30 octubre, 2022 02:11

Cuando Miguel Lago (Vigo, 1981) era niño, soñaba con ser uno de esos hombres tocados con la gracia de la anécdota que reúnen a su alrededor a los parroquianos en la sobremesa de la taberna gallega: arrancan a su antojo conmociones, fascinación, aplausos, carcajadas. Otro café, otro orujo. Mire usted: otra ronda de charla, haga el favor, que la noche es larga y la vida es corta. El cuentacuentos es, en sentido purísimo, el director de orquesta de las emociones del mundo. Es alguien que confía en tu inteligencia y que te recuerda que te mereces la alegría.

Lago, cosido por la tradición oral del norte, fue cocinando dentro el talento de los grandes narradores, de los envolventes, de los creadores de atmósferas. Sabe que entre manos sólo tenemos un tema, la vida, y que el reto de los artistas siempre es cómo contarla -para desencriptarla, al final, para apurarla hasta el fondo del vaso, para inyectarle cadencia al caos y rascar un poquito la magia-.

Él empezó enganchando un micro en un garito a cambio de la voluntad del dueño mientras leía por las noches libros americanos que pillaba de estraperlo, y le rezaba a Jerry Seinfeld, y se encomendaba al Club de la Comedia, y ambicionaba alto estudiándose la trayectoria de prodigios como Julio Iglesias o Elvis, genios cinceladitos a golpe de trabajo. No le ha ido nada, nada mal: más de 800 programas con Risto en Todo es mentira, una reciente incorporación a El Hormiguero con Pablo Motos, y ahora rey de las tardes a la verita de Sonsoles Ónega en su nuevo programa.

Y algo mucho más importante para él: lleva 13 años seguidos actuando cada fin de semana en un teatro madrileño. Es un cómico sagaz, inagotable, brillante. Es un hombre que se atreve. Es un tipo renovado a cada frase, y buena prueba de su corriente interna infinita es que ahora cambia el texto todas las semanas para ofrecer siempre -viernes o sábado, en el Teatro Alcázar- un espectáculo nunca visto y, además, genuino, irrepetible.

Es nuestra Madonna cuando dice que el show es él. Su obra de arte es su vida. Con la autoconsciencia de su oficio, con su esposa venerada, con su adorable familia numerosa, con su crío adoptado que antes de verano llegó por fin a sus brazos después de años de espera. Lleva tatuada la silueta de la República Dominicana y una palabra en mayúsculas, “blessed”. Miguel tiene un plan: ha montado la brigada definitiva y ahora toda su familia y él llevan a cabo una misión emocionante, que es la de mejorar la vida de la infancia dominicana a través de su propia Fundación.

Miguel Lago no quiere ser como una canción o una película -de esas que dicen que te “saca de tus problemas” durante dos horas-. Él quiere quedarse también al día siguiente, y al otro, en la cabeza de su público, como la cita con el hombre o la mujer preferidos, como un romance de esos que te descuelga la sonrisa mientras corres hacia el metro o te lavas los dientes frente al espejo. Lo consigue. Lo consigue.

Lago.

Lago. José Verdugo.

Pregunta.- ¿Quién es Miguel Lago, qué tipo de niño fuiste? 

Respuesta.- Empezamos fuerte, caray. Hay algo que explico en el espectáculo al comenzar, y es la diferencia entre Miguel y Lago. El del espectáculo es Lago, el que se sube al escenario es Lago. Y luego, en el día a día, quien lo aguanta o quien sufre sus consecuencias es Miguel. ¿Qué tipo de niño fui? Cumplo el tópico. Fui un niño extrovertido con el único afán de llamar la atención y así garantizarse el cariño y el amor de sus padres. 

P.- ¿Y conseguiste ser querido por ellos? 

R.- No. No. 

P.- ¿Quién se comió a quién, Miguel a Lago o Lago a Miguel?

