El presidente chino Xi Jinping.

El presidente chino Xi Jinping. EFE

LA TRIBUNA

Wang Huning o por qué China no se democratizará

Muchos chinos piensan hoy no sólo que la democracia liberal no es inevitable, sino que quizá su propio sistema sea más eficaz que el occidental. 

3 noviembre, 2023 02:34

Mucho se ha especulado sobre el futuro de China. Algunos observadores, especialmente occidentales, creyeron que la apertura económica del país y su consiguiente desarrollo material irían acompañados de una apertura de su sistema político.

Para autores como Acemoglu y Robinson, esta es la única forma de lograr un crecimiento sostenido en el tiempo. En su libro Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, argumentaron que son las instituciones políticas y económicas el principal factor que determina el éxito o el fracaso de un país en términos de desarrollo económico y bienestar social. Así pues, unas instituciones integradoras y democráticas, que permitan la participación en igualdad de todos los miembros de la sociedad, son la clave del progreso a largo plazo. 

No todos comparten hoy esta tesis. Otros autores, como Rana Mitter y Elsbeth Johnson, creen que China ha dado la vuelta a este modelo. En el contexto de un régimen autocrático estable, el gigante asiático habría logrado sacar a unas ochocientos millones de personas de la pobreza absoluta en los últimos cuarenta años, sugiriendo que la democracia y el bienestar material no son variables necesariamente dependientes.

Wang Huning, en un Congreso del PC chino.

Wang Huning, en un Congreso del PC chino. Reuters

Alternativamente, China habría encontrado una fórmula mágica, la suya propia: el  llamado socialismo con características chinas. Y en su construcción tiene mucho que ver Wang Huning, una figura misteriosa en el núcleo del poder de la Républica Popular. 

Huning pasó rápidamente de ser un niño enfermizo y ávido lector a un reputado académico, convirtiéndose en el profesor más joven de la historia de la prestigiosa Universidad de Fudan. Fue entonces cuando su nombre empezó a resonar con fuerza en los círculos de responsabilidad política, primero en las altas esferas del gobierno municipal de Shanghái y después en el entorno del propio presidente, Jiang Zemin.

Desde entonces, su figura es constantemente elevada por los medios a la categoría de éminence grise: el verdadero "ingeniero del alma china" y el único que ha sobrevivido a tres administraciones diferentes. Desde 2017, Huning es además miembro del reducidísimo Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista, que nunca ha superado los nueve integrantes. 

"Para Huning, tan importantes son la economía y las instituciones como la cultura y los valores"

Si por algo destaca Huning es por su singular discreción. Desde su llegada a la élite de la política china, rara vez se ha dejado ver en público. De su etapa como académico, sin embargo, nos quedan los textos donde esboza las líneas maestras de su pensamiento.

Huning presentó en la Universidad de Fudan una tesis sobre el concepto occidental de soberanía nacional desde la antigüedad hasta nuestros días, contrastándolo con las concepciones chinas de la idea: la centralidad de la tradición, la cultura china y las estructuras de valores como condiciones de posibilidad para la estabilidad política, como plasmó en un ensayo posterior titulado La estructura de la cambiante cultura política china (1988).

Para Huning, tan importantes son la economía y las instituciones (a lo que llama hardware) como la cultura y los valores (el software), rompiendo tanto con el materialismo impulsado por Mao como con el concepto liberal de la democracia.

Wang Huning, tras Xi Jinping.

Wang Huning, tras Xi Jinping. Reuters

Huning sostiene que una modernización rápida y alejada de los valores chinos perjudicará a largo plazo la armonía social (concepto central en el confucionismo) y terminará por deslegitimar las instituciones políticas. Para evitarlo, China tendría que reconciliarse con ellos.

Pero el abandono total de cualquier expectativa de apertura política se produjo tras un viaje de seis meses a Estados Unidos en 1988. Como hiciera Tocqueville en el siglo XIX, Huning recorrió al menos treinta ciudades del país, visitó numerosas universidades y observó con detalle el funcionamiento de la sociedad y la política estadounidenses.

De ese viaje nació el libro America vs America (1991), en el que extrae conclusiones distintas de las expresadas por Tocqueville un siglo antes. Huning concluyó que Estados Unidos representaba una civilización rota por las fuerzas del nihilismo y el individualismo, conducente a "la extrema soledad humana" y a una "extrema desigualdad", donde las generaciones más jóvenes no se sentían identificadas con los valores de sus antepasados. No es casual que su obra alcanzara récord de ventas tras el asalto al Capitolio en enero de 2021

"En el XX Congreso del Partido Comunista Chino, Xi Jinping neutralizó sin contemplaciones a sus posibles rivales"

Al igual que Huning tras su viaje a Estados Unidos, muchos chinos comprenden no sólo que la democracia liberal no es inevitable, sino que quizá su propio sistema sea aún más eficaz para perseguir sus objetivos. Y sobre esta base se han tomado las últimas decisiones en las más altas instancias del Politburó.

En el XX Congreso del Partido Comunista Chino, Xi Jinping neutralizó sin contemplaciones a sus posibles rivales deslegitimando incluso la gestión de su predecesores. La purga pública del expresidente Hu Jintao envió un mensaje claro al mundo, desplazando al que fuera el político más reformista y moderado, y creando a su alrededor un núcleo duro más ideologizado que los anteriores

Así, con un grado suficiente de legitimidad popular, basado principalmente en la consecución de impresionantes mejoras en el desarrollo material, es previsible que el partido siga acumulando más poder a corto y medio plazo.

Sin duda, las ideas de Wang Huning sobre el desarrollo material anclado en los valores tradicionales han dado una voz propia a China, que ve con orgullo la posibilidad cercana de superar definitivamente los cien años de humillación y volver a ocupar el lugar que cree que le corresponde en el mundo, aquel que está inscrito en su propio nombre: el Imperio del Centro.

*** Diego Martínez es jurista y periodista.

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