallos, lo que, en su contexto sociopolítico crea una coyuntura determinante para su estética.
Socialmente el racionalismo deriva de un contexto histórico de pocos recursos, pero políticamente se inscribe dentro de los parámetros establecidos por la popular ‘Ley Salmón’, Ley de previsión contra el paro de 25 de junio de 1935 (toma el nombre del ministro que la desarrolló: Federico Salmón Amorín), promulgada por el gobierno de la Segunda República presidido por Niceto Alcalá Zamora. Esta ley permitió la construcción rápida de numerosos edificios de vivienda, buscando así resolver el problema del acceso a la vivienda que permitiese mejorar la dignidad de los trabajadores. Así, la ciudad renovó su imagen, mediante edificios optimizados para crear viviendas dignas y asequibles. La fórmula de estas viviendas solía ser el alquiler, de tal manera que también se creaba una red de pequeños propietarios que conseguían obtener beneficios de pequeñas parcelas vacías en la ciudad a través de un arrendamiento regulado.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto
Un edificio paradigmáticamente silencioso
El edificio de la calle Asturias 5 cuenta con tres plantas y bajo, resolviendo una envolvente que parte desde el chaflán simulando ser simétrico. La simetría es una herramienta de proyecto que permite dotar de homogeneidad y equilibrio a la envolvente, de tal manera que, a nivel perceptivo, el edificio parece ordenar el tejido urbano. En realidad, el edificio no es simétrico, pero sigue un orden de huecos regular con una modulación en la que una fachada es dos módulos y medio mayor que la otra. González Villar proyecta un hueco de dimensión fija, que al doblarse crea una ventana de apertura francesa habitual, pero que allí donde es necesario se utiliza de forma independiente.
Partiendo de este elemento se construye una envolvente regular que solo se pliega en contacto con las medianeras. Al plegarse, el arquitecto utiliza un recurso muy característico de la arquitectura racionalista, la ruptura del hueco en la esquina que en este caso se enfoca hacia el balcón que se crea a partir del retranqueo de la fachada. Lo peculiar de este hueco, es que González Villar no renuncia al módulo, sino que dobla el hueco para romper la esquina. El frente del balcón es en realidad un falso friso que se prolonga atando toda la fachada y se repite en todas las plantas. Este elemento singular pero sencillo es el que dota de cierto dinamismo al conjunto, ya que marca líneas que fragmentan la fachada y la recorren perimetralmente. Este gesto se ve resaltado mediante el uso del color que también remata el edificio en la parte superior mediante un peto de cubierta que ve reforzada su presencia mediante la incorporación de pequeñas almenas que sobresalen ligeramente de la línea de remate.

Foto: Nuria Prieto
González Villar resuelve de forma sencilla y eficiente un edificio anónimo de la ciudad, cuya presencia urbana está muy alejada de otras obras de su autoría como el edificio del Cine Avenida (1937-1941), Villa Molina (1928) o el Quiosco Alfonso (1912). Cuando proyecta este edificio de viviendas, el arquitecto ya cuenta con una larga experiencia y suficiente conocimiento sobre la estructura y desarrollo urbano de A Coruña. Paradigmático, pero silenciosamente integrado en el tejido urbano, el edificio es una obra más, de aquellas que se alejan de la irrealidad del icono para acercarse a la realidad de la obra mundana.

Foto: Nuria Prieto
Colores vibrantes y pensamientos extravagantes
Y ya que la ciudad no siempre esconde sorpresas, no siempre es la que describía Andy Behrman en Electroboy “mi cabeza está atestada de colores vibrantes, imágenes salvajes, pensamientos extravagantes, detalles penetrantes, códigos secretos, símbolos y lenguajes extraños. Quiero devorarlo todo: fiestas, gentes, revistas, libros, música, arte, películas y televisión”. Pero estas afirmaciones de Behrman, en realidad pueden leerse de forma opuesta, es decir, no hay sorpresas puntuales, pero tampoco todo es silencioso. Quizás el conjunto de la ciudad se pueda ver como una superposición agitada de estímulos en la que todas las capas describen una pátina más que construye la ciudad. Tanto en esta mezcla agitada como en el silencio integrado, ambas constituyen un soporte urbano sin sorpresas, sino con dinámicas en las que las obras casi anónimas son las que en realidad dan forma a la ciudad. Y es que una ciudad se construye a través de la historia con las manos de quienes la habitaron de manera sencilla, tranquila o agitada, sin sorpresas, pero sin detenerse ni un instante.