R.- Todavía Lago no se ha comido a Miguel. Es un alter ego más libre, más valiente. Los cómicos tenemos un problema y es que firmamos con nuestro nombre, y eso ha generado confusión en muchos espectadores. La tradición española con la que yo crecí era otra. Nosotros veíamos al señor Barragán o a Marianico el Corto y entendíamos que era un personaje, pero en el 99 o 2000 o así aparece la stand up y los cómicos empezamos a firmar con nuestro nombre, con lo que parecía que hablábamos en serio o que esas eran nuestras declaraciones personales. No es así. Lago va de traje impoluto, impecable, es un alter ego, como me decían, de banquero de derechas…

P.- Tu barba te saca de la banca. 

R.- Ahora sí. Pero en el año 2010, cuando hice Soy un hijo puta 2, el de Mario Conde, que fue el que me lanzó la carrera, la gomina aún estaba presente. 

P.- ¿Es más fácil ser rico si eres un humorista de izquierdas o de derechas? ¡Si uno pudiese, acaso, elegir…! 

R.- Es muy difícil hacerse rico siendo humorista, de entrada. En España, humoristas ricos, lo que conocemos como rico de verdad, imagino que habrá dos o tres que han hecho mucha tele. 

"Hay cómicos y artistas de derechas con mucho éxito de toda la vida, el público manda siempre" 

P.- Uno será Wyoming, que lo dice abiertamente. 

R.- Sí, puede ser. Ahora: hacerse rico siendo humorista sólo es posible si eres muy talentoso y trabajador. Hay humoristas de derechas que tienen mucho dinero también. 

P.- ¿Como quién, como Bertín Osborne?

R.- Me cuesta poner etiquetas, porque a ver si voy a tildar a alguien de derechas y me va a decir que no, pero hay artistas de derechas y cómicos de derechas con mucho éxito, de toda la vida, y eso es porque le gustan al público. El público manda siempre. 

P.- El público es soberano. 

R.- El público es lo más democrático, inteligente y generoso que hay.  Es mi único jefe real. Yo respeto a todo el mundo, soy un buen soldado, pero le tengo más respeto al público que al director de mi programa de televisión. 

P.- ¿Y si algún día dejan de ir a verte? ¿Se lo reprocharás? 

R.- Será porque he hecho mal mi trabajo. Todo el que viene a verme, sale enamorado de mí, y vuelve, por eso llevo más de 20 años, porque siempre vuelven. Cuando cerraron los teatros por la pandemia ocho meses lo pasé fatal. Mi mayor miedo era volver y que ellos no estuviesen, porque llevo 13 años seguidos, cada fin de semana, en un teatro madrileño. 13 años. 

P.- ¿Crees que un buen humorista, como un buen periodista, no puede tener demasiados amigos, para ser realmente independiente en lo que dice o publica?

R.- No estoy de acuerdo, a mí me gustaría tener más amigos de los que tengo. Es bonito tener amigos. El humorista tiene que tener amigos porque tiene que vivir para tener cosas que contar. Si te quedas en tu casa, no te pasan cosas, y si no te pasan cosas, no tienes cosas que contar. Intento moverme cada vez más, porque de lo contrario sólo voy a hablar de la montaña en la que vivo y de mis hijos. Yo hago mucho humor sobre personajes públicos y compañeros. 

P.- Y cómo se lo toma eso la gente: regular. 

R.- Su problema. 

Las manos de Lago.

Las manos de Lago. José Verdugo.

P.- ¿Se han enfadado contigo alguna vez?

R.- Que me lo hayan dicho de frente, no, pero me sorprendería que no (sonríe). Lo suyo es enfadarse con ese cretino de vez en cuando, y no pasa nada. Enfadarte por una broma… es que no ha lugar. El único afán que tengo yo es hacer reír, y el teatro es un lugar de seguridad. El otro día en El Hormiguero hacía la analogía: nadie le grita a un coche de Fórmula Uno porque va demasiado rápido, porque todos hemos entendido que se han dado las circunstancias de seguridad en el circuito para poder ir a 300 kilómetros por hora. Pues el escenario es mi circuito y yo hago humor a 300 km/h, y se produce una comunión con el espectador porque todos hemos entendido el código. Ahora: yo ya he entendido que cuando hago televisión en horario súperprotegido, el circuito es otro. 

