La estatua de Cristobal Colón en Boston, decapitada.

La estatua de Cristobal Colón en Boston, decapitada.

LA TRIBUNA

Estamos en guerra (también cultural)

Desde la invención de la imprenta, la Historia ya no la escriben necesariamente los vencedores de las guerras militares, sino los que ganan la batalla cultural día tras día.

16 enero, 2024 02:11

Los titulares nos muestran las guerras en Ucrania y en Gaza, aunque en realidad pervivan en la actualidad más de treinta conflictos violentos activos. En 1970, el Instituto Internacional de Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo publicó un estudio catalogando cien conflictos armados desde 1945 (fin de la II Guerra Mundial) a 1968.

Son conflictos tal vez lejanos, pero que nos afectan como ciudadanos del mundo. ¿Es el hombre un lobo para el hombre? ¿No tenemos remedio? Sin embargo, no son los únicos.

Francisco de Vitoria.

Francisco de Vitoria.

Y es que, aunque algunos insistan machacona y/o sospechosamente en no querer enterarse, las guerras de los disparos y los cañones no son las únicas que marcan nuestra naturaleza y el devenir del mundo. Tras ellas suelen ocultarse intereses económicos ocultos, personalidades desmesuradas o conflictos históricos enquistados, pero también batallas culturales larvadas y grabadas a fuego.

Los silbidos de las balas son a menudo consecuencia de conciliábulos de salas. A la famosa frase de Clausewitz de "la guerra es la política continuada por otros medios", respondió Foucault diciendo que "la política es la guerra continuada por otros medios". Mientras el profesor Hermosa Andújar califica como fin de la política "preservar en lo posible la vida en un mundo en que la que guerra es un gen social e instrumentalizar esa guerra para preservar la libertad".

La guerra convencional puede parar en ocasiones, pero la guerra cultural es permanente, siendo el conflicto consustancial a la existencia humana, como la energía eléctrica requiere de corriente + y – para poder funcionar.

El problema no es el conflicto en sí, sino no ser capaces de reconocer su existencia, conocer sus raíces o poder encauzarlo dentro unos límites apropiados para que no llegue la sangre al río ni se entronice la ley del más fuerte.

Como señalara Montesquieu, hasta la propia virtud necesita límites. Y como hemos sostenido en otro lugar, nulla ethica sine finibus. Para esto se creó la democracia al establecer límites y contrapesos, aunque hoy algunos parezcan empeñados en diluirlos, ignorando que incluso un diálogo sin límites lleva a la destrucción de la polis.

La guerra cultural tiene dos vertientes: la externa y la interna.

La primera va unida a la geopolítica, la lucha por el poder de grandes países, modelos culturales o económicos. El físico David Bohm hablaba de realidad aparente y realidad implícita. El mundo se mueve en torno a la dialéctica cooperación-conflicto.

"La guerra cultural externa va unida a la geopolítica, a la lucha por el poder de grandes países, modelos culturales o económicos"

La apariencia es la tendencia a la cooperación, la realidad subyacente es el conflicto implícito permanente donde los grandes modelos de poder político-económico-culturales luchan en feroz competencia por el predominio sobre el resto.

Es lo que determina la marcha del mundo y es tan antigua prácticamente como la humanidad, si bien se sofistica a partir de la invención de la imprenta y el manejo de la imagen por los gobiernos en el siglo XVI. De hecho, desde la imprenta, la Historia ya no la escriben necesariamente los vencedores de las guerras militares, sino los que vencen la batalla cultural día tras día.

El mayor cambio cultural a nivel geoestratégico se dio en el siglo XVII. Los neoescolásticos salmantinos del siglo XVI defendían la "recta razón" como base de la actuación personal y colectiva. Ello, junto a la moral católica, que presupone que el comportamiento humano y político debe adecuarse a le ley de un Dios que nos observa, llevó a Carlos I a parar las labores de conquista para reflexionar en Valladolid sobre si lo que estaba haciendo España en América era legítimo. 

Este enfoque hispano de la política y de lo humano fue barrido por el protestantismo, que sustituyó la salvación por las obras por la salvación por la fe (el servo arbitrio). Y por la Paz de Westfalia (1648), que sustituyó "recta razón" por la "razón de Estado". Todo vale si está dirigido a la salvaguardia de una nación o de sus intereses primordiales.

Lord Palmerston, que ocuparía varios cargos en el gobierno británico entre 1827 y 1865, dijo que "Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, Inglaterra tiene intereses permanentes".

Lo tienen claro. ¿Y nosotros?

Dicho modelo se completaría en la Conferencia de Yalta (1945), donde Roosevelt, Churchill y Stalin decidieron convocar una Conferencia de las Naciones Unidas sobre la organización mundial propuesta con el objetivo fundamental de mantener la paz y la seguridad para sus aliados.

Esta construcción resulta bastante diferente a la del "orbe justo" diseñada por Francisco de Vitoria, para quien todas las repúblicas eran iguales en deberes y derechos.

La ONU, por el contrario, legitima la desigualdad de trato. Diez países con bombas nucleares y capacidad de destrucción del mundo, lo que no había ocurrido nunca antes. Unos cuarenta paraísos fiscales, la mayoría en excolonias o territorios dominados por Reino Unido, Estados Unidos y Holanda. La descolonización permite que algunos países (Reino Unido y Francia especialmente) mantengan colonias (territorios de ultramar) por el mundo. Cinco países tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Este es el orbe injusto que nos rige, que pocos cuestionan.

"Culturalmente, los españoles vivimos un fraude cognitivo que nos perjudica sin ser conscientes"

La vertiente interna de la guerra cultural sirve a la externa. Es tan antigua probablemente como la humanidad, pero se sofistica con Gramsci y la aparición del movimiento woke.

Ya en el Imperio romano aparecieron conjuras internas como la de Catilina para hacerse con el poder interno. Pero casi siempre estas batallas internas, incluso a la que enfrenta entre la izquierda y la derecha, sirven o están conectadas con la lucha de intereses extranjeros más amplios, como ya demostró Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la Guerra Fría cultural.

Allí documentaba cómo la CIA y la KGB gastaban el 60% de su presupuesto en la compra directa o indirecta de académicos, periodistas, políticos y medios de comunicación para la defensa de su modelo cultural y el ataque de los adversarios.

¿Habrá cambiado mucho la situación?

Dentro de esa guerra cultural interna-externa destaca la emprendida desde hace siglos contra el mundo hispano, donde los propios hispanos vienen ejerciendo como quintacolumnistas ingenuos ("hispanobobos"), o agentes en nómina de competidores, empeñados en azuzar el autodesprestigio y el autoenfrentamiento.

¿A quién sirve la polarización? Resulta especialmente curioso el borrado de un siglo tan fundamental para entender la modernidad como el siglo XVI. O que siendo el mundo romano, más de 2.000 años después, la base de la cultura, política y cosmovisión occidental (véase Mary Beard), se nos haya negado el derecho a presentarnos como el más fiel heredero y continuador de su obra civilizadora, a diferencia de otros a los que se les permite presumir de ello con bastantes menos méritos.

Culturalmente, vivimos un fraude cognitivo que nos perjudica sin ser conscientes. San Mateo (10:16) señala: "He aquí que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Así que sed sencillos como las palomas, pero astutos como las serpientes".

La última parte de la frase no la hemos leído. ¡Hispano, despierta, levántate y anda!

*** Alberto Gil Ibáñez es autor de La Guerra Cultural: los enemigos internos de España y Occidente.

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