P.- Eso te quería preguntar. ¿Cómo de libre se es en una sala y cómo de poco libre, o de menos libre, se es en televisión? 

R.- En televisión no es que seas menos libre, es que las reglas del juego son otras. Vamos a ver, yo he hecho sobremesa en televisión, y coincidía en el tramo de 17 a 17.30h, que es horario súperprotegido. Pero eso no lo dice la televisión, eso lo dice el Gobierno. Podríamos entrar en el debate de por qué está un niño a las cinco de la tarde viendo según qué programas en televisión teniendo dibujos animados, pero bueno. 

P.- ¿Tú piensas que haces humor para adultos?

R.- Para niños no hago humor.

"Nunca me han censurado una broma en televisión, ni los directores ni los directivos" 

P.- Tienes muchos hijos. Familia numerosa. 

R.- Tengo cuatro. Los mayores tienen 14 y 11, han ido a verme un par de veces, y las veces que han ido a verme en directo, yo he ido con el freno de mano puesto. Y según qué bromas no las he hecho. 

P.- ¿Sexuales?

R.- No trabajo mucho el humor sexual, pero algunas referencias sexuales las quité, sí. Y algún chiste de drogas. Temas no adecuados para un niño de once años. Pero a mí no me han censurado ni me han afeado una broma en televisión nunca. Ni los directores ni los directivos. Y estoy hablando claro. Yo hice 800 programas en Cuatro, con Todo es mentira, e hice bromas de todos los colores junto con Antonio Castelo. 

P.- ¿Cuál es la broma que te ha salido más cara en tu vida, entonces?

R.- Cara, cara, ninguna. Por escándalo, la broma de la infanta Elena.

P.- Vi la tremenda que se formó por esa y dije “¿de verdad?”. Es una broma más vieja que el sol. Te dio la noche del domingo. 

R.- Sí, me la dio. Ya no le doy publicidad, pero el problema fue de dónde vino. Se encargaron ciertos políticos de darle bombo a la broma y cuando un político en redes sociales silba, los perros vienen. Y me ha pasado con los dos lados. 

P.- ¿Qué político era?

R.- Macarena Olona. Y del otro lado, cuando osé reírme de los disparates de una señora mayor en Todo es mentira. 

"Cuando hay un acoso en redes, siempre son los mismos: o tienen una bandera, o tienen un triángulo"

P.- ¿Qué señora?

R.- Celia Villalobos. El escándalo aquel. Ahora que han pasado diez meses, te lo puedo decir así: me reí de los disparates de una señora mayor. Esta mujer generalmente no está en su mejor momento y da declaraciones muy exageradas, muy disparatadas, y a mí en el contexto me hizo risa. La gente sacó la conclusión de que yo me estaba riendo de lo que decía, del machaque a menores, que eran los hijos de Pablo Iglesias. Fue rizar el rizo de una manera, en mi opinión, exagerada. 

P.- Y fue la izquierda contra ti. 

R.- Bueno, la izquierda… Podemos. La “izquierda”. Siempre pasa lo mismo. Cuando hay un acoso en redes, siempre son los mismos: o tienen una bandera, o tienen un triángulo. Pero si algo he aprendido en estos meses, es que no pasa nada. Me ha costado, pero he entendido que no pasa nada, que las redes sociales son otra cosa. 

Lago.

Lago. Jose Verdugo.

P.- Me alegro de que a ti no te pasara nada, pero sabes que muchas veces sí han pasado cosas. Hay gente despedida de su trabajo por una campaña en Twitter. A veces, cuando hablamos de la “pantalla” y de la “ficción”, no es tal. 

R.- Sí, afecta mucho. Yo he entendido que el humor a 300 km/h lo tengo que hacer en mi circuito. 

P.- ¿No te parece que este es un país lleno de traumas, de tabúes? Apuntaba: la Guerra Civil, cristianismo, Carrero Blanco, ETA, los GAL, Aznar, 11-S, 11-M, feminismo, colectivos de todo tipo, Mourinho, Florentino Pérez… líneas rojas. 

R.- De todo lo que acabas de leer, yo he hecho chistes, sin excepción. Hasta de Florentino Pérez: mientras siga trayendo copas de Europa, no pasa nada, se le permite. En mi caso no he tenido rechazo del público por ninguno de esos temas, porque me quiere mucho. El humor es liberador y los chistes no se explican, porque son eso, chistes, es algo que yo te lanzo para obtener de ti un acto reflejo, que es la risa, y que no puedes controlar. Uno de los errores que hemos cometido los cómicos es explicar la broma todo el rato. 

P.- Bueno, y pedir perdón por las bromas, que es de un aburrimiento tremendo. Es muy antierótico. 

R.- Yo no he pedido perdón. Es agotador, es absurdo y tampoco sirve, porque quien ha venido a machacarte, tampoco te lo va a aceptar. Le das el doble gusto: que te machaque, ver cómo te humillas y aún por encima, tener la soberbia de decirte “¡no te perdono!”. No va a ninguna parte. Yo cuando sufrí el fallecimiento de mi tía, que fue trágico, sus hermanos -mis tíos- y yo encontramos un lugar común de emoción que era bromear. Hacíamos bromas en el tanatorio. Claro. Hacíamos bromas de la señora que acababa de entrar, de “ahora sería guay abrir la caja”… y nos reíamos. Y al reírnos nos uníamos más y nos sentíamos mejor. Pero yo no me voy a la sala de al lado a hacerles chistes a unos desconocidos. No. “Eso es porque el humor tiene límites”. No, eso es porque no se debe ser cazurro. 

P.- He visto un tuit donde te llamaban “Wyoming millenial” y decían: “La izquierda española hace chistes sobre la parálisis cerebral, y de Irene Villa y la Infanta Elena saben muchos. Sobre Otegi, la caja B de Podemos o el islam saben menos”. ¿Qué responderías a eso? 

R.- Este tipo de comentarios dirigidos a mi persona son de alguien que no conoce mi carrera, entonces no me preocupa. El primer monólogo sobre Podemos y Pablo Iglesias lo hice yo en Comedy Central. Ese fui yo. Y Pablo Iglesias aún no era ni eurodiputado. Y está grabado. Hablaba de Podemos, de las rastas, de los pelos, de los tópicos. La primera broma sobre la silla de Echenique en televisión la hice yo, en el Club de la Comedia.

"En televisión, de 4 a 5 me llamaban ‘facha’ y de 5 a 6, ‘rojo’"

 P.- Vaya.  

R.- El primer gran palo a Ciudadanos, cuando presentaba con Albert Rivera su plan de privatización de la sanidad -¿te acuerdas? Fue muy polémico, con una pizarra, en La Sexta Noche, que había sido muy ridículo…-, lo di yo. A los 15 días, en el Club de la Comedia, yo hacía el chiste del moro que llegaba apuñalado y al que no le dejaban entrar porque el presidente Albert Rivera así lo decretaba. Entonces alguien que me acusa de sectario de la izquierda o de la derecha, no conoce mi carrera. En una misma tarde, en Todo es Mentira, de 4 a 5 me llamaban “facha” y de 5 a 6 me llamaban “rojo”. Porque están esperando a que hagas una broma. No me interesa. ¡Si yo no hago humor político! No toco la política de partidos. 

P.- Pero la guerrilla cultural sí nos mola. Usas personajes públicos. 

R.- La batalla cultural sí está guay. Ideas. Yo hago humor de ideas. Pero lo que no hago es humor de partidos. Yo soy de mi mujer y del Celta de Vigo. A tope. Pero soy capaz de ver el partido de otro equipo, ¿eh? 

Lago.

Lago. José Verdugo.

P.- Hay una izquierda ahora muy purista y no permite hacer humor sobre nada. El otro día veía tu chiste sobre Iker Casillas y dije “guau, en un minuto has arremetido contra Iker, te has referido a un ‘club de subnormales’, otra palabra impronunciable ahora mismo, y te has metido con el colectivo gay que se ofendió por eso”. Era una hostia triple. Fue increíble, muy rápida. ¿Cómo sobrevives? 

R.- Yo sobrevivo porque me da igual, porque son bromas y porque estoy muy separado de esa intensidad. Lo único que yo deseo es haceros reír, pero no doy lecciones, ni me pongo estupendo, ni soy un activista. 

P.- Pero eres un hombre progresista. 

R.- Sí, pero aun así, ¿qué ocurre? Que no voy con bandera. 

“No hago humor de partidos: yo soy de mi mujer y del Celta de Vigo”

P.- ¿De qué tema nunca te reirías? Por tu sensibilidad. 

R.- No es que no me reiría, pero no trabajo humor verde porque no me sale. Porque yo me ennovié con 18 años con la que hoy es mi esposa, ¿qué voy a contar? No tengo nada que contar. 

P.- ¿El supermonógamo de España?

R.- Sí. Miguel es un señor con cuatro hijos, tres y uno adoptado, que está en su casa en la montaña tan tranquilo. 

P.- Has hecho bromas sobre tu crío adoptado. “A ver si ahora no voy a poder hacer una broma sobre los negros si me he comprado uno”, decías. 

R.- Yo hago humor racista, sí. “Pero eres un racista”. No. Yo he hecho un chiste racista, que no es lo mismo. Por eso me parece muy bonito que alguien me pueda decir “eres un racista”: ¿cómo voy a ser racista si me he traído un negro a casa, subnormal? (ríe). “¡Que es mi certificado de buena persona…!”. 

"He hecho chistes racistas, pero no soy racista: cómo voy a serlo si me he traído un negro a casa" 

P.- Ahora has creado una Fundación de ayuda a la infancia dominicana. 

R.- Sí. Yo tengo una misión. He sufrido una revelación, que es algo muy bonito de que te pase. Nosotros ya estábamos muy conciéncianos con la realidad dominicana, de ahí que adoptásemos a mi hijo. Pero yo no he ido a recoger a mi hijo y me he vuelto, dando la espalda a lo que está ocurriendo allí. No. Hemos adoptado a nuestro niño y nos hemos dedicado -en los tres meses y medio que hemos estado allí- a darle la vuelta a la isla en un coche con todos nuestros hijos para que descubriésemos juntos esa realidad de la infancia y su pobreza. Ahora tenemos un proyecto familiar y vamos a dedicar el resto de nuestros días a intentar que la vida de niños dominicanos sea un poco mejor.

P.- Tienes una vida muy particular y bonita. Genuina. 

R.- Tengo una vida muy curiosa. Soy un personaje. Estoy casado con una francesa, con una hija de Vigo, dos madrileños y un dominicano. 

P.- Choca mucho con el arquetipo seboso del humorista ligón de barra de bar… 

R.- Bueno, yo soy un seductor, ¿eh? No me quites el mérito. Le encanto a las señoras. Se vuelven locas (ríe). Es una broma. No sé. Tengo una vida simpática. Hemos elegido un camino y nos van pasando cosas. Quiero que mis hijos sean felices y que vean a su alrededor ejemplos de bondad. Pero soy consciente de que hay un espectador al que yo no le gusto y considera que no casa el hacer una broma sobre el centro de parálisis cerebral con ser buena persona, cuando en realidad sí. Yo soy muy buen tío, y tengo que decirlo, porque no nos decimos lo bueno. Y trabajo mucho por mi profesión. 

P.- ¿Cuánto ha sido lo menos que has ganado en la comedia y lo más? 

R.- ¿Por una actuación? Lo menos, nada, o si le tenemos que poner una cifra, 40 o 50 euros. Y lo máximo… he tenido noches muy buenas. Ha habido taquillas importantes. He tenido noches de 25.000 euros. Vas a un sitio y haces 1.200 tickets… es echar cuentas. Y bolos privados suculentos también. Pero vamos, el cómico que más gana es Hacienda. 

Lago.

Lago. José Verdugo.

P.- Oye, te has ido de Mediaset y han echado a Vasile. ¿Crees que tiene algo que ver? 

R.- No creo que haya sido causa-efecto (ríe). 

P.- Yo decía: “¿Tanto poder tiene este hombre?”. 

R.- (Ríe). No, ninguno. Yo sólo tengo agradecimiento a Mediaset. 

P.- Pero en algún monólogo has hecho alusión a la jungla de Mediaset, a su perversión, a sus realitys cada vez más chiflados, a Sálvame… había una crítica al modelo. 

R.- Bromas habré hecho, pero declaraciones al respecto, no. No se puede discutir un modelo que ha funcionado 20 años. No puede estar mal. 

P.- Habrá dejado de estar bien ya, si no no se lo habrían cargado, ¿no?

R.- Yo no me atrevería a decir que ha dejado de estar bien, ¿eh? Nada hay más democrático que el mando de la tele. Hay una fuga de público que demanda otros contenidos. Es muy complejo, porque ahora están las plataformas e internet…

"El modelo de televisión de Vasile ha sido líder durante 20 años: no puede estar mal"

P.- O sea, que Vasile ha hecho un buen trabajo. 

R.- Hombre, pregúntale a los señores que veían los números cada año. Si has sido líder durante 20 años en lo tuyo es que no lo has hecho nada mal. 

P.- Sí, pero ha sido una tele muy polémica y que ha suscitado mucho debate. 

R.- Sí, pero que no se vea. No la veas. Yo soy defensor de la tele en general. Tienes 300 canales, y tienes plataformas, y tienes internet, que es infinito. No entiendo por qué te molesta tanto que estén poniendo un programa en un canal de 4 a 7, con la de oferta que hay. No lo entiendo. Nunca he comprado lo de la telebasura. Llevo muy mal las frases tipo “esto no se debería poder hacer”. La televisión es tan, tan democrática, que los programas se quitan por baja audiencia. El público es soberano, lo hablábamos antes. Si no te ven, te vas a tu casa, y si te ven, continúas. 

P.- ¿Por qué te fuiste tú del lado de Risto?

R.- Porque después de tres años y 800 programas, ya no podía más. La presión de un programa diario de corte político y tan polémico genera un desgaste enorme. Lo que te contaba antes de Celia Villalobos fue… la gota. Afecta. Los insultos afectan, esa presión cada tarde afecta. 

P.- ¿Te sentiste más expuesto que nunca ahí? 

R.- Me sentí injustamente tratado en muchos aspectos, porque yo me limitaba a hacer bromas del tema que tocara, sin posicionamiento real. No hay intriga palaciega. Yo he estado muy a gusto con todos los compañeros. Con lo que no podía era con lo que se generaba. Mis declaraciones cuando dejo el programa son: “Las últimas semanas han sido muy difíciles, he decidido tocar pie a tierra, recalibrar mi vida y afrontar proyectos distintos”. Y me fui a mi casa. Nadie se va de la tele con un contrato cojonudo. Yo me fui a mi casa. 

P.- La gente se está metiendo tortas por ese puesto, por esa pasta, por esa influencia y esa visibilidad en la tele y tú… “bueno, adiós”. 

R.- Sí, y se comentó mucho. Es que ya no era feliz. Esto dura muy poquito y tenemos que estar felices. Y me fui a mi casa, además, mal, diagnosticado con un trastorno ansioso-depresivo. Hecho polvo. 

Lago.

Lago. José Verdugo.

P.- Leí que el otro día lo declaraste. ¿Cuánto tuvo que ver con esa etapa televisiva? 

R.- Tiene que ver, claro. Tiene que ver. 

P.- Has estado de tratamiento ocho meses y de Todo es mentira te fuiste en febrero… las cuentas salen redondas. 

R.- Sí, es público. Es la realidad. Pero venía de atrás. Esto no te da de un día para otro. Esto tiene que ver con lo personal. Me he pasado dos años viendo a mi hijo por un teléfono móvil dos veces por semana, porque el proceso no avanzaba. Eso es muy duro. Yo lo he visto crecer. Cuando lo conocí, tenía dos añitos, y lo recogí con cuatro años y medio. Y luego todos tenemos nuestras cosas en nuestros hogares y nuestras vidas, y lo laboral… es una olla a presión que de repente un día hace “pá”. 

P.- ¿Cómo supiste reconocer que ya había que intervenir clínicamente en el asunto? 

R.- El momento de pedir ayuda profesional para mí vino cuando tuve una sucesión de ataques de pánico. Cuando el miedo te atrapa, es muy cabrón, te zancadillea y no te das cuenta. Estaba muy desequilibrado: sí, bueno. No había equilibrio entre lo que me estaba ocurriendo y cómo yo lo veía. La percepción de la realidad estaba empezando a ser absurda. De verlo todo negro. Y luego una cosa muy sencilla: que no iba feliz a trabajar. Me fui a mi casa, me equilibré otra vez y al tiempo tuve la enorme fortuna de que me llamaran de un trabajo nuevo, de El Hormiguero, y soy feliz. 

"Pedí ayuda profesional cuando tuve una sucesión de ataques de pánico" 

P.- ¿Sabes llevarlo con otro tono? ¿La presión es menor, el programa, al ser más blanco y menos político, también ayuda? 

R.- Todo ayuda. No quiero ponerlos en contraste, pero soy muy feliz, y es que son una pasada, no te lo crees el ambiente que tienen allí y cómo se portan los unos con los otros. Son una familia, son maravillosos. Son generosos, atentos, amables, cariñosos. Se preocupan por ti, “¿cómo estás?”… 

P.- ¿Y cómo te encuentras ahora? 

R.- Mejor que nunca. Desde el verano ya vengo bien, cuando nuestro hijo llegó a nuestros brazos. Me cambió el paradigma. Estoy fuerte, tranquilo, alegre, y estoy priorizando la felicidad. Sólo voy a sitios donde esté a gusto y feliz. Lo realmente transgresor hoy en día es hablar de amor. Si en televisión hoy hablas de amor, te llaman “cursi”. 

P.- Pablo Motos habla mucho de amor. 

R.- Es fantástico, es un servicio público. Está ayudando. No te haces a la idea de la cantidad de gente que se siente inspirada por esas intervenciones. A mí esas intervenciones como espectador me han ayudado. La que tiene sobre el miedo la recomiendo encarecidamente. Y eso hace que la sociedad sea un lugar un poquito mejor. Pablo Motos está ayudando a mucha gente cada noche. Sus speechs sobre el amor, la depresión, la ansiedad, el miedo… ayudan muchísimo. Tenemos que pedir ayuda, por eso yo conté lo mío cuando ya había acabado el proceso. 

Mucha gente me decía “joder, estabas mal y seguías yendo a trabajar”. No. Yo me fui de todo, lo que pasa es que mi terapeuta me obligó a mantener mi función en el Teatro Capitol. Lo meses más duros me costó un montón, me costaba salir de casa, porque tenía ataques de pánico. Me llevaban al teatro. Pero me subía… y era un lugar de amor y paz tan grande que me curaba. Yo no cancelé. “Tú tienes una familia y tienes que ir a trabajar”, me dijo. Y eso es muy importante. Porque el camarero que te atiende puede tener depresión, la cajera del súper, el taxista que te lleva… y están ahí todos los días, y están manteniéndose y están peleando para que sus hijos no se lo noten tanto porque son pequeños. Trabajando, trabajando, trabajando. ¿De qué me voy a quedar yo en mi casa?